miércoles, 31 de marzo de 2021

MEDITACIONES: DOMINGO DE PALMA.


 


Tomado de “Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. André Hamon, cura de San Sulpicio.


 

 

EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (XXI, 1-9).

 

   Y cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y en seguida encontraréis un asno atado y un pollino con ella; desatadlos y traédmelos, y si alguno os dijere algo, decid que el Señor los necesita, y que en seguida los dejará ir. Y se hizo todo esto para que se cumpliera lo dicho por el profeta, cuando dijo: Decid a la hija de Sión: He aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre un asno, y un pollino hijo de la que es madre. acostumbrado al yugo. Y los discípulos, yendo, hicieron como Jesús les mandó. Y trajeron el asno y el pollino, les pusieron sus mantos y le hicieron sentar sobre ellos. Y una gran multitud tendió sus mantos en el camino; y otros cortaron ramas de los árboles y las esparcieron en el camino; y las multitudes que iban delante y que seguían gritaban, diciendo: Hosanna al Hijo de David: Bendito sea que viene en el nombre del Señor: Hosanna en las alturas.

 

 


RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE


 

   Mañana meditaremos sobre el evangelio del día, y consideraremos: por qué Jesús entra triunfalmente en Jerusalén, sabiendo que va para ser crucificado; cuáles son las características de su triunfo.

 

   Entonces tomaremos la resolución: renovar nuestro amor por el beneplácito de Dios, incluso cuando Él nos crucifica; realizar mejor nuestras comuniones, recibiendo con alegría a Jesús en nosotros como un conquistador que viene a tomar posesión de nuestro corazón.

   Nuestro ramillete espiritual serán las palabras del profeta: “Di a la hija de Sión: He aquí, tu Rey viene a ti, lleno de mansedumbre” (Mateo, XXI, 5).

 

 


PRIMER PUNTO: Por qué Jesús entra triunfante en Jerusalén.

 

 

   Es una circunstancia muy extraña que Nuestro Señor, que toda su vida ha volado de la gloria y el esplendor, para enterrarse en la oscuridad, acepte los honores de un triunfo con todas sus demostraciones de estima pública, y que, en vísperas de Su muerte, cuando sabe perfectamente que está a punto de ser crucificado. ¿De dónde viene esta diferencia en su conducta? ¿Por qué aceptar hoy lo que siempre había rechazado hasta ahora? Fue: en primer lugar, que deseaba mostrarnos cómo amaba la voluntad de su Padre. Toda su vida empleada en alabarlo había sido sin duda un espléndido homenaje rendido a su adorable voluntad; pero se presenta una solemne oportunidad de llevar este amor perfecto hasta el heroísmo más sublime. Su Padre le pide el sacrificio de su libertad, de su honor, de su vida. Padre mío, mírame, exclama, vengo a cumplir tus mandamientos. No vengo con la paciencia que se resigna, sino con la alegría que triunfa, para mostrar al mundo cuán amable es Tu voluntad, sobre todo cuando crucifica, Tu benevolencia, arrebatando sobre todo cuando inmola.

   Jesús triunfa porque está a punto de darnos las dos mayores pruebas de su amor; el de la Cena, al establecer el sacramento de su amor; el otro en el Calvario, muriendo por nosotros. Durante mucho tiempo había deseado el uno y el otro con increíble ardor (Lucas XXII, 15; Ibid, XII, 50). Ha llegado el momento tanto tiempo deseado, tanta felicidad bien merece un progreso triunfal. Yendo a la Cena, es un buen Padre el que viene, con el corazón abrumado de alegría, para dejar a sus hijos la más magnífica herencia; yendo al Calvario, es un Rey Salvador que va a hacer la guerra contra los poderes infernales, el mundo, la carne y el pecado. Le costará toda la sangre que corre por sus venas, incluso su propia vida, pero no significa nada. Él nos salvará a ese precio. Se alegra, por eso triunfa. Oh, quién hay que no bendecirá a este divino Conquistador, y que no llorará con todo el pueblo: ¡Hosanna al Hijo de David!

Jesús triunfa para enseñarnos el valor de la cruz y de los sufrimientos. El mundo hace que la felicidad consista en goces que pasan, en honores que se desvanecen. Para desengañarlo, Jesús huyó cuando la gente quiso hacerlo rey (Juan VI, 15). Él se retiró a un lugar apartado cuando quiso transfigurarse a Sí mismo, y cuando se le ofrecieron placeres, los robó; pero cuando se trataba de ser humillado y sufrir, ¡levántate, vámonos! Él exclama (Mateo XXVI, 46), la cruz me espera; es mi gloria. Iré triunfante a buscarlo, lo llevaré sobre mis hombros, como ha dicho el profeta (Is. IX, 6) ¡Un hermoso ejemplo que ha hecho que doce millones de mártires se apresuren a morir cantando cánticos de alegría! Cómo, después de eso, podemos poner nuestra gloria en la reputación, nuestra felicidad en el placer, nuestra vergüenza en la humillación, en lugar de decir con el Apóstol: Me complazco en mis debilidades, en los reproches, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias por Cristo (II. Corintios XII, 10).

 

 


SEGUNDO PUNTO: Características del triunfo de Jesucristo.

 

 

   Fue un triunfo humilde y lleno de mansedumbre; Hijas de Sión, dice el profeta, tu Rey viene a ti en una condición pobre y humilde (Zac. IX, 9), pero con una bondad deslumbrante y una dulzura inexpresable (Mat, XXI, 5) Es tan humilde que ha elegido a los pobres y a los niños para cantar sus alabanzas; Es tan manso que trata a los orgullosos fariseos con la mayor amabilidad cuando le piden que haga cesar las aclamaciones de la multitud. Por su humildad pobre y sencilla, por su mansedumbre siempre llena de complacencia, se reconoce al Rey de reyes, y por estas características también deben ser conocidos sus discípulos.

   El triunfo del Salvador es emblemático de las disposiciones con las que debemos recibirlo cuando Él venga en la Sagrada Comunión, triunfando con amor, en nuestro corazón. Las ramas de los árboles esparcidas por el suelo simbolizan la reducción de los mil deseos, los apegos y la voluntad propia, de los que Nuestro Salvador pide en sacrificio. Las palmas que lleva el pueblo representan las victorias que debemos obtener sobre nuestras pasiones y que debemos ofrecer al Salvador en cada comunión. Por último, los gritos de triunfo con que resuena el aire son el símbolo de los santos transportes con los que debemos recibirlo a su llegada en nuestro corazón. ¿Son estas las disposiciones que traemos a nuestras comuniones?

 


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