jueves, 11 de marzo de 2021

MES DE MARZO CONSAGRADO A SAN JOSÉ COMO ABOGADO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE. DÍA 12: Presentación de Jesús en el templo.


 


INVOCACIONES:

 

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

—Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.

 

—Jesús, José y María, muera yo en paz en vuestra compañía.

 

(Pió VII, 28 de abril de 1807. 100 días de indulgencia por cada jaculatoria, 300 por las tres.)

 

 

 

MODO DE HACER CON FRUTO EL MES DE MARZO EN HONOR DE SAN JOSÉ.

 

 

   De rodillas ante una imagen del Santo, y, si puede ser, en la iglesia, con el Santísimo Sacramento expuesto, empezaremos diciendo:

 

   Benditos y alabados sean el Santísimo Sacramento del Altar, la Purísima e Inmaculada Virgen María y el Glorioso Patriarca San José. Así sea.

Por la señal, etc.

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS.

 

 

   Poderosísimo patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos y dulce consuelo de desamparados. José gloriosísimo, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio, y mi alma, sin duda, ha de agonizar terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad ha de serme sumamente espantoso; el demonio, mi común enemigo, me ha de combatir con todo el poder de su infierno, a fin de que yo pierda eternamente a mi Dios; mis fuerzas, en lo natural, han de ser ningunas; yo no he de tener en lo humano quien me ayude; desde ahora, pues, para entonces te invoco, Padre m mío; a tu patrocinio me acojo, asísteme en aquel trance para que yo no falte en la fe, en la esperanza, ni en la caridad. Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron los demonios, para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores, y por los que en vida te hicieron, te pido que ahuyentes tú a estos mis enemigos, y acabe yo la vida en paz amando a Jesús, a María y a ti, José mío, para alcanzar lo cual te consagro este Mes de Marzo.

 

 





DÍA 12

Presentación de Jesús en el templo.

 

 

 

   Dice el Evangelio, que llevaron sus padres a Jesús a Jerusalén para presentarle en el templo.

 

 

   Jesús, aunque niño, hubiera querido poder derramar su sangre hasta la última gota por la salud y amor de los hombres; hubiera deseado que ya en aquel tiempo los verdugos le hubieran puesto en la cruz, para consumar la grande obra de la Redención, pero según los designios de su Padre, aún no había llegado ese momento. Para suplir a esto, quiso someterse, juntamente con su Madre (porque cuando se trata de sacrificio jamás se separa Esta de su Hijo), a una ceremonia en la que se ofrecería, a su Eterno Padre como víctima para reemplazar todos los sacrificios que le habían figurado hasta entonces.

 

 

   María toma, pues, a Jesús entre sus brazos, y José la acompaña, yendo los dos de Belén a Jerusalén tan recogidos que nada puede distraerlos, y así se dirigen al templo. Pero ¡qué espectáculo! Jesús, en los brazos de María, como en un altar virginal, se ofrece al Señor en sacrificio por los pecados del mundo. Al mismo tiempo, todos los que asisten a esta ceremonia, se hallan en un estado de inmolación. Simeón, aquel venerable anciano, hace allí con José el sacrificio de su vida; Ana, la profetisa, está extenuada con las vigilias y ayunos; y María, oyendo de Simeón que una espada de dolor atravesará su alma, ¿no parece estar ya bajo el cuchillo del sacrificador? Y yo la veo hacer a Dios el sacrificio de todas las alegrías que se prometía tener en compañía de su divino Hijo. Desde aquel momento, la espada penetró el corazón de María y de José, y toda su vida estarán llenos de amargura y de dolor. ¡Oh, María! ¡Oh, José! ¿Qué sentisteis entonces en vuestros inocentes corazones?

 

 

   El mismo Jesús que se ofreció en el templo, es el que se ofrece en sacrificio en la Misa; ¿asistimos nosotros a ella con las disposiciones que tenían María y José al presentar al Salvador en el templo? Y, en primer lugar, ¿con qué recogimiento entramos en nuestras iglesias? ¿Es de extrañar que estemos tan poco recogidos en ellas, pues entramos con el espíritu lleno de una multitud de objetos exteriores que no procuramos desechar de nosotros? En segundo lugar, ¿es muy viva nuestra fe? ¿Pensamos que el mismo Jesús, Rey de la Gloria, es el que baja de los cielos a la voz del sacerdote; que es el Cordero de Dios el que se inmola entre sus manos? ¿Pensamos que el altar viene a ser un nuevo Calvario, en donde su sangre corre de nuevo por la remisión de los pecados? ¿Qué entonces rodean el lugar del sacrificio multitud de ángeles que, penetrados del más profundo respeto, se humillan en la presencia del Rey de los reyes? ¡Ah!, si nuestra fe fuera más viva, nuestro espíritu estaría más recogido y tendríamos más compostura.

 

 

   Imitemos, pues, la piedad y fervor de José y de María. La caridad infinita de Jesús le hace bajar a nuestros altares para ofrecerse como víctima por nosotros y encerrarse, como cautivo, en nuestros tabernáculos. Viene a presentarnos su corazón adorable, tesoro de gracias para enriquecernos, y hacernos ver lo mucho que nos ama. ¿Y no le amaremos nosotros? Dejémonos cautivar de su amor, y El abrirá sus manos para derramar sus bendiciones sobre nuestra alma. ¡Oh, María! ¡Oh, José!, concededme la gracia de imitaros, y que, en lo sucesivo, cuando asista al santo sacrificio de la Misa, me represente que estáis a mi lado.

 

 

 


EJEMPLO

 

 

   Un periódico de Turín refiere el caso siguiente: «Una buena mujer del pueblo tenía una hija que daba malos ejemplos a sus hermanas. Afligidísima estaba la madre, y siempre que entraba en la iglesia se arrodillaba ante la imagen de San José para pedirle por la conversión de su hija. Un día tuvo la inspiración siguiente: Compró una estampa lindísima de San José y la introdujo en uno de los libros novelescos que aquella mala hija tenía, aunque pidiendo al mismo tiempo a San José la perdonase por el lugar en que lo dejaba, y mirase la intención con que lo hacía. Volvió la hija y tomó el libro para leer, y cuál fué su asombro al encontrar aquella estampa tan linda de San José. «¡Cosa rara! — exclamó—. ¿Quién habrá puesto aquí esta estampa? — ¡No sé qué hacer con ella!» A todo esto, la miraba con atención, y como le pareció tan bonita, no se cansaba de contemplarla. Después leyó lo que decía en el reverso, tornó a mirar a la imagen, y después..., después se echó a llorar, tiró el libro y se sintió tocada vivamente de la gracia y completamente convertida.»

 

 


 

DESPUES DE LA MEDITACION DIARIA.



 

 

   Para obtener del Santo Patriarca las gracias que en este mes le pedimos, rezaremos siete veces el Padrenuestro, Avemaría Gloría Patri, en memoria de los siete dolores y gozos que sintió en esta vida.

 

 

I

 

Viendo encinta a tu Esposa,

divino Atlante,

tu dolor volvió en gozo

la voz del ángel.

(San Mateo, 1.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

II

 

Cuando a Cristo naciendo

viste tan pobre,

te alegró verle en tantas

adoraciones.

(San Mateo.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

III

A Jesús cuando viste

circuncidarle,

Con su nombre tu pena,

pudo templarse.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría, y Gloria.

 

 

IV

 

Si sentiste el presagio

de morir Cristo,

Os dio gozo el anuncio

de redimirnos.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

V

 

Porque Herodes a Cristo

quiso prenderle,

en Egipto guardarle

supiste alegre.

(Isaías, 19.)

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

VI

 

Si al volver a Judea

tuviste susto,

Nazaret fué el alcázar

de tu refugio.

(San Mateo, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

VII

 

Si os causó gran tristeza

perdido Cristo,

al hallarle fué el gozo

más excesivo.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

—Cada, uno pida ahora a San José lo que necesite y le convenga.

 





ORACION FINAL A SAN JOSÉ.

 

 

    Gloriosísimo Patriarca José, fidelísimo esposo de María y padre de Jesús: En unión del amor con que el Eterno Padre encomendó su amado Hijo Jesucristo y la Sagrada Virgen María a vuestro cuidado, yo me entrego a vos desde hoy por todos los días de mi vida, y singularmente encomiendo mi alma y cuerpo a vuestra custodia en el trance de la muerte. A vos elijo por mi primer Patrón después de María Santísima; en vos pongo mi consuelo y esperanza, para que todas mis cosas se dirijan por vuestros méritos, todas mis obras se dispongan conforme a la voluntad divina; y os suplico me recibáis por vuestro perpetuo siervo, para que siempre os sirva, y logre con vuestra intercesión la gracia de Jesús y la protección de María. Amén.



APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.



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