martes, 23 de marzo de 2021

MEDITACIONES PARA LA CUARESMA: QUINTA SEMANA DE CUARESMA: MARTES DE PASIÓN.


 

Tomado de “Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. André Hamon, cura de San Sulpicio.

 

 

RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE

 

 

Meditaremos mañana sobre cómo debemos amar la cruz: porque es nuestra salvación; porque es nuestro consuelo en los problemas de la vida.

 

Entonces tomaremos la resolución:

   de mantenernos habitualmente en espíritu al pie de la cruz durante estos días santos, ya menudo presionar nuestros labios contra ella;

   recurrir a la cruz en todas nuestras pruebas.

   Nuestro ramillete espiritual serán las palabras de San Pablo: “Con Cristo estoy clavado en la cruz”. (Gal. II, 19).

 

 

MEDITACIÓN DE LA MAÑANA

 

 

   Postrémonos a los pies de Jesús en la cruz; besemos amorosamente sus sagrados pies. Allí es donde el cristiano encuentra abundantemente la salvación para la eternidad y el consuelo en la vida presente; es decir, felicidad en el cielo y felicidad en la tierra. A Jesús crucificado sea adoración, amor, acción de gracias y bendición.

 

 

PRIMER PUNTO: Debemos amar la cruz porque es nuestra salvación.

 

 

   Hay dos tipos de cruces: la cruz de Jesucristo, sobre la cual murió, y nuestras cruces personales, que son nuestras pruebas diarias. Ahora bien, estos dos tipos de cruces merecen todo nuestro amor, porque tanto el uno como el otro son la causa y el instrumento de nuestra salvación.   

   La cruz de Jesucristo, porque sin ella, hijos como éramos de la ira y esclavos del diablo por nuestro nacimiento, estábamos perdidos para siempre y por ella Jesucristo arrojó los poderes infernales, arrancados de sus manos, dice San Pablo (Colosenses II, 14) la sentencia que nos condenó, la borró con Su sangre y la clavó en la cruz, para que ninguna mano pudiera quitarla. Encadenó a su cruz, como a un carro triunfal, los poderes enemigos; Los despojó y se los llevó cautivos, para que ahora se salve todo el que desee ser salvo. La cruz hace fluir por toda la Iglesia, por medio de los sacramentos, por el santo sacrificio de la Misa, por pensamientos santos y emociones piadosas, de cuyas gracias es fuente y océano inagotable; ofrece a todos perdón por el pasado, valor para el presente, confianza para el futuro. ¿No es esto suficiente para merecer todo nuestro amor?

   Debemos amar nuestras cruces personales, porque la cruz de Jesucristo las ha elevado al distinguido honor de ser el medio más eficaz de perfección y la garantía de nuestras esperanzas eternas. La paciencia, que soporta la cruz, dice Santiago, es perfección, y perfección sólida, porque ha sido probada en el crisol (Santiago I, 4). Es, según San Pablo, la corona de la fe (Filip. I. 29). Es la garantía y el gozo de la esperanza. Por un momento de leve sufrimiento, un inmenso peso de gloria (II Cor. IV, 17); después de la prueba, la corona de la vida (Santiago I, 12). Es una de las bienaventuranzas proclamadas por Jesucristo: Bienaventurados los que sufren (Mat. V, 10). Es una gracia especial que Dios envía a sus mejores amigos; los coloca en el camino real al cielo. Basta tener un poco de fe en las palabras del Salvador para estimar una buena cruz más que todas las riquezas; una buena afrenta soportada de manera cristiana más que todos los honores; humillaciones, hasta las más mortificantes, más que todas las coronas; ignominia más que todo aplauso; confusión más que toda clase de alabanzas. Por eso el Evangelio dice: Recibid las cruces no sólo con paciencia, sino con alegría (Mat. V, 12). Y Santiago agrega: Recíbelos con toda clase de alegría, es decir, con la alegría de los pobres que reciben inmensas riquezas, con la alegría del hombre elegido entre el pueblo para recibir una corona, con la alegría del obrero que reúne una rica mies, con el gozo del comerciante que acumula una gran ganancia, el gozo del general que obtiene una gran victoria (Santiago 1, 2). Así también pensaron los santos; San Pablo, cuando dijo: Tengo mucha alegría en todas mis tribulaciones (II Cor. VI, 4), y San Andrés, cuando a la vista de la cruz gritó amorosamente: “¡Oh, bienvenido, bien! ¡Cruz, bienvenida y siempre deseada con nostalgia!” ¿Son estos nuestros sentimientos?

 

 

SEGUNDO PUNTO. Debemos amar la cruz porque es nuestro consuelo en los problemas de la vida.

 

 

   Un pagano adivinó esta verdad cuando dijo que al aceptar con alegría las pruebas se suavizan (Horacio). Antes que él, el Espíritu Santo había dicho: Todo lo que le ocurra al justo, no lo entristecerá (Prov. XII, 21). Qué es, pues, bajo la Ley Nueva, donde Jesucristo crucificado se presenta al alma afligida, para decirle: pobre alma, consolada, compadezco tus pruebas, sé lo que cuesta el sufrimiento a tu naturaleza; he pasado como tú por pruebas; y si, para consolarte, requieres un amigo que comprenda el sufrimiento, poseo en grado supremo el carácter de un verdadero consolador. En tiempos pasados, un gran monarca y su ministro, apresados en la guerra, fueron estirados por un cruel conquistador sobre braseros encendidos. El ministro lanzó fuertes gritos, y yo, le dijo el monarca, ¿estoy en un lecho de rosas? Puedo decirte el mismo idioma, ¡oh alma afligida! He aquí mi cabeza coronada de espinas, todo mi cuerpo desgarrado, toda mi persona víctima de la ignominia; Todo esto lo he sufrido por amor a ti; ¿No estarás dispuesto a sufrir infinitamente menos de amor por Mí? Cuando bebiera el cáliz hasta las heces, ¿te negarás a probar al menos unas pocas gotas?  Ánimo, ten paciencia; un día reinarás conmigo; ven al trono por el mismo camino. Únete a mí, que soy tu Dios y sufre de amor por Mí (Eccles. II, 3). Gracias, Dios mío, por este bálsamo precioso con el que unges mis heridas. ¡Ah, tú eres en verdad el Consolador de los afligidos! ¡Oh santo crucifijo! ¡Te tomo en mis dos manos! Te aprieto contra mi corazón y mis labios, ¡y me siento consolado!

 


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