sábado, 31 de marzo de 2018

SÁBADO SANTO





LA VIGILIA PASCUAL

PARTE1: LA BENDICIÓN DEL NUEVO FUEGO.
(Ornamentos morados)

   El Celebrante asperja 3 veces con Agua Bendita al Fuego. Luego con una brasa que viene del mismo y puesto en el turibulo, inciensa al Fuego 3 veces.

PARTE 2: LA BENDICIÓN DEL CIRIO PASCUAL.
(Ornamentos morados)

   El Celebrante, mientras traza la señal de la Cruz, las letras alfa y omega, y el año actual en el Cirio Pascual dice las siguientes palabras:

Cristo ayer y hoy
Principio y fin,
Alfa
Y Omega
A Él pertenecen los tiempos
Y los siglos
A Él la gloria y el imperio
Por todos los siglos de los
siglos. Amén.

   Al colocar los 5 granos de incienso, dice las palabras siguientes:

Por sus sagradas llagas
Gloriosas
Guárdenos
Y consérvenos cristo nuestro Señor. Amén.

   Con una velita u otro instrumento, el Celebrante enciende el Cirio Pascual con el Fuego bendecido diciendo:

  “La luz de Cristo gloriosamente resucitado, disipe las tinieblas del corazón y de la mente”.

   Luego bendice el Cirio.



PARTE 3: EL “EXSULTET” O PREGON PASCUAL.
(Ornamentos blancos).




PARTE 4: LAS LECCIONES.
(Ornamentos morados).

Primera lectura (Génesis, I Y II).
Segunda lectura (Éxodo, XIV, 24-31).
    Tracto (Éxodo. XV).
Tercera lectura (Isaías, IV, 2-6).
    Tracto (Isaías V).
Cuarta lectura (Deuteronomio XXXI, 22-30).
    Tracto (Deut. 32).

PARTE 5: LAS LETANÍAS DE LOS SANTOS (1º PARTE).
(Ornamentos morados).



PARTE 6: LA BENDICIÓN DEL AGUA BAUTISMAL.
(Ornamentos morados).




PARTE 7: LA RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS BAUTISMALES.
(Ornamentos blancos).




PARTE 8: CONTINUACIÓN DE LAS LETANÍAS DE LOS SANTOS.
(Ornamentos blancos)



DOMINGO DE PASCUA




PARTE 9: “MISA DE GLORIA”.
(Ornamentos blancos).

   La Misa comienza a la medianoche (no antes). Como en la antigüedad en las catacumbas, cuando el culto a Nuestro Señor se hacía de noche y a escondidas, no se canta ninguna antífona de Introito. Al entrar el Celebrante, la Misa comienza con el canto de Kyrie Eleison. Las campanas vuelven a oírse al cantarse el himno Angélico “Gloria in Excelsis”, y las imágenes de Dios y de sus Santos, los cuales son su gloria y las obras de su gracia, vuelven a descubrirse.

Canto Solemne del Alleluia.

   A continuación de la Epístola, el Celebrante canta tres veces el Alleluia, cada vez subiendo de tono, repitiéndolo otras tantas el Coro, para introducir solemnemente en el templo este cántico de triunfo  y de alegría, suprimido durante toda la Septuagésima y la Cuaresma.

Laudes Pascuales.

   Después de la comunión de los fieles, y mientras el Celebrante hace las acostumbradas abluciones, el Coro comienza a cantar las Laudes de Pascua, que son brevísimas y sirven como de acción de gracias por la Misa y la Comunión.  





VIERNES SANTO





SOLEMNE FUNCIÓN LITÚRGICA
POSMERIDIANA




PARTE 1: LAS LECCIONES
(Ornamentos negros)



   El Viernes Santo es un día de duelo, el mayor de todos. Cristo muere. El dominio de la muerte, consecuencia del pecado, sobre todas nuestras vidas humanas alcanza incluso al jefe de la humanidad, el Hijo de Dios, hecho hombre.


   Pero como todos los cristianos lo saben, esta muerte que Jesús ha compartido con nosotros y que fue tan atroz para Él, respondía a los designios de Dios sobre la salvación del mundo. Impuesta por el Padre a si Hijo, éste la aceptó para nuestra redención. Desde entonces la Cruz de Cristo es la gloria de los cristianos. Ayer le cantábamos ya: “Para nosotros toda nuestra gloria está en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo”. Hoy lo repite aún la Iglesia y presenta la misma cruz a nuestra adoración: “He aquí el madero de la cruz, del cual pendió la salvación del mundo”. Por ello, el Viernes Santo es al mismo tiempo que un día de luto, el día que ha devuelto la esperanza a los hombres; él nos lleva a la alegría de la resurrección.





   La acción Litúrgica  con que la Iglesia celebra, por la tarde, la redención del mundo, debería ser amada de todos los cristianos. En este día el canto solemne de la Pasión, las grandes oraciones en que la Iglesia ora confiada por la salvación de todos los hombres, la adoración de la cruz y el canto de los improperios son algo más que ritos emocionantes; es la oración y el hacimiento de gracias de los rescatados que, en comunidad, adquieren conciencia ante Dios de todo lo que el misterio de la cruz representa para ellos.





PARTE 2: LAS ORACIONES SOLEMNES.
(Ornamentos negros).




   Hoy Viernes Santo, día de la Redención, día del perdón universal, es por lo mismo el día de la misericordia del Señor. La Iglesia, Madre común de todos, extiende por el mundo su mirada y alza sus brazos suplicantes al Cielo, para rogar por todos en esta ora solemne. Lo hace con rendida humildad (por eso nos manda arrodillarnos antes de cada oración) llena de confianza y de optimismo (por eso nos manda estar de pie todo el tiempo de la oración) y con frases ardientes. Estas oraciones solemnes eran de uso corriente en otro tiempo. En la liturgia Romana solo subsiste el Viernes Santo, en que adquieren una grandeza excepcional por la Proclamación de la universalidad de la Redención. Ellas constituyen verdaderamente: “la oración de los fieles”.





PARTE 3: ADORACIÓN SOLEMNE DE LA SANTA CRUZ.
(Ornamentos negros)



   En la liturgia latina se comienza con la presentación solemne de la cruz. Ha estado velada durante todo el tiempo de la Pasión. El diácono, con dos acólitos portadores de cirios encendidos va a buscarla a la sacristía. Cuando entra en el presbiterio, el celebrante sale a su encuentro con el subdiácono y recibe la cruz en medio, ante el altar. El celebrante la descubre en tres etapas: primero, lo alto de la cruz, después uno de los brazos, finalmente, la cruz entera. A medida que aparece, el celebrante en un comienzo al pie del altar y al lado de la epístola, después sobre las gradas, finalmente en medio del altar, la levanta ante la mirada de los fieles cantando el ECCE LIGNUM CRUCIS. (HE AQUÍ EL LEÑO DE LA CRUZ).








PARTE 4: LA SAGRADA COMUNIÓN.
(Ornamentos morados).



   Terminada la Adoración de la Cruz, los acólitos o ayudantes que la sostuvieron la llevan al altar, acompañándoles otros dos acólitos o ayudantes con ciriales encendidos, y allí la colocan en el medio.
   Después, celebrante y diacono, dejando la estola negra, toman ornamentos morados.
   El diacono con dos acolitos y otro clérigo para llevar el palio (o sombrilla), con los ciriales van al altar del “monumento” en busca del Copón con Hostias consagradas allí reservado desde la Misa de ayer para la Comunión general de hoy. En el “Monumento” habrá dispuestos dos candelabros con velas encendidas, que luego tomaran los acólitos.
   Proceden en el orden en que vinieron: sobre el Sacramento va el palio; los acólitos llevan encendidos los ciriales a uno y otro lado, y todos se arrodillan. Entre tanto, el coro canta.






   Cumplido el oficio litúrgico del día de hoy, los fieles han de santificar la tarde y las primeras horas de la noche, ora asistiendo  a los Vía Crucis y procesiones públicas de sus parroquias (o quasi-parroquias) y al sermón de soledad, ora visitando en los templos la Santa Cruz. De este modo Viernes Santo recobrara su capital importancia de día de la redención del mundo por Jesucristo, el hecho de mayor relieve en la historia de la humanidad.  



jueves, 29 de marzo de 2018

JUEVES SANTO




PARTE 1:


Misa vespertina “IN CCENA DOMINI” ("En la Cena del Señor"), INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA,  y “MANDÁTUM” ("Mandato").



PARTE 2:


En las Iglesias Catedrales, en las grandes Parroquias y en los Monasterios, tiene hoy lugar, después del mediodía, la ceremonia del Lavatorio de los pies o “Mandátum”, a doce o tres pobres. Está a cargo del Prelado o Superior, y es un acto solemne de humildad, imitando el hermoso gesto de Jesús con sus Discípulos, antes de comenzar la Cena legal. Además, es una solemne promulgación anual del gran “mandato” de la caridad fraterna, hecha por el Divino Maestro al tiempo de partir de este mundo.
Terminado el Evangelio (o el sermón), el Celebrante empieza el lavatorio, cantando el Coro.






PARTE 3:


La Misa Vespertina.



PARTE 4:



La Procesión al “Monumento”.



Terminada la Misa, organizase una solemne Procesión, con cirios encendidos, para llevar, bajo palio, el Copón con las Hostias consagradas, para reservarlas en la urna o Sagrario del altar del “Monumento”, hasta mañana. Durante la Procesión se canta el Himno eucarístico: “Pange Lingua” y el “Tantum Ergo”.  





PARTE 5: 


Despojo de los Altares (Ornamentos morados).


El Celebrante y sus ministros despojan los altares del templo de todo su ajuar litúrgico, indicando así que, desde este momento queda suspendido el Santo Sacrificio de la Misa, en razón del cual se adornan los altares. Entre tanto se reza lo siguiente:





“Se repartieron entre sí mis vestiduras, y sobre mi túnica hicieron un sorteo”.








miércoles, 28 de marzo de 2018

CAPÍTULO III: REFLEXIONES SOBRE LA FLAGELACIÓN, LA CORONACIÓN DE ESPINAS Y LA CRUCIFIXIÓN DE JESUCRISTO




Por: San Alfonso María de Ligorio.



I. La flagelación

   Escribe San Pablo de Jesucristo: Se anonadó a sí mismo tomando forma de esclavo. Lo que apostilla San Bernardo con estas palabras: «No sólo tomó la forma de esclavo para someterse a otro, sino de mal esclavo, para ser azotado». Quiso nuestro Redentor, que es el Señor de todo, no sólo rebajarse a la condición de esclavo, sino también de mal esclavo, para ser castigado cual malhechor, satisfaciendo de esta suerte por nuestras culpas.




   Cierto que la flagelación fue el tormento más cruel y el que más abrevió la vida de nuestro Redentor, porque la gran efusión de sangre (predicha en San Mateo: Esta es mi sangre de la alianza, por muchos es derramada), fue la principal causa de su muerte. Cierto que esta sangre fue derramada primero en Getsemaní, en la coronación de espinas y en la crucifixión; pero la derramó en mayor abundancia en la flagelación. Este suplicio fue para Jesucristo vergonzoso y humillante, porque era suplicio reservado a los esclavos, por lo que los tiranos, después de condenar a muerte a los mártires, primero los azotaban y después les quitaban la vida; en cambio, nuestro Señor fue antes azotado que condenado a muerte. Durante su vida había predicho a sus discípulos que sería condenado a esta muerte cruel: Será entregado a los gentiles y escarnecido..., y después de azotarle le matarán, anunciándoles el gran dolor que había de experimentar en este tormento.

   Según revelación hecha a Santa Brígida, un verdugo mandó a Jesús que se despojara de sus vestiduras; obedeció, se abrazó a la columna a la que le ataron, y le azotaron tan cruelmente, que su cuerpo quedó completamente lacerado; y añade la revelación que los azotes no sólo herían, sino que surcaban las sacrosantas carnes. De tal modo fue azotado, que, como continúa la revelación, se veían las costillas a través del pecho. Concuerda con esto lo que escribe San Jerónimo: «Los azotes destrozaron el sacratísimo cuerpo de Dios», y San Pedro Damiano, que los verdugos perdieron las fuerzas en la flagelación del Señor. Todo lo cual predijo el profeta Isaías con estas palabras: Fue traspasado por causa de nuestros pecados. La palabra attritus tiene también el significado de desmenuzado o molido.

¡Jesús mío!, aquí tenéis a uno de vuestro más crueles verdugos, que os flageló con sus pecados; pero tened compasión de mí. ¡Amable Salvador mío!, poca cosa es un corazón para amaros. Ya no quiero vivir para mí, sino sólo para vos, amor mío y mi todo. Por eso, os diré con Santa Catalina de Génova: «Oh amor, oh amor, no más pecar!» Basta ya de ofensas, que en adelante espero ser todo vuestro, y con vuestra gracia, también espero serlo por toda la eternidad.



II. La coronación de espinas


La Madre de Dios reveló a Santa Brígida que la corona de espinas ceñía toda la sagrada cabeza de su Hijo, abarcándole hasta la mitad de la frente, y que las espinas fueron tan violentamente clavadas, que la sangre corría en abundancia por el rostro de Jesús, que aparecía cubierto de sangre.




   Dice Orígenes que esta corona de espinas no se le quitó de la cabeza al Señor hasta después de expirar en la cruz. Mas, como la túnica interior no era cosida, sino inconsútil, razón por la que la sortearon los soldados y no se la dividieron, como los otros vestidos externos, como tenían que sacarla por la cabeza, con más probabilidad afirman otros autores que al sacársela le quitaron la corona, que le volvieron a poner antes de clavarlo en la cruz.

   Léase en el Génesis: Maldita será la tierra por tu causa...; espinos y abrojos te germinarán. Dios fulminó esta maldición contra Adán y su descendencia, porque, al decir tierra, no sólo se hablaba de la tierra material, sino también de la carne humana, que, inficionada por el pecado de Adán, sólo produce espinas de pecados. Ahora bien, para contrarrestar esta infección de la carne, dice Tertuliano que era necesario que Jesucristo ofreciese a Dios el sacrificio de este extraordinario tormento de la coronación de espinas.

  Este tormento, en sí tan doloroso, estuvo, además, acompañado de otros tormentos, como bofetadas, salivazos y sarcasmos de los soldados, según atestiguan San Mateo y San Juan: Y trenzando una corona de espinas, la pusieron sobre su cabeza, y una caña en su mano derecha; y, doblando la rodilla delante de Él, le mofaban diciendo: Salud, rey de los judíos, y escupiendo en Él, tomaron la caña y le daban golpes en la cabeza. Y los soldados, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y le vistieron un manto de púrpura; y venían a Él y le decían: ¡Salud, Rey de los judíos! Y le daban bofetadas.

¡Oh Jesús mío, y cuántas espinas añadí a vuestra corona con mis malos pensamientos consentidos! ¡Quien pudiera morir por ello de dolor! Perdonadme, por los méritos de aquel dolor que aceptasteis precisamente para perdonarme. ¡Ah, Señor mío, tan humillado y vilipendiado! Cargasteis con tantos dolores y desprecios para moverme a compasión de vos, a fin de que, al menos, os amase por compasión y no os causase más disgustos. ¡Ea, Jesús mío!, dejad ya de padecer, pues que estoy persuadido del amor que me profesáis y os amo con toda mi alma. Pero comprendo que no estáis del todo satisfecho, ni saciado de trabajos, hasta que no muráis en la cruz de puro dolor. ¡Oh Bondad, oh Caridad infinita, desgraciado del corazón que no os ama!



III. Jesús, conducido al Calvario


   La cruz comenzó a atormentar a Jesucristo antes de que en ella le clavasen, pues, luego de condenarlo Pilatos, se la impusieron sobre los hombros para que la llevase al Calvario y en ella muriese crucificado. El la llevó sin manifestar repugnancia alguna. San Agustín, glosando a San Juan, exclama: «A los ojos del impío, esto es gran ignominia, pero es grande misterio a los ojos de la fe». En efecto, mirando la crueldad que se usó con Jesucristo, obligándole a cargar con su patíbulo, fue grande humillación; pero, considerando el amor con que Él abrazó la cruz, se admira el grande misterio, porque, al llevar la cruz, quiso nuestro Capitán enarbolar el estandarte debajo del que habían de alistarse y militar sus seguidores en la tierra, para compartir después con Él el reino de los cielos.

   San Basilio, comentando este paso de Isaías: Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, sobre cuyo hombro está el principado, dice que los tiranos de la tierra agobian a sus vasallos con injustos tributos para acrecentar su poderío, en tanto que Jesucristo quiso cargar con todo el peso de la cruz y llevarla sobre sí, dejando en ella la vida, para alcanzarnos la salvación. Nótese, además, que los reyes terrenos fundan su imperio sobre la fuerza de las armas y en la abundancia de las riquezas, en tanto que Jesucristo fundó su principado en el ludibrio de la cruz, es decir, en ludibrios y padecimientos, y por eso aceptó voluntariamente el llevar la cruz, en aquel doloroso viaje, para darnos con su ejemplo valor para abrazar la propia cruz y poderlo seguir. De ahí que luego dijese a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome a cuestas su cruz y sígame.

   Notables son los elogios que San Juan Crisóstomo hace de la cruz, llamándola Esperanza de los desesperados; y ¿qué esperanza de salvación tendrían los pecadores si por salvarlos no hubiera muerto Cristo en la cruz? —Guía de los navegantes. En el proceloso mar de este mundo, por el cual vamos navegando; en la humillación de la cruz, es decir, en la tribulación, hallaremos el seguro guía que nos lleve por ruta de los divinos mandamientos y nos vuelva a ella si, por desgracia, la hubiéramos perdido, como dice David: Bueno me es haber sido afligido, para aprender así tus estatutos. Consejera de los justos.




   Los justos toman ocasión de la adversidad para unirse más íntimamente con Dios. —Descanso de atribuladas. Y ¿dónde mayor descanso que mirar la cruz, en la que nuestro Redentor Y Dios murió de dolor por nuestro amor? —Gloria de los mártires. Gloria fue de los mártires el haber podido unir sus dolores y su muerte a la muerte y dolores que padeció Jesucristo en la cruz. De ahí que San Pablo dijese: A mí jamás me acaezca gloriarme en otra cosa sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. —Médico de los enfermos. ¡Qué gran remedio es para muchos que padecen enfermedades espirituales, pues las tribulaciones los hacen entrar dentro de sí y los desprenden del mundo —Fuente que apaga la sed.

   La cruz, o el padecer por Cristo, es el gran deseo de los santos. Santa Teresa decía: «Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí»; y Santa Magdalena de Pazzi llegaba hasta decir: «Padecer y no morir», como si rehusara morir e ir al cielo para quedar padeciendo en la tierra.
   Por lo demás, generalmente hablando, todos, justos y pecadores, tienen su cruz. Y aunque los justos disfruten de paz de conciencia, aún tienen sus vicisitudes, ya que unas veces son consolados con visitas divinas y otras son afligidos por enfermedades corporales y demás contrariedades, desolaciones, obscuridades, arideces de espíritu, escrúpulos, tentaciones y temores de la propia salvación. Más pesada es aún la cruz de los pecadores por los remordimientos de conciencia que padecen, los temores que de ellos se apoderan al recordar los castigos eternos y las angustias que sufren en la contrariedad. Los santos se conforman con la voluntad de Dios y llevan pacientemente las contrariedades pero los pecadores, ¿cómo podrán conformarse con la voluntad divina, si viven como enemigos de Dios? Las penas de los enemigos de Dios son penas sin alivio ni consuelo. Razón tenía Santa Teresa para decir: «Y no abrazan la cruz, sino llévanla arrastrando, y así las lastima, y cansa, y hace pedazos; porque, si es amada, es suave de llevar; esto es cierto».



IV. La crucifixión


   Tratemos ya de la crucifixión. Fue revelado a Santa Brígida que, cuando el Salvador se vio en la cruz, extendió la mano derecha al sitio en que había de ser clavada. Después le clavaron la otra mano, luego los sagrados pies, y se dejó que Jesucristo muriese en aquel lecho de dolor. Dice San Agustín que el suplicio de la cruz era acerbísimo, porque en ella, como escribe, era la muerte más lenta, para acrecentar el padecimiento.

   ¡Oh Dios, qué espanto debió de apoderarse del cielo al ver al Hijo del Eterno Padre crucificado en medio de dos ladrones!, como había predicho Isaías: Y haber sido entre los delincuentes contado. Por eso, San Juan Crisóstomo, contemplando a Jesús crucificado, exclama, lleno de estupor y de amor: «En medio de la Santísima Trinidad, en medio de Moisés y Elías y en medio de dos ladrones...» Cual si dijese: Yo miro a mi Salvador, primero en el cielo entre el Padre y el Espíritu Santo, luego en el monte Tabor entre los santos Moisés y Elías, y ¿cómo es posible que lo vea después crucificado en el calvario entre dos ladrones? Así debía, empero, suceder, porque, según el divino decreto, así debía, morir para satisfacer con su muerte por los pecados de los hombres y salvarlos, según la ya citada profecía: Haber sido entre los delincuentes contados, llevando los pecados de muchos.




   El mismo profeta pregunta: ¿Quién es este que viene de Edom, rojos los vestidos, de Bosrá; que resplandece en su vestidura, camina altivo en la plenitud de su fuerza? ¿Quién es este, tan hermoso y fuerte, que viene de Edom, con los vestidos teñidos de sangre? Edom significa color de rosa, un tanto obscuro, bermejo, según se lee en el Génesis. A la pregunta anterior responde Jesucristo, según los intérpretes: Yo soy el que habla con justicia, el que es grande en el salvar. Yo soy el Mesías prometido, que vine a salvar a los hombres, triunfando de sus enemigos. Torna de nuevo a preguntar el profeta: ¿Por qué está roja tu vestidura y tus ropas como las de quienes pisan el lagar? ¿Por qué está rojo tú vestido y semejante al de los que pisan la vendimia en el lagar?, y responde: El lagar he pisado yo solo, y de los pueblos nadie ha estado conmigo. Tertuliano, San Cipriano y San Agustín entienden por lagar la pasión de Cristo, en la que su vestido, es decir, su sacrosanta carne, fue cubierta de sangre y de llagas, según aquello de San Juan: E iba envuelto en un manto de sangre, y es llamado por nombre el Verbo de Dios. San Gregorio, al explicar las palabras El lagar he pisado yo solo, escribe: «El lagar en que pisó y fue pisado». Dice pisó, porque Jesucristo, con su pasión, venció y trituró al demonio; y dice fue pisado, porque en la pasión fue su cuerpo pisoteado y prensado como el racimo en la prensa. Más a Yahveh —dice Isaías— le plugo destrozarlo con padecimiento.

   Y el Señor, el más bello de los hombres Tú eres el más hermosos entre los hombres—, aparece en el Calvario tan desfigurado por los tormentos, que causa horror al que lo contempla, si bien tal deformidad lo torna más bello a vista de las almas amantes, porque las llagas y las carnes, lívidas y desgarradas, son otras tantas pruebas y demostraciones del amor que nos tiene. Petrucci cantó: «Al veros, Señor, tan maltratado por los verdugos, los corazones amantes os tienen por más hermoso cuanto más deformado os contemplen».

   San Agustín dice que la fealdad de Cristo es nuestra hermosura; y, en efecto, la deformidad de Jesús crucificado fue causa de la belleza de nuestras almas, que, antes deformes y luego lavadas con la divina sangre: Estos que andan vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son?, y responde: Estos son los que vienen de la gran tribulación y lavaron sus vestidos y las blanquearon con la sangre del Cordero. Todos los santos, como hijos de Adán, excepción hecha de la Santísima Virgen María, estuvieron durante algún tiempo cubiertos con el manto de la culpa de Adán y de los personales pecados; mas, una vez purificados con la sangre del Cordero, tornáronse hermosos y agradables a los ojos de Dios.

   Razón tuvisteis, Jesús mío, para decir que, cuando fueseis levantado en alto de la cruz, atraeríais a vos todas las cosas. Sí, porque nada habéis omitido para atraeros el afecto de todos los corazones. Y ¡cuántas y cuántas felicísimas almas, al veros crucificado y muerto por su amor, lo abandonaron todo, riquezas, dignidades, patria y parientes, y desafiaron los tormentos y la muerte, para entregarse del todo a vos! ¡Desventurados los que resisten a la gracia que les ganasteis con tantas fatigas y dolores! Este será su mayor tormento en el infierno: haber tenido un Dios que, para conquistarse su amor, murió en una cruz y que ellos espontáneamente quisieron perderse, sin esperanza de remedio, por toda una eternidad.

¡Ah, Redentor mío!, después de las ofensas que os causé merecía haber caído en tamaña desgracia. ¡Qué de veces resistí a vuestros llamamientos amorosos y a los esfuerzos que hacíais para cautivarme con los lazos de vuestro amor! ¡Ojalá hubiera muerto antes de ofenderos por primera vez! ¡Ojalá os hubiera amado siempre! Gracias, amor mío, por haberme llamado con tanta insistencia, en lugar de abandonarme, como tenía merecido; gracias por las luces e impulsos amorosos que me habéis infundido. Las gracias del Señor contaré siempre. Por favor, no ceséis, Salvador mío y esperanza mía, de continuar cautivándome con vuestras gracias, para que os pueda amar en el cielo con más fervor, recordando tantas misericordias como habéis usado conmigo, después de tantos disgustos como os he causado. Todo lo espero de aquella preciosa sangre por mí derramada y de la afrentosa muerte que habéis por mí padecido.

¡Oh Santísima Virgen María!, protegedme y rogad a Jesús por mí.



V. Jesús, clavado en la cruz


   Jesús en la cruz fue espectáculo que conmovió al cielo y a la tierra. ¡Un Dios omnipotente, Señor de todo, muriendo en un patíbulo infame, condenado cual malhechor entre dos facinerosos! Sorprendente caso de justicia del Eterno Padre, que castigó los pecados de los hombres en la persona de su Hijo, a quien amaba como a sí mismo, para que quedase aplacada la divina justicia. Sorprendente espectáculo de misericordia del inocente Hijo, que moría con muerte tan cruel e ignominiosa para salvar a sus criaturas de la pena por los pecados merecidos. Sorprendente espectáculo de amor de un Dios que ofrece y da la vida para redimir de la muerte a sus enemigos, los esclavos. Estas maravillas del Señor fueron y serán siempre el más agradable motivo de la contemplación de los santos, pues con sólo su recuerdo se despojaron de todos los bienes y placeres terrenos y abrazaron, ansiosos y alegres, las penalidades y la muerte, para corresponder de alguna manera a un Dios muerto por su amor.





   Alentados con el ejemplo de Jesucristo, despreciado en la cruz, los santos amaron los desprecios más aún que los mundanos los honores terrenos. Al ver a Jesús morir en la cruz, despojado de sus vestiduras, abandonaron los bienes terrenos. Al verlo plagado de llagas y chorreando sangre, aborrecieron los placeres sensuales y se dieron a mortificar la propia carne, para acompañar con sus dolores los dolores del Crucificado. Al ver la obediencia de Cristo y su total conformidad con la voluntad del Padre, se esforzaron en mortificar y vencer todos los apetitos opuestos a la voluntad divina; y muchos, si bien ocupados en obras de caridad, con todo, conocedores de que el privarse de la propia voluntad era el sacrificio más grato al corazón de Dios, se recluyeron en cualquier instituto religioso para vivir sujetos a obediencia y sometidos a la voluntad ajena.

   Al ver la paciencia de Jesucristo, sufriendo tantas penalidades y oprobios por nuestro amor, aceptaron con paz y alegría las injurias, enfermedades, persecuciones y tormentos de los tiranos. Al ver, filialmente, el amor que nos demostró Jesucristo, sacrificando su vida a Dios por nosotros en la cruz, sacrificaron a Jesucristo cuanto tenían: bienes, placeres, honores y vida.

¿Cómo, pues, explicar que haya tantos cristianos que, sabiendo por la fe lo mucho que Jesucristo padeció por su amor, en vez de consagrarse a su servicio y amor, vivan entre continuas ofensas y desprecios entregados a gustos pasajeros y mezquinos? ¿De dónde procede tamaña ingratitud? De que se olvidan de la pasión y muerte de Jesucristo. Y ¿cuál no será su remordimiento y vergüenza cuando el Señor les eche en cara cuanto por ellos hizo y padeció?

   Almas devotas, tengamos siempre ante la vista a Jesús crucificado, que muere entre tanto dolores e ignominias por amor nuestro. Todos los santos sacaron de la pasión de Cristo las llamas de caridad que les hicieron olvidar los bienes de este mundo, y aun a sí mismos, para dedicarse sólo a amar y complacer a este divino Salvador, tan enamorado de los hombres, que ya no supo qué más hacer para ser amado de ellos. La cruz, en una palabra, o la pasión de Jesucristo, nos alcanzará la victoria de todas las pasiones y tentaciones de que el infierno se sirviere para apartarnos de Dios. La cruz es el camino y la escala para llegar al cielo. ¡Dichosa el alma que se abraza con ella y no la abandona ni en la hora de la muerte! Quien muere abrazado a la cruz tiene segura garantía de la vida eterna, prometida a cuantos siguieren con la propia cruz a Jesús crucificado.

   Crucificado Jesús mío, nada habéis perdonado para haceros amar de los hombres, llegando hasta perder vuestra vida con afrentosísima muerte. ¿Cómo, por tanto, se explica que los hombres, tan amantes siempre de quienes reciben alguna muestra de afecto, sean con vos tan ingratos que desprecien vuestro amor y vuestra gracia por bienes viles y miserables? ¡Ah, desventurado de mí!, yo fui uno de esos ingratos que por una nonada renuncié a vuestra amistad, volviéndoos las espaldas. Merecido tengo que me arrojéis de vuestra presencia, como os arrojé de mi alma. Pero oigo que aún me reclamáis mi amor: Amarás, pues, a Yahveh, tu Dios. Sí, Jesús mío; puesto que deseáis que os ame y me brindáis con el perdón, renuncio a todas las criaturas y no quiero amar de hoy en adelante más que a vos sólo, Criador y Redentor mío. Vos seréis el único amor de mi alma.

¡Oh María, Madre de Dios, refugio de pecadores!, rogad por mí, alcanzadme la gracia de amar a Dios, y nada más os pido.