jueves, 18 de marzo de 2021

MES DE MARZO CONSAGRADO A SAN JOSÉ COMO ABOGADO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE. DÍA 18: Pérdida del Niño Jesús.


 

INVOCACIONES:

 

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

—Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.

 

—Jesús, José y María, muera yo en paz en vuestra compañía.

 

(Pió VII, 28 de abril de 1807. 100 días de indulgencia por cada jaculatoria, 300 por las tres.)

 

 

 

MODO DE HACER CON FRUTO EL MES DE MARZO EN HONOR DE SAN JOSÉ.

 

 

   De rodillas ante una imagen del Santo, y, si puede ser, en la iglesia, con el Santísimo Sacramento expuesto, empezaremos diciendo:

 

   Benditos y alabados sean el Santísimo Sacramento del Altar, la Purísima e Inmaculada Virgen María y el Glorioso Patriarca San José. Así sea.

Por la señal, etc.

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS.

 

 

   Poderosísimo patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos y dulce consuelo de desamparados. José gloriosísimo, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio, y mi alma, sin duda, ha de agonizar terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad ha de serme sumamente espantoso; el demonio, mi común enemigo, me ha de combatir con todo el poder de su infierno, a fin de que yo pierda eternamente a mi Dios; mis fuerzas, en lo natural, han de ser ningunas; yo no he de tener en lo humano quien me ayude; desde ahora, pues, para entonces te invoco, Padre m mío; a tu patrocinio me acojo, asísteme en aquel trance para que yo no falte en la fe, en la esperanza, ni en la caridad. Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron los demonios, para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores, y por los que en vida te hicieron, te pido que ahuyentes tú a estos mis enemigos, y acabe yo la vida en paz amando a Jesús, a María y a ti, José mío, para alcanzar lo cual te consagro este Mes de Marzo.

 

 





 

DÍA 18

Pérdida del Niño Jesús.

 

 

   Había en Galilea numerosas familias de israelitas fieles que subían a Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua. Se acercaba ésta, y al efecto se prepararon los caminos y posadas, disponiéndose todo para celebrar con fe y esplendor la fiesta principal de la Alianza. De todas las aldeas y ciudades partían numerosos grupos de peregrinos, y los valles resonaban con los salmos de la peregrinación. La obligación de acudir al templo se acercaba ya para el Niño Jesús, pues acababa de cumplir los doce años y desde esta edad empezaba el deber de ayunar y de asistir en Jerusalén a las fiestas principales.

 

 

   Fué, pues, Jesús con sus padres y otros parientes a celebrar la Pascua. ¡Con qué fervor y alegría la celebraría la Sagrada Familia, y cómo darían gracias a Dios por la libertad del pueblo de Israel del poder de los egipcios! Asistieron a todos los actos señalados para la celebración de la Pascua; comieron el cordero pascual, fueron al templo a presenciar el gran sacrificio, al que no debían faltar los hombres y por último estuvieron presentes a la ceremonia de segar la primera gavilla de cebada, después de lo cual se la llevaba al templo para ofrecerla en sacrificio y quemarla al día siguiente. Concluida esta ceremonia, los peregrinos podían emprender el regreso a sus hogares. Así lo hicieron José y María, en compañía de otros muchos. A la caída de la tarde llegaron al primer punto de parada y allí echaron de menos al Niño. Iban María y José tranquilos, pensando que el Niño se habría separado un poco de ellos, pero que iría en la compañía de otros parientes. ¡Y cuál sería su dolor cuando, después de preguntar a todos, vieron que se les había perdido! ¡Qué noche de tristeza y de angustias! No bien amaneció salieron ambos esposos en dirección de Jerusalén, y por el camino iban preguntando a cuantos encontraban, acrecentándose cada vez más su pena, pues nadie les daba razón del Niño. ¿Qué había sido de él? ¿Dónde estaba? ¿Cómo podremos comprender nosotros su dolor? Sufrían, no sólo con dolor de padres, sino con el amor infinito a su Dios y con la responsabilidad que ante el Eterno Padre tenían contraída. Pero en medio de tan acerbo sufrimiento estaban resignados y sumisos ante tan dura prueba. ¡Qué triste terminaba para ellos la fiesta de la Pascua, que empezaron tan alegres! De este modo pasaron aquel día y la noche, hasta que, en la tarde del día siguiente, no sabiendo ya donde buscarle, se fueron al templo. Y, ¡oh, asombro!, no bien entraron en él, vieron al Niño sentado entre los doctores de la ley, que proponían cuestiones sobre las cuales todos los presentes podían hacer preguntas. Allí se sentó Jesús, y asombró con sus sabias preguntas y respuestas a todos aquellos doctores. No se sabe sobre qué versaron las enseñanzas del Salvador, pero creen casi todos los autores seria sobre la venida del Mesías. Después de las primeras manifestaciones de cariño entre Él y sus padres, la Virgen le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado con dolor...» El Salvador la respondió: «¿no sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?»

 

 

   Mientras María, con su ternura de madre, le hacía estos dulces reproches, José callaba., viendo en aquel suceso el principio de la vocación de Jesús. ¡Qué honor para el Santo Patriarca ser padre de tal Hijo!

 

 

   Aprendamos en esta hermosa meditación a seguir siempre y sin pérdida de tiempo la voz de Dios, y pidamos a San José nos ayude él a comprenderla y perseverar en ella hasta el fin.

 

 

 



EJEMPLO

 

 

   La última Misa del P. La Salle. Atacado por la enfermedad que le llevó al sepulcro, el bienaventurado fundador de la Congregación de Hermanos de las Escuelas Cristianas hacía esfuerzos inauditos para sobreponerse a sus dolores. A medida que iba aumentando el desfallecimiento de su cuerpo, crecía la alegría de su alma. «Espero—decía—que pronto me habré librado de Egipto para ser Introducido en la tierra de promisión.» Se acercaba la fiesta de San José. Su devoción particular a este Santo le inspiraba un ardiente deseo de poder celebrar la Santa Misa aquel día en honor del Santo; mas su estado de postración llegaba hasta el extremo de no atreverse a esperar tal gracia si no era por un milagro. Sin embargo, de no haberla pedido al Santo, éste se la concedió. La víspera de San José, a eso de las diez de la noche, sintió que se le aplacaban los dolores y que recuperaba fuerzas. Sorprendido de aquél cambio imprevisto, pensó que era un sueño y no dijo nada. Pero por la mañana bien vió que no era sueño ni ilusión, sino realidad, y que se hallaba en estado de levantarse. Grande fué el júbilo de poder cumplir esta su devoción. Todos en la casa bendijeron al Señor y creían que era un milagro del Todopoderoso. Efectivamente, así era, mas no duradero, como sus hermanos al principio creyeron, sino como un obsequio qué San José le hacía antes de partir de este mundo; el que dijese en su fiesta la última Misa. Y así fué, pues pocos días después se presentó la dolencia con todos los caracteres más alarmantes, muriendo en pocas horas. En la agonía juntó sus manos y dirigió al cielo una mirada llena de amor y confianza.

 



DESPUES DE LA MEDITACION DIARIA.



 

 

   Para obtener del Santo Patriarca las gracias que en este mes le pedimos, rezaremos siete veces el Padrenuestro, Avemaría Gloría Patri, en memoria de los siete dolores y gozos que sintió en esta vida.

 

 

I

 

Viendo encinta a tu Esposa,

divino Atlante,

tu dolor volvió en gozo

la voz del ángel.

(San Mateo, 1.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

II

 

Cuando a Cristo naciendo

viste tan pobre,

te alegró verle en tantas

adoraciones.

(San Mateo.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

III

A Jesús cuando viste

circuncidarle,

Con su nombre tu pena,

pudo templarse.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría, y Gloria.

 

 

IV

 

Si sentiste el presagio

de morir Cristo,

Os dio gozo el anuncio

de redimirnos.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

V

 

Porque Herodes a Cristo

quiso prenderle,

en Egipto guardarle

supiste alegre.

(Isaías, 19.)

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

VI

 

Si al volver a Judea

tuviste susto,

Nazaret fué el alcázar

de tu refugio.

(San Mateo, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

VII

 

Si os causó gran tristeza

perdido Cristo,

al hallarle fué el gozo

más excesivo.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

—Cada, uno pida ahora a San José lo que necesite y le convenga.

 

 



 

ORACION FINAL A SAN JOSÉ.

 

 

    Gloriosísimo Patriarca José, fidelísimo esposo de María y padre de Jesús: En unión del amor con que el Eterno Padre encomendó su amado Hijo Jesucristo y la Sagrada Virgen María a vuestro cuidado, yo me entrego a vos desde hoy por todos los días de mi vida, y singularmente encomiendo mi alma y cuerpo a vuestra custodia en el trance de la muerte. A vos elijo por mi primer Patrón después de María Santísima; en vos pongo mi consuelo y esperanza, para que todas mis cosas se dirijan por vuestros méritos, todas mis obras se dispongan conforme a la voluntad divina; y os suplico me recibáis por vuestro perpetuo siervo, para que siempre os sirva, y logre con vuestra intercesión la gracia de Jesús y la protección de María. Amén.

 


APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.



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