jueves, 4 de marzo de 2021

MES DE MARZO CONSAGRADO A SAN JOSÉ COMO ABOGADO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE. DÍA 4.


 

INVOCACIONES:

 

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

—Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.

 

—Jesús, José y María, muera yo en paz en vuestra compañía.

 

(Pió VII, 28 de abril de 1807. 100 días de indulgencia por cada jaculatoria, 300 por las tres.)

 

 

 

MODO DE HACER CON FRUTO EL MES DE MARZO EN HONOR DE SAN JOSÉ.

 

 

   De rodillas ante una imagen del Santo, y, si puede ser, en la iglesia, con el Santísimo Sacramento expuesto, empezaremos diciendo:

 

   Benditos y alabados sean el Santísimo Sacramento del Altar, la Purísima e Inmaculada Virgen María y el Glorioso Patriarca San José. Así sea.

Por la señal, etc.

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS.

 

 

   Poderosísimo patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos y dulce consuelo de desamparados. José gloriosísimo, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio, y mi alma, sin duda, ha de agonizar terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad ha de serme sumamente espantoso; el demonio, mi común enemigo, me ha de combatir con todo el poder de su infierno, a fin de que yo pierda eternamente a mi Dios; mis fuerzas, en lo natural, han de ser ningunas; yo no he de tener en lo humano quien me ayude; desde ahora, pues, para entonces te invoco, Padre m mío; a tu patrocinio me acojo, asísteme en aquel trance para que yo no falte en la fe, en la esperanza, ni en la caridad. Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron los demonios, para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores, y por los que en vida te hicieron, te pido que ahuyentes tú a estos mis enemigos, y acabe yo la vida en paz amando a Jesús, a María y a ti, José mío, para alcanzar lo cual te consagro este Mes de Marzo.

 



DÍA 4.

La prueba de San José.

 

 

   San José, según hemos visto, había recibido todas las gracias convenientes a su celestial misión. Pero, a pesar de esto, su humildad ocultaba a sus ojos su maravillosa perfección; él ignoraba su vocación, en virtud de la cual había sido colmado de gracias. Él sabía únicamente que era el esposo, designado por Dios, de la Virgen más pura de Israel: su alma sentía por esto un reconocimiento inmenso hacia el Señor.

 

 

   Pero lo que él ignoraba le va a ser revelado: la sublimidad de las gracias de María, su Concepción inmaculada, el milagro del Espíritu Santo, que hace de Ella la Madre de Jesús y la puerta del cielo (El nacimiento de Cristo sucedió de esta manera: Estando desposada su Madre, María, con José, se halló que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. (Mat. I.)); la parte, en fin, que él mismo había de tener en el cumplimiento de los designios de la misericordia y del amor infinito. ¿Cómo se le hará esta revelación? ¿En qué momento? ¿En qué circunstancias?... Mientras que su alma está abismada por el dolor y su corazón torturado por la más cruel de las angustias. ¡El dolor! ¡Cuántas cosas aprende el que quiere sufrir con Jesucristo y poseer su alma en la paciencia! ¡Quizás este dolor era necesario para preparar el corazón de José a las gracias inefables que habían de inundarlo! ¿Quién conoce las exigencias de la Pureza Infinita? Es cierto que los favores divinos son ordinariamente precedidos de una purificación dolorosa proporcionada a estos mismos favores. Quizás el dolor, que fortifica y engrandece el alma, era necesario a San José a fin de que pudiera recibir, sin rendirse, el júbilo celeste de que su alma iba a llenarse. Quizás para que mejor comprendiese los misterios dolorosos de nuestra redención, que estalla destinado a ver, y las agonías que nuestra salud harían sufrir al Hijo y a la Madre. Quizás, en fin, servirían para preparar su corazón a recibir con más perfección las pruebas y las persecuciones que habían de caer sobre la Sagrada Familia. Los secretos de la divina sabiduría no nos pertenecen; nunca podremos penetrar en los fines de un solo acto divino ni comprender toda la bondad que lo guía. Dichosa el alma que se abandona a ella sin reserva, y que nunca inquiere la razón de su conducta.

 

 

   Esta alma, a ejemplo de San José, está siempre silenciosa, no trata de comunicar sus penas a un mundo que por su frivolidad no las comprendería: ella no pierde tiempo en pronunciar palabras inútiles ni en lanzar reproches injustos: sólo desea ser ignorada para mejor comunicar su alma con Dios. Ella guarda su dolor en el silencio, esperando el momento de las resoluciones prudentes, dignas de ella misma y de Dios, que la prueba.

 

 

   En las circunstancias en que se encontraba San José, era preciso un dominio y una santidad muy grandes para no salirse de esta línea, de conducta.

 

 

   María, ¿no vería toda esta pena interior de San José? Su silencio se explica fácilmente. Ella no era dueña del secreto del Rey del Cielo, no tenía permiso para revelarlo, y a pesar de su compasión hacia su esposo, no podía hablar, pues su obediencia era perfecta. El dolor de San José penetró en el alma de María más profundamente que en el de su mismo esposo, pues amaba la Virgen a San José como no podía él comprender.

 

 

   ¿Cuánto tiempo plugo al Señor lacerar con tan cruel dolor a estas dos almas, las más queridas de su corazón entre todas las criaturas? Lo ignoramos. Sólo sabemos que San José resolvió huir de la compañía de María y que Ella leyó en el rostro de San José esta decisión extrema. Es verdaderamente un espectáculo divino el que estas dos almas tan santas sean presas de un dolor de esta clase y que este mismo dolor sirva para llevarlos a mayor perfección.

   ¡Oh, José!, cuántas maravillas se entrevén en vos desde los primeros días de vuestra entrada en la Sagrada Familia.

 

 

   Y cuanto más penetra mi alma en vuestra vida, tanto más se apodera de mí la confusión y la vergüenza, comparando vuestros ejemplos de humildad, paciencia y generosidad, con mis faltas cotidianas de soberbia, ira y egoísmo. ¿Qué son mis pruebas comparadas con las torturas que sufrió vuestro inocente corazón? Y mientras que el dolor os eleva, a mí me abate y entristece.

 

 

   ¡Oh, gran Santo!, no os olvidéis de mí: no miréis mi miseria y atended a los méritos de vuestro Jesús. Obtenedme, en recuerdo de vuestras angustias, la gracia de conducirme cristianamente en las pruebas que Dios me envíe, a fin de que mi vida glorifique al Señor para que Él tenga misericordia de mi alma a la hora de la muerte. Amén.

 

 

 

EJEMPLO

 

 

   Un abogado del Parlamento del Delfinado, que se hallaba en Lyon durante la peste de 1638, vió a uno de sus hijos atacado de aquel mal pestilencial, con todas las señales de muerte próxima. Este caballero era muy devoto de San José, y a él acudió en aquel trance, prometiéndole, si volvía la salud a su hijo, acudir durante nueve días seguidos a su iglesia y oír Misa y encender algunas velas en su honor: además, colocar en ella un exvoto con una inscripción que recordase el beneficio recibido por su intercesión. Los médicos, cuando fueron a visitar al enfermo y vieron el estado tan deplorable en que se encontraba, dispusieron que inmediatamente fuese llevado al lazareto, diciendo que no le quedaban más que dos horas de vida. La orden de los médicos fué ejecutada; pero apenas llegó al lazareto el joven, cuando se sintió repentinamente curado. El padre, reconocido a su glorioso bienhechor, cumplió al Instante el voto que había hecho.



 

DESPUES DE LA MEDITACION DIARIA.


 

   Para obtener del Santo Patriarca las gracias que en este mes le pedimos, rezaremos siete veces el Padrenuestro, Avemaría Gloría Patri, en memoria de los siete dolores y gozos que sintió en esta vida.

 

 

I

 

Viendo encinta a tu Esposa,

divino Atlante,

tu dolor volvió en gozo

la voz del ángel.

(San Mateo, 1.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

II

 

Cuando a Cristo naciendo

viste tan pobre,

te alegró verle en tantas

adoraciones.

(San Mateo.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

III

A Jesús cuando viste

circuncidarle,

Con su nombre tu pena,

pudo templarse.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría, y Gloria.

 

 

IV

 

Si sentiste el presagio

de morir Cristo,

Os dio gozo el anuncio

de redimirnos.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

V

 

Porque Herodes a Cristo

quiso prenderle,

en Egipto guardarle

supiste alegre.

(Isaías, 19.)

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

VI

 

Si al volver a Judea

tuviste susto,

Nazaret fué el alcázar

de tu refugio.

(San Mateo, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

VII

 

Si os causó gran tristeza

perdido Cristo,

al hallarle fué el gozo

más excesivo.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

—Cada, uno pida ahora a San José lo que necesite y le convenga.

 

 



 


ORACION FINAL A SAN JOSÉ.

 

 

    Gloriosísimo Patriarca José, fidelísimo esposo de María y padre de Jesús: En unión del amor con que el Eterno Padre encomendó su amado Hijo Jesucristo y la Sagrada Virgen María a vuestro cuidado, yo me entrego a vos desde hoy por todos los días de mi vida, y singularmente encomiendo mi alma y cuerpo a vuestra custodia en el trance de la muerte. A vos elijo por mi primer Patrón después de María Santísima; en vos pongo mi consuelo y esperanza, para que todas mis cosas se dirijan por vuestros méritos, todas mis obras se dispongan conforme a la voluntad divina; y os suplico me recibáis por vuestro perpetuo siervo, para que siempre os sirva, y logre con vuestra intercesión la gracia de Jesús y la protección de María. Amén.

 



APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.



 

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