lunes, 14 de noviembre de 2022

SAN SERAPIO, DEL ORDEN DE NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED, MARTIR. —14 de noviembre.

 





   Nació el glorioso mártir san Serapio, según la más corriente opinión, en la famosa ciudad de Londres, corte del rey de Inglaterra, año de 1178. Fue su padre Rothlando, llamado de Escocia, por ser su casa originaria de la noble y clara estirpe y familia de los Escotos de dicho reino, y deudo muy propincuo de su rey Guillermo. Su madre, si bien se ignora el nombre como el de su apellido, pero según se colige de lo que las mismas historias refieren, fue de sangre nobilísima, igual y correspondiente en todo a la esclarecida de su esposo. Le impusieron en el bautismo por nombre Serapio, pronóstico y claro indicio de que sería pio, lo que comprobó la experiencia en las heroicas acciones que practicó su gran piedad en todo el curso de su vida, y que desde su niñez e infancia cuidaron sus nobles padres con los actos de devoción, educación y ejemplo imprimir y radicar entre las demás virtudes y loables costumbres en el corazón de su amado y querido hijo.

 

 

   Hallándose aun Serapio en los primeros ardores de su juvenil edad, ya manifestó los puros quilates de su católico celo: pues llegando a sus oídos los lastimosos estragos y raras crueldades que ejecutaban los bárbaros infieles en Palestina, así en los templos de Dios, sus ministros, altares, imágenes, reliquias y demás cosas sagradas, como en las vidas, honras y bienes de los míseros cautivos, dijo a su padre: Señor y padre mío, ¿no sería de grande gloria de Dios de que fuésemos a morir para restaurar los Santos Lugares de Jerusalén? y si bien procuró disuadírselo proponiéndole lo tierno de su edad, sus pocas fuerzas para sufrir las incomodidades de la guerra, y el dolor y pena grande que ocasionaría a su madre el privarse de él en su ausencia; oída su discreta y cristiana réplica, y para suavizar en algún modo su desconsuelo, hubo de condescender a su instancia ofreciéndole partir juntos siempre y cuando llegase la ocasión.

 

   Logró está felizmente el Santo, año de 1190, pasando a la Palestina con su padre, general del ejército de Inglaterra, y su rey Ricardo. Allá asistió al sitio y rendición de Tolemaida y otras muchas plazas, venciendo y triunfando valerosamente de sus enemigos; y en la célebre batalla de Assur dio singulares muestras no solo de su heroico valor, destruyendo y poniendo en precipitada fuga a un sinnúmero de sarracenos y turcos del formidable ejército de Saladino, sí también de su gran piedad, consolando y socorriendo á tanto mísero cautivo que lloraba allí entre aquellos bárbaros su dura esclavitud. Y habiendo en estas y otras gloriosas empresas y piadosos ejercicios empleado algunos años, y muertos sus padres, deseoso de sacrificar su vida en obsequio de la fe, vino con el duque de Austria a España, sirviendo al rey D. Alonso VIII de Castilla en la guerra contra los sarracenos, quienes fueron vencidos y valerosamente sacados de muchas plazas y fuertes de Castilla y Andalucía, nombrándole el rey Alonso, por sus relevantes virtudes y méritos, consejero suyo; con cuyos consejos y dictámenes se prosiguió la guerra hasta quedar del todo humillado el mahometano poder. A impulsos de los mismos deseos de morir por Cristo, volvió otra vez a Palestina, donde batalló con indecible intrepidez y esfuerzo contra el ejército de Conradino, hijo del gran soldán de Egipto y Babilonia, capital enemigo de la santa fe católica.

 



 

   Noticioso después Serapio de la nueva guerra que los reyes don Fernando de Castilla y D. Jaime el I de Aragón intentaron contra los moros, volvió otra vez a España; y aquí, considerando el Santo su partida de Inglaterra, atravesando mares, hollando tormentas, sufriendo desprecios, padeciendo trabajos y peregrinando tantas provincias de la Siria, Palestina, Egipto, Alemania, Italia Francia y España, y entendiendo que el preservarle Dios en tantos riesgos y peligros su vida, que tan ansiosamente había deseado sacrificarla en obsequio de la fe, y el dejarle asimismo libre de los cuidados paternos, y de bienes y honras del mundo, era una prueba de ser su divina voluntad que se retirase del siglo, y entrase en una Religión; con especial ilustración del cielo resolvió abrazar el instituto sagrado y caritativo de redimir cautivos en el Real Orden de la Virgen santísima de la Merced: a cuyo fin enterado de la gran santidad del glorioso san Pedro Nolasco, fundador de aquella, fué a él, pidiéndole con profunda humildad el hábito que vistió en la ciudad de Barcelona con demostraciones de singular alegría, y ternura grande de su corazón, de mano del mismo santo Patriarca. Pasó su noviciado bajo la dirección del V. P. Fr. Bernardo de Corbera, grande dechado de perfección; y concluido por Serapio el año de su probación, en que fue un señalado ejemplo de toda virtud y edificación, hizo la profesión solemne de los tres votos, de castidad, obediencia y pobreza, y el cuarto de quedarse en rehenes por los peligrosos cautivos, con inexplicable devoción y muy especial consuelo de su espíritu.

 

   El olor suave y fragante de las heroicas virtudes en que tanto resplandecía el Santo, hizo que la obediencia presto le destinase y ocupase en diferentes ministerios; y si bien los desempeñó todos, satisfaciendo enteramente a la confianza que de su experiencia y méritos se prometían sus prelados; pero donde parece que más principalmente se explayaron los fervorosos afectos de su amor y caridad, fue en el de recoger las limosnas para el rescate de los cristianos cautivos; pues de manera supo su gran paciencia, aplicación y afabilidad exponer con tal ternura a los fieles las miserias de aquellos pobres, que inclinándolos a piedad y conmiseración les socorrían con larga mano; y aumentándose en breve por este medio los caudales de la redención, era ocasión de que ellas fuesen más frecuentes y copiosas. Era muy grande su santo ejemplo, a cuya dirección y cuidado estuvo el riego de las nuevas y tiernas plantas de la Religión, y con su prudencia, vigilancia, humildad y mansedumbre crecieron y fructificaron tanto, que dieron tan copiosos y abundantes frutos de observancia, oración y santidad, que fueron esplendor hermoso de la Iglesia y ornamento precioso del paraíso.

 



 

   Infestaban de tal forma los mares y costas de Cataluña los moros de Mallorca, que sus habitantes no podían, sin riesgo y peligro evidente de ser presos y cautivos, navegar aquellos mares, ni gozar de alguna paz en sus casas y pueblos; y como para remedio de estos daños y de los continuos estragos que ejecutaban los moros contra los que rendían, inclinase Dios, siempre piadoso de nuestras aflicciones, el ánimo del invicto rey D. Jaime a la conquista de aquella isla; pasó Serapio con él a tan santa expedición, a la felicidad dé la cual fueron sin duda gran parle las humildes súplicas y ruegos fervorosos de Serapio para con Dios: el cual, apenas ganada Mallorca,  deseoso de propagar y dilatar su Religión en Inglaterra, Escocia e Irlanda, pasó a dichos reinos, padeciendo muchos trabajos e incomodidades en sus viajes; y en particular en este, en que siendo preso el navío en que iba por un capitán pirata, fue el Santo grandemente atropellado, de manera que, atado a un palo de fornidos nudos, le azotaron sin piedad alguna; y considerándole ya difunto, fue su cuerpo impíamente arrojado desnudo en un arenal en las costas de Inglaterra; pero dispuso la Providencia divina, que encontrado de unos pescadores, se compadeciesen de él, y cubriesen con una capa sus ensangrentadas carnes, y que llegando a Londres, su patria, fuese prontamente curado, y asistido con hábitos religiosos.

 

 

   Aunque Serapio, por su rara y profunda humildad, procuraba encubrir los preciosos quilates del oro de su mucha virtud, tanto más el Señor disponía que fuese a todos más patente: pues apenas llegado Serapio (como dijimos) a Londres, noticioso de su mucha santidad el rey de Escocia Alejandro, envió por él, para que procurase que un grande rebelde suyo y sus secuaces se redujesen a su obediencia y real servicio; y fue el Santo tan mal recibido de estos, que habiéndole rigorosamente azotado, le dijeron: Dirás a tu rey, que en tus espaldas hallará la respuesta: desacato, que sentido de él agriamente Alejando, juntó numeroso ejército, y los persiguió, hasta quedar vencidos, y tomar de ellos la debida satisfacción y venganza; y quiso Dios, para manifestar claramente la inocencia de Serapio, que el terreno en que derramó la sangre, habiendo sido antes seco é infecundo, quedase después milagrosamente florido, verde y abundante. Le escribió san Pedro Nolasco que se restituyese a España, a fin de sacar del poder del demonio a muchas mujeres cuya vida y tratos eran solamente la torpeza y sensualidad, como lo consiguió: por lo que irritados fuertemente con él los que vivían con ellas escandalosamente, le injuriaron, y diciéndole muchos baldones y dicterios le abofetearon; más la paciencia, constancia y mansedumbre con que en esta ocasión sufrió el Santo tan afrentosos oprobios fueron tales, que después de haberles concedido amorosamente el perdón que por su desatención y delito le pidieron, los redujo también a penitencia de sus culpas, y a que sirviesen en adelante al Señor.

 



 

   Hizo algunas redenciones, y entre estas una en Murcia con su compañero Fr. Pedro de Castellón, redimiendo noventa y ocho cautivos, y en todas fue indecible el incendio de su ardiente caridad que mostraba con los pobres esclavos que no podía redimir, pues a los que juzgaba más necesitados suministraba algún socorro con que pudiesen aliviar de algún modo sus trabajos; a los que no lo eran tanto los animaba a la tolerancia de sus penas y a la conformidad en ellas en el Señor, esperanzándoles la libertad en otra redención, para que así quedasen todos fortalecidos y constantes en la fe católica que profesaban; y a fin de conseguir por todos modos algún alivio a los cautivos, impedido de la compasión y amor que les tenia, se postraba rendido a los pies de los dueños de los mismos esclavos, y rogándolos con sus lágrimas, procuraba con palabras llenas de dulzura y caridad persuadirles alzasen la mano de su rigor contra los pobres y míseros esclavos, que fuesen tratados más blandamente; y era tanta la eficacia y virtud que en estas exhortaciones santas y rendimientos humildes infundía Dios en Serapio, que redujo aquellos corazones obstinados de los moros a que fuesen más compasivos, y no tan duros e inhumanos con los míseros cautivos, logrando estos quedar así en gran parte consolados.

 



 

   Otra redención hizo Serapio en Argel con Fr. Berengario de Bañeres, en la cual el glorioso san Ramón Nonatto, del mismo Real Orden, a quien comunicaba y profesaba Serapio muy estrecha amistad, le anunció, al tiempo de partir, su feliz y deseado martirio. Siendo en ella los redimidos ochenta y siete, y no pudiéndose redimir, por falla de dinero, a algunos cautivos puestos en evidente peligro de renegar, ni pudiendo tolerar el inextinguible fuego de su ardiente caridad, que ardía en su magnánimo pecho, de que aquellas pobrecillas almas, redimidas con el infinito precio de la sangre preciosísima del Salvador, fuesen torpe pasto y víctima a aquellos insolentes bárbaros, discurrió y practicó su grande amor el arbitrio y medio de quedarse en rehenes por ellas; y aquí fue donde enardecido del celo de la honra y gloria de Dios, y del bien y salvación de aquellos infieles, se opuso públicamente a la falsa y abominable seda de Mahoma: por lo que por mandato del bárbaro y tirano rey de Argel fue preso, y puesto en  una hedionda y oscura mazmorra, azotado con crueldad inaudita, y con la misma atado de pies, apaleado en el vientre, entregado después su llagado cuerpo a una dura y pesada cadena, manteniéndole con solo pan de perro y salvado; y viendo el rey la invicta constancia de Serapio, que ni el rigor de tantos y tan crueles tomentos como había padecido, ni las amenazas de los que intentaba ejecutar su furor con el Santo, pudiesen no solo rendirle, pero ni menos atemorizar aquel animoso y valiente corazón del soldado veterano de Cristo; por último resolvió rabioso y airado, que le fuese quitada la vida: á cuyo fin mandó sacarle a la plaza, donde viendo Serapio la aspa, o cruz, en que había de morir, lleno su corazón de un inalterable gozo e inexplicable júbilo, rindió gracias a Dios, en debido reconocimiento del singular beneficio de permitirle sacrificar, a imitación de su santísimo Hijo, la vida en la cruz, y exclamó: Ó dulce y precioso leño, perfecta imagen de aquel en que mi amado Jesús pendió, por ti espero subir a la bienaventuranza; y dichas estas palabras, pasaron a atormentarle cruelísimamente. Desgarraron poco a poco su ya desfigurado cuerpo con acerados garfios y peines de hierro: le introdujeron agudas cañas entre carne y uñas: le cortáron todas las coyunturas y artículos de pies, manos, brazos, piernas y rodillas, añadiendo por último el rigoroso tormento de la rueda o torno, con el cual a violencia de giros le sacaron las tripas, que miraculosamente salieron enteras, y después cortándole la cabeza dio el Santo su espíritu a su Creador el 14 de noviembre del año 1240; y antes del último aliento, dijo: Señor mío, yo os suplico que, por estos tormentos y dolores que gustoso por vuestro amor padezco, tengáis piedad de aquellos que se hallaren afligidos de algún dolor.

 




   Fueron innumerables los prodigios que por intercesión del santo Mártir obró Dios, ya en su vida, como después de muerto. Dos niños resucitó, viviendo: el uno en el navío en que el Santo pasaba a reino de Escocia, a quien su mismo padre, irritado por un descuido que cometió su hijo, le había muerto; otro en Irlanda, hijo de un caballero, quien, resucitado, dijo delante de todo el concurso: Una señora vestida de blanco, con corona de oro en la cabeza y una insignia en el pecho, al modo que la trae Serapio, me ha mandado volviese al mundo.

 


 

   En vista de cuyos prodigios, y por muchos siglos continuada veneración de los fieles al Santo, de las declaraciones y sentencias dadas y promulgadas por los Ordinarios de Gerona y Barcelona sobre su culto inmemorial año de 1718, y de las piadosas súplicas del católico monarca de las Españas Felipe Y (que de Dios goce), ruegos repetidos de diferentes eminentísimos cardenales, instancias continuas de los arzobispos y obispos de España, y peticiones humildes de toda la  Religión mercenaria; la santidad del papa Benedicto XIII con su bula dada en Roma a los 14 de abril de 1728 se dignó aprobar y confirmar dichas sentencias, y declaró el referido culto inmemorial del Santo.

 

AÑO CRISTIANO

POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).

Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.


MARTIROLOGIO ROMANO: DÍA 14 DE NOVIEMBRE.



 


—San Serapion, en Argel en África, el primero de los del Orden de Nuestra Señora de la Merced, que por la redención de los fieles cautivos y predicación de la fe cristiana, siendo crucificado y despedazado miembro a miembro, mereció obtener la palma del martirio.

 





—San Serapion, mártir, en Alejandría; a quien en tiempo del emperador Decio atormentaron cruelmente los perseguidores, descoyuntándole primero todos sus miembros, y de esta suerte lo precipitaron desde lo alto de su misma casa, con lo cual mereció ser mártir de Jesucristo el año 252.

 





—El triunfo de los santos mártires Clementino, Teodoto, y Filomeno, en Heraclea en Tracia, durante la persecución de Aureliano.

 

—San Venerando, mártir, en Troyes de Francia, en tiempo del emperador Aureliano. Después de un glorioso martirio, acabó su vida degollado en la misma ciudad, el año 272.

 




Santa Veneranda, virgen, también en Francia; la cual en tiempo del emperador Antonino, siendo Asclepiades presidente, alcanzó la corona de mártir.

 




San Hipacio, obispo, en Gangres en Paflagonia; el cual cuando volvía del concilio Niceno, le apedrearon en el camino los herejes novacianos, y murió mártir, por los años 326 ó 327.

 




—El martirio de muchísimas santas Mujeres, en Emesa, que por la fe de Cristo padecieron muy atroces tormentos por el muy cruel Mady, caudillo de los árabes y fueron al fin degolladas el año 773 de Jesucristo. Los fieles recogieron sus reliquias y les dieron sepultura, y con su contacto se obraron muchos prodigios.






—San Jocundo, obispo y confesor, en Bolonia. Dice Ferrario que fue el décimo obispo de Bolonia, cuya iglesia hizo florecer en pureza de disciplina y santidad de costumbres. Murió el año 485.

 





—San Lorenzo (o Lorcan en irlandés), obispo de Dublín, en Irlanda. Fue hijo menor de un príncipe de Irlanda. Contaba doce años cuando abrazó el estado eclesiástico, y a los veinte y cinco le nombraron abad del monasterio de Glendaloch. Gobernó su numerosa comunidad con prudencia y virtud, y en una grande hambre que afligió aquella tierra, como otro José fue el salvador de su patria con su caridad ilimitada. No por esto faltaron tribulaciones a su paciencia para ejercitar su virtud; porque algunos malos religiosos que no podían sufrir el celo con que condenaba la irregularidad de su conducta, asaltaron su reputación con la calumnia, más el Santo triunfó con su bondad y silencio. Á la edad de treinta años fue unánimemente elegido arzobispo de Dublín: en su largo pontificado tuvo lugar para desplegar su celo por la reforma de la disciplina eclesiástica y las costumbres públicas. Los pobres le buscaban como a su padre; y en la horrorosa hambre de tres años que asoló la Irlanda, mostró el venerable Pastor que su caridad no tenía límites. Los pontífices, los reyes y príncipes procuraban sus consejos, y hasta los Padres del onceno concilio general celebrado en Letrán el año 1179, al cual asistió san Lorenzo, le tributaron los mayores elogios por su sabiduría y su celo. El Señor le concedió el don de milagros, de modo que en la bula de su canonización se refieren siete muertos resucitados. Su vida fue siempre acompañada de bendiciones, y su muerte, acaecida el año 1181, fue también gloriosa en el Señor. Butler.

 


 

—Y en otras partes se hace la fiesta y la conmemoración de otros muchos santos Mártires, Confesores y santas Vírgenes.

 

 

Alabado y glorificado sea Dios eternamente.

 

 

AÑO CRISTIANO

POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).

Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.

 




domingo, 13 de noviembre de 2022

SAN ESTANISLAO de KOSTKA, confesor. (+ 1568). — 13 de noviembre.


 

   El seráfico joven san Estanislao de Kostka fué hijo de padres nobles, y señores de una de las más ilustres casas de Polonia.

   Luego que tuvo conocimiento de Dios, se sintió inclinado a amarle; y confesaba después él mismo, que el primer uso de su razón fué ofrecerse al Señor.

   Era en extremo hermoso, y de tan angelical pureza, que bastó para causarle un desmayo una palabra algo libre que se dijo en su presencia.

   Gustaba de vestir sencillamente, aborrecía el juego, huía de las conversaciones peligrosas, y estaba siempre ocupado en el estudio o en la oración.

   Hasta la edad de catorce años estudió en casa de sus padres, teniendo por ayo y maestro a Juan Bilinski, más tarde canónigo de la iglesia de Plock.

   Pasó después a Viena de Austria a un seminario de nobles gobernado por padres de la Compañía de Jesús, y allí estudió con un hermano suyo llamado Pablo, el cual era de pensamientos y costumbres muy contrarios a los de Estanislao.

   Por haberse cerrado aquel seminario, los dos hermanos se hospedaron en la casa de un hereje luterano, lo cual fué ocasión a Pablo, de mayor libertad, y a Estanislao, de ser blanco de las iras de su hermano, que le miraba como censor importuno de sus liviandades: y así le sonrojaba en cualesquiera ocasiones, hacía mofa de sus prácticas piadosas, le llamaba de necio y mentecato; y llevó su enojo hasta poner en él las manos con extremado rigor.

   Estos malos tratamientos, unidos con la aspereza de su vida penitente, le acarrearon una enfermedad mortal.

   Pidió en vano el santo mancebo los Sacramentos; y como se los negasen, recibió el santísimo Viático que los ángeles le trajeron del cielo: se  le apareció la Virgen santísima, le puso en los brazos el divino Niño, y le mandó que entrase en la Compañía de Jesús.





   Con estos soberanos favores y regalos se sintió repentinamente sano y convalecido.

   Estorbándole la entrada en la Compañía el temor de su padre, se vistió un hábito de peregrino y huyó a pie, y pidiendo limosna, con intento de no parar hasta lograr lo que tanto deseaba.

   Llegando finalmente a Roma, fué recibido en la Compañía por san Francisco de Borja.





   Diez meses vivió en el noviciado, hecho un serafín de amor divino.

   Se arrobaba con frecuentes éxtasis, tenía el rostro siempre encendido, y a veces resplandeciente, los ojos llenos de tiernas lágrimas: y eran tales los ardores de su pecho, que aun en el rigor del invierno, había de templarlos con paños empapados en agua fría.





   Así, pues, consumido más del amor que de la calentura, murió el día de la Asunción de la Virgen, a quien tenía una devoción tierna y filial, y fué a contemplar el soberano triunfo de su divina Madre en los cielos, habiendo vivido en la tierra solo diez y ocho años.







   Reflexión: Encanto de los hombres y embeleso de los ángeles fué Estanislao durante los cortos años de su vida mortal.

   Por su encendida caridad, mejor le juzgaríamos ardoroso Serafín, que mero ser humano.

   Alma soberanamente grande, aunque encerrada en cuerpo pequeño, así supo aspirar a lo infinito, que despreció todo lo finito, repitiendo una y otra vez a la vista de los más seductores bienes de la tierra: Para mayores cosas nací.






Oración: Oh Dios, que, entre otros milagros de tu sabiduría, conferiste la gracia de una santidad madura aun a la tierna edad; te rogamos nos concedas, que, resarciendo con santas obras el mal empleo del tiempo pasado, a ejemplo de san Estanislao nos apresuremos a entrar en el eterno descanso. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA-1946.


SAN MARTIN, PAPA Y MARTIR. —12 DE NOVIEMBRE.


 


   Nació san Martin en Todi, ciudad de Toscana. Fue de familia muy calificada por su nobleza, pero mucho más ilustre por haber dado a la iglesia de Dios un pontífice tan santo. Cultivaron sus padres el ingenio del hijo con el estudio, y el Espíritu Santo tomó posesión de su corazón. Era de cuerpo airosamente dispuesto; pero su modestia hizo más hermosa su alma en los ojos de Dios. Se dejaba ver el pudor como retratado en su semblante, y la pureza del corazón le salía a la cara en su modesta compostura. Se halló filósofo hábil y aventajado, y no por eso dio en el escollo de la vanidad. Supo ser sabio sin ser orgulloso.

 

   Su modestia derramaba en su sabiduría cierto resplandor que le hacía brillar más. Consagró su erudición, consagrándose él mismo a los altares. Profesaba a la verdad aquel vivo amor que está pronto a derramar la sangre, cuando es necesario, para defenderla, no deseando vivir sino para Jesucristo; pero como la divina Providencia le tenía destinado para el gobierno de su Iglesia le dilato la corona del martirio, a fin de que lo mereciese con sus trabajos y con el ejercicio de la paciencia.




   Habiendo muerto el papa Teodoro, fue colocado san Martin en el trono pontificio por unánime consentimiento de los votos. Llenó de gozo al Emperador, al Senado y al pueblo una elección tan juiciosa, gustando ya anticipadamente la felicidad que todos se prometían en el gobierno del nuevo pontífice de Jesucristo. No se engañaron, tenía entrañas de verdadero pastor para con todas las ovejas que el Señor había puesto, por decirlo así, debajo de su cayado. Era dilatado el seno de su caridad, y en él hacia lugar a todos. La liberalidad le abría las manos para regar el campo de la necesidad, haciendo que corriesen al seno de los pobres los bienes que Jesucristo le había confiado para aliviar sus miserias. Á los buenos religiosos los miraba con ternura, y recibía a los extranjeros con admirable agasajo.

 

   Después de haber ayunado todo el día, dedicaba a la oración gran parte de la noche. Procuraba enderezar a los que se descaminaban, y cuando los veía reconocidos y arrepentidos de sus defectos, los consolaba, asegurándoles la misericordia del Padre celestial, que no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva. Era un perfecto retrato de Jesucristo, soberano pastor de nuestras almas. Gozaba entonces la Silla apostólica de mucha paz, y los fieles descansaban a la sombra de un padre común tan caritativo; pero los herejes excitaron una tormenta tan deshecha, que hubiera corrido peligro de naufragar la fe de aquellos, a no gobernar la nave un piloto tan diestro como vigilante. Los Monotelitas confundían las operaciones en Cristo, defendiendo que no había en él más que una sola voluntad, sin rendirse a creer que en cuanto Dios tiene voluntad divina, y en cuanto hombre una voluntad humana. El emperador Constante había publicado un edicto con nombre de Typo o de formulario, en que, con el pretexto de cortar disputas, igualmente prohibía decir o enseñar que había dos voluntades en Cristo, como que había una sola; con cuyo arbitrio, favoreciendo a los herejes, dejaba sin libertad a los Católicos para volver por la verdad. Luego que tuvo noticia de la exaltación de san Martin, no se descuidó en enviarle el Typo, suplicándole que lo aprobase y confirmase con su apostólica autoridad, como providencia necesaria para poner fin a las perniciosas disputas que se habían suscitado en el imperio sobre puntos de religión; pero penetrando muy bien el santo Pontífice que el tal Typo no era más que un sagaz artificio inventado por la política para descargar el golpe contra la integridad de la fe, insinuando en los ánimos el veneno del monotelismo, respondió generosamente, que antes perdería mil vidas, que aprobar tan pernicioso escrito; y que cuando todo el mundo se desviase de la doctrina de los santos Padres, que todos reconocieron en Cristo un adorable compuesto de dos naturalezas enteras y perfectas, él jamás se apartaría de ella, sin que ni promesas, ni amenazas, ni tormentos, ni la misma muerte fuesen capaces de hacerle ser infiel al depósito de las verdades de la fe que se le habían confiado.

 

   Después de una respuesta tan precisa y tan expresiva de la integridad de su fe, para cortar de raíz el mal que amenazaba a la Iglesia, convocó en San Juan de Letrán, lo más presto que pudo, un concilio de ciento y cinco obispos, en el cual sin acobardarse ni dársele nada por la indignación del Emperador condenó su Typo, juntamente con la herejía de su abuelo el emperador Heraelio, y declaró excomulgados a todos los que la siguiesen. Después escribió a todos los Obispos de la Iglesia católica una carta circular llena de vigor apostólico, acompañándola con las actas del concilio que se había celebrado.



   Confirió el Emperador el gobierno de toda la Italia a Olimpo, con expresa orden de arrestar a todos los obispos que rehusasen admitir, firmar o defender el formulario de fe que se contenía en su edicto, pero muy particularmente a san Martin. Hizo Olimpo varias tentativas para dar gusto al Emperador; pero halló a toda la clerecía de Italia tan adherida a la fe ortodoxa, que nada pudo adelantar por este lado, en vista de lo cual concibió el detestable intento de quitar la vida al santo Pontífice al mismo tiempo que fuese a recibir de su mano la sagrada Comunión. Mandó, pues, a un paje suyo (¡qué horror!) que le alargase la espada cuando estuviese en el comulgatorio para recibir la hostia consagrada; pero hay un Dios protector de la inocencia. El paje quedó repentinamente ciego, sin poder discernir a san Martin cuando dio o Olimpo la Comunión. Así lo aseguró después él mismo con juramento. Mas no por eso se rindió el Emperador; antes irritado cada día más contra la Iglesia romana por la constancia con que se oponía a todo lo que era contrario a la fe, hizo gobernador de Roma a Teodoro Calliopas, dándole por asociado a otro Teodoro, gentil hombre de su cámara, y encargándoles mucho que sobre todo se apoderasen del Papa. Le hallaron en la iglesia de San Juan de Letrán santamente empleado en cantar las alabanzas de Dios. Le salió al encuentro, acompañado de gran número de fieles, y de toda su clerecía, la cual, sin tener miedo al Gobernador esforzando la voz, decía estas palabras: Anatema a todos los que dijeren o creyeren que nuestro santo pontífice Martin haya alterado ni el más mínimo artículo de la verdadera fe. Anatema también a todos aquellos que no perseveraren hasta la muerte en la fe ortodoxa.

 

   Como Calliopas era hombre político, disimuló por entonces pero poco tiempo después se apoderó del santo Pontífice, sin dar lugar a sus clérigos ni a sus criados para poderle defender. Fue conducido a Mesina, y desde allí a la isla de Naxos, donde padeció muchas miserias. Desde allí le llevaron a Constantinopla, donde después de ultrajes inauditos, que los mismos gentiles se horrorizarían de hacer sufrir a la cabeza de la Iglesia católica, fue encerrado en una estrecha prisión, con orden de que ninguno lo supiese. Tres meses estuvo en ella sin hablar a persona viviente, y el mismo día de Viernes Santo le llevaron delante del Senado, no pudiéndose mover él por su extrema debilidad. Compareció, pues, delante del presidente, el cual le dijo: —Habla, miserable, y di qué mal te ha hecho el Emperador. ¿Se ha apoderado de tus bienes? ¿has recibido de él alguna injuria? El Santo no respondió palabra. Se citaron testigos falsos que le acusasen: entraron en la sala, se les recibió juramento sobre los santos Evangelios, y depusieron contra él conforme a lo que se les había sugerido. Pero como en todas sus declaraciones no se podía encontrar cosa sustancial contra un hombre santo, les obligaron con amenazas a deponer delitos capitales contra él. Salió del Senado el tesorero mayor para dar cuenta al Emperador de su negociación. Mientras tanto los ministriles expusieron al Santo en medio de la plaza pública, después le llevaron a una eminencia donde estaba el Senado, y el Emperador le podía ver desde su cuarto. Estando aquí el tesorero mayor doblando

los insultos y el desprecio, le dijo con fiereza: —Ya ves que Dios te ha entregado en nuestras manos por haber conspirado contra el Emperador: tú abandonaste a Dios, y Dios te abandonó a ti.

 


   Mandó después que le quitasen las insignias de su dignidad; solo le dejaron la túnica, y esta se la rasgaron de arriba abajo por el medio: le echaron una cadena al pescuezo, con la cual le arrastraron a un calabozo, y una hora después fue conducido a otra prisión. El día siguiente fue el Emperador a ver al patriarca de Constantinopla Pablo, que se hallaba enfermo muy de peligro. Le refirió lo que se había ejecutado con el Papa, y el Patriarca, volviendo la cabeza a otro lado, exclamó con un profundo suspiro: ¡Desdichado de mí, Dios mío! con esto se llenó la medida de mis pecados. Sorprendido el Emperador de aquella reflexión, le preguntó la causa; y Pablo respondió: Pues qué, ¿no es cosa lamentable tratar de esa manera a un obispo? le suplicó después que no pasase adelante, y que se contentase con lo que había hecho ya con el santo Prelado. ¡Ah, y a qué distinta luz se miran los objetos en la hora de la muerte! 



   En fin, el santo Pontífice fue desterrado al Quersoneso; ¡y cuánto tuvo que padecer en aquel destierro!

 


   Pero Dios, dice el Profeta, proporciona los consuelos a los trabajos: cuanto más se padece hacia afuera, mayor es el consuelo que se experimenta hacia adentro. Como san Martin tenía tan tierno amor a la Iglesia, oraba y ayunaba para alcanzar de su Esposo las gracias que había menester en aquellos días de tristeza. Pero viendo que cada día iba perdiendo más y más terreno, y conociendo que ya estaba muy cercana la muerte, escribió al clero de Roma una carta en que le daba cuenta de lo que padecía por la Religión en defensa de la integridad dé la fe, despidiéndose de él, y exhortándole a librarse del veneno mortal dé la herejía. Después de haber hablado así a los presbíteros de Roma, estando ya para consumar su sacrificio, habló a Dios de esta manera: Pastor eterno de los fieles, Jesucristo, mi Salvador y Señor mío, bien sabéis lo que he padecido hasta aquí por vuestro amor: poned fin de mi destierro, descargadme de este cuerpo mortal para que vaya a cantar en vuestra santa casa vuestras eternas bondades. Yo os encomiendo el rebaño que pusisteis a mi cuidado: acordaos, Señor, que es precio de vuestra sangre, y conquista de vuestro amor, dignaos protegerle por los méritos del príncipe de vuestros Apóstoles san Pedro; haced que experimente los efectos de vuestra gran misericordia contra los esfuerzos de las potestades infernales que le pretenden devorar: oración muy correspondiente al carácter de un buen pastor. 



   Nunca fue más abrasado su amor a la Iglesia que cuando estaba para perder la vida. Habiendo combatido como héroe este glorioso Mártir de Jesucristo pasó a disfrutar en el cielo de aquellas palmas que nunca se marchitan, regadas siempre con eternas incomprensibles delicias. Sucedió su muerte el día 12 de noviembre del año 651.

 

 

AÑO CRISTIANO

POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).

Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.