martes, 23 de marzo de 2021

MES DE MARZO CONSAGRADO A SAN JOSÉ COMO ABOGADO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE. DÍA 23: De la muchedumbre de los pecados y de su gravedad por ser muchos y contrarios a la razón.


 

INVOCACIONES:

 

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

—Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.

 

—Jesús, José y María, muera yo en paz en vuestra compañía.

 

(Pió VII, 28 de abril de 1807. 100 días de indulgencia por cada jaculatoria, 300 por las tres.)

 

 

 

MODO DE HACER CON FRUTO EL MES DE MARZO EN HONOR DE SAN JOSÉ.

 

 

   De rodillas ante una imagen del Santo, y, si puede ser, en la iglesia, con el Santísimo Sacramento expuesto, empezaremos diciendo:

 

   Benditos y alabados sean el Santísimo Sacramento del Altar, la Purísima e Inmaculada Virgen María y el Glorioso Patriarca San José. Así sea.

Por la señal, etc.

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS.

 

 

   Poderosísimo patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos y dulce consuelo de desamparados. José gloriosísimo, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio, y mi alma, sin duda, ha de agonizar terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad ha de serme sumamente espantoso; el demonio, mi común enemigo, me ha de combatir con todo el poder de su infierno, a fin de que yo pierda eternamente a mi Dios; mis fuerzas, en lo natural, han de ser ningunas; yo no he de tener en lo humano quien me ayude; desde ahora, pues, para entonces te invoco, Padre m mío; a tu patrocinio me acojo, asísteme en aquel trance para que yo no falte en la fe, en la esperanza, ni en la caridad. Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron los demonios, para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores, y por los que en vida te hicieron, te pido que ahuyentes tú a estos mis enemigos, y acabe yo la vida en paz amando a Jesús, a María y a ti, José mío, para alcanzar lo cual te consagro este Mes de Marzo.

 





 

DÍA 23

De la muchedumbre de los pecados y de su gravedad por ser muchos y contrarios a la razón.

 

 

   El primer punto es traer a la memoria la muchedumbre de pecados que he cometido en toda la vida pasada; para lo cual tengo de discurrir por todas las edades de ella, y por todos los lugares donde he vivido y por los oficios y ocupaciones que he tenido, mirando lo que he faltado en cada uno de los siete pecados que comúnmente llaman mortales, y en cada uno de los mandamientos de la ley de Dios y de su Iglesia, y en cada una de las leyes y reglas de mi estado y oficio.

 

   En habiendo traído a la memoria estos pecados, haré de ellos en la oración una humilde confesión delante de Dios, acusándome, como Daniel, de todos ellos, siquiera de los más principales, hiriendo, como el publicano, mis pechos, diciendo: Acúsame, Señor, que pequé delante de Ti en la soberbia, presumiendo de mí vanamente, hablando palabras jactanciosas, despreciando a mis prójimos, rebelándome contra Ti, etc. Y a este modo proseguiré la acusación en todos los siete pecados mortales, o por los diez mandamientos.

 

 

   Después que hubiere confesado los pecados que conozco, tengo de creer que hay otros muchos que no conozco, a los cuales llama David pecados ocultos; pero no son ocultos a Dios, que me ha de juzgar y castigar por ellos, y esto me ha de tener cuidadoso y afligido. Estos pecados me son ocultos, por una de tres causas: o porque me olvidé ya de ellos, o porque eran muy sutiles, como soberbias interiores, juicios temerarios, siniestras intenciones, negligencias y omisiones; o porque los hice con alguna ignorancia y error, o por ilusión del demonio, pensando que hacía servicio a Dios; y juntando los pecados que conozco con los que no conozco, puedo creer, que hacen una muchedumbre innumerable, y que son más que los cabellos de la cabeza, como dijo David, y más que las arenas de la mar, como dijo el rey Manasés.

 

 

   Aún tengo de añadir otra circunstancia, que agrava mucho mis pecados, que es la reincidencia en unos mismos, después que Dios me los ha perdonado, una vez y muchas; andando como en porfía con Dios, yo a pecar y El a perdonarme, y yo a tornar de nuevo a pecar, como si no me hubiera perdonado, imitando, como dice el Apóstol San Pedro, al perro que come lo que vomitó, y al puerco que se torna a revolcar en el cieno de que se lavó. Por lo cual merecía que Dios me vomitara de Sí para siempre, y me sumiera en el lodazal del infierno, dejándome atado de pies y manos en poder de los verdugos infernales, como lo hizo con el siervo desagradecido, que le debía diez mil talentos y después de perdonado le tornó a ofender. Pero, con todo esto, fiado en la infinita paciencia y misericordia de Dios, tengo otra vez de volverme a El de veras y postrado a sus pies, decirle: Señor, ten paciencia conmigo, y yo con tu ayuda te pagaré toda la deuda de mis pecados, y si esta vez me perdonas no volveré más a ellos.

 

 

   De todo esto sacaré grande admiración de la paciencia que ha tenido Dios en sufrirme, porque una injuria o dos, quienquiera las sufre; pero tantas y tan repetidas, y tan varias y con tanta protervia, ¿quién las puede sufrir sino Dios?

 

 

   Verdaderamente, Dios mío, menester ha sido paciencia infinita como la vuestra para sufrir una infinidad de injurias como las mías; pero, pues no os habéis cansado de sufrirme, tened por bien de perdonarme.

 

 



 

EJEMPLO

 

 

   Un joven llamado Ernesto fué atacado de una tisis que lentamente le conducía al sepulcro. Sobrellevó con gran resignación sus padecimientos e hizo generoso ofrecimiento de su vida. En sus últimos momentos experimentó los efectos del patrocinio de San José, a cuya Asociación pertenecía. Próximo a entregar su alma a Dios, quiso el demonio hacer la última prueba, a fin de conquistarle para sí; pero el joven, lleno de confianza en Dios y en el que es Protector de los Agonizantes, el Glorioso San José, cobró bríos para gritar con toda su fuerza: «¡Márchate de aquí, Satanás!; márchate, no seré tuyo», y después empezó a decir en alta voz una tierna oración, que terminó con estas palabras: «¡Oh, Dios mío, recibidme en vuestro santo paraíso! ¡Que vuestra voluntad se cumpla!» Después se dirigió a Jesús, a María y a José y a su Santo Ángel custodio; pronunció algunas palabras, y dijo a un compañero que le asistía: «Pediré mucho por la Asociación de San José». Momentos después empezaba su agonía, que fué lenta y tranquila. Su madre le acercó el crucifijo, que besó con ternura, sacó la mano para apretarlo contra sus labios y se durmió con el sueño de los justos el mes de Diciembre de 1838.

 





 

DESPUES DE LA MEDITACION DIARIA.


 

 

   Para obtener del Santo Patriarca las gracias que en este mes le pedimos, rezaremos siete veces el Padrenuestro, Avemaría Gloría Patri, en memoria de los siete dolores y gozos que sintió en esta vida.

 

 

I

 

Viendo encinta a tu Esposa,

divino Atlante,

tu dolor volvió en gozo

la voz del ángel.

(San Mateo, 1.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

II

 

Cuando a Cristo naciendo

viste tan pobre,

te alegró verle en tantas

adoraciones.

(San Mateo.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

III

A Jesús cuando viste

circuncidarle,

Con su nombre tu pena,

pudo templarse.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría, y Gloria.

 

 

IV

 

Si sentiste el presagio

de morir Cristo,

Os dio gozo el anuncio

de redimirnos.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

V

 

Porque Herodes a Cristo

quiso prenderle,

en Egipto guardarle

supiste alegre.

(Isaías, 19.)

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

VI

 

Si al volver a Judea

tuviste susto,

Nazaret fué el alcázar

de tu refugio.

(San Mateo, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

VII

 

Si os causó gran tristeza

perdido Cristo,

al hallarle fué el gozo

más excesivo.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

—Cada, uno pida ahora a San José lo que necesite y le convenga.

 

 



 

ORACION FINAL A SAN JOSÉ.

 

 

    Gloriosísimo Patriarca José, fidelísimo esposo de María y padre de Jesús: En unión del amor con que el Eterno Padre encomendó su amado Hijo Jesucristo y la Sagrada Virgen María a vuestro cuidado, yo me entrego a vos desde hoy por todos los días de mi vida, y singularmente encomiendo mi alma y cuerpo a vuestra custodia en el trance de la muerte. A vos elijo por mi primer Patrón después de María Santísima; en vos pongo mi consuelo y esperanza, para que todas mis cosas se dirijan por vuestros méritos, todas mis obras se dispongan conforme a la voluntad divina; y os suplico me recibáis por vuestro perpetuo siervo, para que siempre os sirva, y logre con vuestra intercesión la gracia de Jesús y la protección de María. Amén.

 



APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.




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