miércoles, 1 de diciembre de 2021

MEDITACIONES PARA EL ADVIENTO, NAVIDAD Y EPIFANÍA (DÍA TERCERO).


 

Meditaciones dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al español, publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859. Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador del Obispado de Barcelona, el 30 de octubre de 1858.

 

 

  

MEDITACIÓN 3.ª: Sic Deus diléxit mundum, ut Fílium suum unigénitum daret (De tal manera Dios amó al mundo, que dio a su Hijo unigénito, San Juan III, 16).

 

 

Considera cómo el eterno Padre, dándonos al Hijo por Redentor, por víctima y por precio de nuestro rescate, no podía darnos motivos más poderosos de esperanza y de amor, para inspirarnos confianza y para obligarnos a amarle. Dándonos el Padre su Hijo, dice San Agustín, no sabe ni tiene más que darnos. Quiere que nosotros apreciemos este inmenso don, a fin de adquirirnos la salvación eterna y toda gracia que nos sea necesaria para conseguirla, mientras que en Jesús hallamos cuanto podemos desear: luces, fortaleza, paz, confianza, amor y gloria eterna. Siendo cierto que Jesucristo es un don que contiene todos los otros dones, ¿qué podemos buscar y desear? ¿Cómo no nos donó con él todas las cosas?, dice San Pablo 1 (Romanos VIII, 32). Habiéndonos Dios dado a su amado Hijo, que es la fuente y tesoro de todos los bienes, ¿quién puede temer que quiera negarnos alguna gracia que le pidamos? Jesucristo, dice el mismo Apóstol, ha sido hecho por Dios, sabiduría y justificación, y santificación, y redención (I Cor. I, 30). Dios les ha dado a nosotros ciegos e ignorantes, como luz y sabiduría, para caminar por la senda de la salvación, a nosotros reos e ingratos, como justicia, para satisfacer por nuestras culpas, a nosotros pecadores, para santificarnos. Finalmente, Dios les ha dado a nosotros esclavos del demonio, como rescate, para adquirir la libertad de hijos de Dios. En suma, concluye el Apóstol, con Jesucristo nosotros somos enriquecidos en todas cosas, de manera   que no nos falte cosa alguna en ninguna gracia (I Corintios I). Y este don que nos ha hecho Dios de su Hijo, es un don hecho a cada uno de nosotros; pues que Él le ha dado todo a cada uno, como si a él solo fuese donado; así es que cada uno de nosotros puede decir: Jesús es todo mío; mío es su cuerpo y su sangre: mía es su vida, sus dolores, su muerte: míos son sus méritos. Por esto decía San Pablo: Me amó y se entregó a Sí mismo por mí (Gálatas II, 20). Y lo mismo puede decir cada uno: Mi Redentor me ha amado, y por el amor que me ha tenido, se ha entregado todo a mí.

 

 

AFECTOS Y SÚPLICAS

 

 

¡Oh Dios eterno!, ¿y quién jamás podía hacer este don que es de infinito valor, sino Vos que sois un Dios de amor infinito? ¡Oh Criador mío!, ¿y qué más podíais hacer para darnos confianza en vuestra misericordia y ponernos en la obligación de amaros? Señor, yo os he pagado con ingratitudes; pero Vos habéis dicho por vuestro Apóstol, que a los que aman a Dios todas las cosas les contribuyen al bien: ómnia cooperántur in bonum. No quiero, pues, que el gran número y enormidad de mis pecados me hagan desconfiar de vuestra bondad; quiero que me sirvan para más humillarme cuando reciba alguna afrenta. Mucha merece quien ha tenido el atrevimiento de ofenderos, bondad infinita: quiero que me sirvan para mejor resignarme con las cruces que me enviéis: para ser más diligente en serviros y honraros, a fin de compensar las injurias que os he hecho. Quiero, sí, acordarme siempre, oh Dios mío, de los disgustos que os he causado, para alabar más vuestra misericordia, y para encenderme siempre más en el amor hacia Vos, que se me habéis acercado cuando huía de Vos, y me habéis hecho tanto bien después que yo tanto os he maltratado. Espero, Señor, que ya me habréis perdonado. Me arrepiento, y quiero siempre arrepentirme de los ultrajes que os he hecho. Quiero seros agradecido, compensando con mi amor la ingratitud que con Vos he usado. Pero Vos debéis ayudarme, y a Vos pido la gracia de cumplir esta mi voluntad. Haceos amar mucho de un pecador que os ha ofendido también mucho. Dios mío, Dios mío, y ¿quién podrá jamás dejar de amaros, y separarse nuevamente de vuestro amor?

¡Oh María, reina mía!, socorredme; Vos sabéis mi debilidad: Haced que yo me encomiende a Vos siempre que el demonio pretenderá separarme de Dios. Madre mía, esperanza mía, ayudadme.

 


lunes, 29 de noviembre de 2021

MEDITACIONES PARA EL ADVIENTO, NAVIDAD Y EPIFANÍA (DÍA SEGUNDO).


 

Meditaciones dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al español, publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859. Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador del Obispado de Barcelona, el 30 de octubre de 1858.

 

  

MEDITACIÓN 2.ª: Et Verbum caro factum est (Y el 

Verbo se hizo carne, San Juan I, 14).

 

 

El Señor envió a San Agustín para que escribiera sobre el corazón de Santa María Magdalena de Pazzi las palabras Verbum caro factum est. Por lo que nos interesa, pidamos también nosotros al Señor que nos ilumine el entendimiento, y nos haga conocer qué exceso y prodigio de amor ha sido el que el Verbo eterno, el Hijo de Dios, se haya hecho también hombre por amor nuestro. La santa Iglesia se llena de admiración contemplando este misterio, según aquellas palabras: Consideré tus obras, y me pasmé (Responso 6.º de la Circuncisión del Señor). Si Dios hubiese criado mil mundos mil veces más grandes y más bellos que el presente, es cierto que esta obra sería infinitamente menor que la Encarnación del Verbo. Fecit poténtiam in bráchio suo. Para ejecutar la obra de la Encarnación se ha necesitado toda la omnipotencia y sabiduría infinita de un Dios, haciendo que la naturaleza humana se uniese a una persona divina, y que una persona divina se humillase a tomar la naturaleza humana; de manera que Dios se hizo hombre y el hombre se hizo Dios; y habiéndose unido la divinidad del Verbo al alma y al cuerpo de Jesucristo, se hicieren divinas todas las acciones de este hombre-Dios: divinas sus oraciones, divinos los padecimientos, divinos los vagidos, divinas las lágrimas, divinos los pasos, divinos los miembros, divina aquella Sangre, para hacer de ella un baño de salud destinado a lavar todos nuestros pecados, y un sacrificio de infinito valor, para aplacar la justicia del Padre justamente indignado con los hombres. Y ¿quiénes son al fin estos hombres? Miserables criaturas, ingratas y rebeldes. Y ¡por ellas hacerse un Dios hombre! ¡Sujetarse a las miserias humanas! ¡Padecer y morir por salvar a estos seres indignos! Se humilló a Sí mismo, dice San Pablo, hecho obediente hasta la muerte; y muerte de cruz (Filip. II, 8). ¡Oh fe santa! Si tú no nos asegurases de esto, ¿quién podría creer jamás que un Dios de infinita majestad se haya abajado hasta hacerse pasible y mortal como nosotros, para salvarnos a costa de tantas penas e ignominias, y de una muerte tan cruel y vergonzosa? ¡Oh gracia! ¡Oh fuerza del amor!, exclama San Bernardo. ¡Oh gracia, que ni aun podrían imaginársela los hombres si Dios mismo no hubiese pensado hacérsela! ¡Oh amor divino, que no podrá jamás comprenderse! ¡Oh misericordia! ¡Oh caridad infinita, digna solamente de una bondad infinita!

 

   

AFECTOS Y SÚPLICAS

 

 

¡Oh alma! ¡Oh cuerpo! ¡Oh Sangre de mi Jesús! yo os adoro, y os doy gracias. Sois mi esperanza. Vosotros sois el precio pagado para rescatarme del infierno, que tantas veces he merecido. ¡Oh Dios! Y ¡qué vida tan infeliz y desesperada aguardar debiera en la eternidad, si Vos, Redentor mío, no hubiéseis pensado en salvarme con vuestras penas y con vuestra muerte! Mas ¿cómo las almas redimidas por Vos con tanto amor, sabiendo esto, pueden vivir sin amaros, y despreciar vuestra gracia, que con tantos trabajos les habéis procurado? ¿Por ventura ignoraba yo todo esto? ¿Cómo, pues, he podido ofenderos, y ofenderos tantas veces? Pero repito, vuestra Sangre es mi esperanza. Conozco, Salvador mío, el grande agravio que os he hecho. ¡Oh, si hubiese yo muerto mil veces antes! ¡Oh, si os hubiese siempre amado! Mas os doy gracias, porque me dais tiempo de verificarlo aún. Espero en lo que me resta de esta vida, y después en la eternidad alabar por siempre la misericordia que conmigo habéis usado. Después de mis pecados, yo merecía más tinieblas, y me habéis dado más luz. Merecía que me abandonaseis, y Vos con voces amorosas os habéis acercado llamándome. Merecía que mi corazón quedase más endurecido, y Vos lo habéis enternecido y compungido. Así es que por vuestra gracia siento ahora un gran dolor de las ofensas que os he hecho; siento en mí un gran deseo de amaros; siento en mí una firme resolución de perderlo todo antes que vuestra amistad; siento un amor hacia Vos que me hace aborrecer todo lo que os desagrade; y este dolor, este deseo, esta resolución y este amor, ¿quién me lo da? Me lo dais Vos por vuestra misericordia. Luego es, Jesús mío, señal de que ya me habéis perdonado; es señal de que ahora me amáis, y queréis salvarme a todo trance. Sí; Vos queréis mi salvación, yo quiero salvarme, principalmente por daros gusto. Vos me amáis, también os amo: pero os amo poco, dadme más amor. Vos mereces más amor de mí, a quien habéis dispensado gracias más especiales que a los demás. Ea, pues, aumentad la llama, María santísima, alcanzadme que el amor de Jesús consuma y destruya en mí todos los afectos que no son para Dios. Vos oís a todos, oídme también: alcanzadme amor y perseverancia.


MEDITACIONES PARA EL ADVIENTO, NAVIDAD Y EPIFANÍA (DÍA PRIMERO).


 

Meditaciones dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al español, publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859. Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador del Obispado de Barcelona, el 30 de octubre de 1858.

 

 

MEDITACIÓN 1.ª: Et incarnátus est de Spíritu Sancto, et homo factus est (Y encarnóse por obra del Espíritu Santo, y se hizo hombre).  


 

Considera cómo habiendo criado Dios al Primer hombre para que le sirviese y amase en esta vida, y después conducirle a la vida eterna, a reinar en el paraíso; a este fin le enriqueció de luces y de gracias. Pero el hombre ingrato se rebeló contra Dios, negándole la obediencia que le debía de justicia y por gratitud, quedando de esta suerte el miserable, privado con toda su descendencia de la divina gracia y excluido por siempre del paraíso. Mira después de esta ruina del pecado perdidos a todos los hombres. Todos vivían ciegos entre las tinieblas, en las sombras de la muerte. Mas Dios, viéndolos reducidos a este miserable estado, determina salvarlos. ¿Y cómo? No manda ya a un Ángel o a un Serafín; sino que para manifestar al mundo el amor inmenso que tenía a estos gusanos ingratos, envió a su mismo Hijo a hacerse hombre, y a vestirse de la misma carne de los pecadores, para que satisficiese con sus penas y con su muerte a la justicia divina por los delitos de ellos, y así los librase de la muerte eterna; y reconciliándolos con su divino Padre, les alcanzase la divina gracia, y los hiciese dignos de entrar en el reino eterno. Pondera aquí de una parte la ruina inmensa que trae el pecado, privándonos de la amistad de Dios y del paraíso, y condenándonos a una eternidad de penas.

   

Pondera de la otra el amor infinito que Dios mostró en esta grande obra de la Encarnación del Verbo, haciendo que su Unigénito viniese a sacrificar su vida divina por manos de verdugos sobre la cruz en un mar de dolores y vituperios, para alcanzarnos el perdón y la salvación eterna.

   

¡Ah! Que al contemplar este gran misterio y este exceso de amor cada cual no debería hacer otra cosa que exclamar: ¡Oh Bondad infinita! ¡Oh misericordia infinita! ¡Oh amor infinito! ¿Un Dios hacerse hombre, para venir a morir por mí?…

 

 

 

AFECTOS Y SÚPLICAS

 

 

Pero, ¿cómo es, Jesús mío, que aquella ruina del pecado, que Vos habéis reparado con vuestra muerte, yo tantas veces he vuelto después a renovármela voluntariamente con tantas injurias como os he hecho? ¡Vos a tanta costa me habéis salvado, y tantas veces yo he querido perderme, perdiéndoos a Vos, bien infinito! Pero me da confianza lo que Vos habéis dicho: que cuando el pecador que os ha vuelto la espalda, se convierte después a Vos, no dejáis de abrazarlo: volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, decís por el profeta Zacarías (Cap. I, 3). Habéis dicho también: si alguno me abriere la puerta, yo entraré a él (Apoc. III, 20).

   

He aquí, Señor, que soy uno de estos rebeldes, ingrato y traidor, que muchas veces os ha vuelto la espada y os he desechado de mi alma; mas ahora me arrepiento con todo el corazón de haberos de tal manera maltratado, y despreciado vuestra gracia. Me arrepiento y os amo por sobre todas las cosas. Ved la puerta de mi corazón ya abierta; entrad, Señor, pero entrad para no salir jamás. Yo sé que Vos nunca saldréis, si yo no vuelvo a desecharos; pero ¡ah! Este es un temor, y esta es también la gracia que os pido, y espero siempre pediros: hacedme morir, antes que yo use con Vos esta nueva y mayor ingratitud. Amable Redentor mío, por la ofenda que os he hecho no merecería ya amaros; pero os pido por vuestros méritos el don del santo amor. Para esto hacedme conocer cuán gran bien es el amor que me habéis tenido, y cuánto habéis hecho para obligarme a amaros.

   

¡Ah! Mi Dios y Salvador, no me hagáis vivir más tiempo ingrato a tanta bondad vuestra. Yo no quiero dejaros jamás, Jesús mío. Basta cuanto os he ofendido. Razón es que estos años que me restan de vida los emplee todos en amaros y daros gusto. Jesús mío, Jesús mío, ayudadme; ayudad a un pecador que quiere amaros. ¡Oh María, Madre mía! Vos todo lo podéis con Jesús, sois su madre. Decidle que me perdone; decidle que me encadene con su santo amor. Vos sois mi esperanza, en Vos confío.


PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO.

 





PROPIO DEL TIEMPO.

Primera Parte del Año Litúrgico.
El ciclo de Navidad
(El misterio de la Encarnación)


TIEMPO DE ADVIENTO.
—Desde el primer domingo de Adviento hasta el 24 de diciembre.

   Este primer domingo de Adviento o el cuarto antes de Navidad, es el primer día del año litúrgico. En Navidad nacerá Jesús en nuestras almas, y a petición de la Iglesia nos dará las mismas gracias que a Pastores y Magos. Toda la Misa de este día nos dispone a este advenimiento (adventus) de misericordia y de justicia. Algunas oraciones se refieren al nacimiento de nuestro Divino Redentor, que tuvo lugar en la humildad; otras hablan de su venida como rey con todo el aparato de su poderío y majestad. El recibimiento que hagamos a Jesús ahora que viene a rescatarnos condicionará el que Él nos haga cuando venga a juzgarnos.


   Durante el Adviento abrimos un camino directo para que Jesucristo entre en nuestras almas, y contemplamos a Nuestro Señor, que vendrá en Navidad. 


viernes, 26 de noviembre de 2021

Elisabetta Canori Mora ve las tribulaciones de los últimos tiempos. —Segunda parte.


 

Conspiración contra la Iglesia, revelada por Dios.

 

   A partir de entonces, Dios le fue revelando el lamentable actuar de ciertos sectores eclesiásticos que atraían la cólera divina, siendo cómplices con la Revolución que derrumbaba tronos y seculares costumbres cristianas en el orden temporal. Tales visiones tornan patente, un siglo antes de las revelaciones de Cova de Iría, que el mal ya se había infiltrado en la Iglesia y en la sociedad civil.

 

   Se ve bien que en Fátima Nuestra Señora hizo una advertencia final para ese mal, que progresaba a pesar de todos los avisos en sentido contrario.

 

   Los ángeles condujeron espiritualmente a la Beata Elisabetta a antros secretos donde se tramaba esa conjura. Cada vez, nuevas aberraciones le eran develadas. El 24 de febrero de 1814 le fueron exhibidas escenas que recuerdan la crisis de los días en que vivimos: “Veía —narra ella— muchos ministros del Señor que se despojaban los unos a los otros; rabiosamente se arrancaban los paramentos sagrados; veía como eran derrumbados los altares sagrados por los propios ministros de Dios”.

 

   El 22 de mayo de 1814, mientras rezaba por el Santo Padre, “lo vi viajando rodeado de lobos que hacían complots para traicionarlo”. La visión se repitió los días 2 y 5 de junio. En esta última, narra la vidente: “Vi el sanedrín de lobos que lo circundaban (al Papa Pío VII, entonces reinante) y dos ángeles que lloraban. Una santa osadía me inspiro a preguntarles la razón de su tristeza y de su llanto. Ellos, contemplando la ciudad de Roma con los ojos lleno de compasión, dijeron lo siguiente: ‘Ciudad miserable, pueblo ingrato, la justicia de Dios te castigará’.  

 






“Todo el mundo estaba en caos”

 

 

   El 16 de enero de 1815, los ángeles le mostraron a muchos eclesiásticos que “bajo el manto de bien, persiguen a Jesús Crucificado y Su Santo Evangelio”, y que “como lobos rabiosos tramaban derribar de su trono al jefe de la Iglesia”. Entonces ella fue llevada “a ver el cruel estrago que la Justicia de Dios está por hacer entre aquellos miserables: con sumo terror, vi que en torno de mi fulguraban los rayos de la Justicia irritada. Vi edificios cayendo en ruinas. Las ciudades, provincias enteras, todo el mundo estaban en caos. No se oía otra cosa sino débiles voces implorando misericordia. El número de muertos era incalculable”.

 

   Pero lo que más le impresiono fue ver a Dios indignado. En un lugar altísimo y solitario, vio a Dios representado por “un gigante fuerte y furioso hasta el extremo contra aquellos que Lo perseguían. Sus manos omnipotentes estaban llenas de rayos y su rostro estaba repleto de indignación: solo su mirar bastaba para incendiar el mundo entero. No tenía ni santos ni ángeles que lo circundasen, sino solamente su indignación lo rodeaba por todas partes”.

 

   Tal Vision duro apenas un instante. Según la Beata Elisabetta, “si hubiese durado un momento más, ciertamente yo habría muerto”. La descripción de más arriba recuerda la Vision del infierno presentada a Lucia, Francisco y Jacinta.

 

   Entre ambas visiones hay una correlación profunda. En cuanto a la Beata, Dios le manifestó su justa indignación por las ofensas que sufre; en Fátima, Nuestra Señora apunto el destino de las almas que ofenden a Dios y mueren impenitentes.

 

CONTINUARA…

 


miércoles, 24 de noviembre de 2021

Elisabetta Canori Mora ve las tribulaciones de los últimos tiempos. —Primera parte.


 

   Una de las videntes de las tribulaciones de los “últimos tiempos” de la Iglesia es la Beata Elisabetta Canori Mora (1774-1825). En su obra The Latter Times, el p. Benjamín M. Sánchez muestra que también vio una terrible crisis en la Iglesia y la sociedad, que Dios castigaría con un tremendo castigo de proporciones mundiales, lo que Las Escrituras llaman el “Juicio de las Naciones”.

 

   Cuando la tierra haya sido limpiada del mal, habrá un tiempo de paz en el que la Iglesia triunfará.

 

 

Breve biografía

 

 

   Después de recibir esmerada educación familiar, se casó a los 22 años el 10 de enero de 1796, con un joven Cristóforo Mora, un abogado de buena familia, pero de muy mal carácter y hábitos irregulares que le causaron un gran sufrimiento, hijo de un rico médico de la misma Roma.

 

   Todo auguraba al nuevo matrimonio un brillante futuro, más la tragedia llego pronto. El marido se entregó a la delincuencia, arruino a la familia y abandono el hogar, seducido por una mujer de mala vida. Fue preso por la policía pontificia, primero en una cárcel, después en un convento. Juro mudar de vida, mas después de retornar a su hogar, intento repetidas veces asesinar a su esposa Elisabetta. Ella fue de una fidelidad heroica, ofreciendo enormes sacrificios por su marido. Y profetizó que él acabaría muriendo sacerdote.

 

   Una famosa profecía, presentada en la documentación de su beatificación, fueron sus palabras en su lecho de muerte: “¿Ves lo irascible e incrédulo que es? Bueno, llegará un momento en que se convertirá en religioso y sacerdote”.

 

   Cinco años después de su muerte, el 5 de febrero de 1825 un arrepentido Cristóbal entró en un convento de la Orden Franciscana, donde se embarcó en una vida ejemplar de penitencia. Con el tiempo se convirtió en sacerdote, tal como lo había predicho su esposa y murió rodeado de gran consideración.

 

   Abandonada por el esposo e incomprendida por los familiares, Elisabetta hubiera caído en la miseria, si no la hubiesen auxiliado benefactores compasivos. Entre ellos se encontraban Prelados romanos, que narraron al Papa Pío VII sus méritos. El Pontífice, beneficiado por las oraciones y sacrificios de ella, concedió privilegios poco comunes a la capilla privada de su humilde casa.

 

   Su causa de beatificación fue introducida en 1874, durante el pontificado del Bienaventurado Pío IX. Pío XI aprobó el decreto de heroicidad de virtudes en 1928. Juan Pablo II beatifico a Elisabetta Canori Mora el 24 de abril de 1994.

 

   A los 28 años, Isabel Mora tuvo su primera experiencia mística después de recuperarse milagrosamente de una misteriosa enfermedad. Poco después ingresó en la Orden Trinitaria como terciaria. La Venerable Sierva de Dios recibió los dones de recogimiento, bilocación y profecía y obró muchos milagros.

 

   Sus visiones incluyeron una serie en la que Nuestro Señor y Nuestra Señora le mostraron los problemas futuros de la Iglesia y las tremendas batallas que la Iglesia Militante tendría que pelear cuando los poderes de las tinieblas dominaran. También vio un gran triunfo de la Iglesia y su futura restauración.

 

   Siguiendo instrucciones de su confesor, la Ven. Elisabetta Canori Mora escribió de su propia mano estas revelaciones, que llenan cientos de páginas de cuaderno, todas cuidadosamente conservadas en los archivos de los Padres Trinitarios en San Carlino, Roma.

 

   Estos escritos fueron examinados meticulosamente por una comisión eclesiástica cuando el Papa Pío IX autorizó que procediera la causa de canonización de Isabel Mora. La sentencia oficial, emitida el 5 de noviembre de 1900, afirmó que en sus escritos no había “nada contra la fe y las buenas costumbres, y no se encontró innovación o desvío doctrinal”.

 

 

Visiones de la beata Elisabetta Mora: la denuncia

 del pecado.

 

   En la navidad de 1813, ella fue arrebatada a un lugar inundado de luz, donde innumerables Santos rodeaban un humilde pesebre. Desde él, el Niño Dios la llamaba dulcemente.

  

   La propia Elisabetta describe sin preocupaciones literarias la sorpresa que tuvo:

   “De solo pensar, me causo horror. (…) vi a mi amado Jesús recién nacido bañado en su propia sangre (…) en ese momento comprendí por via intelectual cual era la razón de tanto derramamiento de sangre del Divino Infante apenas nacido (…) La mala conducta de muchos sacerdotes seculares y regulares, de muchas religiosas que no se comportan según su estado, la mala educación que es dada a los hijos por parte de los padres y madres, como también por aquellos a quienes incumbe una obligación similar. Estas son las personas por cuyo buen ejemplo debe aumentar el espíritu del Señor en el corazón de los otros. Mas ellos, por el contrario, apenas nace (el espíritu de Nuestro Señor) en el corazón de las criaturas, lo persiguen mortalmente con su mala conducta y malas enseñanzas”.

 

CONTINUARÁ....

sábado, 6 de noviembre de 2021

SAN SEVERO, OBISPO Y MÁRTIR. —6 de noviembre.


 


   Nació en Barcelona, de familia ilustre. Sus padres le dedicaron al estudio de las letras, y Dios le llamó al estado eclesiástico. En su juventud era ya distinguido entre el clero catalán por su doctrina y el candor de sus costumbres. Habiendo vacado la sede episcopal de Barcelona, por elección del clero y del pueblo fué Severo elevado a ella, y le consagraron obispo de la misma ciudad con gran satisfacción de todos. En esta dignidad resplandeció el siervo de Dios como antorcha de verdadera luz, y su alma estuvo siempre inflamada de aquel celo santo tan necesario en aquellos tiempos de calamidad para la Iglesia. Su principal ocupación era predicar incesantemente al pueblo, alentándole a la constancia de la fe y al amor mutuo que tiene a Dios por principio, a fin de que no llegase, nunca a romperse entre sus ovejas la cadena de la caridad, que mantiene a todos los fieles unidos con Jesucristo; pero no descuidaba por esto Severo su propia santificación: la oración, la contemplación y la penitencia eran su más sabroso alimento, y por esto sin duda mereció que el cielo le revelase que se acercaban nuevos días de amarga tribulación para la iglesia de España. En efecto, poco tardó en aparecer en ella el presidente Daciano, que tantos ríos de sangre cristiana hizo correr por el suelo español. Llegado el gentil a Barcelona y sabiendo Severo que le buscaba para ensayar en él su furor, acordándose del consejo evangélico: «Si os persiguen en un lugar huída otro;» se escapó al Valles, dirigiéndose a un lugar llamado entonces Castro Octaviano, y ahora San Cugat del Valles. A la mitad del camino encontró a un labrador que estaba sembrando habas, llamado Hemeterio, hombre muy cristiano y devoto del venerable obispo. Le contó éste lo que sucedía y le advirtió que si pasaban por allí los ministros del juez les dijese si le buscaban que en Castro Octaviano le hallarían; pues estaba resuelto a derramar su sangre por Jesucristo. Poco después llegaron, efectivamente, los perseguidores, y Hemeterio les dijo que por allí había pasado el santo pastor, y les contó la maravilla de haber ya crecido las habas que entonces sembraba. Habiéndole preguntado además si era cristiano, y contestado que sí, lo llevaron consigo hasta donde estaba el obispo, el cual se les presentó en cuanto supo que habían llegado. Le pusieron enseguida preso con Hemeterio y con los cuatro sacerdotes de Barcelona que le habían acompañado. Al cabo de poco fueron los seis azotados cruelmente, y luego degollaron a los cuatro sacerdotes y a Hemeterio en presencia de Severo, a fin de que, intimidado y horrorizado con aquel espectáculo, se resolviese a sacrificar a los ídolos. Mas viendo que nada lograban, uno de los verdugos le clavó un clavo en la cabeza, en cuyo martirio entregó su espíritu al Criador. Algunos dicen que no falleció entonces, sino que, dejándole los gentiles por muerto, fueron allá los cristianos y le hallaron vivo, y que, habiéndolos bendecido, pasó al galardón de su pelea. También hay quien dice que fué atravesada su cabeza con tres clavos, y otros aumentan el número hasta diez y ocho. Su sagrado cuerpo fué sepultado por los fieles en el mismo Castro Octaviano, donde después hubo una iglesia dedicada a san Severo, cerca de la principal del monasterio de benedictinos que después se fundó.

 


   Aquella iglesia se arruinó en 1029, y las reliquias del obispo fueron trasladadas a la del sobredicho monasterio, que estaba dedicado al apóstol san Pedro. En el año 1405, el día 3 de agosto, fueron llevadas algunas de estas reliquias a la catedral de Barcelona. Dio ocasión a esto un milagro que obró Dios con D. Martín, rey de Aragón, curándole repentinamente una pierna que le iban a cortar, por intercesión del santo, de quien era el príncipe muy devoto; de cuya traslación celebra fiesta todos los años la diócesis de Barcelona el domingo primero de agosto. Créese que la muerte de san Severo sucedió por los primeros años del siglo IV. Su culto es muy antiguo en España, y muchas de sus iglesias tienen rituales primitivos en que se encuentra continuado su nombre. Según el P. Caresmar su fiesta se celebraba ya con rezo y misa propios a principios del siglo IX, y cuando todos los martirologios antiguos y modernos ponen su nombre en el día 6 de noviembre, se cree que su martirio fué en dicho día.

 

 

LA LEYENDA DE ORO.


domingo, 31 de octubre de 2021

NOVENA A CRISTO REY. NOVENO DÍA.


 


COMENZAMOS: 23 de octubre.

 

FINALIZAMOS EN SU FESTIVIDAD 

“TRADICIONAL”: 31 de octubre.

 

 

La Novena a Cristo Rey se reza nueve días antes de la Fiesta de Cristo Rey, y también puede ser rezada en cualquier época del año.

 

 

—SE CELEBRA EL ÚLTIMO DOMINGO DE 

OCTUBRE.

 

 

 

ACTO DE CONSTRICCIÓN

 

 

   Dios mío y Padre mío, que sois infinitamente bueno, os amo con todo mi corazón, y por lo mucho que os amo, me pesa de haberos ofendido.

 

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

 

 

   Omnipotente y sempiterno Dios, que quisisteis restaurar en vuestro querido Hijo, Rey del Universo, todas las cosas, concédenos que todas las familias de las Gentes disgregadas por la herida del pecado se sometan a su suavísimo imperio. Que con Vos y el Espíritu Santo vive y reina Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.






DÍA NOVENO —31 de octubre.

 

 

“Jesús Nazareno, Rey de los judíos”.

 

“Regnavit a ligno Deus” (Reino desde el madero)

 

 

 

 

  “Y al nombre de Jesús doblarán las rodillas en el 

Cielo, en la tierra y en los infiernos”

 

   ¡Oh Rey divino!, al presentarte en este día bendito nuestras adoraciones, te ofrecemos cuantos somos, tenemos y deseamos; no nos detiene nuestra miseria, pues eres todo misericordia; confiamos conseguir todas nuestras peticiones, pues eres todo amor y el amor atiende siempre, y te lo pedimos en unión de nuestra Reina y Madre Inmaculada y de los Ángeles Custodios de todas las almas

 

   ¡Señor!, arroja de tu reino a los demonios y a todos tus enemigos y concede a la Iglesia una era de paz. Lleva a Ti en este día a las almas del Purgatorio, un perdón general a todos los pecadores y poniendo luz en sus inteligencias y amor en sus corazones, prueba una vez más que es más grande tu misericordia que nuestra malicia y miseria.

 

   Llena de amor y pureza a los sacerdotes, a los niños y a las almas a Ti consagradas, formando de ellas esas legiones de almas puras, humildes y amantes que Tú deseas: almas pequeñitas que como granos de trigos, formen todas en una perfecta unión de intenciones y corazones con la Victima divina del Calvario y del altar una Hostia que aplaque al Cielo por los pecados de la tierra y haga descender sobre ella perdón y misericordia para los desgraciados pobres pecadores, de esas almas que quieres sean las delicias de tu Corazón en la tierra y tu corte de amor en el Cielo.

 

 




 

Obsequio: abandonarme en el Corazón de Dios.

 

 

—Uniendo mi corazón al Corazón de Cristo Rey y mis intenciones a las suyas, rezaré: Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 


 

 

DEVOCIONARIO CATÓLICO.