viernes, 22 de mayo de 2020

SANTA RITA DE CASCIA, VIUDA Y MONJA. (+ 1457). — 22 de mayo.






Nació en Mayo del año 1381, un año después de la muerte de Santa Catalina de Siena. La casa natal de Sta. Rita está cerca del pueblito de Cascia, entre las montañas, a unas 40 millas de Asís, en la Umbría, región del centro de Italia que quizás más santos ha dado a la Iglesia (S. Benito, Sta. Escolástica, S. Francisco, Sta. Clara, Sta. Angela, S. Gabriel, Sta. Clara de Montefalco, S. Valentín y muchísimos más).

   Su vida comenzó en tiempo de guerras, terremotos, conquistas y rebeliones. Países invadían a países, ciudades atacaban a ciudades cercanas, vecinos se peleaban con los vecinos, hermano contra hermano. Los problemas del mundo parecían más grandes que lo que la política y los gobiernos pudieran resolver.
 
   Nacida de devotos padres, Antonio Mancini y Amata Ferri a los que se conocía como los "Pacificadores de Jesucristo", pues los llamaban para apaciguar peleas entre vecinos. Ellos no necesitaban discursos poderosos ni discusiones diplomáticas, solo necesitaban el Santo Nombre de Jesús, su perdón hacia los que lo crucificaron y la paz que trajo al corazón del hombre. Sabían que solo así se pueden apaciguar las almas.
 
   Sus padres, sin haber aprendido a leer o escribir, enseñaron a Rita desde niña todo acerca de Jesús, la Virgen María y los más conocidos santos. Rita, al igual que Santa Catalina de Siena nunca fue a la escuela a aprender a escribir o a leer. Santa Catalina le fue dada la gracia de leer milagrosamente por nuestro Señor Jesucristo, para santa Rita su único libro era el Crucifijo.



LAS ABEJAS


   Parecía que desde el primer momento de su nacimiento Dios tenía designios especiales para Rita. Según una tradición, desde que era bebé, mientras dormía en una cesta, abejas blancas se agrupaban sobre su boca, depositando en ella la dulce miel sin hacerle daño y sin que la niña llorara para alertar a sus padres. Uno de los campesinos, viendo lo que ocurría trató de dispersar las abejas con su brazo herido. Su brazo se sano inmediatamente. 



   Después de 200 años de la muerte de Santa Rita, algo extraño ocurrió en el monasterio de Cascia. Las abejas blancas surgían de las paredes del monasterio durante Semana Santa de cada año y permanecían hasta la fiesta de Santa Rita, el 22 de mayo, cuando retornaban a la inactividad hasta la Semana Santa del próximo año. El Papa Urbano VIII, sabiendo lo de las misteriosas abejas pidió que una de ellas le fuera llevada a Roma. Después de un cuidadoso examen, le ató un hilo de seda y la dejó libre. Esta se descubrió más tarde en su nido en el monasterio de Cascia, a 138 kilómetros de distancia. Los huecos en la pared, donde las abejas tradicionalmente permanecen hasta el siguiente año, pueden ser vistos claramente por los peregrinos que llegan hoy al Monasterio.




MATRIMONIO



   Ella quería ser religiosa toda su vida, pero sus padres, Antonio y Amata, avanzados ya en edad, escogieron para ella un esposo, Paolo Ferdinando, lo cual no fue una decisión muy sabia. Pero Rita obedeció. Quiso Dios así darnos en ella el ejemplo de una admirable esposa, llena de virtud, aun en las más difíciles circunstancias.

   Después del matrimonio, su esposo demostró ser bebedor, mujeriego y abusador. Rita le fue fiel durante toda su vida de casada. Encontró su fortaleza en Jesucristo, en una vida de oración, sufrimiento y silencio. Tuvieron dos gemelos, los cuales sacaron el temperamento del padre. Rita se preocupó y oró por ellos.



   Después de veinte años de matrimonio y oración por parte de Rita, el esposo se convirtió, le pidió perdón y le prometió cambiar su forma de ser. Rita perdona y el deja su antigua vida de pecado y pasaba el tiempo con Rita en los caminos de Dios. Esto no duró mucho, porque mientras su esposo se había reformado, no fue así con sus antiguos amigos y enemigos. Una noche Paolo no fue a la casa. Antes de su conversión esto no hubiera sido extraño, pero en el Paolo reformado esto no era normal. Rita sabía que algo había ocurrido. Al día siguiente, lo encontraron asesinado.


 
   Su pena fue aumentada cuando sus dos hijos, que ya eran mayores, juraron vengar la muerte de su padre. Las súplicas no lograban disuadirlos. Fue entonces que Santa Rita, comprendiendo que más vale salvar el alma que vivir mucho tiempo, rogó al Señor que salvara las almas de sus dos hijos y que tomara sus vidas antes de que se perdieran para la eternidad por cometer un pecado mortal. El Señor respondió a sus oraciones. Los dos padecieron una enfermedad fatal. Durante el tiempo de enfermedad, la madre les habló dulcemente del amor y el perdón. Antes de morir lograron perdonar a los asesinos de su padre. Rita estuvo convencida de que ellos estaban con su padre en el cielo.




ENTRA EN LA VIDA RELIGIOSA


   Al quedar sola no se deja vencer por la tristeza y el sufrimiento. Santa Rita quiso entrar con las hermanas Agustinas, pero no era fácil lograrlo. No querían una mujer que había estado casada. La muerte violenta de su esposo dejó una sombra de duda. Ella se volvió de nuevo a Jesús en oración. Ocurrió entonces un milagro. Una noche, mientras Rita dormía profundamente, oyó que la llamaban ¡Rita, Rita, Rita! esto ocurrió tres veces, a la tercera vez Rita abrió la puerta y allí estaban San Agustín, San Nicolás de Tolentino y San Juan el Bautista del cual ella había sido devota desde muy niña. Ellos le pidieron que los siguieran. Después de correr por las calles de Roccaporena, en el pico del Scoglio, donde Rita siempre iba a orar sintió que la subían en el aire y la empujaban suavemente hacia Cascia. Se encontró arriba del Monasterio de Santa María Magdalena en Cascia. Entonces cayo en éxtasis. Cuando salió del éxtasis se encontró dentro del Monasterio, ante aquel milagro las monjas Agustinas no pudieron ya negarle entrada. Es admitida y hace la profesión ese mismo año de 1417, y allí pasa 40 años de consagración a Dios. 



MÁS PRUEBAS

   Durante su primer año, Rita fue puesta a prueba no solamente por sus superioras, sino por el mismo Señor. Le fue dado el pasaje de la Escritura del joven rico para que meditara. Ella sentía en su corazón las palabras, ¡Si quieres ser perfecta!

   Un día Rita fue puesta a prueba por su Madre Superiora. Como un acto de obediencia, Rita fue ordenada a regar cada día una planta muerta. Rita lo hizo obedientemente y de buena manera. Una mañana la planta se había convertido en una vid floreciente y dio uvas que se usaron para el vino sacramental. Hasta este día sigue dando uvas.




AMOR A LA PASIÓN DE CRISTO


  Rita meditaba muchas horas en la Pasión de Cristo, meditaba en los insultos, los rechazos, las ingratitudes que sufrió en su camino al Calvario.

Durante la Cuaresma del año 1443 fue a Cascia un predicador llamado Santiago de Monte Brandone, quién dio un sermón sobre la Pasión de Nuestro Señor que tocó tanto a Rita que a su retorno al monasterio le pidió fervientemente al Señor ser partícipe de sus sufrimientos en la Cruz. Recibió los estigmas y las marcas de la Corona de Espinas en su cabeza. A la mayoría de los santos que han recibido este don este don exuden una fragancia celestial. Las llagas de Santa Rita, sin embargo, exudían olor a podrido, por lo que debía alejarse de la gente.




   Por 15 años vivió sola, lejos de sus hermanas monjas. El Señor le dio una tregua cuando quiso ir a Roma para el primer Año Santo. Jesús removió el estigma de su cabeza durante el tiempo que duró la peregrinación. Tan pronto como llegó de nuevo a casa el estigma volvió a aparecer y teniéndose que aislar de nuevo.



   En su vida tuvo muchas llamadas, pero ante todo fue una madre tanto física como espiritualmente. Cuando estaba en el lecho de muerte, le pidió al Señor que le diera una señal para saber que sus hijos estaban en el cielo. A mediados de invierno recibió una rosa del jardín cerca de su casa en Roccaporena. Pidió una segunda señal. Esta vez recibió un higo del jardín de su casa en Roccaporena, al final del invierno.




   Los últimos años de su vida fueron de expiación. Una enfermedad grave y dolorosa la tuvo inmóvil sobre su humilde cama de paja durante cuatro años. Ella observó cómo su cuerpo se consumía con paz y confianza en Dios.




LAS ROSAS DE SANTA RITA


   Durante la enfermedad, a petición suya, le presentaron algunas rosas que habían brotado de manera prodigiosa en el frío invierno en su huertecito de Rocaporena. Ella las aceptó sonriente como don de Dios.





MUERTE DE LA SANTA


   Santa Rita recorrió el camino de la perfección, la vía purgativa, la iluminativa y unitiva. Conoció el sufrimiento y en todo creció en caridad y confianza en Dios. El crucifijo es su mejor maestro. Es en almas puras como la de ella que Dios puede hacer portentos sin que por ello se desenfrenen y caigan en el orgullo espiritual. Al morir la celda se ilumina y las campanas tañen solas por el gozo de un alma que entra al cielo. 



   Su muerte, acaecida en 1457, fue su triunfo. La herida del estigma desapareció y en lugar apareció una mancha roja como un rubí, la cual tenía una deliciosa fragancia. Debía haber sido velada en el convento, pero por la muchedumbre tan grande se necesitó la iglesia. Permaneció allí y la fragancia nunca desapareció. Por eso, nunca la enterraron. El ataúd de madera que tenía originalmente fue reemplazado por uno de cristal y ha estado expuesta para veneración de los fieles desde entonces. Multitudes todavía acuden en peregrinación a honrar a la santa y pedir su intercesión ante su cuerpo que permanece incorrupto.



CANONIZACIÓN

   Fue beatificada por Urbano VIII en 1627, cuyo secretario privado Fausto Cardinal Poli había nacido a 15 km de Roccaporena (el lugar de nacimiento de Rita). El 24 de Mayo de 1900 fue canonizada por el papa León XIII. Su fiesta es el 22 de Mayo.

 
PATRONATO: Santa Rita es patrona de:
—las enfermedades
—las heridas
—los problemas maritales
—las causas imposibles
—las pérdidas
—las madres
Santa Rita —junto con San Judas Tadeo— es la patrona de las causas perdidas. En España se la llama la santa de los imposibles.




ORACIÓN


   ¡Oh gloriosa Santa Rita de Casia! Con el alma llena de confianza por los continuos favores que alcanzas del cielo, en bien de tus fieles devotos, vengo hoy a tu presencia, a rogarte que intercedas con tu Amado Esposo y Redentor del mundo, a fin de que oiga benigno lo que solicito de su gran poder e infinita misericordia. A ti, que recibiste en el transcurso de tu larga y santa vida, tantas y tan repetidas muestras de ser un alma privilegiada de su Amor, te atenderá bondadoso, si le ruegas por mí con ese ardiente fervor que siempre te animaba cuando te postrabas a orar a los pies del santo Crucifijo. Por J. C. N. S. Amén.

jueves, 14 de mayo de 2020

SAN BONIFACIO de TARSO, mártir. (+ 306). -14 de mayo.





   Hacia el principio del cuarto siglo, bajo el imperio de Galerio Máximo, se admiró en la Iglesia una de aquellas extraordinarias conversiones que obra algunas veces la mano poderosa del Señor para animar la confianza de los pecadores, y para descubrir al mismo tiempo a los hombres los tesoros de sus misericordias.


   Había en Roma una dama joven, noble, rica y poderosa, llamada Aglae, hija de Acacio que había sido procónsul, de familia senatoria, la cual estaba tan entregada al fausto y a la vanidad, que solía dar al pueblo juegos públicos, cuyos gastos costeaba ella misma. Era a la verdad cristiana, pero desacreditaba el nombre y la profesión con su desarreglada vida. Ocupada toda del espíritu del mundo, se entregaba totalmente a las diversiones, hasta tocar la raya de la disolución, con grande escándalo de todos los fieles.





   Tenía comercio ilícito con su mismo mayordomo, joven de bella disposición, pero dado al vino y a todos los demás desórdenes. Se llamaba Bonifacio, y aunque era también cristiano, lo era solo de nombre, deshonrando la profesión, igualmente que su ama, por la disolución de sus costumbres. En medio de estos defectos, se notaban en él tres buenas prendas: compasión de los miserables, caridad con los pobres, y hospitalidad con los extranjeros.


   Hacía mucho tiempo que traía una vida muy desordenada, cuando el Dios de las misericordias mudó su corazón con la conversión de la misma que le había pervertido. Movida Aglae de una poderosa gracia interior, abrió los ojos para conocer sus desórdenes, y espantada con la vista del número y de la gravedad de sus pecados, despedazado el corazón de dolor, resolvió aplacar la ira de Dios con sus limosnas y con una pronta penitencia.


   A la conversión de Aglae se siguió inmediatamente la de Bonifacio, y ambos repararon con ventaja el escándalo que habían dado a los fieles, con la mudanza de su vida y con sus grandes ejemplos. Comenzó Aglae haciendo a Dios un generoso sacrificio de todas sus galas y sus joyas, se prohibió todo género de diversiones, y se retiró para siempre de todas las concurrencias mundanas. A las antiguas diversiones ilícitas sucedió el ayuno, la oración, el cilicio y otras muchas penitencias: y procurando redimir sus pecados con sus limosnas, se sepultó en un profundo retiro, determinada a pasarlo restante de su vida entre gemidos y llantos. Por su parte Bonifacio no omitía medio alguno para ser fiel a la gracia, dando cada dia nuevas pruebas de la sinceridad de su conversión.

   Noticiosa Aglae de que el emperador Galerio Máximo continuaba en el Oriente la persecución contra los cristianos, que había cesado en Roma después de algunos años, y que cada dia sellaba la fe con su sangre algún generoso confesor de Jesucristo, llamó a Bonifacio, y le dijo con las lágrimas en los ojos
       —«Bien sabes la necesidad que tú y yo tenemos de solicitar la protección de los santos mártires, tan poderosa con el Señor. He oído decir, que todos los que sirven a los santos que combaten por Jesucristo, merecen que los mismos santos intercedan por ellos en el tribunal del supremo Juez; la persecución es cada dia mas furiosa en el Oriente; todos los días se hacen nuevos mártires; ve, pues, y tráeme algunas reliquias; haz cuanto puedas para presentarme el cuerpo de algún mártir, que yo lo recibiré con veneración, y construiré en su honor un oratorio.»


   Muy gustoso Bonifacio con semejante comisión, dispuso un magnífico tren para partir a desempeñarla: tomó una gran cantidad de dinero, así para comprar los cuerpos de los mártires, como para socorrer a los siervos de Dios que estaban en las cárceles, y para hacer cuantiosas limosnas a los pobres.


   Prevenidos, pues, doce caballos, tres literas, y diversos aromas para embalsamar los santos cuerpos, partió para la Cilicia. Al despedirse de su ama, la dijo como por chanza:
       «Señora, vos me enviáis a que os traiga el cuerpo de algún mártir, si Dios me hiciera la gracia de que diese mi vida por la fe, y os trajeran mi cuerpo, ¿le tendríais por reliquia?

       «Bonifacio, le respondió Aglae, ya no es tiempo de chanzas, la corona del martirio no se hizo para tan grandes pecadores, procura no desmerecer traerme el santo depósito que te encargo, y hacerte digno de la protección del santo cuyas reliquias me condujeres.»


   Hicieron estas palabras grande impresión en nuestro santo. Se prohibió el uso de la carne y del vino por todo el tiempo del viaje, y juntando a esta abstinencia la continua oración que hacía a Dios, y las copiosas lágrimas de contrición que derramaba, se iba disponiendo para la corona del martirio.


   Luego que llegó a Tarso de Cilicia, envió al mesón el equipaje y los criados, y él. se fué en busca de algunos cristianos de la ciudad para saber lo que en ella pasaba. Muy presto le informaron sus mismos ojos; porque habiendo llegado a una gran plaza, vió en ella atormentar a los santos mártires, que eran en número de veinte. Unos estaban colgados cabeza abajo, encima de una hoguera encendida; otros extendidos sobre cuatro palos, y horriblemente despedazados; estos descuartizados, aquellos enclavados, aserrados, empalados, azotados, casi espirando a la violencia de los golpes, y tan cruelmente atormentados, que los circunstantes, aunque por la mayor parte paganos, estaban horrorizados.




   Encendido Bonifacio, a la vista de este espectáculo, en un nuevo deseo del martirio, y animado de mayor aliento, lleno de confianza en la misericordia de aquel Señor que le daba tanto espíritu, rompe por la muchedumbre, se acerca a los santos mártires, les abraza, besa tiernamente sus heridas, y grita con esfuerzo fervoroso:
       «Grande es el Dios de los cristianos; poderoso es el Dios a quien adoran estos santos mártires, y por cuya gloria tienen la dicha de derramar su sangre. Siervos de Dios, héroes cristianos, yo os suplico que roguéis a Jesucristo por mí, y me consigáis la gracia, aunque soy tan grande pecador, de que tenga parte en vuestros combates y en vuestro triunfo».


   Arrojándose después a los pies de los generosos confesores, besaba sus cadenas, y levantándola voz, les decía:
       «Buen ánimo, mártires de Jesucristo; combatid por aquel que combate con vosotros; confundid a todo el infierno con vuestra fe y con vuestra constancia; pocos momentos os quedan para padecer; el combate es corto, el premio es inmenso, es eterno.»


   El gobernador Simplicio, que estaba presente, habiendo advertido lo que pasaba, dio orden para que le condujesen a su tribunal, y le preguntó quién era, y qué quería decir aquella especie de entusiasmo.

       «Yo soy cristiano —respondió Bonifacio con tono intrépido y firme— y envidio a los bienaventurados mártires la dicha que tienen de derramar su sangre por un Dios que, hecho hombre para redimirnos, dio primero su sangre y su vida por nosotros».


   Admirado el gobernador de aquella intrepidez, le preguntó:
       «¿Cómo te llamas?»

      «Ya te lo he dicho, —respondió el santo— yo soy cristiano; pero si quieres saber mi nombre vulgar, me llamo Bonifacio».

      «Muy osado eres, —replicó el gobernador—, pues me vienes a insultar al pie de mi tribunal y a la vista de los suplicios. Ahí tienes un altar, para que aquellos de tu religión que quisieren librarse de ellos, sacrifiquen a los dioses: sacrifica tú al instante al gran Júpiter, porque si no, yo voy a dar orden para que seas atormentado de mil maneras»





       «Puedes hacer de mi lo que quisieres, —respondió el santo—, pues ya te he dicho repetidas veces que soy cristiano, y no quiero ofrecer sacrificios a los infames demonios».

   Irritado furiosamente el gobernador con esta respuesta, le mandó apalear hasta que moliesen sus huesos; y haciendo aguzar unas pequeñas astillas, ordenó que se las hincasen entre las uñas. Era el dolor vivo y agudo, pero el santo lo toleró con un semblante risueño. Juzgando Simplicio que le insultaba con aquella rara serenidad, dio orden para que le echasen en la boca plomo derretido. Persuadido Bonifacio que este tormento le quitaría el uso de la lengua, quiso prevenirle para consagrar a Dios el último ejercicio de ella; y levantando los ojos al cielo, hizo esta devota oración…


       «Te doy gracias, Señor mío Jesucristo, porque te dignaste aceptar el sacrificio que te hice de mi vida: ven, Señor, en socorro de tu siervo, perdónale todas sus maldades; sean purgadas con su sangre, y sírvale la muerte de penitencia. Fortifícame con tu gracia, y no permitas que me venzan los tormentos».

   Acabada esta oración, se volvió a los otros mártires, y con voz alta les dijo:
       «Yo os suplico, siervos de Jesucristo, que ruegues a Dios por mí».

   Todos los santos mártires se encomendaron también a sus oraciones. Se enterneció el pueblo a la vista de este espectáculo, y Bonifacio comenzó a clamar a voz en grito:
       «¡Oh qué grande es el Dios de los cristianos! ¡No hay otro Dios!; el Dios de los mártires es el único Dios verdadero. Jesucristo, Hijo de Dios, salvadnos; todos creemos en vos, tened misericordia de nosotros».

   A este tiempo el pueblo echó por tierra el altar, y comenzó a arrojar piedras contra el gobernador, que se vio precisado a retirarse y a esconderse hasta que se apaciguase la sedición.


   El santo fué conducido a la cárcel, y el dia siguiente, hallándole el juez tan firme y tan intrépido como el anterior, mandó que le echasen en una caldera de pez y aceite hirviendo. Hizo el santo mártir la señal de la cruz sobre ella, y reventando la caldera por todas partes, salieron torrentes de pez derretida, que abrasaban a los circunstantes. Espantado el gobernador del poder de Jesucristo, y temiendo otra nueva sedición, mandó que le cortasen la cabeza. Así purgó Bonifacio las culpas de su vida pasada, derramando su sangre por Jesucristo. A su muerte, que sucedió el dia 14 de mayo, se siguió inmediatamente un gran temblor de tierra, que atemorizó a los gentiles, y muchos se convirtieron.



   En este tiempo los compañeros y criados de Bonifacio, ignorantes de lo que había pasado, inquietos y cuidadosos, viendo que después de dos días no había aparecido en la posada, le andaban buscando por todas partes; y aun algunos se adelantaron a juzgar que estaría sin duda en alguna casa de juego, o quizá en otra peor. Como andaban preguntando por un extranjero, recién llegado de Roma, de mediano talle, robusto, de pelo rubio y rizado, con una capa roja, se encontraron con el hermano del carcelero, que por las señas les dijo era sin duda uno que dos días antes habían apresado por cristiano, y le habían cortado la cabeza. —¿No nos harás el favor de enseñarnos el cuerpo? —le dijeron ellos. Y él les respondió: No tenéis más que seguirme, pues todavía le hallaremos en la arena.





   Apenas le reconocieron, cuando llenos de admiración, de gozo, y de arrepentimiento por los malos juicios que habían hecho, se arrojaron a sus pies, deshaciéndose en lágrimas. Entonces la cabeza del santo mártir, con un prodigio verdaderamente extraordinario, abrió los ojos, y mirándolos a todos con una halagüeña sonrisa, los llenó de compunción y de consuelo. Después de haber satisfecho su devoción, pidieron al oficial que les permitiese llevarse el santo cuerpo: y lo consiguieron mediante quinientos escudos de oro que le dieron por él.

   Lo embalsamaron, y lo envolvieron en preciosas telas, y metiéndolo en una litera, volvieron a tomar el camino de Roma, no cesando de alabar a Dios por el dichoso fin del santo mártir.


   Por este tiempo, hallándose Aglae en oración, oyó una voz del cielo, que la dijo:
       —“El que antes era criado tuyo, ya es hermano nuestro; recíbele como a tu Señor, y colócale dignamente, porque singularmente a su intercesión deberás que Dios te perdone tus pecados”.



   Se levantó prontamente, y saltando su corazón de alegría, rindió mil gracias a Dios por la misericordia que había usado con su siervo. Rogó a algunos clérigos que la acompañasen, y salió a recibir las santas reliquias, cantando devotas oraciones por el camino, todos con velas en las manos y con prevención de aromas. Apenas habían andado un cuarto de legua, cuando llegó el cuerpo del santo mártir. No se puede explicar la veneración y las lágrimas de gozo con que fué recibido. Le enterraron en un terreno que era posesión de Aglae, y allí mismo esta hizo levantar un magnífico sepulcro, y algunos años después mandó construir un oratorio. Renunció enteramente al mundo, repartió sus bienes entre los pobres, dio libertad a sus esclavos, y no teniendo consigo más que algunas doncellas que la servían dispuso que la hiciesen una ermita junto a la capilla del santo mártir, donde vivió todavía trece años entregada a los más ejemplares ejercicios de devoción, y murió santamente, declarando el Señor la santidad de su sierva con muchos milagros.


AÑO CRISTIANO