San José, esposo
de la Santísima Virgen, y en cierto sentido padre del Salvador del mundo, nació
en la Judea hacia los cuarenta o cincuenta años antes del nacimiento de Cristo.
No se sabe con certeza el lugar de su nacimiento; pero es probable que
fué Nazaret, población corta de la Galilea inferior, donde tenía el santo su
habitación. Era de la tribu de Judá, y de la
familia real que había reinado desde David hasta la cautividad de Babilonia. Fué su padre, según la naturaleza, Jacob, como escribe San Mateo cap. I; y según la ley
Helí, como parece decir San Lucas cap. 3. Fué su
madre la muy noble e ilustre matrona Abigail; de modo que Jacob y Helí
fueron hermanos, y habiendo muerto Helí sin hijos, tomó Jacob por esposa á Abigail,
y de ella hubo al Señor San José, quien, por disposición de la ley, era contado
por hijo de Helí; así sienten San Agustín y el
angélico doctor Santo Tomás.
Autores hay que opinan
que nació San José el mismo año del advenimiento al trono de César Augusto, año que, según refieren Plinio y
Séneca, fué notable por un maravilloso fenómeno. Una
mañana salió el sol coronado de estrellas dispuestas en forma de espigas de
trigo, ceñidas de un arco-iris. Ciertamente
que este prodigio no era puramente natural; y al disponerlo así la divina
Providencia parece que quería manifestar los designios de su amor y
misericordia para con los hombres. Los romanos auguraron de él la
grandeza del reinado de Augusto; pero nosotros, si
tal historia es verdadera, podemos creer que presagiaba el nacimiento de
nuestro santo Patriarca, arco-iris que anunciaba al mundo moral la
reconciliación del cielo con la tierra, de Dios con los hombres.
Fué Su abuelo Nathan,
hermano de Barpanter, abuelo que fué de la santísima Virgen María. De aquí se
infiere que el Señor San José y la Virgen nuestra Señora fueron primos
segundos, ambos descendientes por línea recta de la real casa de David.
Preguntan los sagrados intérpretes sobre
estas palabras de San Mateo: Jacob engendró a José esposo de María; ¿por qué se colige la genealogía de Cristo Señor nuestro de la
del Señor San José, siendo nuestro Señor hijo de María santísima y no del santo
Patriarca? La
razón que dan, es que las mujeres hebreas, cuando
heredaban a sus padres, para que los bienes no salieran de la tribu, debían,
según la ley de los Números, elegir esposo en su misma tribu y linaje; y como
San Joaquín, padre de María santísima, no tuvo hijos, debió casarla con varón
de su propia familia, y éste fué el Señor San José; y así la genealogía del
santo Patriarca es la de la Virgen, y consiguientemente la de Cristo nuestro
Señor. Además, según algunos era el Señor San José heredero del cetro de
Judá, el cual, no sólo por promesa y donación de Dios, sino por derecho
hereditario de sucesión vino a Cristo por José: porque, así como el santo
Patriarca tenía en Cristo, según la ley, y aun prácticamente ejercitaba todos
los derechos que tienen los padres en los hijos, del mismo modo Cristo nuestro
Señor tenía en el Señor San José todos los derechos legales que tienen los
hijos en sus padres, y así lo tenía al reino judaico después de su muerte. Los
que sostienen para San José y para Cristo este derecho al reino temporal, ven
una prueba de ello en las palabras de los Magos, que, solicitando, adorar y
rendir vasallaje al recién nacido Rey de los judíos decían: ¿Dónde está el que ha
nacido Rey de los judíos? Y aun parece que quiso el Señor para
mayor honra de su padre putativo el Señor San José, blasonar el título de Rey
de los judíos, haciéndolo poner en la cruz sobre su cabeza: Jesús Nazareno Rey de los
judíos.
Teólogos de autoridad, entre ellos Gersón y
el Beato Canisio, afirman que puede piadosamente
creerse haber sido San José santificado en el vientre de su madre. El gran Gersón expuso este incomparable
privilegio de nuestro santo protector en un sermón que tuvo en Constanza al tiempo
del concilio, y no consta que los Padres reclamasen contra esta sentencia. —
¿Qué? ¿acaso no parece
conforme a la grandeza del misterio de la Encarnación el que San José tuviese
el privilegio que tuvo el Bautista? ¿y que quisiera Dios glorificar en estos
dos varones escogidos la sublime misión que encomendaba al uno como precursor y
al otro como padre putativo de su santísimo Hijo?
Según la ley fué
circuncidado el día octavo de su nacimiento, y sus padres, es de creer que, por inspiración del cielo, le pusieron el admirable y
alto nombre de José, que significa aumento.
Sienten algunos, con más o menos fundamento,
que a los tres años de su edad fué ilustrado con ciencia infusa; otros se
atreven a decir que a los siete años fué adornado y enriquecido con todas las
ciencias divinas y humanas; según San Agustín, fué eminente teólogo; San Crisóstomo dice que penetró los misterios de la Biblia; Santo Tomás opina que supo perfectamente
las ciencias;
San Dionisio
que especuló todas las
facultades que disputan las escuelas;
y San Ambrosio, que alcanzó todas las artes liberales y la
historia oriental, que emprendió todas las mecánicas, aunque la que más
ejercitó para sustentar a su divino Hijo y castísima esposa, fué la carpintería,
por alta disposición del Altísimo.
Y ¿qué diremos de las virtudes de aquel que, habiendo
merecido ser llamado en el Evangelio varón justo, fué destinado para esposo de la
más santa entre las puras criaturas, y para ser el padre putativo, guía y
guardián del Redentor del mundo? Desde sus más tiernos años resplandecieron
en él todas las virtudes, como convenía al que el mismo Dios había escogido entre
todos los hombres, para que desempeñase los cargos más sublimes y grandiosos,
que el cielo puede encomendar a un mortal. Vivía elevado
en altísimas contemplaciones, mostrando en todo un espíritu angelical y una
santidad peregrina; pues la exterior modestia y compostura, indicaba el
colmo de gracias que redundaba en su alma, siendo muy reposado, su rostro sereno
y modesto sin afectación; el ánimo humilde; las palabras graves y agradables;
su conversación modesta, sin risas, sin perturbación y sin ira; cortés, afable,
cariñoso, y en todo y por todo un dechado de las mayores perfecciones. Gran fe, grande esperanza y grandísima caridad, virginal y
celestial pureza, perfectísima obediencia, rara simplicidad, singular prudencia,
maravillosa fortaleza y constancia, increíble paciencia y mansedumbre,
vigilancia cuidadosa, y solícita providencia. Además de la hermosura del alma, quiso dotarlo el Señor de las mayores
perfecciones y hermosura exterior; porque su imagen y perfecciones habían de
ser como un bosquejo según el cual había de formar el Espíritu Santo en el seno
de la santísima Virgen, como dice Isolano,
la hermosísima humanidad
de Cristo.
¿Qué fundamento tenían, pregunta el doctísimo Salmerón, cuantos llegaban a conocer y tratar a Cristo, para
conocerle y tratarle, sin controversia alguna, como á hijo de San José? Y responde, que no pequeño fundamento era la semejanza en
facciones, en genio y costumbres tan grande, que Jesús, como si San José le
hubiese realmente engendrado, era en rostro, genio y costumbres un retrato
perfeccionado de éste. Luego
si Cristo Señor nuestro fué el más hermoso de los hombres, y todas sus
perfecciones eran las mismas de San José, porque en todo fué parecido a su
padre putativo, se infiere que el Santo Patriarca era en su cuerpo hermoso y
perfecto como el que más entre los hijos de los hombres.
Los años que vivió
San José, no los dice el Evangelio ni otra
escritura auténtica, ni el tiempo en que murió; lo que se tiene por más cierto es,
que era muerto al tiempo de la pasión del Señor; porque si viviera aquél, a
ninguna otra persona encomendara Cristo desde la cruz a su santísima Madre.
El cuerpo del Señor San José fué sepultado, como dice Beda, en el valle de Josafat, y cerca del sepulcro donde
después fué también depositado el cuerpo de la santísima Virgen.
DEVOCIONARIO EN HONOR DEL PATRIARCA,
SEÑOR SAN JOSÉ.