miércoles, 31 de marzo de 2021

MEDITACIONES: DOMINGO DE PALMA.


 


Tomado de “Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. André Hamon, cura de San Sulpicio.


 

 

EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (XXI, 1-9).

 

   Y cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y en seguida encontraréis un asno atado y un pollino con ella; desatadlos y traédmelos, y si alguno os dijere algo, decid que el Señor los necesita, y que en seguida los dejará ir. Y se hizo todo esto para que se cumpliera lo dicho por el profeta, cuando dijo: Decid a la hija de Sión: He aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre un asno, y un pollino hijo de la que es madre. acostumbrado al yugo. Y los discípulos, yendo, hicieron como Jesús les mandó. Y trajeron el asno y el pollino, les pusieron sus mantos y le hicieron sentar sobre ellos. Y una gran multitud tendió sus mantos en el camino; y otros cortaron ramas de los árboles y las esparcieron en el camino; y las multitudes que iban delante y que seguían gritaban, diciendo: Hosanna al Hijo de David: Bendito sea que viene en el nombre del Señor: Hosanna en las alturas.

 

 


RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE


 

   Mañana meditaremos sobre el evangelio del día, y consideraremos: por qué Jesús entra triunfalmente en Jerusalén, sabiendo que va para ser crucificado; cuáles son las características de su triunfo.

 

   Entonces tomaremos la resolución: renovar nuestro amor por el beneplácito de Dios, incluso cuando Él nos crucifica; realizar mejor nuestras comuniones, recibiendo con alegría a Jesús en nosotros como un conquistador que viene a tomar posesión de nuestro corazón.

   Nuestro ramillete espiritual serán las palabras del profeta: “Di a la hija de Sión: He aquí, tu Rey viene a ti, lleno de mansedumbre” (Mateo, XXI, 5).

 

 


PRIMER PUNTO: Por qué Jesús entra triunfante en Jerusalén.

 

 

   Es una circunstancia muy extraña que Nuestro Señor, que toda su vida ha volado de la gloria y el esplendor, para enterrarse en la oscuridad, acepte los honores de un triunfo con todas sus demostraciones de estima pública, y que, en vísperas de Su muerte, cuando sabe perfectamente que está a punto de ser crucificado. ¿De dónde viene esta diferencia en su conducta? ¿Por qué aceptar hoy lo que siempre había rechazado hasta ahora? Fue: en primer lugar, que deseaba mostrarnos cómo amaba la voluntad de su Padre. Toda su vida empleada en alabarlo había sido sin duda un espléndido homenaje rendido a su adorable voluntad; pero se presenta una solemne oportunidad de llevar este amor perfecto hasta el heroísmo más sublime. Su Padre le pide el sacrificio de su libertad, de su honor, de su vida. Padre mío, mírame, exclama, vengo a cumplir tus mandamientos. No vengo con la paciencia que se resigna, sino con la alegría que triunfa, para mostrar al mundo cuán amable es Tu voluntad, sobre todo cuando crucifica, Tu benevolencia, arrebatando sobre todo cuando inmola.

   Jesús triunfa porque está a punto de darnos las dos mayores pruebas de su amor; el de la Cena, al establecer el sacramento de su amor; el otro en el Calvario, muriendo por nosotros. Durante mucho tiempo había deseado el uno y el otro con increíble ardor (Lucas XXII, 15; Ibid, XII, 50). Ha llegado el momento tanto tiempo deseado, tanta felicidad bien merece un progreso triunfal. Yendo a la Cena, es un buen Padre el que viene, con el corazón abrumado de alegría, para dejar a sus hijos la más magnífica herencia; yendo al Calvario, es un Rey Salvador que va a hacer la guerra contra los poderes infernales, el mundo, la carne y el pecado. Le costará toda la sangre que corre por sus venas, incluso su propia vida, pero no significa nada. Él nos salvará a ese precio. Se alegra, por eso triunfa. Oh, quién hay que no bendecirá a este divino Conquistador, y que no llorará con todo el pueblo: ¡Hosanna al Hijo de David!

Jesús triunfa para enseñarnos el valor de la cruz y de los sufrimientos. El mundo hace que la felicidad consista en goces que pasan, en honores que se desvanecen. Para desengañarlo, Jesús huyó cuando la gente quiso hacerlo rey (Juan VI, 15). Él se retiró a un lugar apartado cuando quiso transfigurarse a Sí mismo, y cuando se le ofrecieron placeres, los robó; pero cuando se trataba de ser humillado y sufrir, ¡levántate, vámonos! Él exclama (Mateo XXVI, 46), la cruz me espera; es mi gloria. Iré triunfante a buscarlo, lo llevaré sobre mis hombros, como ha dicho el profeta (Is. IX, 6) ¡Un hermoso ejemplo que ha hecho que doce millones de mártires se apresuren a morir cantando cánticos de alegría! Cómo, después de eso, podemos poner nuestra gloria en la reputación, nuestra felicidad en el placer, nuestra vergüenza en la humillación, en lugar de decir con el Apóstol: Me complazco en mis debilidades, en los reproches, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias por Cristo (II. Corintios XII, 10).

 

 


SEGUNDO PUNTO: Características del triunfo de Jesucristo.

 

 

   Fue un triunfo humilde y lleno de mansedumbre; Hijas de Sión, dice el profeta, tu Rey viene a ti en una condición pobre y humilde (Zac. IX, 9), pero con una bondad deslumbrante y una dulzura inexpresable (Mat, XXI, 5) Es tan humilde que ha elegido a los pobres y a los niños para cantar sus alabanzas; Es tan manso que trata a los orgullosos fariseos con la mayor amabilidad cuando le piden que haga cesar las aclamaciones de la multitud. Por su humildad pobre y sencilla, por su mansedumbre siempre llena de complacencia, se reconoce al Rey de reyes, y por estas características también deben ser conocidos sus discípulos.

   El triunfo del Salvador es emblemático de las disposiciones con las que debemos recibirlo cuando Él venga en la Sagrada Comunión, triunfando con amor, en nuestro corazón. Las ramas de los árboles esparcidas por el suelo simbolizan la reducción de los mil deseos, los apegos y la voluntad propia, de los que Nuestro Salvador pide en sacrificio. Las palmas que lleva el pueblo representan las victorias que debemos obtener sobre nuestras pasiones y que debemos ofrecer al Salvador en cada comunión. Por último, los gritos de triunfo con que resuena el aire son el símbolo de los santos transportes con los que debemos recibirlo a su llegada en nuestro corazón. ¿Son estas las disposiciones que traemos a nuestras comuniones?

 


MEDITACIONES PARA LA CUARESMA: QUINTA SEMANA DE CUARESMA: SÁBADO DE PASIÓN.


 

Tomado de “Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. André Hamon, cura de San Sulpicio.

 

 

RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE

 

 

   Mañana reanudaremos nuestras meditaciones sobre la cruz, considerada como el gran libro que nos instruye, y veremos que nos enseña: sentir un tierno interés por todo lo que se refiere al prójimo; Despojarnos enteramente del espíritu del egoísmo.

 

Nuestro propósito será:

   buscar en todas las cosas la gloria de Dios y el bien de nuestro prójimo;

    despegar nuestro corazón de todo lo demás.

   Nuestro ramillete espiritual serán las palabras de San Pablo: “No me juzgo a mí mismo por saber nada entre ustedes sino a Jesucristo y a Él crucificado” (I Cor. II, 2).

 

 

MEDITACIÓN DE LA MAÑANA

 

   Adoramos a Jesús crucificado como nuestro Doctor y Maestro. Él es quien nos enseña a fondo lo que debemos buscar para la estima y el amor; es decir, los intereses de Dios y del prójimo, lo que debemos volar, despreciar y odiar; es decir, todo lo que se oponga a estos dos intereses. Démosle gracias por esta lección, y pidamos de Él gracia para conformar nuestra conducta.

 

 

 

PRIMER PUNT: La cruz nos enseña a sentir un tierno interés en todo lo que se refiere a nuestro prójimo.

 

   La cruz, en efecto, nos muestra: en nuestro prójimo, quienquiera que sea, un hombre tan tiernamente amado por Jesucristo que, para salvarlo, bajó del cielo a la tierra, se hizo hombre y dio su sangre, su honor, su libertad y su vida, y se identificó tan completamente con cada hijo de Adán como para decir: Todo lo que se hace al más pequeño de Mis hermanos, lo considero hecho a Mí mismo, y todo lo que se les niega. mirar como rechazado a Mí mismo (Mateo XXV 40-45). Ahora bien, entendido esto, es evidente que bajo pena de fallar en nuestro deber para con Jesucristo debemos sentir un tierno interés en todo lo que tiene que ver con nuestro prójimo, con su salvación, con su reputación, o con su honor, con sus alegrías, sus penas, su prosperidad o sus reveses. Descuidar los intereses de una persona tan querida por Nuestro Señor, herirlo, afligirlo, herirlo o escandalizarlo, es herir al mismo Jesucristo en la misma manzana suya. Todos los intereses de este hombre deben sernos tan queridos como los de Jesucristo; debemos estimarnos felices y honrados por todo lo que podemos hacer por Su servicio y aprovechar con amor cada oportunidad de hacerlo.

La cruz nos enseña hasta qué punto debemos tener celo por los intereses de nuestro prójimo; porque si Jesucristo en la víspera de Su muerte nos ordenó amarnos unos a otros como Él mismo nos amó (Juan XIII, 34), la cruz se nos ofrece como comentario de este precepto; nos enseña que debemos estar dispuestos a hacer el máximo sacrificio por el bien del prójimo, a sufrir todo de los demás sin hacer sufrir a nadie, a soportar las privaciones y las incomodidades y, según las circunstancias, a inmolarnos totalmente por el bien del prójimo, felicidad de nuestros hermanos, porque así nos amó Jesús crucificado. ¿Cuántos servicios que podríamos haber prestado hemos rehusado a nuestro prójimo? ¿Cuántas veces lo hemos visto sufrir malestar y vergüenza, comprometiendo sus intereses por torpeza o ignorancia? Podríamos haberlo liberado de su dolorosa situación con una palabra de buen consejo, con un consejo caritativo, con un buen oficio que nos hubiera costado poco; y volviendo la cabeza, hemos pasado sin mostrar ningún interés por sus desgracias. ¡Oh, qué lejos estamos de amar a nuestros hermanos como Jesucristo nos amó a nosotros!

 

 

SEGUNDO PUNTO: La cruz nos enseña a despojarnos por completo del espíritu del egoísmo.

 

 

   Obtener para uno mismo los placeres, las riquezas y la gloria; mantenerse a distancia de la propia pobreza, el sufrimiento y la humillación, tal era todo el cuidado de la raza humana. Jesucristo apareció en la cruz, se mostró al mundo y desde lo alto de este nuevo asiento le dice al mundo: Aprende de Mí a olvidarte de ti mismo, a despojarte de ese egoísmo miserable que sólo piensa en sí mismo; o que le preocupa poco que otros sean infelices, siempre que pueda disfrutar; que cree que se engrandece rodeándose aquí abajo de bienes falsos, muchas veces incluso en perjuicio de los demás, y que se rebaja llevando una vida oculta, desconocida, privándose o sufriendo para complacer a los demás. Heme aquí, soy el Hijo bien amado de Dios y, sin embargo, soy pobre, sufriente, humillado. Si las riquezas y la abundancia, el placer y la gloria hubieran sido bienes verdaderos, ¿no me los habría dado Dios, mi Padre? Si la pobreza, la humillación y el sufrimiento hubieran sido males, ¿habría hecho de ellos mi porción? Aprenda de Mi ejemplo y sepa que todo lo que pasa es nada (Filip. III, 8); que todo es vanidad excepto amar a Dios y servirle (I. Imit. I, 3). Estas verdades sublimes, surgidas del Calvario hace dieciocho siglos, han cambiado la faz del mundo; inspiró a miles de almas con los sentimientos más nobles y los sacrificios más generosos por el bienestar de la religión y de la sociedad; y almas como éstas se han visto, desprendidas de todo menos de la cruz, para vender sus bienes para el consuelo de los pobres, abrazar una vida austera, para pertenecer con mayor certeza a Dios, someterse a la persecución como a un pedazo de bien fortuna, y regrese encantado de haber sido considerado digno de sufrir por Jesucristo. Mirad cómo la cruz ha retirado así del mundo el egoísmo y lo ha sustituido por la caridad con su heroica devoción. Quien no comprende estas cosas, sólo posee una falsa virtud, una mezcla de una apariencia de devoción unida al amor a sí mismo, con una investigación de lo que administrará a sus gustos y sus comodidades, la frivolidad, el amor al mundo y de sus vanidades: peor estado que el de los grandes vicios, porque los grandes vicios despiertan remordimiento, mientras que esta falsa devoción adormece el alma en una seguridad que la lleva a la muerte. ¿No somos del número de los que aún no han comprendido esta gran lección de la cruz: la muerte al egoísmo?



Consagración a San José para el día 31 de cada mes.


 

   ¡Oh, Patriarca San José!, digno entre todos los Santos y ángeles de ser venerado, amado e invocado, tanto a causa de vuestros merecimientos como por el poder de vuestra intercesión cerca de Dios.


   En presencia de Jesús, que os ha obedecido como a padre; de María, que os ha servido como a esposo, yo os elijo por mi abogado cerca del uno y de la otra, por mi protector y mi padre. Me obligo a no olvidaros nunca, a honraros y a extender vuestro culto todos los días de mi vida. Os suplico, ¡oh, mi amadísimo Padre!, que me recibáis en el número de vuestros hijos. Asistidme en todas mis acciones y no me abandonéis en la hora decisiva de mi muerte. Amén.

 

 

 

APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.


MES DE MARZO CONSAGRADO A SAN JOSÉ COMO ABOGADO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE. DÍA 31: Principales prácticas de devoción a San José.


 

INVOCACIONES:

 

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

—Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.

 

—Jesús, José y María, muera yo en paz en vuestra compañía.

 

(Pió VII, 28 de abril de 1807. 100 días de indulgencia por cada jaculatoria, 300 por las tres.)

 

 

 

MODO DE HACER CON FRUTO EL MES DE MARZO EN HONOR DE SAN JOSÉ.

 

 

   De rodillas ante una imagen del Santo, y, si puede ser, en la iglesia, con el Santísimo Sacramento expuesto, empezaremos diciendo:

 

   Benditos y alabados sean el Santísimo Sacramento del Altar, la Purísima e Inmaculada Virgen María y el Glorioso Patriarca San José. Así sea.

Por la señal, etc.

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS.

 

 

   Poderosísimo patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos y dulce consuelo de desamparados. José gloriosísimo, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio, y mi alma, sin duda, ha de agonizar terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad ha de serme sumamente espantoso; el demonio, mi común enemigo, me ha de combatir con todo el poder de su infierno, a fin de que yo pierda eternamente a mi Dios; mis fuerzas, en lo natural, han de ser ningunas; yo no he de tener en lo humano quien me ayude; desde ahora, pues, para entonces te invoco, Padre m mío; a tu patrocinio me acojo, asísteme en aquel trance para que yo no falte en la fe, en la esperanza, ni en la caridad. Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron los demonios, para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores, y por los que en vida te hicieron, te pido que ahuyentes tú a estos mis enemigos, y acabe yo la vida en paz amando a Jesús, a María y a ti, José mío, para alcanzar lo cual te consagro este Mes de Marzo.

 

 




 DÍA 31

Principales prácticas de devoción a San José.

 

 

 

Prácticas de cada día. —Al terminar el mes de San José tomaremos la resolución de rezar cada día una plegaria en su honor, que puede ser la que nos inspire a cada uno más devoción. Contraeremos el hábito de pronunciar seguidos los nombres de Jesús, María y José; estos nombres benditos serán para nosotros como una especie de jaculatoria, que podemos repetir varias veces al día, y especialmente en los momentos de tentación o de peligro, y también cuando queramos cumplir un deber que costará sacrificio a nuestro espíritu, a nuestro corazón o a nuestros sentidos. Procuremos adquirir la costumbre de hacer todos los días, por amor a Nuestro Señor, y bajo la protección de la Santísima Virgen y de San José, algunos sacrificios, tanto más agradables a Su Divina Majestad cuanto más costosos sean a nuestra sensualidad. Todos, en la posición y estado en que Dios nos haya colocado en este mundo, podemos y debemos mortificamos voluntariamente si queremos atraer sobre nuestras almas la gracia y misericordia del Señor. Cuando, al terminar el día, nos encontremos con la conciencia tranquila y con algún mérito más para la otra vida, podemos regocijarnos y decir: «No he perdido mi jornada.» Escuchemos al autor de la Imitación: «No podréis progresar en la, virtud si no os hacéis violencia.» No olvidemos nunca estas palabras tan a propósito para las almas deseosas de su aprovechamiento espiritual: pueden aplicarse a la adquisición de cada una de las virtudes cristianas y a todas las situaciones de la vida.

 

 

Para cada semana. —Entre las muchas devociones consagradas a San José, es una, de las más hermosas y de mayor provecho espiritual el dedicarle todos los miércoles, como un homenaje especial, la Santa Misa, ¡La Misa! «Este sol de los ejercicios espirituales—como la llama San Francisco de Sales—, centro de la religión cristiana, corazón de la devoción, alma de la piedad, misterio inefable, abismo de la divina caridad, por cuyo medio Dios nos comunica sus gracias y favores.» Sí; oigamos la Misa el miércoles en honor de San José, y hagamos la comunión espiritual si no tenemos la dicha de comulgar realmente. En fin, en el transcurso del día pidamos a San José presente nuestras buenas acciones a la Santísima Virgen, y, por su mediación, a su divino Hijo, para que este supremo Mediador las reciba más favorablemente y haga aceptarlas al Eterno Padre.

 

 

Práctica de cada año. —Todos los años procuraremos practicar la hermosísima devoción del mes de San José, dedicando algunos días de este mes a recogernos interiormente, examinando nuestra, vida. Es el mes de Marzo uno de los más importantes del año desde el punto de vista religioso. Coincide con la Cuaresma y nos sirve de preparación a la fiesta de la Pascua. No es preciso que los ejercicios del mes de San José anulen los de Cuaresma. Debemos asistir a las oraciones de la tarde y a las instrucciones especiales que se nos dirijan en el templo.

 

 

   Los ejercicios del Mes de San José forman como un suplemento de devoción y serán tanto más meritorios y provechosos a nuestras almas cuanto más dispuestos nos encontremos a cumplir los importantísimos deberes del santo tiempo de Cuaresma. Nada puede reemplazar a este admirable conjunto de prácticas religiosas, sermones e instrucciones tomadas de los Evangelios de cada día o de los misterios cuyo recuerdo celebra la Iglesia.

 

 

   Estamos obligados a dar con nuestra asiduidad a estos actos religiosos público ejemplo; no olvidemos que la Iglesia es una familia, cuyo jefe es Cristo, al cual debemos seguir interior y exteriormente, practicando cuanto la Iglesia en su nombre nos ordena o propone.

 

 

MES DE MARZO CONSAGRADO A SAN JOSÉ COMO ABOGADO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE. DÍA 30: Del infierno, en cuanto a la eternidad de las penas y a la terribilidad del lugar y de sus moradores y atormentadores.


 

INVOCACIONES:

 

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

—Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.

 

—Jesús, José y María, muera yo en paz en vuestra compañía.

 

(Pió VII, 28 de abril de 1807. 100 días de indulgencia por cada jaculatoria, 300 por las tres.)

 

 

 

MODO DE HACER CON FRUTO EL MES DE MARZO EN HONOR DE SAN JOSÉ.

 

 

   De rodillas ante una imagen del Santo, y, si puede ser, en la iglesia, con el Santísimo Sacramento expuesto, empezaremos diciendo:

 

   Benditos y alabados sean el Santísimo Sacramento del Altar, la Purísima e Inmaculada Virgen María y el Glorioso Patriarca San José. Así sea.

Por la señal, etc.

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS.

 

 

   Poderosísimo patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos y dulce consuelo de desamparados. José gloriosísimo, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio, y mi alma, sin duda, ha de agonizar terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad ha de serme sumamente espantoso; el demonio, mi común enemigo, me ha de combatir con todo el poder de su infierno, a fin de que yo pierda eternamente a mi Dios; mis fuerzas, en lo natural, han de ser ningunas; yo no he de tener en lo humano quien me ayude; desde ahora, pues, para entonces te invoco, Padre m mío; a tu patrocinio me acojo, asísteme en aquel trance para que yo no falte en la fe, en la esperanza, ni en la caridad. Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron los demonios, para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores, y por los que en vida te hicieron, te pido que ahuyentes tú a estos mis enemigos, y acabe yo la vida en paz amando a Jesús, a María y a ti, José mío, para alcanzar lo cual te consagro este Mes de Marzo.

 



 

DÍA 30

Del infierno, en cuanto a la eternidad de las penas y a la terribilidad del lugar y de sus moradores y atormentadores.

 

 

   Lo primero, se ha de considerar lo que es infierno, del modo que la fe no los enseña, para que, sabiendo su definición, temblemos de oír su nombre.

 

   Infierno es una cárcel perpetua, llena de fuego y de innumerables y muy terribles tormentos, para castigar perpetuamente a los que mueren en pecado mortal. Infierno, además, es un estado eterno, en el cual los pecadores, en castigo de sus pecados, carecen de todos los bienes que pueden desear para su contento, y padecen todos los géneros de males que pueden temer para su tormento. De suerte que en el infierno se junta la privación de todos los bienes que en esta vida gozan los hombres, y en la otra los ángeles; y la presencia de todos los males que en esta vida afligen a los hombres y en la otra a los demonios.

 

 

   Esto puedo ponderar, discurriendo por todos los males y miserias que padezco o veo padecer a otros, aumentándolos y eternizándolos con la consideración; porque todo lo que en esta vida se padece es poco y dura poco tiempo, pues tiene fin; pero lo que se padece en el infierno, es muchísimo, y durará por infinita duración, que compite con la de Dios, porque durará cuanto Dios durare. Si aquí padezco hambre y sed, entenderé que en el infierno tendré otra hambre incomparablemente mayor, y además de esto, eterna. Si padezco algún dolor o deshonra, o pobreza, o tristeza, o falta de amigos, etc., todo esto padeceré en el infierno con tanto exceso, que lo de acá es como pintado y como un soplo; pero lo de allá todo será terribilísimo, y nunca se ha de acabar; porque después de haber durado cincuenta mil años, quedan otros cincuenta mil millones que pasar, y pasados éstos quedan otros y otros sin cuento. Y con haber estado Caín en el infierno más de cinco mil años, es como si hoy comenzara. Y casi dos mil años a que el rico avariento arde y pide una gota de agua., y siempre arderá y la deseará. Pues ¿qué locura es, ¡oh, alma mía!, por no padecer en esta vida tan pequeños trabajos y tan breves, ponerte a peligro de padecer males tan grandes y tan largos?...

 

 

   También se han de considerar las causas y circunstancias de esta eternidad, ponderando cómo cuanto hay en el infierno es eterno.

 

 

   Lo primero, el condenado es eterno, no solamente cuanto al alma, sino cuanto al cuerpo, porque será inmortal; ni se podrá matar a sí mismo, ni otro le podrá matar, ni Dios le querrá aniquilar.

 

 

   Lo segundo, el lugar de la cárcel es eterno, sin que pueda arruinarse, porque la tierra, en cuyo medio está el infierno, durará para siempre. El fuego también será eterno, porque el soplo eterno de Dios, como dice el profeta Isaías, servirá de piedra azufre, que le irá conservando, sin tener necesidad de otra leña.

 

 

   Lo tercero, el gusano que allí muerde será eterno, porque las culpas también lo serán, por cuanto en el infierno no hay perdón de pecados, ni penitencia verdadera, ni satisfacción que se acepte, ni la, sangre de Jesucristo se les aplica. De donde procede que quien quiere morir sin penitencia de sus pecados, virtualmente quiere permanecer en ellos para siempre, y que sus pecados sean eternos, y así, merece que la divina Justicia le castigue con penas eternas. Pues, ¿cómo, alma mía, no temes este ser eterno obligado a miserias eternas? ¿Cómo no te atemoriza este fuego? ¿Este soplo? ¿Este gusano? ¿Y este decreto de Dios, inmutable y sempiterno? Mira que ahora mudará Dios la sentencia, si tú mudas la vida con la penitencia. No aguardes a que tu culpa se haga eterna, porque también lo será la pena.