domingo, 7 de marzo de 2021

MES DE MARZO CONSAGRADO A SAN JOSÉ COMO ABOGADO PARA ALCANZAR UNA BUENA MUERTE. DÍA 7.


 


INVOCACIONES:

 

—Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

—Jesús, José y María, asistidme en la última agonía.

 

—Jesús, José y María, muera yo en paz en vuestra compañía.

 

(Pió VII, 28 de abril de 1807. 100 días de indulgencia por cada jaculatoria, 300 por las tres.)

 

 

 

MODO DE HACER CON FRUTO EL MES DE MARZO EN HONOR DE SAN JOSÉ.

 

 

   De rodillas ante una imagen del Santo, y, si puede ser, en la iglesia, con el Santísimo Sacramento expuesto, empezaremos diciendo:

 

   Benditos y alabados sean el Santísimo Sacramento del Altar, la Purísima e Inmaculada Virgen María y el Glorioso Patriarca San José. Así sea.

Por la señal, etc.

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS.

 

 

   Poderosísimo patrón del linaje humano, amparo de pecadores, seguro refugio de las almas, eficaz auxilio de los afligidos y dulce consuelo de desamparados. José gloriosísimo, el último instante de mi vida ha de llegar sin remedio, y mi alma, sin duda, ha de agonizar terriblemente acongojada con la representación de mi mala vida y de mis muchas culpas; el paso a la eternidad ha de serme sumamente espantoso; el demonio, mi común enemigo, me ha de combatir con todo el poder de su infierno, a fin de que yo pierda eternamente a mi Dios; mis fuerzas, en lo natural, han de ser ningunas; yo no he de tener en lo humano quien me ayude; desde ahora, pues, para entonces te invoco, Padre m mío; a tu patrocinio me acojo, asísteme en aquel trance para que yo no falte en la fe, en la esperanza, ni en la caridad. Cuando tú moriste, tu Hijo y mi Dios, tu Esposa y mi Señora, ahuyentaron los demonios, para que no se atreviesen a combatir tu espíritu. Por estos favores, y por los que en vida te hicieron, te pido que ahuyentes tú a estos mis enemigos, y acabe yo la vida en paz amando a Jesús, a María y a ti, José mío, para alcanzar lo cual te consagro este Mes de Marzo.

 





DÍA 7

José, esposo de María.

 

 

   Después de la aparición y de las palabras del ángel, José se tranquilizó   y recibió a su Esposa. (Mat. I.) Su corazón se desbordaba en diversos sentimientos, de alegría, dulzura, paz, confianza y respeto hacia su Esposa.  ¡Qué grande y gloriosa aparece María a los ojos de San José!, no solamente como Santa, sino como Madre del Mesías, como la Virgen cuyo Hijo Emmanuel, había sido vaticinado por los profetas, y cuyo esposo había de ser él mismo. Y, a su vez, ¡cuán reconocida quedaría María a San José por su noble y magnánimo corazón!  Así, la amarga prueba estrechó más íntimamente los dos corazones. Y esta era la intención de Dios: manifestar la mutua virtud y santidad de ambos, y unir sus corazones en estima y amor. El matrimonio había de ser, sobre todo, una alianza y fusión de almas y voluntades.

 

 

    Se celebró la boda en el templo de Jerusalén pocos días después. En verdad, era un matrimonio contraído «delante de Dios», sobre todo por las soberanas virtudes y sentimientos que acompañaron a su celebración. Todo era aquí sencillo, morigerado y santísimo, expresión de virtud, de modestia, pureza y de piadosos sentimientos. El cielo y los ángeles cantaban de júbilo, y el gozo que animaba a los esposos era el mismo Espíritu Santo. Era un matrimonio delante de Dios y delante del templo, porque el fin de esta unión conyugal pertenecía a Dios y al templo, símbolo de la bendición y del reino de Dios y del Hombre-Dios que iba a venir.

 

 

   De esta manera, pues, obtuvo San José a su querida Esposa María. El enlace de ambos fué realmente obra de la divina Providencia, que bajo todos aspectos se proponía por este medio fines grandes y trascendentales. El matrimonio fué, según la persuasión de la Iglesia, y de todos los Santos Padres, un matrimonio ideal y verdadero. San José es, en efecto, el esposo de María y el padre legal de Jesucristo. El Salvador le pertenecía como hijo legal.

 

 

   Este matrimonio es la última preparación para la entrada visible de Jesús en este mundo. La casa de David, derruida, es levantada de nuevo y puede venir con honor a ella el eterno Señor, el heredero de todas las promesas. El misterio de la divina Encarnación, que por sabias miras de Dios no debe manifestarse todavía, es custodiado en las sombras de un enlace matrimonial ordinario, y bendice a todo el matrimonio con honra y prerrogativas de gracia. María, con este casamiento y con todas las circunstancias con que se efectuó, recibió en San José un esclarecido e irrecusable testigo de su virginidad, un apoyo firme y afectuoso, un consejero fiel, amparo y consuelo en su ardua misión. Tanto el estado de virginidad como el de matrimonio tienen en María y José un modelo y un poderoso protector. Sus mutuos trabajos, cuidados y contrariedades de la vida, recibieron desde este día valor e importancia para todo el reino de Dios y entraron a la parte en la vida del Hombre-Dios como elementos cooperadores para la redención del mundo.

 

 

   Por fin, ¿qué ventajas le reportó este matrimonio a San José? Le ocasionó la inefable dicha del trato íntimo y diario con María, y más tarde con Jesús, y le aseguró el respeto, obediencia, amor y gratitud de toda la familia de quien era cabeza; ¡qué hombre tan dichoso es, pues, San José! En todo Israel no le hubo más dichoso y honrado.

 

 

   A todos nos enseña este casamiento que el estado del matrimonio es un estado de vida en sí santo y ordenado por Dios, y que los buenos matrimonios son realmente ajustados en el cielo y pueden producir bendiciones inenarrables en el mundo y en la Iglesia de Dios. Nos enseña cómo la divina Providencia obra sabia y eficazmente en todos los trances y a través de todas las dificultades, y que no podemos hacer cosa mejor que, imitando a San José, arrojarnos llenos de confianza en los brazos de Dios. Amén.

 

 

 

EJEMPLO

 

 

   El venerable Gaspar Bono, de la Orden de los Mínimos, tenía tierna devoción a San José, y no cesaba de conversar en espíritu con la Santa Familia en la casa de Nazaret: así es que tenía continuamente en el corazón y en los labios estos nombres sagrados: «Jesús, María, José». Estos tres nombres eran para él como tres panales de miel, y así no es de extrañar que no saliesen de su boca más que palabras de la más suave devoción. En efecto, era cosa bien agradable oír a este buen religioso, ora preguntase, ora respondiese, empezar siempre con los nombres de Jesús, María y José. Estando ya cerca de su última hora, quiso que los religiosos que le asistían le repitiesen continuamente estos nombres sagrados, para suavizar, con esta melodía celestial, los dolores de la agonía y angustias de la muerte. Y en uno de los instantes en que pronunciaba «Jesús, José y María» expiró apaciblemente.

 

 


DESPUES DE LA MEDITACION DIARIA.

 

 

   Para obtener del Santo Patriarca las gracias que en este mes le pedimos, rezaremos siete veces el Padrenuestro, Avemaría Gloría Patri, en memoria de los siete dolores y gozos que sintió en esta vida.

 

 

I

 

Viendo encinta a tu Esposa,

divino Atlante,

tu dolor volvió en gozo

la voz del ángel.

(San Mateo, 1.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

II

 

Cuando a Cristo naciendo

viste tan pobre,

te alegró verle en tantas

adoraciones.

(San Mateo.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

III

A Jesús cuando viste

circuncidarle,

Con su nombre tu pena,

pudo templarse.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría, y Gloria.

 

 

IV

 

Si sentiste el presagio

de morir Cristo,

Os dio gozo el anuncio

de redimirnos.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

V

 

Porque Herodes a Cristo

quiso prenderle,

en Egipto guardarle

supiste alegre.

(Isaías, 19.)

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

VI

 

Si al volver a Judea

tuviste susto,

Nazaret fué el alcázar

de tu refugio.

(San Mateo, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

VII

 

Si os causó gran tristeza

perdido Cristo,

al hallarle fué el gozo

más excesivo.

(San Lucas, 2.)

 

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

 

 

—Cada, uno pida ahora a San José lo que necesite y le convenga.

 

 


 

ORACION FINAL A SAN JOSÉ.

 

 

    Gloriosísimo Patriarca José, fidelísimo esposo de María y padre de Jesús: En unión del amor con que el Eterno Padre encomendó su amado Hijo Jesucristo y la Sagrada Virgen María a vuestro cuidado, yo me entrego a vos desde hoy por todos los días de mi vida, y singularmente encomiendo mi alma y cuerpo a vuestra custodia en el trance de la muerte. A vos elijo por mi primer Patrón después de María Santísima; en vos pongo mi consuelo y esperanza, para que todas mis cosas se dirijan por vuestros méritos, todas mis obras se dispongan conforme a la voluntad divina; y os suplico me recibáis por vuestro perpetuo siervo, para que siempre os sirva, y logre con vuestra intercesión la gracia de Jesús y la protección de María. Amén.

 

 

 

APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.

 


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