lunes, 1 de marzo de 2021

MES DE MARZO CONSAGRADO A SAN JOSÉ COMO ABOGADO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE. DÍA 1.



 

INVOCACIONES:

 

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

—Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.

 

—Jesús, José y María, muera yo en paz en vuestra compañía.

 

(Pió VII, 28 de abril de 1807. 100 días de indulgencia por cada jaculatoria, 300 por las tres.)

 

 

 

MODO DE HACER CON FRUTO EL MES DE MARZO EN HONOR DE SAN JOSÉ.

 

 

   De rodillas ante una imagen del Santo, y, si puede ser, en la iglesia, con el Santísimo Sacramento expuesto, empezaremos diciendo:

 

   Benditos y alabados sean el Santísimo Sacramento del Altar, la Purísima e Inmaculada Virgen María y el Glorioso Patriarca San José. Así sea.

Por la señal, etc.

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS.

 

 

   Poderosísimo patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos y dulce consuelo de desamparados. José gloriosísimo, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio, y mi alma, sin duda, ha de agonizar terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad ha de serme sumamente espantoso; el demonio, mi común enemigo, me ha de combatir con todo el poder de su infierno, a fin de que yo pierda eternamente a mi Dios; mis fuerzas, en lo natural, han de ser ningunas; yo no he de tener en lo humano quien me ayude; desde ahora, pues, para entonces te invoco, Padre m mío; a tu patrocinio me acojo, asísteme en aquel trance para que yo no falte en la fe, en la esperanza, ni en la caridad. Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron los demonios, para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores, y por los que en vida te hicieron, te pido que ahuyentes tú a estos mis enemigos, y acabe yo la vida en paz amando a Jesús, a María y a ti, José mío, para alcanzar lo cual te consagro este Mes de Marzo.

 

 



DÍA 1

Excelencias de la familia de San José. (Luc. I)

 

 

   Si amáis a San José y deseáis rendirle vuestros homenajes, comenzad desde el primer día del mes que le está consagrado, a conocerle más y más. Así le amaréis como él se merece y podréis ofrecerle un culto digno y oraciones más humildes y confiadas.

 

 

   Procurad conocer la perfección de su naturaleza. Según las palabras del santo Evangelio, que son las que hemos de meditar, San José es, después de su Esposa inmaculada, la criatura más perfecta que Dios ha dado a la tierra. Jacob engendró a José, dice el Evangelio.

 

 

   La raza privilegiada de la cual nació San José, semejante a la más bella y pura de las flores, era el tronco más antiguo, más derecho y más vigoroso de su pueblo. El reúne en sus perfecciones todas las virtudes de sus ascendientes que habían sido durante varios siglos una raza de Patriarcas. La longevidad, la vida, a la vez de pastores y de reyes, la piedad, todo, en una palabra, hace reconocer en los antepasados de San José los caracteres que forman del hombre el padre y el rey de la Creación. Su larga vida contemplativa les daba una ciencia profunda de las obras de Dios. Veían a Dios a través de sus obras y contemplaban sin cesar el Sér infinito, el Creador del cielo y de la tierra, Padre misericordioso, Juez pleno de justicia. Puede, en verdad, decirse. que el espíritu de adoración y de piedad residía en ellos.

 

   A estas virtudes de raza, cada uno de los Patriarcas añadía una virtud personal. Adán, el espíritu de penitencia; Enós, el culto público de Dios; Henoch, las virtudes predilectas del Señor: la humildad y la, generosidad; Noé, la justicia; Abraham, la fe; Isaac, la pureza; Jacob, la, constancia. Sin duda, en medio de los desórdenes y de los crímenes del mundo, antes del Diluvio, los hijos de Dios debieron afligir más de una vez el corazón de su Padre celestial. Después del Diluvio, la, raza de los Patriarcas estuvo exenta de todo reproche. Lloraban en presencia de Dios y aceptaban las enfermedades y la muerte como venidas de su mano. Este castigo, por una parte, y algunos siglos después la cautividad de Egipto, fueron para los descendientes de Adán y Abrahán el beneficio de una expiación que les era necesaria.

 

 

   Esta purificación completaba la sangre futura de San José ante la sangre real. A los reyes les es preciso el valor, el amor del pueblo, junto a la devoción, junto al sacrificio, el celo del reino de Dios y de su ley, la paciencia, la prudencia, la solicitud del bien común, la magnificencia, la grandeza del alma y el amor a la justicia.

 

 

   Todos los reyes descendientes de David no practicaron perfectamente cada una de estas virtudes. Pero ¿quién ha arrancado a su corazón culpable los gemidos desgarradores de David? Y ¿quién poseía en tan alto grado el amor de Dios, el sentimiento de sus beneficios, el celo de su gloria, el respeto a su autoridad, el reconocimiento, el heroísmo, el amor del pueblo y la paciencia?

 

 

   Al esplendor del tono debían suceder la pobreza y la oscuridad, a fin de que esta sangre bendita se enriqueciese todavía con nuevas virtudes y se perfeccionase aún más la raza de la cual había de nacer José. Sufrir con paciencia, amar el trabajo, el deber, la familia, someterse a la voluntad de Dios, callar ante la injusticia de los hombres no conocer la envidia, guardar las manos puras de los bienes y de la sangre de los otros, servir a su país, dar siempre buen ejemplo: he aquí las virtudes de los pobres y de los ignorantes, las nuevas virtudes practicadas por la raza patriarcal y real que debía traer la salud del mundo. Ella las practicó en circunstancias excepcionales. Los males de la patria fueron numerosos durante este período: sin embargo, las miradas y la esperanza del pueblo de Dios no se fijan sobre ninguno de los descendientes de David. Durante más de tres siglos, la raza, de David lleva sobre su corazón el peso de una patria ruinosa. Esta ruina se precipitó sobre los abuelos de San José, y no solamente sobre la patria, sino también sobre su familia. San José tuvo que dejar su pueblo y ganarse el pan como un obrero cualquiera. La perfección de su belleza. corporal, la perfección aún mayor de su bella alma, sus virtudes, sus cualidades, nadie las vela. Semejante a la lámpara del santuario en la noche y en un templo desierto, él brillaba sólo delante de Dios. Sin embargo, ninguno de los Patriarcas había amado a Dios tan perfectamente como él; ninguno había gobernado su familia ni su pueblo como él gobernaba su corazón; ninguno de los reyes de Judá había sentido el celo de la gloria de Dios y el amor a la patria con la intensidad de San José; ninguno de sus antepasados había guardado la pureza virginal como él; ninguno había observado la ley de Dios como él; ninguno tan humilde, dulce, silencioso y paciente, como él.

 

 

   ¡Oh, José! ¡Yo me regocijo con el pensamiento de vuestra santidad! Os felicito por haberos amado y favorecido Dios en tan alto grado. Espero firmemente que os veré un día en el cielo, al lado de María, vuestra Esposa; al lado de Jesús, que fué llamado hijo vuestro. ¡Oh, qué júbilo poder contemplar las maravillas que Dios ha operado en vos! Entonces mis pálidas ideas de vuestra perfección y de vuestra gloria serán iluminadas por la verdad: entonces uniré mi voz a la de la celestial milicia. ¡Oh, santo mío! Por vuestras plegarias obtenednos de la divina misericordia la dicha inmerecida de veros en el cielo.

 

 

 

EJEMPLO

 

 

   Éxito favorable en los estudios, obtenido por intercesión de San José.

 

 

   Un joven solicitaba de Dios cierta merced que iba unida al buen éxito de sus estudios, pero por mucho que oraba no lo conseguía. Llegó a sus manos un librito del P. Huguet acerca de los Dolores y Gozos de San José, y el joven acudió al Santo con este obsequio, para conseguir su protección. Durante un mes rezó las oraciones que el libro contenía, pero no hallaba la solución deseada. Sin desanimarse, comenzó otro mes, y nada. Parecía que el Santo se desentendía de él, o quería probar su constancia. Unió a las oraciones cotidianas del libro una súplica a la Virgen para que sus oraciones fueran más eficaces. Al fin un día se deshicieron todos los obstáculos y se vencieron todas las dificultades, y, colmado de felicidad, aquel joven pudo decir a los que le rodeaban, lo mismo que en otro tiempo el pueblo de Sichar a la Samaritana: «Ahora creo en la eficacia del auxilio de San José, no por lo que me dijisteis en otro tiempo, sino por lo que he visto yo, por lo que he oído y por lo que yo mismo he experimentado.»


 

DESPUES DE LA MEDITACION DIARIA.

 

 

   Para obtener del Santo Patriarca las gracias que en este mes le pedimos, rezaremos siete veces el Padrenuestro, Avemaría Gloría Patri, en memoria de los siete dolores y gozos que sintió en esta vida.

 

 

I

 

Viendo encinta a tu Esposa,

divino Atlante,

tu dolor volvió en gozo

la voz del ángel.

(San Mateo, 1.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

II

 

Cuando a Cristo naciendo

viste tan pobre,

te alegró verle en tantas

adoraciones.

(San Mateo.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

III

A Jesús cuando viste

circuncidarle,

Con su nombre tu pena,

pudo templarse.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría, y Gloria.

 

 

IV

 

Si sentiste el presagio

de morir Cristo,

Os dio gozo el anuncio

de redimirnos.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

V

 

Porque Herodes a Cristo

quiso prenderle,

en Egipto guardarle

supiste alegre.

(Isaías, 19.)

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

VI

 

Si al volver a Judea

tuviste susto,

Nazaret fué el alcázar

de tu refugio.

(San Mateo, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

VII

 

Si os causó gran tristeza

perdido Cristo,

al hallarle fué el gozo

más excesivo.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

—Cada, uno pida ahora a San José lo que necesite y le convenga.

 

 



 

ORACION FINAL A SAN JOSÉ.

 

 

    Gloriosísimo Patriarca José, fidelísimo esposo de María y padre de Jesús: En unión del amor con que el Eterno Padre encomendó su amado Hijo Jesucristo y la Sagrada Virgen María a vuestro cuidado, yo me entrego a vos desde hoy por todos los días de mi vida, y singularmente encomiendo mi alma y cuerpo a vuestra custodia en el trance de la muerte. A vos elijo por mi primer Patrón después de María Santísima; en vos pongo mi consuelo y esperanza, para que todas mis cosas se dirijan por vuestros méritos, todas mis obras se dispongan conforme a la voluntad divina; y os suplico me recibáis por vuestro perpetuo siervo, para que siempre os sirva, y logre con vuestra intercesión la gracia de Jesús y la protección de María. Amén.



APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.




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