domingo, 1 de julio de 2018

EL MES DE JULIO, DEDICADO A LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE JESUCRISTO.





Oh Señor, nos has redimido en tu Sangre, de toda tribu, y lengua, y pueblo, y nación, y has hecho de nosotros un reino para nuestro Dios. (Apoc. 5 9-10)


   La Iglesia dedica todo el mes de julio al amor y adoración de la Preciosísima Sangre de nuestro Salvador Jesús. Justo es que adoremos en la santa humanidad de Cristo, con un culto especial, aquellas partes que son más significativas de algún misterio o perfección divinas; y así honramos:


SU CORAZÓN: para dar culto a su Amor infinito; 


SUS LLAGAS: para dar culto a sus dolores y a su Pasión;


SU SANGRE: para dar culto al precio de nuestra Redención. 



    Sin embargo, este culto a la Sangre del Salvador reviste en el mes de julio, y en la fiesta con que este mes comienza, un carácter festivo. Ya en el Jueves Santo habíamos celebrado la institución de la Eucaristía, y en el Viernes Santo la Sangre de Cristo derramada por nosotros; pero el acento de la celebración estaba centrado en los sentimientos de dolor, de compunción, de contrición. La Iglesia vuelve luego a dar culto a la Sagrada Eucaristía en la fiesta del Corpus Christi, y también a la Pasión y Sangre del Salvador, pero haciendo más hincapié en los sentimientos de alegría y de triunfo.

   Por este culto agradecemos a Nuestro Señor la Redención como una victoria ya obtenida, y nos gozamos y alegramos de vernos entre el número de los redimidos, de los que han sido lavados en la Sangre del Cordero. Y damos culto de latría a la Sangre del Redentor, reconociéndole especialmente una virtud salvadora, como se ve:


• En las letanías de la Preciosísima Sangre, en las que a cada invocación se responde: Salva nos.

• En la epístola de la fiesta de la Preciosísima Sangre, que dice así: «Si la sangre de machos cabríos y de toros, y la ceniza de la vaca roja, santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la Sangre de Cristo, que por el Espíritu Santo se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!».


1º Figuras del poder salvador de la Sangre de Cristo.


   Una hermosísima figura del poder salvador de la Sangre de Cristo la tenemos en el Cordero Pascual. Había mandado Dios a Moisés que castigase a Egipto con diez plagas: la décima era la muerte de todos los primogénitos de Egipto. Pero ¿cómo hacer para que el ángel exterminador no diese muerte también a los hebreos? Dios mandó a Moisés que cada familia reservara un cordero, lo inmolara, y con su sangre tiñera el dintel de las puertas de los hebreos; y con eso el ángel exterminador pasaría de largo, y no daría muerte a las casas en cuya entrada viese la sangre del cordero.


¿Qué dices, Moisés? –Se pregunta San Juan Crisóstomo en los Maitines de la fiesta de la Preciosísima Sangre–: ¿Acaso la sangre de un simple animal puede salvar a un hombre?
No, no tiene esa eficacia por ser sangre de animal, sino por ser figura de la Sangre de Cristo; del mismo modo que entre nosotros una efigie, una insignia o una bandera, tienen eficacia, no por lo que son en sí mismos, bronce, o tela, o color, sino por lo que figuran y significan.


   Figura del poder salvador de la sangre de Cristo fue también el paso del Mar Rojo. Después de salir de Egipto, los hebreos se vieron perseguidos por el ejército de Faraón; entonces Moisés, por orden de Dios, abrió en dos las aguas del Mar Rojo, e hizo pasar a través de ellas al pueblo hebreo. Uno era el pueblo que entraba, esclavo de Faraón, y otro era el que salía, libre de la esclavitud; pues al entrar el ejército de Faraón en pos de Israel, Moisés cerró de nuevo las aguas, y todos los egipcios fueron ahogados. En todo ello se figuraba el poder de la Sangre de nuestro divino Salvador, en la cual fuimos sumergidos y merced a la cual perecieron todos nuestros pecados, quedando entonces libres del poder del demonio.

   Finalmente, figura de la eficacia salvadora de la sangre de Cristo fue el arca de Noé. Escuchemos cómo lo comenta San Agustín en los Maitines de la fiesta de la Preciosísima Sangre:


«Vemos una figura de este misterio en la orden que recibió Noé de abrir en un lado del arca una puerta por donde pudieran entrar los animales que debían salvarse del diluvio, y que representaban a la Iglesia. En vista de este mismo misterio, la primera mujer fue formada del costado de Adán mientras éste dormía, y fue llamada “vida” y “madre de los vivientes”… Vemos aquí al segundo Adán durmiéndose sobre la cruz, después de inclinar la cabeza, para que se formara su esposa con la sangre y agua que manaría de su costado durante su sueño. ¡Oh muerte, que se convierte para los muertos en principio de resurrección y de vida! ¿Puede haber algo más puro que esta sangre, ni más saludable que está herida?»


Empalmando con esta misma idea, prosigue San Juan Crisóstomo:


« ¿Deseas descubrir otra virtud de esta sangre? Sí, ciertamente. Considera, entonces, dónde empezó a derramarse y de qué fuente manó. Empezó a brotar en la cruz; y tuvo su fuente en el costado del Señor. Porque –dice el Evangelio– habiendo muerto el Señor, y mientras pendía aún de la cruz, acercándosele un soldado, le hirió en el costado, del cual salió al momento agua y sangre… Aquella agua y aquella sangre simbolizaban el Bautismo y la Eucaristía. Con ellas, en efecto, se fundó la Iglesia, por la regeneración del agua y la renovación del Espíritu Santo: por el Bautismo, repito, y la Eucaristía, que parecen haber salido de aquel costado. Del costado de Jesucristo se formó, pues, la Iglesia, así como del costado de Adán fue formada Eva, su esposa. San Pablo da testimonio de este origen, cuando dice: “Nosotros somos miembros de su cuerpo, formados de sus huesos”, aludiendo al costado de Jesucristo. Así, pues, como Dios hizo a la mujer del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el agua y la sangre salidas de su costado, destinadas a la Iglesia, como elementos reparadores».



2º Nuestra Redención exigió el derramamiento de la Sangre de Cristo.


   Para que todas estas figuras del Antiguo Testamento se realizaran en Nuestro Señor Jesucristo, y la Iglesia naciera efectivamente del costado de Cristo, y sus miembros fueran liberados y purificados por tan preciosa Sangre, el Padre le mandó hacerse hombre y, para redimirnos de nuestros pecados, le exigió el derramamiento de toda su Sangre como expiación por nuestros pecados. Es éste un punto importante de nuestra fe, que la fiesta de la Sangre de Cristo expresa claramente, así como la devoción a la Preciosísima Sangre que la Iglesia quiere inculcarnos durante el mes de julio:


«Omnipotente y sempiterno Dios, que constituiste a tu unigénito Hijo Redentor del mundo, y quisiste aplacarte con su Sangre; haz que veneremos el precio de nuestra salvación con solemne culto, y que por su virtud seamos librados en la tierra de los males presentes, y gocemos en el cielo del fruto sempiterno».


   Punto importante, decimos, porque hoy en día se niega. Los partidarios de la “Nueva Teología” rechazan con desdén la doctrina de la Iglesia de la satisfacción vicaria de Cristo, esto es, que la justicia de Dios haya reclamado la expiación completa del pecado, razón por la cual Cristo, sustituyéndonos en virtud de la caridad, ofreció al Padre una expiación completa por el derramamiento de su Sangre en la Cruz.


   Recordar, a través de esta fiesta, que Cristo nos redimió, y que el precio de la Redención fue su preciosísima Sangre, es recordarnos el carácter sacrificial de la muerte de Cristo, y el carácter sacrificial de la santa Misa, y el carácter sacrificial de nuestra propia vida cristiana. Es el misterio de Jesús, y de Jesús crucificado, que vuelve a ser, como en tiempo de San Pablo, escándalo para los gentiles, y necedad para los judíos.


   Y eso por muchos motivos misteriosos, que sólo conoceremos perfectamente en el cielo, pero entre los cuales podemos ya entrever tres:


1º El primero, para mostrarnos la grandeza de su amor: «En eso se manifiesta el amor de Dios para con nosotros, que siendo nosotros aún sus enemigos, mandó a su Hijo a morir por nosotros, para que en su Sangre pudiésemos ser salvos» (Rom. 5 8-9). En la sangre está la vida; y la vida es lo más que podemos dar por otros.
2º El segundo, para mostrarnos el valor de nuestra alma: «No habéis sido comprados con oro ni con plata corruptibles, sino con la Sangre de Cristo, Cordero inmaculado» (I Ped. 1 18-19); «habéis sido comprados a gran precio: glorificad y llevad a Dios en vuestros cuerpos» (I Cor. 6 20).
3º El tercero, para mostrarnos la malicia del pecado, que exigió de Cristo una muerte tan sangrienta y cruel.



3º Cómo se nos aplica el valor salvador de la Sangre de Cristo.


   La Sangre de Cristo es, pues, el precio de nuestro rescate, precio que Cristo pagó a su Padre para abolir la tiranía que el demonio ejercía sobre las almas. La Sangre derramada de Cristo tiene ante el Padre tanto valor, que por sus merecimientos quedan expiados todos nuestros pecados y destruido el imperio del demonio sobre nosotros. Estos merecimientos de la Sangre de Cristo se nos aplican especialmente por medio de tres sacramentos:


1º El primero es el Bautismo, que, como hemos visto, nos sumerge en la Sangre de Nuestro Señor y ahoga todos nuestros pecados.
2º El segundo es la Penitencia, que lava en la Sangre de Nuestro Señor las culpas en que hayamos podido caer después del Bautismo.
3º El tercero es la Eucaristía, que nos alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo a fuerza de comida y bebida verdaderas de nuestras almas.



Conclusión.


   De este modo todos los cristianos somos realmente los hijos de la Sangre de Cristo, y así lo cantaremos eternamente –Dios lo quiera– en el cielo:


«Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu Sangre a hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinan sobre la tierra» (Apoc. 5 9-10). «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza» (Apoc. 4 11). «Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, dándole culto día y noche en su Santuario; y el que está sentado en el trono extenderá su tienda sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, ya nos les molestará el sol ni bochorno alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida; y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos» (Apoc. 7 14-17).

“HOJITAS DE FE”
Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora
Moreno, Pcia. de Buenos Aires.

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