jueves, 31 de mayo de 2018

SANTA PETRONILA, virgen. (+ Siglo I) — 31 de mayo.




   Fué santa Petronila una doncella romana, a quien el Príncipe de los apóstoles poco después de entrar en Roma convirtió a la fe juntamente con toda su familia.

   Y porque la engendró para Jesucristo por el bautismo, ella le amaba y le tenía una tierna devoción, y se llamaba hija de san Pedro, aunque no según la carne, sino según el espíritu.

   Deseaba esta santa virgen padecer mucho por Jesucristo que por su amor había muerto en la cruz, y el Señor le dio por cruz el lecho del dolor, donde estuvo por muchos años herida de perlesía en todos los miembros de su cuerpo.

   Le visitaban con frecuencia san Pedro y otros fieles de Roma, y como le dijesen que por qué sanando él a tantos enfermos y siendo piadoso para todos, para solo ella era cruel; levántate, pues, Petronila, dijo, y sírvenos a la mesa. 


   Se levantó la santa como si nunca hubiese estado enferma, y después de haber servido a la mesa, con asombro de todos, les dijo san Pedro: «no es eso lo que le conviene, sino estar enferma»; y así volvió a hallarse paralítica como antes, hasta la muerte del santo apóstol y luego sanó de todas sus enfermedades.

   Salió tan aventajada en la virtud, que como dicen las actas, con sola su voluntad sanaba de repente a los enfermos. 

   Se enamoró ciegamente de ella un caballero noble romano, llamado Flaco, quien con gente de guerra vino a casa de Petronila para llevársela por esposa. 

   Le respondió la hermosísima virgen: «aguarda tres días, y al cabo de ellos vengan las doncellas que me acompañen a tu casa.» 

   Con esta respuesta quedó Flaco contento, y ella que había ofrecido su virginidad a Jesucristo, gastó los tres días en perpetua oración y ayunos, suplicándole con muchas lágrimas y grande afecto que la librase de aquel peligro, y no permitiese que ella contra su voluntad perdiese lo que le había prometido y tanto deseaba conservar. 

   Vino al tercer día a su casa un santo sacerdote llamado Nicomedes, le dijo misa y le dio el santísimo Sacramento; y en recibiéndole se inclinó sobre su cama y dio su espíritu a Dios. 


   Vinieron aquel día las doncellas que Flaco enviaba para acompañarla y llevarla a su casa, y hallándola muerta, en lugar de celebrar las bodas, celebraron sus exequias. 


   El cuerpo de la santa fué sepultado en la vía Ardeatina y después trasladado con gran solemnidad a la basílica del príncipe de los apóstoles san Pedro en tiempo del papa Paulo, primero de este nombre.


   Reflexión: Dichosa y bienaventurada virgen, muy amada del Señor después de haber sido probada como la plata y purificada como el oro en el crisol de la enfermedad. 

   Acontece con harta frecuencia que esos trabajos que humillan al hombre y rinden el cuerpo, son el mejor remedio para sanar el alma; porque entonces vemos claramente y mejor que con todas las meditaciones, la brevedad y fragilidad de nuestra vida y la nada de nuestro ser y la vanidad de las cosas del mundo. 



   ¿A cuántos ha sido ocasión de perderse la salud, o la posesión de los demás bienes temporales, en que el mundo cifra la humana felicidad? 

   Más cuando la salud está quebrantada, comienza a entrar el hombre dentro de sí, y a acordarse de Dios en quien solamente puede hallar su verdadera, sólida y eterna dicha.

*

   Oración: Óyenos, Señor y salvador nuestro, para que la espiritual alegría con que celebramos la festividad de tu bienaventurada virgen Petronila, vaya acompañada de verdadera devoción. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA

LA SOLEMNIDAD DEL CORPUS. —El jueves después de la Sma. Trinidad.




   Grande inestimable dignidad dan al pueblo cristiano los inmensos beneficios que de la divina largueza ha recibido. 

   Porque no hay ni hubo jamás tan esclarecida nación, que tuviese dioses tan allegados y vecinos como lo es para nosotros nuestro Dios.

   Queriendo el Unigénito del Padre celestial hacernos participantes de su divinidad, revistióse de nuestra naturaleza, para que hecho hombre, hiciese dioses a los hombres.

   Y aun esto que tomó de nuestro linaje, todo lo empleó para nuestra salud y remedio: su cuerpo ofreció como hostia de reconciliación a Dios Padre en el ara de la cruz: su sangre derramó como precio de nuestro rescate, y como agua en que nos limpiásemos de todas nuestras culpas; y para que tuviésemos un continuo recuerdo de tan gran beneficio, nos dejó su cuerpo y sangre, para que debajo de las especies de pan y de vino, le recibiesen los fieles. 


   ¡Oh precioso y admirable convite, saludable y lleno de toda suavidad! En él, el pan y el vino se convierten substancialmente en el cuerpo y la sangre de Cristo; y Cristo verdadero Dios y hombre, está debajo de las especies de un poco de pan y de vino.

   De esta suerte es comido de los fieles, y no es despedazado; antes, dividido el Sacramento, permanece entero en cada partícula.

   Los accidentes subsisten en él sin la substancia; para que haya lugar la fe mientras lo que es visible se toma oculto debajo de otra apariencia, y los sentidos que juzgan de los accidentes que conocen, no caen en error.

  Tampoco hay sacramento más saludable que éste, con el cual se limpian los pecados, se acrecienta las virtudes, y el alma se alimenta con la abundancia de todos los espirituales carismas.

   Se ofrece en la Iglesia por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche lo que para la salud de todos fué instituido.

   Finalmente, la suavidad de este Sacramento nadie puede explicarla; pues en él se gusta la dulzura espiritual en su misma fuente, y se renueva la memoria de aquella infinita caridad que mostró Cristo en su Pasión.

   Y así para que más hondamente se imprimiese en los corazones de los fieles la inmensidad de aquel amor, instituyó este Sacramento en la última cena, cuando después de celebrar la Pascua con los discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre: y lo dejó para que fuese memorial perenne de su Pasión, cumplimiento de las figuras de la ley antigua, el mayor de los milagros que obró, y particular consuelo de los que habían de entristecerse con su ausencia.


   Conviene, pues, a la devoción de los fieles, hacer solemne memoria de la institución de tan saludable y tan maravilloso Sacramento, para que veneremos el inefable modo de la divina presencia en este Sacramento visible y sea ensalzado el poder de Dios, que obra en él tantas maravillas, y se le hagan las debidas gracias por merced tan saludable y regalo tan dulce. (Serm. de Sto. Tomás de A., opuse. 57).




   Reflexión: ¡Con cuánta solemnidad no celebra la Iglesia este santo día! 

   Para él guarda la procesión más solemne del año en la cual es llevado en triunfo Jesucristo Sacramentado, como a Rey de todos los hombres. 


   Desea que nadie se dispense de asistir a ella sino con grave causa. Pero una vez que asistamos, sea no por humanas miras o respetos que tanto desagradan a Dios, sino por agradecer de corazón el inmenso beneficio de quedarse entre nosotros hasta el fin del mundo.



   Oración: Oh Dios, que en un admirable Sacramento nos dejaste memoria de tu Pasión, te rogamos nos concedas, que veneremos los sagrados misterios de tu cuerpo y sangre, de manera que experimentemos continuamente en nosotros el fruto de tu redención. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.


FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.

miércoles, 30 de mayo de 2018

SAN FERNANDO, rey de Castilla y de León. (+ 1252) — 30 de mayo.




   El gloriosísimo rey san Fernando fué hijo de don Alfonso IX rey de León y de doña Berenguela, la cual le crio a sus pechos, y así con la leche parece que mamó sus santas virtudes. 

   Jamás dejó de obedecerla como a madre; y como algunos de los ricos hombres murmurasen de que después de ser rey estuviese tan rendido a su madre, dijo el santo: «En dejando de ser hijo, dejaré de serle obediente.» 


   Poseía en altísimo grado todas las prendas reales, y con sus virtudes tenía tan ganados a sus vasallos, que era más rey de sus corazones que de las ciudades de su reino. 

   Tomó en sus manos la espada para hacer guerra a los moros que tiranizaban gran parte de España; pacificó los reinos de Castilla y de León, hizo tributarios a los reinos de Valencia y de Granada, conquistó los de Murcia, Córdoba, Jaén y Sevilla, y varios, príncipes de África solicitaron su amistad con decentes partidos. 



   En treinta y cinco años que peleó se contaron siempre sus batallas por sus victorias y sus empresas por sus triunfos. 

   Nunca desnudé la espada (decía él) ni cerqué ciudad ni castillo, ni salí a empresa, que no fuese mi único motivo el dilatar la fe de Cristo; y por la mayor gloria y servicio de Dios no rehusaba ningún trabajo de la guerra, como si fuera soldado particular, hasta dormir en el duro suelo, y hacer las centinelas por su turno con los demás soldados en el sitio de Sevilla. 



   Cuidaba mucho del alivio de sus vasallos, y no quería imponer nuevos tributos; y cuando se lo aconsejaban sus ministros con el buen pretexto de hacer guerra a los moros, respondía: «Más temo las maldiciones de una viejecilla pobre de mí reino, que a todos los moros del África». 

  Ganada la ciudad de Sevilla, dispuso una solemnísima procesión de toda la gente lucida del ejército, de la nobleza, del clero y de los obispos, viniendo al fin la venerable efigie de nuestro Señora de los Reyes en un carro triunfal de plata. 



   Los templos y oratorios que edificó a la Virgen santísima pasaron de dos mil.
Finalmente después de un gloriosísimo reinado, conociendo el santo Monarca que se llegaba su fin, antes de que lo mandasen los médicos, se confesó para morir y pidió la sagrada Eucaristía, la cual recibió arrojándose de la cama y postrándose sobre la tierra con una soga al cuello. 

   Se despidió después de la reina Juana y de sus hijos, pidió humildemente a los circunstantes que si tenían alguna queja de él, le perdonasen; y respondiendo que no tenían ninguna que perdonar, alzó ambas manos al cielo diciendo: «Desnudo nací del vientre de mi madre a la tierra y desnudo vuelvo a ella.» 

   Mandó luego que cantasen él Te Deum, y en el segundo verso que dice, «a ti Eterno Padre venera toda la tierra,» inclinó la cabeza y entregó su espíritu a Dios.





   Reflexión: Dicen los historiadores: «Cuando murió el rey don Fernando todo el reino hizo un gran sentimiento: los hombres se mesaban las barbas y las mujeres principales se arrancaban los cabellos, y sin atender al decoro de sus personas, salían por las calles llorando y poblando de clamores el aire. Todos lloraban y decían: Ojalá no hubiese nacido, o no hubiese muerto el príncipe. Y hasta el mismo Alhamar mandó cien moros con anchas encendidas a sus exequias.»



   No nos olvidemos pues de rogar incesantemente en nuestras oraciones al Señor que nos dé reyes o gobernadores como san Fernando, que merezcan las bendiciones y no las maldiciones de sus pueblos.


   Oración: Oh Dios, que concediste al bienaventurado Fernando, tu confesor, que pelease tus batallas y que venciese a los enemigos de tu fe, concédenos por su intercesión la victoria de nuestros enemigos corporales y espirituales. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 


FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA

martes, 29 de mayo de 2018

SAN MAXIMINO, obispo de Tréveris. (+ 348)— 29 de mayo.




Fué san Maximino natural de la ciudad de Poitiers, hijo de padres clarísimos en linaje, descendientes de senadores. 

   Tuvo por hermano a san Majencio, que fue obispo de Poitiers, y él a su vez lo fue de Tréveris, por nombramiento de san Agricio y consentimiento de todos los clérigos. 



   Grandes fueron las cosas que hizo en defensa de la fe católica sin temer jamás al emperador Constancio, hereje arriano. 

   Cuando todo el Oriente se levantó contra el glorioso san Atanasio, que andaba huido y desterrado, no hallando donde acogerse en todo el imperio, san Maximino le recibió y le tuvo hospedado en su casa hasta que pasó aquella tempestad. 

   Hizo juntar un concilio en Colonia para excomulgar y privar de su cátedra al obispo Eufrates, hereje, que perdía aquella tierra.

   Se halló también en el concilio celebrado en Milán para expulsar a los herejes Eusebianos; y de acuerdo con san Atanasio y el papa Julio y el célebre Osio de Córdoba, propuso san Maximino al emperador Constancio la necesidad de un concilio general que se celebró en Sárdica, donde fué de nuevo restablecido en su silla san Atanasio, y depuestos los principales Eusebianos.


   Y aunque estos se reunieron después en Filipópoli de Tracia y tuvieron allí un conciliábulo que llamaron de Sárdica, para confundir con este equívoco las decisiones del verdadero concilio, y osaron excomulgar a san Maximino, el papa Julio, a Osio y a san Atanasio, no pudieron con toda su malicia prevalecer sobre la entereza con que el santo defendió la verdadera fe.

   Acreditó el glorioso san Maximino la verdad católica alumbrando ciegos, sanando paralíticos, curando endemoniados y obrando muchos y extraños prodigios.



   Yendo una vez camino de Roma con san Martín, un oso feroz les mató el jumentillo que les llevaba la ropa; entonces san Maximino mandó al fiero animal que tomase sobre sí la carga, lo cual hizo el oso llevándola hasta un lugar llamado Ursaria, donde san Maximino lo despidió.


   Finalmente lleno de méritos y trabajos murió en Poitiers, y su sagrado cuerpo fué trasladado a Tréveris con grande solemnidad, obrando el Señor por él innumerables prodigios.

   El terror de los normandos, que pasaban a sangre y fuego los templos y monasterios, movió a algunos religiosos a ocultar las reliquias de san Maximino en el año 882, dentro de una cueva; con este motivo se perdió la noticia de ellas, hasta que habiéndose caído una grande peña, abrió con el golpe parte del sepulcro, y fueron descubiertas por la fragancia que despedían, y se vio con admiración de todos entero el santo cuerpo, e intactos sus vestidos al cabo de tantos años.


   Reflexión: Quiere Dios para gloria suya y de sus santos que los animales y la naturaleza les estén sujetos, como se veía en san Maximino. 

   ¿Y qué hombre tan ciego hay que no vea por estos argumentos que la religión católica que autorizan los santos con sus milagros, es la que enseñó a los hombres aquel mismo Dios omnipotente que hizo el cielo y la tierra? 


   Recibámosla pues de su mano divina como hemos recibido de ella el cuerpo y el alma; y así como le somos agradecidos por la luz de los ojos que nos ha dado, tanto y mucho más debemos hacerle gracias por la luz sobrenatural de la fe, que ha infundido en nuestras almas, y por la revelación que ha hecho a los hombres de su divina verdad por medio de Jesucristo, testigo de sus soberanos secretos.


Oración: Te suplicamos, oh Dios todopoderoso, que en esta venerable solemnidad de tu confesor y pontífice san Maximino, acrecientes en nosotros el espíritu de piedad y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA


domingo, 27 de mayo de 2018

CONSIDERACIONES SOBRE EL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD




Durante la primera parte del Año Litúrgico, desde Adviento y Navidad hasta Pentecostés, la Iglesia ha reconstruido y meditado los principales misterios de la vida de Nuestro Señor Jesucristo, su divino Esposo.
   En la segunda parte del Año Litúrgico, que comienza el primer domingo después de Pentecostés, la Iglesia se nos presenta como recordando, meditando y viviendo las principales enseñanzas del Salvador. Y la primera verdad que nos recuerda, guiada en eso por el Espíritu Santo, es la Santísima Trinidad.


   «Apenas hemos celebrado la venida del Espíritu Santo, cantamos la fiesta de la Santísima Trinidad en el Oficio del domingo que sigue, y este lugar está muy bien escogido, porque tan pronto como hubo bajado el Espíritu Santo, comenzó la predicación y la creencia en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (SAN RUPERTO, siglo XII).


   Detengámonos, pues, sobre este misterio, con algunas consideraciones que alimenten nuestra fe y nuestro agradecimiento a Dios por habérnoslo revelado.


1º El misterio y dogma de la Santísima Trinidad pertenece esencialmente a la fe verdadera.


   La primera consideración es que este misterio fue conocido por todos los Patriarcas y mayores de Israel. Así nos lo afirman San Fulgencio y Santo Tomás de Aquino, entre otros. Leamos sus enseñanzas:


   «La fe que los santos Patriarcas y los Profetas recibieron de Dios antes de la encarnación de su Hijo; la fe que los santos Apóstoles recibieron de la boca del Dios encarnado, que el Espíritu Santo les enseñó, y que no solamente predicaron de palabra, sino que consignaron en sus escritos para instrucción saludable de la posteridad; esta fe proclama, con la unidad de Dios, la Trinidad que está en El, es decir, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo» (SAN FULGENCIO, Maitines de la Santísima Trinidad, 2º Nocturno).


   «Del mismo modo que, antes de Cristo, el misterio de Nuestro Señor fue creído explícitamente por los mayores, y por los menores de manera implícita y como entre sombras, así también el misterio de la Trinidad… Así, antes de la llegada de Cristo, la fe en la Trinidad estaba oculta en la fe de los mayores; mas gracias a Cristo ha sido manifestada al mundo por los apóstoles» (SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, IIª IIª, 2, 8).


   Doble es la razón por la que este misterio fue conocido de los antiguos:
• por una parte, porque una sola es la fe de todos los que quieren salvarse, una sola y misma fe es la que Dios exige a los hombres de todos los tiempos; y en esta fe, para que quede salva su unidad, se reclama el conocimiento mínimo de dos misterios: el de la existencia de Dios, que incluye el dogma de la Santísima Trinidad; y el de su Providencia, que incluye el dogma de la Encarnación redentora;
• y, por otra parte, porque el conocimiento de este doble misterio es necesario para la eterna salvación, y así debió ser conocido, al menos implícitamente, para salvarse.


   Por eso, la Sagrada Escritura del Antiguo Testamento, interpretada rectamente por la Iglesia y por los Santos Padres, nos aporta numerosos indicios de este misterio, entre los cuales podemos enunciar los siguientes:

• Ante todo, el plural utilizado por Dios al crear al hombre: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza».
• Luego, la misteriosa aparición de Dios a Abraham bajo la apariencia de tres hombres, en el encinar de Mamré. «Vio a tres –dice el Breviario–, y adoró a uno solo». De hecho, Abraham se dirige a los tres hablándoles en singular: «Señor, si he hallado gracia en tu presencia...».
• Por fin, el conocido canto de los ángeles, a quienes Isaías ve adorar a la Santísima Trinidad diciendo: «Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los Ejércitos».


   Bien es cierto también que la revelación clara y explícita de este misterio a todos los hombres era incumbencia del Verbo de Dios encarnado, y por eso los Patriarcas velaron este misterio al pueblo llano (que creía y adhería a la fe de los mayores); pero, aun así, este misterio fue conocido y custodiado en el Antiguo Testamento por aquellos que debían ser los guardianes y transmisores de la verdad revelada.


   Claramente se comprende entonces cuán falsa es la actitud del actual ecumenismo, que supone que los judíos siguen siendo fieles a la fe de sus mayores. ¡Nada más falso! Porque la fe de los judíos creyentes del Antiguo Testamento era una fe que incluía el dogma de la Santísima Trinidad, y por eso, aunque no todos la conocieran explícitamente, tampoco la negaban; mientras que los judíos actuales rechazan expresamente este dogma, y así se separan de la fe de Abraham, y sólo son hijos suyos según la carne, como el excluido Ismael.



2º El misterio de la Santísima Trinidad es la contraseña del católico de todos los tiempos.


   La segunda consideración es que esta verdad es la gran contraseña de nuestra fe, el gran distintivo del católico. Así lo afirma expresamente el Catecismo Romano de Trento. ¿Qué nos dice? Que los Apóstoles, para fijar una norma única y universal de nuestra fe, constituyeron una profesión de fe, a la que se llamó Símbolo («señal», «contraseña»), porque por él los verdaderos cristianos se reconocían entre sí. Ahora bien, ¿cómo se estructura este Símbolo? Justamente en torno al dogma de la Santísima Trinidad. Después de enunciar la unidad de la divina esencia («Creo en Dios»), el Credo se divide en tres partes claramente delimitadas: una dedicada al Padre, otra dedicada al Hijo, otra dedicada al Espíritu Santo.

   Es más: para que el pueblo fiel recuerde claramente esta distinción de personas en el Dios único, se asigna a cada persona divina una obra peculiar, no porque ella la realice exclusivamente, sino para marcar la característica particular de esa persona en la Trinidad:


A DIOS PADRE, principio y origen de las demás personas, se le atribuye la creación.
A DIOS HIJO, que procede del Padre, se le atribuye la obra de la redención, para la cual es mandado por el Padre.
Y a DIOS ESPÍRITU SANTO, que procede del Padre y del Hijo y es, por decirlo así, el que consuma y acaba la vida divina, se le atribuye la consumación de la obra de Cristo por la aplicación de la vida a las almas: el misterio de la Iglesia.
   Esa es claramente la contraseña de quien desea salvarse, como nos lo recuerda San Atanasio en el Símbolo Quicumque:


   «Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica; y el que no la guardare íntegra e inviolable, sin duda perecerá para siempre. Ahora bien, la fe católica pide que adoremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad: sin confundir las personas ni separar las sustancias. Porque una esa persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad».


   Un solo Dios en la Trinidad: no es ése, ciertamente, el Dios que profesa el actual ecumenismo con judíos y musulmanes, como no es tampoco la Trinidad en la unidad. Y, sin embargo, las almas no pueden salvarse sin confesar este dogma. ¡Qué terrible falta de caridad es, desde entonces, dejar en su religión falsa a toda esa gente engañada por el demonio, decirle que tiene el mismo Dios que nosotros, y que con su religión igual puede salvarse, y negarse por principio a predicarle la verdad católica, y a amenazarla (como hizo Cristo) con la condenación eterna si no cree!


   «De suerte que, como antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad en la Trinidad, que la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha de sentir de la Trinidad».


3º El misterio de la Santísima Trinidad es toda la vida espiritual del cristiano.


   La tercera y última consideración es que, si Dios nos manda creer este misterio, es porque, en una insondable condescendencia de su bondad, Él ha querido introducirnos en dicho misterio: la Santísima Trinidad es toda nuestra vida espiritual en esta tierra, por la gracia, y lo será eternamente en el cielo, por la gloria. Dios quiere que creamos en este misterio, para que sepamos qué realidades estamos llamados a vivir. En efecto:


DIOS PADRE nos adopta por hijos suyos y nos coloca, por decirlo así, donde está su propio Hijo, «in sinu Patris», en el seno del Padre: esto es, nos da la capacidad de entrar en la visión beatífica, en la misma esencia divina, a título de hijos suyos.
DIOS HIJO se presenta a nosotros como el ejemplar acabado de esta divina filiación; para ser los dignos hijos de Dios, el Padre nos da como modelo a su Hijo Jesucristo; viendo cómo vive El, el Hijo muy amado del Padre, aprendemos nosotros a vivir como hijos de Dios.
Y DIOS ESPÍRITU SANTO es enviado a nuestros corazones para concedernos la fortaleza y las inspiraciones que nos permiten reproducir a nuestro divino Modelo; Él es el guía que nos permite realizar en nuestras almas la semejanza con el divino modelo que es Jesucristo.

«¡Gloria al Padre
por el Hijo
en el Espíritu Santo!».


Consagración del Beato Columba Marmion
a la Santísima Trinidad.


   ¡OH PADRE ETERNO!, prosternados en humilde adoración a vuestros pies, consagramos todo nuestro ser a la gloria de vuestro Hijo Jesús, el Verbo encarnado. Vos lo habéis constituido Rey de nuestras almas: sometedle nuestras almas, nuestros corazones, nuestros cuerpos, a fin de que nada en nosotros se mueva sin sus órdenes, sin su inspiración, y que unidos a El seamos llevados en vuestro seno y consumados en la unidad de vuestro amor.

   ¡OH JESÚS!, unidnos a Vos en vuestra vida enteramente santa, enteramente consagrada a vuestro Padre y a las almas. Sed «nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención», nuestro todo. Santificadnos en la verdad.

   ¡OH ESPÍRITU SANTO!, Amor del Padre y del Hijo, estableceos como un horno de amor en el centro de nuestros corazones, y llevad siempre como llamas ardientes nuestros pensamientos, nuestros afectos, nuestras acciones hacia lo alto, hasta el seno del Padre. Sea toda nuestra vida un «Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo».

   ¡OH MARÍA!, Madre de Cristo, Madre del santo Amor, formadnos Vos misma según el Corazón de vuestro Hijo.


“HOJITAS DE FE”.