miércoles, 31 de marzo de 2021

MES DE MARZO CONSAGRADO A SAN JOSÉ COMO ABOGADO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE. DÍA 28: De lo que sucede al cuerpo después de la muerte.

 



INVOCACIONES:

 

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

—Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.

 

—Jesús, José y María, muera yo en paz en vuestra compañía.

 

(Pió VII, 28 de abril de 1807. 100 días de indulgencia por cada jaculatoria, 300 por las tres.)

 

 

 

MODO DE HACER CON FRUTO EL MES DE MARZO EN HONOR DE SAN JOSÉ.

 

 

   De rodillas ante una imagen del Santo, y, si puede ser, en la iglesia, con el Santísimo Sacramento expuesto, empezaremos diciendo:

 

   Benditos y alabados sean el Santísimo Sacramento del Altar, la Purísima e Inmaculada Virgen María y el Glorioso Patriarca San José. Así sea.

Por la señal, etc.

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS.

 

 

   Poderosísimo patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos y dulce consuelo de desamparados. José gloriosísimo, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio, y mi alma, sin duda, ha de agonizar terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad ha de serme sumamente espantoso; el demonio, mi común enemigo, me ha de combatir con todo el poder de su infierno, a fin de que yo pierda eternamente a mi Dios; mis fuerzas, en lo natural, han de ser ningunas; yo no he de tener en lo humano quien me ayude; desde ahora, pues, para entonces te invoco, Padre m mío; a tu patrocinio me acojo, asísteme en aquel trance para que yo no falte en la fe, en la esperanza, ni en la caridad. Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron los demonios, para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores, y por los que en vida te hicieron, te pido que ahuyentes tú a estos mis enemigos, y acabe yo la vida en paz amando a Jesús, a María y a ti, José mío, para alcanzar lo cual te consagro este Mes de Marzo.

 




 

DÍA 28

De lo que sucede al cuerpo después de la muerte.

 

 

 

   Uno de los principales provechos que debemos sacar de las meditaciones de la muerte, es aquel noble ejercicio de virtud, muy parecido con ella, que llamamos mortificación; lo cual no es otra, cosa que una muerte de nuestras pasiones y aficiones desordenadas, quitándolas la vida que tienen en nosotros mismos, procurando reprimirlas y sepultarlas, hasta que se conviertan en polvo y nada, al modo que dijo David: Perseguiré a mis enemigos y los prenderé y no cesaré hasta que desfallezcan; los desmenuzaré, hasta derribarlos y ponerlos debajo de mis pies.

 

 

   El primer punto será considerar cuál quedará mi cuerpo después de muerto, desamparado ya del alma, ponderando especialmente tres miserias.

 

 

   La primera, que pierde el uso de sus miembros y sentidos, sin poder jamás ver, ni oír, ni hablar, ni menearse de un lado, ni gozar de los bienes de esta vida mortal. Ya no le inmutan las cosas hermosas, ni las músicas suaves, ni los olores apacibles, ni los manjares sabrosos, ni las cosas blandas; todo esto es para él como si no fuese, porque perdió los instrumentos que tenía para gozar de ello, y le servirá muy poco todo lo que ha gozado. La segunda miseria, es quedar descolorido, y desfigurado, feo, horrible, yerto, helado y hediondo, caminando con gran priesa a la corrupción. De modo que quien poco antes recreaba la vista con su hermosura, pone horror con su fealdad. De donde resulta la tercera miseria, que todos lo dejan solo en el aposento, en poder de los que le han de amortajar; y sus mismos amigos y domésticos, que no ven la hora de echarle de casa, tienen por género de piedad negociar esto con presteza.

 

 

   De esta consideración sacaré cuán acertado será en vida hacer de grado algo de lo que después ha de ser por fuerza, y sin provecho, tratándome como muerto al mundo y a todo lo que es carne y sangre, procurando imitar la muerte en otras tres cosas semejantes a las dichas, mortificando mis sentidos y privándome de los deleites de ellos, no solamente de los ilícitos, sino de algunos lícitos, no necesarios; de modo que, como muerto, no tengo de tener pies, ni manos, ni ojos, ni oídos, ni gusto, ni lengua para todo lo que es pecado, o falta contra la perfección que profeso. Y en esta razón, las cosas hermosas y apacibles de esta vida han de ser para mí como si no fuesen, poniéndolas debajo de mis pies, mirando, como dice San Gregorio, no a lo que ahora son, sino a lo que presto serán, pues por más que vistas a la carne de brocado y seda, carne se queda. ¿Y qué es carne, sino heno? ¿Y qué es su gloria, sino flor del campo, que con un soplo se marchita? Finalmente, he de seguir la virtud con un ánimo tan generoso, que, como el muerto no se queja de que todos huyan de él y le dejen, así no se me dé nada de que el mundo me deje, huya de mí y me aborrezca como a muerto y crucificado; antes he de tener por dicha lo que dice David: Los que me miraban, huyeron de mí, me olvidaron de corazón, como si estuviera muerto. Fui semejante a un vaso quebrado, oyendo muchos desprecios de los que estaban cabe mí. ¡Oh, sí muriese en mi corazón, para no sentir que los hombres me tratasen como muerto! ¡Oh, si yo estuviese tan muerto y crucificado a todo lo que es mundo, que el mundo también me tuviese por crucificado y muerto!

 

   Concédeme, ¡oh, dulce Jesús!, que por la ley de tu gracia muera a la ley de la culpa, para vivir a Dios, gustando de estar enclavado contigo en tu misma cruz; de modo que ya no viva yo, sino Tú en mí, por todos los siglos. Amén.

 

 




EJEMPLO

 

 

   Un señor muy devoto de San José tenía la costumbre de celebrar en el día de su fiesta cada año una Misa solemne en su honor. Tenía tres hijos, y ocurrió que, precisamente un año, en el día de la fiesta, murió el mayor. Acongojóse por tal coincidencia; mas pasó el tiempo, y acercándose la fiesta del Patrocinio, mandó celebrar su Misa acostumbrada. ¡Cuál no fue su desagradable sorpresa al ver poco después morir su segundo hijo! Lleno de inquietud y pesar, tuvo miedo de mandar celebrar al año la Misa solemne, sin antes consultar con algún sacerdote el extraño caso ocurrido. En este pensamiento meditaba una noche, cuando, quedando dormido, vió entre sueños un campo con pocos árboles. En dos de ellos había colgados dos jóvenes. Al lado había un ángel que le dijo: «¿Ves esos dos jóvenes? Pues esos hubieran sido tus hijos, si el Señor, por intercesión de San José, de quien eres tan devoto, no los hubiese trasladado de esta vida a la eterna, en el tiempo en que eran aún justos. Más del tercero no temas cosa desagradable. Vivirá y será obispo. Puedes mandar celebrar la Misa, como siempre, sin que por ello tengas que preocuparte». Despertó el piadoso caballero, y siguiendo el consejo del ángel, vió cumplirse todo a la letra, con gran regocijo suyo y agradecimiento al Santo Patriarca.



 

DESPUES DE LA MEDITACION DIARIA.


 

 

   Para obtener del Santo Patriarca las gracias que en este mes le pedimos, rezaremos siete veces el Padrenuestro, Avemaría Gloría Patri, en memoria de los siete dolores y gozos que sintió en esta vida.

 

 

I

 

Viendo encinta a tu Esposa,

divino Atlante,

tu dolor volvió en gozo

la voz del ángel.

(San Mateo, 1.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

II

 

Cuando a Cristo naciendo

viste tan pobre,

te alegró verle en tantas

adoraciones.

(San Mateo.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

III

A Jesús cuando viste

circuncidarle,

Con su nombre tu pena,

pudo templarse.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría, y Gloria.

 

 

IV

 

Si sentiste el presagio

de morir Cristo,

Os dio gozo el anuncio

de redimirnos.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

V

 

Porque Herodes a Cristo

quiso prenderle,

en Egipto guardarle

supiste alegre.

(Isaías, 19.)

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

VI

 

Si al volver a Judea

tuviste susto,

Nazaret fué el alcázar

de tu refugio.

(San Mateo, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

VII

 

Si os causó gran tristeza

perdido Cristo,

al hallarle fué el gozo

más excesivo.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

—Cada, uno pida ahora a San José lo que necesite y le convenga.

 

 


 

ORACION FINAL A SAN JOSÉ.

 

 

    Gloriosísimo Patriarca José, fidelísimo esposo de María y padre de Jesús: En unión del amor con que el Eterno Padre encomendó su amado Hijo Jesucristo y la Sagrada Virgen María a vuestro cuidado, yo me entrego a vos desde hoy por todos los días de mi vida, y singularmente encomiendo mi alma y cuerpo a vuestra custodia en el trance de la muerte. A vos elijo por mi primer Patrón después de María Santísima; en vos pongo mi consuelo y esperanza, para que todas mis cosas se dirijan por vuestros méritos, todas mis obras se dispongan conforme a la voluntad divina; y os suplico me recibáis por vuestro perpetuo siervo, para que siempre os sirva, y logre con vuestra intercesión la gracia de Jesús y la protección de María. Amén.



APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.


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