jueves, 31 de enero de 2019

SAN JUAN BOSCO, confesor y fundador. (+ en Turín en 1888). — 31 de enero.




   Este ilustre Santo, en cuyo elogio, según palabras de Pío XI, es poco cuanto se diga, es un coloso de la naturaleza y de la gracia.

   Fue criatura aureolada de múltiples reflejos y hecha de múltiples valores: de bondad generosa, de ingenio grande, de inteligencia clara, viva y perspicaz; de una voluntad gigante, indómita e indomable, que ni la inmensa cantidad de obras, ni el trabajo suyo extraordinario pudieron rendir jamás.

  Nació en Castelnuovo de Asti, (provincia de Turín, Italia) el 16 de agosto de 1815, en una modesta familia campesina.

   Cuando contaba tan sólo dos años perdió a su padre.

   Le educó su madre Margarita Occhiena en el santo temor de Dios, consiguiendo muy pronto grande ascendiente entre sus compañeros de infancia.


   A la edad de nueve años, en un «sueño» profético, la Virgen le manifestó claramente su futura misión: la educación cristiana de la juventud.


   Y en «sueños» posteriores le fue la misma Señora precisando más y más el modo cómo había de llevar a feliz término su obra providencial.


   Ingresó en el seminario y, ordenado sacerdote, dio comienzo en Turín a su misión con la obra de los «Oratorios festivos», procurando atraer a los muchachos con diversos e instructivos entretenimientos. 


   Pronto fundó un asilo-escuela donde, recogiendo a los más pobres, les proporcionaba alimento, vestido, habitación, y un oficio o estudio.

   Para perpetuar su labor fundó la Sociedad Salesiana.


   Ampliando el campo de acción, estableció talleres-escuelas de artes y oficios para la formación profesional de obreros y abrió escuelas e internados para alumnos de primera y segunda enseñanza... Y para que el beneficio de la educación cristiana se extendiese también a las niñas, fundó otra congregación: el Instituto de las «Hijas de María Auxiliadora», 



...resultando al fin, dos providenciales congregaciones religiosas, que con la rapidez de la luz y del fuego, habían de lanzarse por el mundo entero, acreditándose por doquier como educadores ideales de la niñez, merced al «método preventivo» y a la infusión en el alma juvenil de las más puras esencias evangélicas.




Reflexión: La vida de San Juan Bosco, con ser activa en sumo grado, se mueve constantemente en una atmósfera de milagro y de intimidad con Dios, propia de los grandes contemplativos, familiarizados con los divinos carismas.



    Fueron sus devociones cumbres: el amor a Jesús Sacramentado, pudiéndose llamar el «precursor» de la Comunión frecuente y diaria; la devoción a la Virgen Inmaculada, bajo la advocación «Auxilio de los cristianos», a quien edificó una grandiosa basílica en Turín, que fue y sigue siendo en la actualidad centro de irradiación y atracción poderosas; y, finalmente, su incondicional adhesión al Papa, interviniendo con Pío IX y León XIII en asuntos delicadísimos y de grandísima trascendencia.


   Su lema fue «Da mihi ánimas»: buscar almas, siempre almas, sólo almas para llevarlas a Dios; y por el encendidísimo celo de almas que le consumía, en pos de ellas, recorrió pueblos y naciones sembrando su camino de prodigios sin cuento.



   Aprendamos del Santo la lección. Pensemos en la salvación de nuestra alma.



   Para ello estemos siempre con el Papa, seamos devotos de la Virgen y recibamos con frecuencia a Jesús en la Eucaristía.



Oración: Oh Dios, que suscitaste a tu Santo Confesor Juan, para padre y maestro de los jóvenes, y que, por él, con la ayuda de la Virgen María, quisiste floreciesen nuevas familias religiosas en tu Iglesia; haz que, encendidos en el mismo fuego de caridad, podamos buscar las almas y servirte a ti solo. Por N. S. J. C. Así sea.



FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.

SAN JUAN BOSCO, CONFESOR. —31 DE ENERO.


miércoles, 30 de enero de 2019

SANTA MARTINA, virgen y mártir. (+ 228)— 30 de enero.




   Nació esta nobilísima virgen en la ciudad de Roma: su padre había sido elevado tres veces a la dignidad de cónsul.

   Informada desde su niñez en las sagradas letras y en las costumbres cristianas, en el imperio de Alejandro Severo fue delatada ante los magistrados; los cuales le preguntaron por qué siendo doncella romana había de reconocer por Dios a un judío condenado por sus crímenes a muerte de cruz y no había de ofrecer incienso al grande Apolo.


   Respondió ella: Llevadme al templo de Apolo y veréis cómo en nombre de Jesús reduzco a polvo ese demonio que tanto veneráis.


   La condujeron, pues, al templo de aquel ídolo, y apenas lo divisó, alzó los ojos y las manos al cielo diciendo: Jesucristo, Señor mío, muestra que eres omnipotente Dios a la vista de este pueblo ciego.

   Y diciendo estas palabras, se sintió un espantoso terremoto que llenó a todos de horror, se desplomó una parte del templo y cayó hecha pedazos la estatua de Apolo.

   Pero los ministros del emperador, así como el populacho gentil, atribuyeron el suceso a una poderosa fuerza mágica de la cristiana virgen y la condenaron a los más atroces suplicios.


   La azotaron primero con palos nudosos, rasgaron su rostro con uñas de hierro; y entonces fue cuando la vieron cercada de un resplandor celestial que desarmó a los mismos verdugos, los cuales, echándose a sus pies, confesaron en alta voz que también eran cristianos.



   El fiero presidente ordenó que allí mismo les cortasen la cabeza, y arrastraron a la santa virgen al templo de Diana: más lo mismo fue entrar en el templo, que salir de él con espantoso ruido el espíritu infernal que residía en la estatua de la diosa y caerse ésta reducida a polvo.

   Mandó el juez traer la cabeza de santa Martina, diciendo que tenía en ella sus encantamientos; y habiendo sido conducida después al anfiteatro, le soltaron un león muy grande, para que la despedazase y la devorase: pero viéndola el terrible león, comenzó a bramar, sin querer arrojarse sobre la santa virgen, antes llegándose a ella, se echó a sus pies y comenzó a besárselos y lamérselos blandamente, sin hacerle ningún daño.


   Entonces levantó su voz santa Martina, y dijo: ¡Maravillosas son, oh Señor, tus obras!

   Y a los presentes añadió: ¿No veis cómo los ángeles de Dios refrenan la crueldad de las fieras?

   Viendo el presidente semejante prodigio, mandó tornar al león a la jaula; y cuando iba a ella, arrebató a Limeneo, pariente del emperador, y lo despedazó.


   Probó todavía el bárbaro tirano otros suplicios, atormentando a la santa Virgen con el hierro y con el fuego; hasta que, rugiendo de coraje, al ver que de todos salía victoriosa, mandó sacarla fuera de la ciudad, y cortarle la cabeza.


   Reflexión: El martirio de santa Martina está lleno de espantosos prodigios.

   Milagro fue el sufrir una doncella noble y delicada tan horrendos suplicios, milagro el arruinar el templo de los falsos dioses y hacer pedazos las estatuas de Apolo y de Diana, milagro el resplandecer con soberana luz en el rigor de los tormentos, milagro el convertirse los sayones de verdugo de la santa en compañeros de su martirio.



   Así glorificaba el Señor el martirio de los santos.


   No es maravilla, pues, que la sangre de los mártires fuese semilla de nuevos cristianos; lo que debe espantarnos es que haya tantos cristianos ahora que se deshonren de profesar la fe sellada con tanta sangre y con tantos prodigios.





Oración: Oh Dios, que entre las maravillas de tu poder hiciste victorioso aun al sexo frágil en los tormentos del martirio, concédenos benignamente la gracia da que, honrando el nacimiento para el cielo, de la bienaventurada Martina, tu virgen y mártir, nos sirvan de guía sus ejemplos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.

SANTA MARTINA. (Virgen y Mártir). 30 de enero




lunes, 28 de enero de 2019

SAN JULIÁN, obispo de Cuenca. (+ 1208)— 28 de enero.




   San Julián, obispo y patrón de la Iglesia de Cuenca, nació en Burgos, de honrados y virtuosos padres, y el cielo ilustró su nacimiento con prodigiosas señales de su futura santidad y dignidad; porque mientras le bautizaban, apareció un ángel con la mitra y el báculo pastoral, y dijo: Julián ha de ser su nombre.


   Y en efecto, habiendo pasado Julián con la pureza de un ángel del cielo los años de su niñez y de su mocedad, fue elevado al sacerdocio, y a la dignidad de Arcediano de Toledo, y finalmente a la silla episcopal de Cuenca.

   Celebraba la Misa con tanto fervor y tan dulces lágrimas, que hacía llorar de devoción a cuantos la oían.



   Predicaba con tan grande unción y gracia la divina palabra, que los oyentes decían: Nunca habló así otro hombre.

SAN JULIÁN Y SAN LESMES



   No tenía en su palacio más que un solo capellán, que fue el santo Lesmes, el cual hacía los oficios de paje, limosnero, mayordomo y secretario del santo obispo.

   En sus correrías apostólicas convirtió a innumerables moros, y corrigió en muchas poblaciones los siniestros resabios que en ellas había dejado la morisma.


   Todas sus rentas eran para los pobres, y para sustentarse hacía él unas cestillas, que luego le compraban los fieles, y las guardaban como joyas de su santo obispo.

   Le recompensó el Señor la caridad que usaba con los menesterosos, apareciéndole una vez Jesucristo entre los pobres y honrándole con el nombre de amigo suyo.

   Un día halló colmado de trigo el ayolí que estaba vacío, y en otra ocasión vio entrar por la ciudad una recua numerosa cargada de trigo, que sin guía se dirigió al palacio del caritativo prelado.

   Finalmente, a los ochenta años de su edad, entendiendo que llegaba el fin de sus días, se revistió de sus vestiduras pontificales para recibir los últimos Sacramentos, pero luego se rodeó de un áspero cilicio, se cubrió de ceniza, y se tendió en el duro suelo, reclinada la cabeza sobre una piedra.


   Entonces vio a la Virgen Santísima, que coronada de rosas y acompañada de un coro resplandeciente de santas vírgenes, venía a recibir su alma purísima para llevarla a los cielos.

   A los 310 años después de su muerte se halló el sagrado cuerpo tan entero como el día que falleció, y las vestiduras pontificales tan nuevas como si acabasen de labrarse.

   Estaba vestido de pontifical con mitra de raso blanco labrada de oro, con báculo, cáliz y vinajeras, todo de plata.

   Tenía al lado un ramo de palma tan verde y fresco como si el mismo día se hubiera cortado, exhalando una suavidad peregrina y admirable.


   Se hizo la translación del santo cadáver con una procesión solemnísima, y Nuestro Señor obró muchos prodigios; pues día hubo de catorce milagros, como consta por jurídica información.


Reflexión: Aprendamos de este varón de misericordia el espíritu de caridad con nuestros hermanos menesterosos.

   ¿Hay por ventura cosa más recomendada del Señor que la caridad?

   Si tienes mucha hacienda, da mucho; si tienes poca, da poco.

   Lo que das a los pobres, lo das a Cristo: lo que gastas en limosnas, lo trasladas al cielo por las manos de los pobres.



   Da, pues, lo que es de la tierra, para recibir tesoros del cielo: da una moneda, para ganar un reino: lo que das al pobre, te lo das a ti mismo.

   ¡Terrible juicio aguarda al que malgasta lo que necesitan los pobres para su sustento, y grande gloría puede esperar el hombre misericordioso y caritativo!


Oración: Te suplicamos, Señor, que excites en tu pueblo cristiano aquel espíritu de caridad, de que llenaste a tu confesor y pontífice el bienaventurado Julián, para que caminemos hacia ti, imitando los ejemplos de aquel cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.

S. POLICARPO, obispo de Esmirna y mártir. (t 160). —26 de enero.



   El glorioso obispo de la edad apostólica fue discípulo de san Juan evangelista y maestro de san Ireneo, el cual dice de él:


   «Policarpo no sólo fue enseñado por los apóstoles, y conversó con muchos que habían visto y conocido al Señor, sino que los mismos apóstoles le eligieron por obispo de Esmirna, en Asia.

   Yo le traté en el tiempo de mi mocedad, porque murió muy viejo, y tenía ya muchos años cuando pasó de esta vida después de un glorioso e ilustre martirio.

   Enseñó siempre aquella misma doctrina que había aprendido de los apóstoles, la que enseña la Iglesia, y la que es únicamente doctrina verdadera.

   En tiempo de Aniceto vino a Roma y reconcilió con la Iglesia de Dios a muchos seguidores de los herejes, publicando que la doctrina que él había aprendido de los apóstoles no era otra sino la que la Iglesia enseñaba.» Hasta aquí san Ireneo (Lib. de haeres.).

   Fue también muy amigo de san Policarpo, el fervorosísimo mártir san Ignacio, obispo de Antioquía, el cual, cuando era conducido a Roma, y condenado a las fieras del anfiteatro, tuvo grande consuelo al pasar por Esmirna para dar su último abrazo a Policarpo, a quien escribió todavía dos cartas llenas de celo apostólico.

   También fue a Roma san Policarpo, siendo de edad de ochenta años, para consultar con el Papa Aniceto algunos puntos de disciplina eclesiástica, y allí topó con el famoso hereje Marción; y preguntándole éste:

   ¿Me conoces?

   —Le respondió el varón apostólico: Sí; te conozco; eres el hijo primogénito del diablo.


   Ochenta y seis años tenía, cuando en la sexta persecución de la Iglesia le prendieron y llevaron al anfiteatro de Esmirna.

   Al entrar en aquel lugar de su martirio, oyó una voz del cielo que le decía:

   ¡Buen ánimo, Policarpo, y persevera firme!

   Exhortándole luego el procónsul a maldecir a Jesús, respondió el venerable anciano:

   Ochenta y seis años que sirvo a mi Señor Jesucristo, jamás me ha hecho ningún mal, antes, cada día he recibido de él nuevas mercedes; ¿cómo quieres, pues, que le maldiga? 

   Se enojó con esta respuesta el tirano, y clamaron los gentiles con grandes voces diciendo: 



   ¡Al fuego! ¡al fuego!



   Entonces hicieron con grande prisa una hoguera, en la cual arrojaron al santo obispo; más el fuego no tocó al santo, ni le quemó, antes estaba a manera de una vela de nave que navega hinchada de próspero viento; y dentro de su seno parecía el cuerpo del santo, no como carne quemada, sino como oro resplandeciente en el crisol, y las mismas llamas, para mayor milagro, echaban de sí un olor suavísimo como de incienso quemado en las brasas.



   Finalmente, viendo los ministros que no se podía acabar la vida de aquel santo con fuego, determinaron acabarle pasándole el cuerpo con una espada, y en este martirio voló aquella alma dichosa al cielo para gozar eternamente de Dios.


Reflexión: Así morían los santos obispos de la primitiva Iglesia y los inmediatos discípulos de los apóstoles.

   Después de haber enseñado con palabras y ejemplos la santísima doctrina del Señor, la sellaban con la sangre del martirio, única recompensa que llevaban de este mundo, pero magnífica prenda de alta gloria por toda la eternidad.




   ¿Te cuesta algún trabajo el ser cristiano de veras?

   Anímate, pues, recordando que mucho más padecieron los maestros de nuestra santa fe, y nunca te olvides de lo que dice san Pablo, a saber: Que todas las penas de esta vida no son nada en comparación con la futura gloria con que Dios recompensa a sus escogidos.



    Oración: Oh Dios, que cada año nos alegras con la solemnidad de tu bienaventurado mártir y pontífice Policarpo, concédenos tu gracia, a fin de que mientras honramos su nacimiento en la gloría, nos holguemos mereciendo en la tierra su protección celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.