viernes, 5 de marzo de 2021

MEDITACIONES PARA LA CUARESMA: VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA.


 

    Tomado de “Meditaciones para todos los días del año — Para uso del clero y de los fieles”, P. Andrés Hamon, cura de San Sulpicio.

 

        

RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE.

 

     

Para conformarnos con el espíritu de la Iglesia, que honra mañana la santa Sábana, consideraremos: Cuán justa es la devoción a esta insigne reliquia; Cuán santificante es.

 

      

—Tomaremos la resolución:

   De representarnos con frecuencia la santa Sábana con la imagen del Salvador estampada en ella y toda impregnada con su sangre; De excitarnos por este recuerdo al amor de Jesús crucificado, al horror del pecado, al celo de la salvación y de las virtudes que a ella nos conducen.

   Nuestro ramillete espiritual serán las palabras de San Pablo: “Armaos del pensamiento de Jesús crucificado”.

 

 

     

MEDITACIÓN DE LA MAÑANA.

 

      

   Adoremos a Jesucristo descendido de la Cruz después de su muerte y envuelto en el lienzo que le procuró José de Arimatea; veneremos su cuerpo sagrado siempre unido a la persona del Verbo; por consiguiente, siempre digno del culto supremo de latría. Unámonos a la adoración que le tributó entonces la Santísima Virgen.

 

 

     

PUNTO PRIMEROCUÁN JUSTA ES LA DEVOCIÓN A LA SABANA SANTA.

 

     

   Esta devoción se remonta a la aurora del cristianismo. El Evangelio, en efecto, nos muestra algunos lienzos doblados con cuidado por el ángel en el sepulcro. El principal de estos lienzos, recogido por Nicodemo, pasó de las manos de este a las de Gamaliel, de Gamaliel a Santiago el Menor, que lo trasmitió a Simeón, y la Iglesia de Jerusalén lo conservó hasta 1187. Llevado entonces a Chipre por Guido de Lusignan, lo fue a Francia en 1450 por la viuda del último Lusignan, que lo regaló a la duquesa de Saboya. Desde entonces la casa real de Saboya lo ha conservado hasta ahora, rodeado de la veneración de los pueblos. Dios hizo conocer por numerosos milagros cuan agradable le era esta devoción, y la Santa Sede, obedeciendo a esta indicación del cielo, autorizó para recibir el sagrado depósito a una iglesia que Paulo II erigió en colegiata y Sixto IV decoró con el nombre de Santa Capilla, y donde Julio II permitió el oficio de la Sábana santa. Alentada por tales autoridades, la devoción a la santa Sábana creció por todas partes. San Carlos Borromeo vino a desahogar su corazón delante de esta venerada reliquia, y la señora de Boissy, durante el embarazo que dio al mundo a San Francisco de Sales, vino a recomendarle, con gran abundancia de lágrimas, el fruto bendito que llevaba en su seno. El mismo San Francisco de Sales vino a Turín a venerar la santa reliquia y no pudo contener sus lágrimas al ver las llagas del Salvador impresas en el lienzo. Esta devoción de la Iglesia y de los santos no tiene nada que deba extrañarnos, pues si se honra la Cruz en memoria de la Pasión del Salvador, y si un crucifijo pintado por hábil mano excita nuestra devoción, ¡Cuánto más debe excitarla la representación de las llagas y de los dolores del Salvador, hecha, no por la mano del hombre, sino por el contacto del cuerpo mismo de Jesucristo!

   

 

  

PUNTO SEGUNDOCUÁN SANTIFICANTE ES LA DEVOCIÓN A LA SABANA SANTA.

 

    

   ¿Puede, en efecto, representarse lo que la santa Sábana ofrece a las miradas del que la contempla, a saber, un cuerpo todo ensangrentado, una cabeza coronada de espinas, pies y manos traspasados por clavos, un costado abierto por la lanza, en fin, todo el conjunto de heridas abiertas en la carne del Salvador, desde la coronilla de la cabeza hasta la planta de los pies, sin decirse: “Puesto que mi Salvador ha padecido tanto por salvarme, no quiero perder el fruto de tantos dolores; puesto que mi salvación ha costado tan caro a Jesucristo, no quiero faltar a ella, rehusando hacerme violencias infinitamente menos penosas”? Yo quiero ser un santo. En vista de esta santa Sábana, detesto el pecado, por el cual mi Salvador ha derramado tanta sangre, y abrazo la penitencia que lo expía. ¿Podría ser delicado y sensual, viendo la imagen de este cuerpo todo despedazado? ¿Podría cerrar mi corazón al grito que sale de las llagas impresas en este lienzo: “Ved aquí cómo Dios ha amado al mundo” y no exclamar yo mismo, desde el fondo de mis entrañas: “Amemos, pues, a Dios, puesto que Él nos amó primero”? ¡Ah! Se necesitaría tener un corazón de bronce para no enternecerse con el recuerdo de tantos dolores por nuestro amor.

 



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