lunes, 22 de marzo de 2021

MES DE MARZO CONSAGRADO A SAN JOSÉ COMO ABOGADO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE. DÍA 21: Muerte de San José.


INVOCACIONES:

 

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

—Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.

 

—Jesús, José y María, muera yo en paz en vuestra compañía.

 

(Pió VII, 28 de abril de 1807. 100 días de indulgencia por cada jaculatoria, 300 por las tres.)

 

 

 

MODO DE HACER CON FRUTO EL MES DE MARZO EN HONOR DE SAN JOSÉ.

 

 

   De rodillas ante una imagen del Santo, y, si puede ser, en la iglesia, con el Santísimo Sacramento expuesto, empezaremos diciendo:

 

   Benditos y alabados sean el Santísimo Sacramento del Altar, la Purísima e Inmaculada Virgen María y el Glorioso Patriarca San José. Así sea.

Por la señal, etc.

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS.

 

 

   Poderosísimo patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos y dulce consuelo de desamparados. José gloriosísimo, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio, y mi alma, sin duda, ha de agonizar terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad ha de serme sumamente espantoso; el demonio, mi común enemigo, me ha de combatir con todo el poder de su infierno, a fin de que yo pierda eternamente a mi Dios; mis fuerzas, en lo natural, han de ser ningunas; yo no he de tener en lo humano quien me ayude; desde ahora, pues, para entonces te invoco, Padre m mío; a tu patrocinio me acojo, asísteme en aquel trance para que yo no falte en la fe, en la esperanza, ni en la caridad. Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron los demonios, para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores, y por los que en vida te hicieron, te pido que ahuyentes tú a estos mis enemigos, y acabe yo la vida en paz amando a Jesús, a María y a ti, José mío, para alcanzar lo cual te consagro este Mes de Marzo.

 

 



DÍA 21.

Muerte de San José.

 

 

   La vida de San José fué la más hermosa de todas las vidas: su muerte fué, por consiguiente, la más hermosa de todas las muertes. «Había andado siempre en la inocencia de su corazón en medio de su casa» (Salmo 109, 2). Y esta inocencia le hizo gustar en los últimos momentos toda su dulzura. La brillante azucena de su pureza, que había conservado tan cuidadosamente y que la vista de Jesús y de María habían hermoseado con un brillo virginal y angélico, pareció entonces en todo su esplendor. Sus eminentes virtudes, cultivadas a la, sombra de una profunda, humildad y en el silencio, formaban una corona brillante de méritos. Su corazón, unido siempre con Dios, y ocupándose con Jesús, hablaba aún en aquellos últimos momentos al corazón del Salvador. Las penas y pesadumbres que había padecido con tanta resignación; las persecuciones, las burlas e insultos soportados con tanta paciencia; en fin, hasta sus dolores se convertían en alegría dulcísima y pura, según aquellas palabras de Jesús: «Vuestra tristeza se convertirá en gozo y nadie os la podrá quitar.» Jesús le enseña el cielo abierto, y la recompensa abundante que le espera, o más bien, le hace ver la gloria que ha procurado a Dios con sus virtudes ejercitadas en la oscuridad. En fin, José ha vivido con Jesús y María: los ha amado, y en este momento muere con Jesús y María. ¡Oh, qué hermosa vida! ¡Oh, qué dichosa, muerte! La una es efecto de la otra: «Muere con la muerte de los justos.»

 

 

   Como es la vida es la muerte: esta máxima es verdadera generalmente hablando. Sin embargo, esto no quiere decir que después de una vida criminal no se pueda esperar más que una muerte infeliz y desgraciada; porque, ¿quién podrá sondear las misericordias infinitas de nuestro Dios? ¿Quién podrá contar las gracias que concede a los moribundos para ganarlos al menos en aquella hora fatal? Ved al buen ladrón; escuchad las palabras que le dirige Jesucristo: «En este día estarás conmigo en el Paraíso.» Pero ¿se podrá contar con demasiada confianza sobre semejante favor? ¿Y no podría detener el curso de las gracias del Señor o hacerlas inútiles una muerte repentina e imprevista? ¿No es más prudente vivir como un santo, para morir como un santo? Por esto nos dice la Escritura que «el joven no se separará en su vejez del camino que siguió en su juventud». De lo que se infiere que se puede decir con verdad que la muerte, por lo ordinario, es el eco de la vida.

 

 

   De modo que si la vida ha hecho resonar estas palabras: pecado, malas confesiones, sacrilegios, olvido de Dios, amor del mundo y de sus malos placeres, tibieza, indiferencia, ¿qué repetirá el eco, qué responderá la muerte? ¡Reprobación, perdición eterna, condenación! Si, por el contrario, nuestra vida ha sido semejante a la, de José; si al menos hemos vuelto a tomar el buen camino después de nuestros extravíos, nuestra muerte será como la, suya, y después de haber vivido en el amor de Jesús. de María y de José, tendremos la dicha de morir en los brazos y en el amor de Jesús, María y José.

 

 

 


EJEMPLO

Una involuntaria oración recompensada.


 

   Este caso recuerda la milagrosa conversión de M. Ratisbóne, en Roma, a consecuencia de haber recitado con bastante indiferencia el Acordaos a María Santísima. La bondad de San José es tan grande, que se ha dignado escuchar alguna vez a quien le invoca maquinalmente y sin intención de obtener gracia alguna. Había en Turín un joven sin ningún sentimiento religioso. Fué a comprar tabaco en un estanco, y se puso a leer el papel en que venía envuelto: era una súplica a San José para obtener la gracia de una buena muerte. Esta oración, que apenas comprendía, le interesó tanto y le llegó tan al alma, que la leyó repetidas veces. Quien le acompañaba, movido por curiosidad, quiso coger el papel para ver lo que contenía: pero él lo escondió. Cuando se quedó solo la leyó de nuevo, y encontrando en su lectura una dulzura inefable, procuró aprendérsela de memoria, y la recitaba, aunque sin parar en ella su atención. San José no fué insensible. Movió el corazón del joven, el cual fué a presentarse a un Sacerdote, que le instruyó y ayudó a volver a Dios, en cuyo servicio perseveró hasta la muerte.

 


 

DESPUES DE LA MEDITACION DIARIA.



 

 

   Para obtener del Santo Patriarca las gracias que en este mes le pedimos, rezaremos siete veces el Padrenuestro, Avemaría Gloría Patri, en memoria de los siete dolores y gozos que sintió en esta vida.

 

 

I

 

Viendo encinta a tu Esposa,

divino Atlante,

tu dolor volvió en gozo

la voz del ángel.

(San Mateo, 1.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

II

 

Cuando a Cristo naciendo

viste tan pobre,

te alegró verle en tantas

adoraciones.

(San Mateo.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

III

A Jesús cuando viste

circuncidarle,

Con su nombre tu pena,

pudo templarse.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría, y Gloria.

 

 

IV

 

Si sentiste el presagio

de morir Cristo,

Os dio gozo el anuncio

de redimirnos.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

V

 

Porque Herodes a Cristo

quiso prenderle,

en Egipto guardarle

supiste alegre.

(Isaías, 19.)

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

VI

 

Si al volver a Judea

tuviste susto,

Nazaret fué el alcázar

de tu refugio.

(San Mateo, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

VII

 

Si os causó gran tristeza

perdido Cristo,

al hallarle fué el gozo

más excesivo.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

—Cada, uno pida ahora a San José lo que necesite y le convenga.

 

 


 

ORACION FINAL A SAN JOSÉ.

 

 

    Gloriosísimo Patriarca José, fidelísimo esposo de María y padre de Jesús: En unión del amor con que el Eterno Padre encomendó su amado Hijo Jesucristo y la Sagrada Virgen María a vuestro cuidado, yo me entrego a vos desde hoy por todos los días de mi vida, y singularmente encomiendo mi alma y cuerpo a vuestra custodia en el trance de la muerte. A vos elijo por mi primer Patrón después de María Santísima; en vos pongo mi consuelo y esperanza, para que todas mis cosas se dirijan por vuestros méritos, todas mis obras se dispongan conforme a la voluntad divina; y os suplico me recibáis por vuestro perpetuo siervo, para que siempre os sirva, y logre con vuestra intercesión la gracia de Jesús y la protección de María. Amén.

 

 


APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.



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