Meditaciones dispuestas por San Alfonso
María de Ligorio, y traducidas al español, publicadas en Barcelona por la
imprenta de Pablo Riera en 1859. Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler,
Vicario General y Gobernador del Obispado de Barcelona, el 30 de octubre de
1858.
MEDITACIÓN 2.ª: Et Verbum caro factum est (Y el
Verbo se hizo carne, San Juan I, 14).
El
Señor envió a San Agustín para que escribiera sobre el corazón de Santa María
Magdalena de Pazzi las palabras Verbum caro factum est. Por lo que nos interesa, pidamos también nosotros al Señor que
nos ilumine el entendimiento, y nos haga conocer qué exceso y prodigio de amor
ha sido el que el Verbo eterno, el Hijo de Dios, se haya hecho también hombre
por amor nuestro. La santa Iglesia se llena de admiración contemplando este
misterio, según aquellas palabras: Consideré tus obras, y me pasmé (Responso
6.º de la Circuncisión del Señor).
Si Dios hubiese criado mil mundos mil veces más grandes y más bellos que el
presente, es cierto que esta obra sería infinitamente menor que la Encarnación
del Verbo. Fecit
poténtiam in bráchio suo. Para
ejecutar la obra de la Encarnación se ha necesitado toda la omnipotencia y
sabiduría infinita de un Dios, haciendo que la naturaleza humana se uniese a
una persona divina, y que una persona divina se humillase a tomar la naturaleza
humana; de manera que Dios se hizo hombre y el
hombre se hizo Dios; y habiéndose unido la divinidad del Verbo al alma y al
cuerpo de Jesucristo, se hicieren divinas todas las acciones de este hombre-Dios:
divinas sus oraciones, divinos los padecimientos, divinos los vagidos, divinas
las lágrimas, divinos los pasos, divinos los miembros, divina aquella Sangre,
para hacer de ella un baño de salud destinado a lavar todos nuestros pecados, y
un sacrificio de infinito valor, para aplacar la justicia del Padre justamente
indignado con los hombres. Y ¿quiénes son al fin estos hombres? Miserables criaturas, ingratas y rebeldes. Y ¡por ellas
hacerse un Dios hombre! ¡Sujetarse a las miserias humanas! ¡Padecer y morir por
salvar a estos seres indignos! Se humilló a Sí mismo, dice San
Pablo, hecho obediente hasta la
muerte; y muerte de cruz (Filip. II,
8). ¡Oh fe santa! Si
tú no nos asegurases de esto, ¿quién podría creer jamás que un Dios de infinita
majestad se haya abajado hasta hacerse pasible y mortal como nosotros, para
salvarnos a costa de tantas penas e ignominias, y de una muerte tan cruel y
vergonzosa? ¡Oh gracia! ¡Oh fuerza del amor!, exclama San
Bernardo. ¡Oh gracia, que
ni aun podrían imaginársela los hombres si Dios mismo no hubiese pensado
hacérsela! ¡Oh amor divino, que no podrá jamás comprenderse! ¡Oh misericordia!
¡Oh caridad infinita, digna solamente de una bondad infinita!
AFECTOS Y SÚPLICAS
¡Oh alma!
¡Oh cuerpo! ¡Oh Sangre de mi Jesús! yo
os adoro, y os doy gracias. Sois mi esperanza. Vosotros sois el precio pagado
para rescatarme del infierno, que tantas veces he merecido. ¡Oh Dios! Y ¡qué vida tan infeliz y desesperada aguardar debiera en
la eternidad, si Vos, Redentor mío, no hubiéseis pensado en salvarme con
vuestras penas y con vuestra muerte! Mas ¿cómo las almas redimidas por Vos con tanto
amor, sabiendo esto, pueden vivir sin amaros, y despreciar vuestra gracia, que
con tantos trabajos les habéis procurado? ¿Por ventura ignoraba yo todo esto?
¿Cómo, pues, he podido ofenderos, y ofenderos tantas veces? Pero repito, vuestra Sangre es mi esperanza.
Conozco, Salvador mío, el grande agravio que os he hecho. ¡Oh, si hubiese yo muerto mil veces antes!
¡Oh, si os hubiese siempre amado! Mas
os doy gracias, porque me dais tiempo de verificarlo aún. Espero en lo que me
resta de esta vida, y después en la eternidad alabar por siempre la
misericordia que conmigo habéis usado. Después de mis pecados, yo merecía más
tinieblas, y me habéis dado más luz. Merecía que me abandonaseis, y Vos con
voces amorosas os habéis acercado llamándome. Merecía que mi corazón quedase
más endurecido, y Vos lo habéis enternecido y compungido. Así es que por
vuestra gracia siento ahora un gran dolor de las ofensas que os he hecho;
siento en mí un gran deseo de amaros; siento en mí una firme resolución de
perderlo todo antes que vuestra amistad; siento un amor hacia Vos que me hace
aborrecer todo lo que os desagrade; y este dolor, este deseo, esta resolución y
este amor, ¿quién
me lo da? Me lo dais Vos por
vuestra misericordia. Luego es, Jesús mío, señal de que ya me habéis perdonado;
es señal de que ahora me amáis, y queréis salvarme a todo trance. Sí; Vos queréis
mi salvación, yo quiero salvarme, principalmente por daros gusto. Vos me amáis,
también os amo: pero os amo poco, dadme más amor. Vos mereces más amor de mí, a
quien habéis dispensado gracias más especiales que a los demás. Ea, pues,
aumentad la llama, María santísima, alcanzadme que el amor de Jesús consuma y
destruya en mí todos los afectos que no son para Dios. Vos oís a todos, oídme
también: alcanzadme
amor y perseverancia.