miércoles, 17 de marzo de 2021

MES DE MARZO CONSAGRADO A SAN JOSÉ COMO ABOGADO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE. DÍA 17: «¡José!,, ve a la tierra de Israel.»


 


INVOCACIONES:

 

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

—Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.

 

—Jesús, José y María, muera yo en paz en vuestra compañía.

 

(Pió VII, 28 de abril de 1807. 100 días de indulgencia por cada jaculatoria, 300 por las tres.)

 

 

 

MODO DE HACER CON FRUTO EL MES DE MARZO EN HONOR DE SAN JOSÉ.

 

 

   De rodillas ante una imagen del Santo, y, si puede ser, en la iglesia, con el Santísimo Sacramento expuesto, empezaremos diciendo:

 

   Benditos y alabados sean el Santísimo Sacramento del Altar, la Purísima e Inmaculada Virgen María y el Glorioso Patriarca San José. Así sea.

Por la señal, etc.

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS.

 

 

   Poderosísimo patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos y dulce consuelo de desamparados. José gloriosísimo, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio, y mi alma, sin duda, ha de agonizar terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad ha de serme sumamente espantoso; el demonio, mi común enemigo, me ha de combatir con todo el poder de su infierno, a fin de que yo pierda eternamente a mi Dios; mis fuerzas, en lo natural, han de ser ningunas; yo no he de tener en lo humano quien me ayude; desde ahora, pues, para entonces te invoco, Padre m mío; a tu patrocinio me acojo, asísteme en aquel trance para que yo no falte en la fe, en la esperanza, ni en la caridad. Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron los demonios, para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores, y por los que en vida te hicieron, te pido que ahuyentes tú a estos mis enemigos, y acabe yo la vida en paz amando a Jesús, a María y a ti, José mío, para alcanzar lo cual te consagro este Mes de Marzo.

 

 







DIA 17

«¡José!,, ve a la tierra de Israel.»

 

 

   ¿Cuánto tiempo duró el destierro de la Sagrada Familia en Egipto? Dios no se lo reveló claramente a José, pues sólo le dijo por medio del ángel: «Levántate, toma al Niño y a la Madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te diga; Herodes busca al niño para matarle». ¡Qué cruel revelación! ¡Qué poco pudieron gozar de la paz y alegría que desde el nacimiento del Niño disfrutaban! Como vemos, Dios no señala tiempo, y José no preguntó tampoco: obedeció y marchó con la Virgen y el Niño. ¡Cuántas cosas que nos parecen importantes y sin las cuales no nos decidimos a obedecer, no sirven en realidad más que para satisfacer nuestra vanidad!, esta concupiscencia de los ojos, como la califica San Juan, que sirve sólo para hacernos perder de vista la única cosa necesaria: ¡Dios y nuestra salud eterna! José no pregunta nada al ángel. Contentémonos con la ignorancia, como se contentó él, y aprendamos en esta meditación las virtudes que la Sagrada Familia practicó en el destierro y cómo con ellas glorificaron al Señor. Y eso que nuestros pobres relatos no pueden expresar toda la realidad de sus sufrimientos y de su perfección. Meditemos, por ejemplo, el dolor de José viendo el culto divino prostituido con los ídolos, mientras que nadie se postraba ante el Hijo de Dios y de su Santa Madre: éste era un suplicio de todos los días, en los que San José se esforzaba en tributar el culto de su caridad y su adoración hacia los compañeros de su destierro.

 

 

   El tiempo pasaba. El furor sanguinario que durante algún tiempo había llenado de infanticidios la Judea y Jerusalén, había ya cedido. El Niño, que causó la cólera de Herodes, había; juzgado al tirano y pronunciado sobre él la sentencia eterna. El ángel mensajero de Dios se apareció a José y le dijo: «Coged al Niño y a su Madre y volved a la tierra de Israel, pues han muerto ya los que atentaban a la vida del Niño».

 

 

   Con tranquila alegría recibió José esta orden, y dando gracias a Dios y a todos cuantos en Egipto les favorecieron, salieron de aquel asilo. Deseaba San José quedarse a vivir en Belén y sólo el temor de Arquelao le hacía dudar. Dios, como siempre, vino en su ayuda, diciéndole por boca del ángel que fuera a residir a Nazaret con María y el Niño. Continuó, pues, su camino hacia este último punto, donde crecería y practicaría todas las virtudes el divino Infante. Este había, crecido; los brazos de María, y de José eran débiles y no podían llevarle continuamente en sus brazos; así que todos pasarían angustias y fatigas en el camino, pero al fin volvieron a ver el país natal. La Galilea apareció a sus ojos con sus paisajes variados y siempre hermosos, que más que nunca llenaron sus almas de regocijo.

 

 

   José, nuestro Patriarca, se nos presenta como modelo acabado de sumisión a la voluntad de Dios. Ciertamente, él amaba Nazaret, él amaba el silencio y la oscuridad de su santa casa, él amaba los recuerdos sagrados que aquel pueblo tenía para ellos, él amaba a todos sus habitantes... Y, sin embargo, no eran éstos los motivos por los que él había fijado allí su residencia: él lo hacía así persuadido que así lo quería Dios.

 

 

   Este mismo pensamiento debía impulsar nuestras acciones: puesto que somos enviados por Dios, a Él sólo pertenecemos, y por tanto tiene el derecho de exigirnos una adoración perfecta, una obediencia absoluta. La Santísima Virgen poseía esta ciencia desde el mismo instante de su Concepción Inmaculada. Nada podía sorprender a la sierva del Señor ni alterar su adoración ni su amorosa sumisión a la voluntad de Dios. A su lado, José acabó de aprender esta virtud y la practicaba con una perfección admirable. ¡Oh, José! ¡Enseñadnos a cumplirla! Las consecuencias del pecado original se manifiestan en el amor excesivo hacia nosotros mismos. Este amor, desorden supremo y causa de todos los demás, nos hace preferir nuestro capricho a la voluntad de Dios y a Dios mismo. ¿Quién nos ayudará a destruir nuestro egoísmo, sino vos, San José? Dios no nos pide una victoria completa, sino sólo el esfuerzo y la perseverancia en el combate. Que vuestra piedad, ¡oh, generoso Patriarca!, me obtenga esta gracia tan importante.

 

 



EJEMPLO

La medalla de San José.

 

 

   Una persona virtuosa puede ejercer saludable influjo sobre sus hermanos, si logra tener su confianza. He aquí un hecho reciente, rigurosamente histórico, del cual solamente nos reservaremos citar los nombres. Un capitán de Infantería que deseaba ascender pronto al grado de subintendente militar, se presentó a los exámenes después de una seria preparación. Pero con grande pena se vió desaprobado con el número 15 en una serie que no debía comprender más de seis plazas. Humillado por el fracaso, se desanimó completamente y renunció a presentarse de nuevo. Una hermana suya, monja muy piadosa y de elevadas condiciones de espíritu, le escribió animándole y remitiéndole una medallita de San José. Le decía que insistiese y tuviese valor, confiando en el angélico esposo de María. El buen militar se conmovió por la piadosa exhortación de su hermana, a quien quería mucho. Se puso la medalla de San José y esperó nuevo examen, invocando muchas veces al Santo. Poco tiempo después se presentó un concurso. Acudió a él nuestro militar, muy confiado en su protección; y no sólo consiguió plaza, sino que tuvo el honor de ser el número uno. Lleno de agradecimiento a su protector, prometió no despojarse nunca de la medalla, ser fiel al Santo e invocarle todos los días de su vida.

 

 

DESPUES DE LA MEDITACION DIARIA.

 

 

   Para obtener del Santo Patriarca las gracias que en este mes le pedimos, rezaremos siete veces el Padrenuestro, Avemaría Gloría Patri, en memoria de los siete dolores y gozos que sintió en esta vida.

 

 

I

 

Viendo encinta a tu Esposa,

divino Atlante,

tu dolor volvió en gozo

la voz del ángel.

(San Mateo, 1.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

II

 

Cuando a Cristo naciendo

viste tan pobre,

te alegró verle en tantas

adoraciones.

(San Mateo.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

III

A Jesús cuando viste

circuncidarle,

Con su nombre tu pena,

pudo templarse.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría, y Gloria.

 

 

IV

 

Si sentiste el presagio

de morir Cristo,

Os dio gozo el anuncio

de redimirnos.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

V

 

Porque Herodes a Cristo

quiso prenderle,

en Egipto guardarle

supiste alegre.

(Isaías, 19.)

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

VI

 

Si al volver a Judea

tuviste susto,

Nazaret fué el alcázar

de tu refugio.

(San Mateo, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

VII

 

Si os causó gran tristeza

perdido Cristo,

al hallarle fué el gozo

más excesivo.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

—Cada, uno pida ahora a San José lo que necesite y le convenga.

 

 




 

ORACION FINAL A SAN JOSÉ.

 

 

    Gloriosísimo Patriarca José, fidelísimo esposo de María y padre de Jesús: En unión del amor con que el Eterno Padre encomendó su amado Hijo Jesucristo y la Sagrada Virgen María a vuestro cuidado, yo me entrego a vos desde hoy por todos los días de mi vida, y singularmente encomiendo mi alma y cuerpo a vuestra custodia en el trance de la muerte. A vos elijo por mi primer Patrón después de María Santísima; en vos pongo mi consuelo y esperanza, para que todas mis cosas se dirijan por vuestros méritos, todas mis obras se dispongan conforme a la voluntad divina; y os suplico me recibáis por vuestro perpetuo siervo, para que siempre os sirva, y logre con vuestra intercesión la gracia de Jesús y la protección de María. Amén.

 

 

APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.



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