viernes, 26 de marzo de 2021

MES DE MARZO CONSAGRADO A SAN JOSÉ COMO ABOGADO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE. DÍA 25: De las propiedades de la muerte.


 


INVOCACIONES:

 

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

—Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.

 

—Jesús, José y María, muera yo en paz en vuestra compañía.

 

(Pió VII, 28 de abril de 1807. 100 días de indulgencia por cada jaculatoria, 300 por las tres.)

 

 

 

MODO DE HACER CON FRUTO EL MES DE MARZO EN HONOR DE SAN JOSÉ.

 

 

   De rodillas ante una imagen del Santo, y, si puede ser, en la iglesia, con el Santísimo Sacramento expuesto, empezaremos diciendo:

 

   Benditos y alabados sean el Santísimo Sacramento del Altar, la Purísima e Inmaculada Virgen María y el Glorioso Patriarca San José. Así sea.

Por la señal, etc.

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS.

 

 

   Poderosísimo patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos y dulce consuelo de desamparados. José gloriosísimo, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio, y mi alma, sin duda, ha de agonizar terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad ha de serme sumamente espantoso; el demonio, mi común enemigo, me ha de combatir con todo el poder de su infierno, a fin de que yo pierda eternamente a mi Dios; mis fuerzas, en lo natural, han de ser ningunas; yo no he de tener en lo humano quien me ayude; desde ahora, pues, para entonces te invoco, Padre m mío; a tu patrocinio me acojo, asísteme en aquel trance para que yo no falte en la fe, en la esperanza, ni en la caridad. Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron los demonios, para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores, y por los que en vida te hicieron, te pido que ahuyentes tú a estos mis enemigos, y acabe yo la vida en paz amando a Jesús, a María y a ti, José mío, para alcanzar lo cual te consagro este Mes de Marzo.

 




DÍA 25

De las propiedades de la muerte.

 

 

   La primera propiedad de la muerte es ser certísima, sin que ninguno se pueda escapar de ella en el tiempo que Dios tiene determinado.

 

 

   En lo cual se ha de ponderar, lo primero, que Dios Nuestro Señor, desde su eternidad, tiene determinados los años de nuestra vida, y señalado el mes, el día y la hora en que cada uno ha de morir, sin que sea posible, como dice Job, pasar de él un punto, ni hay rey que pueda añadirse a sí o a otro un momento de vida sobre lo que Dios ha determinado. Y así como entré en el mundo el día que Dios quiso, y no antes, así también saldré de él el dia que Dios quisiere, y no después. Para que entienda que cualquier día que vivo le recibo de gracia; pues pudiera Nuestro Señor haberme señalado plazos de vida más cortos, como señaló a otros que murieron en el vientre de sus madres, o en su niñez. Y pues mi vida está tan colgada de Dios, justo es gastar todo el tiempo de ella en servicio de quien me la da, teniendo por sumo desagradecimiento emplear un solo momento en ofenderle.

 

 

   Lo segundo, he de ponderar que Dios Nuestro Señor, en este su decreto, acortó o alargó los días que podían vivir algunos hombres, según su natural complexión, por los secretos fines de su soberana Providencia; porque a unos, por sus oraciones o de otros Santos, alarga los días de la vida, como al rey Ezequías añadió quince años, porque con lágrimas se lo pidió, y lo mismo ha sucedido en los difuntos que milagrosamente han resucitado. A otros acorta los días de la vida por uno de dos fines: o por su salvación, arrebatándoles, como dice el Sabio, en su mocedad, antes que la malicia trastornase su juicio y la ficción engañase su alma, o, al contrario, en castigo de sus graves pecados, o para atajarles los pasos, porque no añadiesen otros mayores.

 

 

   Otra propiedad de la muerte es que cuanto al día, lugar y modo, es ocultísima a todos los hombres y manifiesta a sólo Dios. En lo cual ponderaré, lo primero, cómo no podemos saber el día ni la hora en que hemos de morir, ni el lugar, ni la ocasión ni coyuntura en que nos ha de coger la muerte, ni el modo cómo hemos de morir, si será con muerte natural, por enfermedad y por qué género de enfermedad, o si será con muerte violenta, por fuego o agua, o a manos de hombres o de fieras, o por algún rayo o teja de algún tejado, que caiga sobre nosotros. Esto sólo sabemos, que vendrá de repente la muerte o la enfermedad y ocasión de ella, y que cuando uno está más descuidado le saltea la muerte como ladrón que viene de noche a escalar la casa y robar la hacienda; así dice Cristo Nuestro Señor: «Vendrá el Hijo del hombre a escalar vuestra casa», que es el cuerpo, y robar y sacar de él el alma y hacer juicio de ella.

 

 

   Meditaremos los fines que el señor tuvo en esta traza de su Providencia; es, a saber: para obligarnos a estar siempre en vela, temiendo esta hora, previniéndonos para ella, haciendo penitencia de nuestros pecados, antes que la muerte nos ataje, y dándonos prisa a merecer y trabajar antes que se acabe la luz y se muera la candela de improviso y nos quedemos a oscuras. Esto concluía Nuestro Señor en las parábolas que puso de esta materia. Unas veces decía: «Velad en todos los días y en todas las horas, porque no sabéis el día ni la hora de vuestra muerte». Otras veces decía: «Velad, porque no sabéis la hora en que vuestro Señor ha de venir; y estad aparejados, porque en la hora que no pensáis, vendrá el Hijo del hombre».

 

 

   Con estas palabras me exhortaré a mí mismo a menudo, diciéndome: Ciñe tu cuerpo con la mortificación de tus vicios y pasiones, y toma en tus manos hachas encendidas de virtudes y buenas obras, y está siempre en vela esperando la venida de Cristo, porque vendrá cuando menos piensas, y la hora que tú tuvieres más olvidada será quizás la que Él tiene señalada: y si no te halla muy apercibido, has de hallarte muy burlado. ¡Oh, pecador miserable, ten misericordia de tu alma, procurando aplacar a Dios con la penitencia, antes que te coja de repente tan horrenda miseria!

 

 


 

EJEMPLO

 

 

   Una joven muy devota de San José tomó por costumbre durante su última enfermedad exclamar a menudo: «Jesús, José y María, yo os doy el corazón y el alma mía».

 

   Agravándose la enfermedad, le faltaron las fuerzas para orar, pero se sentía movida a rezar la oración de la buena muerte. Jamás apartaba los ojos de un cuadro de San José que tenía cerca de la cama, y continuamente pronunciaba los nombres de Jesús, José y María, que repitió hasta cinco minutos antes de expirar. Antes de entrar en el período de agonía, como le produjese cansancio estar siempre de un mismo lado, indicó que deseaba volverse del otro; pero de repente dijo: «No, no; ya estoy bien, pues así puedo ver a Jesús, María y José». Murió tranquila poco después, con la sonrisa en los labios. Los que la asistieron en aquel momento, confesaron no haber sido jamás testigos de una muerte más edificante, y el aposento quedó como embalsamado de un perfume de violetas, cosa que notaron con admiración varias personas.

 



 

DESPUES DE LA MEDITACION DIARIA.



 

 

   Para obtener del Santo Patriarca las gracias que en este mes le pedimos, rezaremos siete veces el Padrenuestro, Avemaría Gloría Patri, en memoria de los siete dolores y gozos que sintió en esta vida.

 

 

I

 

Viendo encinta a tu Esposa,

divino Atlante,

tu dolor volvió en gozo

la voz del ángel.

(San Mateo, 1.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

II

 

Cuando a Cristo naciendo

viste tan pobre,

te alegró verle en tantas

adoraciones.

(San Mateo.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

III

A Jesús cuando viste

circuncidarle,

Con su nombre tu pena,

pudo templarse.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría, y Gloria.

 

 

IV

 

Si sentiste el presagio

de morir Cristo,

Os dio gozo el anuncio

de redimirnos.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

V

 

Porque Herodes a Cristo

quiso prenderle,

en Egipto guardarle

supiste alegre.

(Isaías, 19.)

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

VI

 

Si al volver a Judea

tuviste susto,

Nazaret fué el alcázar

de tu refugio.

(San Mateo, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

VII

 

Si os causó gran tristeza

perdido Cristo,

al hallarle fué el gozo

más excesivo.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

—Cada, uno pida ahora a San José lo que necesite y le convenga.

 

 



 

ORACION FINAL A SAN JOSÉ.

 

 

    Gloriosísimo Patriarca José, fidelísimo esposo de María y padre de Jesús: En unión del amor con que el Eterno Padre encomendó su amado Hijo Jesucristo y la Sagrada Virgen María a vuestro cuidado, yo me entrego a vos desde hoy por todos los días de mi vida, y singularmente encomiendo mi alma y cuerpo a vuestra custodia en el trance de la muerte. A vos elijo por mi primer Patrón después de María Santísima; en vos pongo mi consuelo y esperanza, para que todas mis cosas se dirijan por vuestros méritos, todas mis obras se dispongan conforme a la voluntad divina; y os suplico me recibáis por vuestro perpetuo siervo, para que siempre os sirva, y logre con vuestra intercesión la gracia de Jesús y la protección de María. Amén.




APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.



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