martes, 9 de marzo de 2021

MES DE MARZO CONSAGRADO A SAN JOSÉ COMO ABOGADO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE. DÍA 9.


 


INVOCACIONES:

 

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

—Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.

 

—Jesús, José y María, muera yo en paz en vuestra compañía.

 

(Pió VII, 28 de abril de 1807. 100 días de indulgencia por cada jaculatoria, 300 por las tres.)

 

 

 

MODO DE HACER CON FRUTO EL MES DE MARZO EN HONOR DE SAN JOSÉ.

 

 

   De rodillas ante una imagen del Santo, y, si puede ser, en la iglesia, con el Santísimo Sacramento expuesto, empezaremos diciendo:

 

   Benditos y alabados sean el Santísimo Sacramento del Altar, la Purísima e Inmaculada Virgen María y el Glorioso Patriarca San José. Así sea.

Por la señal, etc.

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS.

 

 

   Poderosísimo patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos y dulce consuelo de desamparados. José gloriosísimo, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio, y mi alma, sin duda, ha de agonizar terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad ha de serme sumamente espantoso; el demonio, mi común enemigo, me ha de combatir con todo el poder de su infierno, a fin de que yo pierda eternamente a mi Dios; mis fuerzas, en lo natural, han de ser ningunas; yo no he de tener en lo humano quien me ayude; desde ahora, pues, para entonces te invoco, Padre m mío; a tu patrocinio me acojo, asísteme en aquel trance para que yo no falte en la fe, en la esperanza, ni en la caridad. Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron los demonios, para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores, y por los que en vida te hicieron, te pido que ahuyentes tú a estos mis enemigos, y acabe yo la vida en paz amando a Jesús, a María y a ti, José mío, para alcanzar lo cual te consagro este Mes de Marzo.

 

 



DÍA 9

Pobreza de Jesús, María y José.

 

 

   ¡Oh, pobreza, de Jesús, María y José! Mientras que los habitantes de Belén, mientras que los pecadores indignos de que la tierra les sustente, se entregan a un dulce sueño en cómodas habitaciones, Jesús no tiene por casa más que el antro de una roca; lugar oscuro, incómodo y malsano, que ni aun tiene cerrada su entrada al frío y a los vientos. ¡Gran Dios! ¡Qué anonadamiento! ¡Un Dios nace en un sitio que poco antes ha servido de refugio para los animales!... ¡Jesús, el pobre Jesús, ni aun tiene una casa, que encontraría fácilmente el más pobre mendigo!... Un pesebre de piedra en que comen los animales, y un poco de paja que se les ha quitado, es el lecho en que descansan sus delicados miembros. María, pobre como Jesús, se desnuda en parte para cubrir su cuerpo aterido de frío. ¡Ah!, esta, es la primera vez que siente no tener alguna cosa más para poder dar a su divino Hijo. Por su parte, si Ella padece, padece con alegría; pero, ver padecer a Jesús... Y vos, ¡oh, José!, ¿sois también pobre? ¡Ah, sí! José no tiene más que lágrimas y suspiros que ofrecerle; es pobre..., el fruto de su trabajo se ha concluido. ¡Ah!, ¡si al menos alguna mano caritativa viniera a traerle alguna cosa que comer, porque ya hace tiempo que no ha tomado nada! Pero es menester que su pobreza le haga sufrir; es menester que estas palabras, que parece están escritas por todas partes en aquel triste recinto, puedan dirigirse a Jesús, como también a María y a José: «Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos». El que ha de estar con Jesús, tiene que ser pobre; no se tiene a Jesús de balde; y con Él, ¿qué nos puede faltar?

 

 

   Dios da a aquellos que ama lo mejor y más precioso: ahora bien, ¿qué ha dado a María y a José, que son las dos criaturas que más ama? No les envía riquezas, antes bien las reduce a la indigencia: luego la pobreza real, o al menos la espiritual, es preferible a todos los bienes terrenos. Así nos dice el Apóstol, que «los que quieren ser ricos, caen en la tentación y en los lazos del demonio; son agitados con mil vanos deseos, inútiles y perjudiciales, que precipitan a los hombres en la perdición y condenación» (Tim., 6, 9).

 

 

  ¡Oh, bendito San José! No permitáis que se pegue jamás mi corazón a los bienes terrenos, que hacen perder de vista los bienes celestiales, que nunca se pierden. Si soy rico, concededme la gracia de que os imite en el amor de la pobreza, desprendiendo mi corazón de mis bienes, y estando dispuesto para perderlos sin pena y sin aflicción, si así Dios lo dispusiere. Si soy pobre, al menos me parezco a vos en esto; pero no permitáis que sea de aquellos pobres ricos que no suspiran más que por los bienes de fortuna, y que les parece que no pueden ser felices sino en el seno de la abundancia.

 

 

 

EJEMPLO

 

 

   Cierta persona tuvo la desgracia de nacer de padres poco cristianos. Los ejemplos de que fué testigo durante su niñez contribuyeron en gran manera a hacerla seguir el mismo camino; pero el Señor, que había puesto los ojos en aquella alma, salió a su encuentro, como hiciera con San Pablo en otro tiempo, y le hizo sentir desabrimiento en aquel género de vida, y gusto en las lecturas y Vidas de Santos, hasta el punto de querer abandonar su casa y acogerse al seno de la vida religiosa; más cuando lo quería hacer sentía al instante gran repugnancia. Acogióse a San José, y entonces pareció oír una voz interior que le decía que para entrar en el claustro tenía primero que entrar por otra puerta. No encontraba explicación de esto, y consultando el caso con una religiosa de gran virtud, le dijo ésta: «He pensado muchas veces en ti, y siempre me ocurría una cosa que no me atrevía a preguntarte; pero hoy no sé por qué tengo más ánimo para hacerlo: ¿Tú sabes si estás bautizada?; porque sí es tanto el abandono en que te han tenido siempre en materia de Religión!... Si pudiéramos averiguarlo...» Entonces se dirigieron a un sacerdote, que hizo varias diligencias; pero todas inútiles, pues no se encontraba libro que contuviese su fe de bautismo. El sacerdote dio cuenta a los superiores eclesiásticos, y resolvieron se bautizase la joven. Tenía treinta y ocho años, y gracias a San José pudo entrar religiosa. En reconocimiento al favor recibido de San José, añadió al nombre de María, que le habían puesto, el de Josefa. Desde aquel momento su vida fué una no interrumpida cadena de favores que le otorgaba su Santo Protector.

 


 

DESPUES DE LA MEDITACION DIARIA.



 

 

   Para obtener del Santo Patriarca las gracias que en este mes le pedimos, rezaremos siete veces el Padrenuestro, Avemaría Gloría Patri, en memoria de los siete dolores y gozos que sintió en esta vida.

 

 

I

 

Viendo encinta a tu Esposa,

divino Atlante,

tu dolor volvió en gozo

la voz del ángel.

(San Mateo, 1.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

II

 

Cuando a Cristo naciendo

viste tan pobre,

te alegró verle en tantas

adoraciones.

(San Mateo.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

III

A Jesús cuando viste

circuncidarle,

Con su nombre tu pena,

pudo templarse.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría, y Gloria.

 

 

IV

 

Si sentiste el presagio

de morir Cristo,

Os dio gozo el anuncio

de redimirnos.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

V

 

Porque Herodes a Cristo

quiso prenderle,

en Egipto guardarle

supiste alegre.

(Isaías, 19.)

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

VI

 

Si al volver a Judea

tuviste susto,

Nazaret fué el alcázar

de tu refugio.

(San Mateo, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

VII

 

Si os causó gran tristeza

perdido Cristo,

al hallarle fué el gozo

más excesivo.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

—Cada, uno pida ahora a San José lo que necesite y le convenga.

 





 

ORACION FINAL A SAN JOSÉ.

 

 

    Gloriosísimo Patriarca José, fidelísimo esposo de María y padre de Jesús: En unión del amor con que el Eterno Padre encomendó su amado Hijo Jesucristo y la Sagrada Virgen María a vuestro cuidado, yo me entrego a vos desde hoy por todos los días de mi vida, y singularmente encomiendo mi alma y cuerpo a vuestra custodia en el trance de la muerte. A vos elijo por mi primer Patrón después de María Santísima; en vos pongo mi consuelo y esperanza, para que todas mis cosas se dirijan por vuestros méritos, todas mis obras se dispongan conforme a la voluntad divina; y os suplico me recibáis por vuestro perpetuo siervo, para que siempre os sirva, y logre con vuestra intercesión la gracia de Jesús y la protección de María. Amén.



APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.






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