VIGESIMOCUARTO DÍA —24 de septiembre.
San Miguel, ángel
exterminador del Anticristo.
Hacia el final de los
tiempos, predice Daniel, llegará una época como no se ha visto desde
que los pueblos comenzaron a existir. En este tiempo de perdición surgirá un rey
perjuro que cubrirá el mundo de ruinas. Será apoyado por hombres poderosos que
profanarán el santuario de Dios, acabarán con el sacrificio perpetuo de la Misa
e introducirá en el templo la abominación de la desolación. No daremos aquí un retrato detallado de
este ser degradado, de esta asquerosa criatura a la
que nuestros Libros Sagrados llaman Anticristo, y que San Gregorio
Nacianceno nos muestra como un poderoso usurpador
por su inmensa riqueza, como el peor y más peligroso de los apóstatas, como un
monstruo que vomita de su boca llena un sutil y fatal veneno. Según los
Santos Doctores, será la manifestación prodigiosa
del diablo, la encarnación de Satanás que quiere parodiar la santísima
Encarnación del Verbo divino. Una tentativa aún más estúpida que la que
el mismo Lucifer se atrevió a emprender en los cielos de los que fue expulsado
por el primera Adorador del Hijo de Dios hecho hombre, pero una tentativa que
quizá se cobrará más víctimas. Porque este rey maldito se levantará con falsos
milagros que seducirán a las multitudes crédulas, parecerá dominar la tierra,
pues extenderá su imperio por gran parte del globo, hablará insolentemente
contra el Dios de los dioses. Como
los Serafines rebeldes, en principio, dice San Jerónimo, este hijo de la perdición, al final de los
tiempos, tendrá la audacia de intentar elevarse por encima de Dios, y en su
locura sacrílega irá a sentarse en el templo y se presentará como Dios. Y
perseguirá a los elegidos, es decir, a los
cristianos, con tanta violencia que nadie ha visto ni verá jamás algo
semejante. Y tendrá éxito en sus maquinaciones infernales hasta que la
ira de Dios sea satisfecha, ya que así lo ha decretado el Amo Supremo del
universo. ¡Oh,
qué perspectiva tan aterradora! Tengamos en cuenta que sólo los que, marcados con el signo de la
bestia, CHARACTEREM BESTIÆ: EL PERSONAJE DE LA BESTIA, podrán vivir en este
tiempo de la gran tormenta, como
lo llama San Juan, en
este tiempo de la soberana venganza de Dios, según
la expresión de Santo Tomás. Y lo que debería
asustar a las almas más pusilánimes es que la Sagrada Escritura y los
intérpretes afirman que el cristiano se verá obligado a pronunciarse a favor o
en contra y no podrá permanecer indiferente, lo que equivale a decir que tendrá
que elegir entre el martirio o el más execrable perjurio. Y, no nos
equivoquemos, este tiempo no es tan remoto como suponemos, según el sentir de
ciertos autores. El venerable Holzhauzer en su admirable comentario al
Apocalipsis nos muestra el reinado del Anticristo muy próximo a comenzar. “Despertemos —gritó el cardenal Pie hace unos años—,
despertemos, no seamos
como los Apóstoles que dormían un profundo sueño cuando Judas estaba a punto de
cruzar el Huerto de los Olivos y entregar al divino Maestro a la furia de los
orgullosos e hipócritas judíos. Despertemos, el nuevo traidor ya está tramando
entregar a Jesús y a su Iglesia en manos de otros judíos aún más pérfidos y
crueles. Levantémonos, el perjuro de los perjuros está a nuestra puerta, pronto
pondrá su mano a la obra. Levantémonos, sepamos defender a Jesucristo y
luchemos por preservar la fe.” “Dejémonos llevar por un santo temor ante lo que está ocurriendo
en la actualidad —añade
el obispo Freppel—, pues
tenemos motivos para hacerlo, ya que parece que ya se ven los precursores del
Anticristo. Pero vosotros, sí, vosotros los sectarios idólatras, temblad, pues
estáis sin esperanza, porque sabemos que Miguel, el jefe de las cohortes
angélicas, descenderá de las alturas celestiales para aplastaros conduciendo al
Anticristo, es decir, a Satanás encarnado, al abismo eterno.” En efecto, cuando la
justa ira de Dios sea satisfecha por el derramamiento de la sangre pura de un
marcado número de justos, entonces surgirá el gran Príncipe San Miguel,
protector perpetuo de los hijos de Dios. Según la expresión de San Juan, primero
marcará a los verdaderos siervos de Dios en sus frentes, para preservarlos de
la última tormenta; luego enviará a sus Ángeles a rescatar a los fieles
adoradores de Cristo, aquellos cuyos nombres se encontrarán escritos en el
Libro de la Vida; finalmente irá directo al Anticristo, lo derrocará
milagrosamente de su trono, y matará de manera imprevista y espantosa a este
hombre de orgullo, mentira y blasfemia. En el mismo sentido, Teodoreto dice que el glorioso Jefe y Primado de las milicias
celestiales aparecerá para defender la causa del Verbo Encarnado y entablará
otra batalla, tan grande, si no más grande y formidable que la primera, con el
Dragón inferior y sus pérfidos seguidores; y que con el poder de su invencible
brazo volverá a vencerlos por la estupidez de su orgullo y por la temeridad con
la que han perseguido impúdicamente a Cristo y a su Iglesia, contra la que
nunca prevalecerán las puertas del infierno. El papel de San Miguel en este tiempo
de profunda desolación, cuando los mismos elegidos serían seducidos, si fuera
posible, es también admitido por los judíos que explican a su manera la gran
victoria de nuestro glorioso Arcángel. San Gregorio, San Pedro Damián, San
Tomás de Aquino, Pedro Lombardo, Corneille Lapierre, Estius, Picquigny y muchos
otros, declaran formalmente que San Miguel será el
enviado celestial que matará visiblemente, con una gloria que ningún hombre ha
visto jamás, al monstruo infernal que las Sagradas Escrituras llaman con el
aterrador nombre de Anticristo. Sin duda, como dice San Pablo, será Nuestro Señor Jesucristo quien decretará
el exterminio del Anticristo y de sus satélites, pero confiará absolutamente a
SU ÁNGEL, es decir a San Miguel, la ejecución de sus voluntades y el ejercicio
de su poder, como lo hace habitualmente, ya que este glorioso Serafín es,
después de Jesús, según la opinión común, el Juez supremo y el presidente del
tribunal soberano de Dios. Esta es la opinión de Santo Tomás, de
los Padres de la Iglesia y de los más famosos comentaristas. Además, un gran
número de autores, apoyándose en los Santos Doctores, dicen
incluso que el lugar de combate elegido por San Miguel sería la parte del Monte
de los Olivos donde el divino Salvador subió gloriosamente al cielo el día de
la Ascensión. Comentando este privilegio del Príncipe de los Ángeles,
San Gregorio lanza este grito lleno de amor y gratitud: “Oh San Miguel, ministro de las misericordias de
Dios Salvador y rayo deslumbrante de su gloria, detén el brazo vengador del
Altísimo. En este tiempo en que el Todopoderoso permitirá al Anticristo fundar
su imperio, los crímenes se habrán multiplicado sin medida. Ciertamente no
serán tus advertencias las que habrán fracasado, sino que los hombres, llenos
de olvido e ingratitud, te habrán abandonado como antes abandonaron a Jesús el
divino Redentor del mundo. Con esto en mente, y para reparar sus infidelidades
en la medida de mis posibilidades, me consagro a ti y al mismo tiempo te
consagro a todos los que estarán vivos en ese momento, para que por tu
intercesión todopoderosa los preserves de los golpes insidiosos de este infame
seductor, este hombre de perdición al que debes aplastar con inaudito
esplendor. Oh discípulos de Cristo, caigamos de rodillas, que estas palabras se
apoderen de nuestros corazones y nos inspiren la saludable resolución de
consagrarnos a nosotros mismos y a nuestras familias a San Miguel, vencedor de
Satanás, exterminador del Anticristo.
MEDITACIÓN
Comentando estas palabras de San Pedro: “Resistid al diablo con vuestra fuerza en la Fe”, el Cardenal Mermillod decía: “Parece que el diablo prepara los caminos del
Anticristo, pues los caracteres nobles y generosos desaparecen, dejando el
lugar a la debilidad y a la despreocupación.”
¿Dónde está,
en efecto, esa fuerza de alma y de voluntad que un día hizo a los mártires y
confesores de la Fe? ¿Hay muchas almas que preferirían soportar la muerte antes
que consentir una debilidad culpable, que aceptarían las cadenas y el exilio
antes que traicionar el menor de sus compromisos? Por desgracia,
cada vez son más raros, y, cuando se encuentran algunos, se les acusa de
exageración, e incluso de no ser de nuestro siglo. El siglo XIX, que se
presenta como un siglo de luz y de progreso, ¿nos devuelve a aquellos tiempos de
decadencia que ablandaron a los pueblos de la antigüedad, los desanimaron y los
redujeron a la esclavitud? Supongo que
no, pero lo que se puede constatar es que los caracteres se están ablandando,
que ya no hay esa fuerza de voluntad, ese coraje, esa energía y ese heroísmo
que solían abundar. ¿Dónde están nuestros antepasados? ¡Ah! El Anticristo podría haber aparecido en aquellos días y
su imperio habría sido pronto derrotado, pues la gente entonces sabía luchar
valientemente y resistir hasta la muerte para defender y preservar su Fe. Por lo tanto, remojemos nuestras almas,
recordemos los ejemplos de los primeros cristianos, sonrojémonos de nuestra
debilidad y condescendencia, no tengamos otro lema que éste: Dios y el deber. Mantengámonos
firmes en la fe, seamos intrépidos como leones, según el consejo del Espíritu
Santo. Preparemos a nuestros hijos para la gran lucha que puede esperarles;
animémonos mutuamente a sacrificarlo todo, a sufrirlo todo, por la gloria de
Dios y de su Cristo. La
vida es corta, la eternidad no tendrá fin.
ORACIÓN
Oh San
Miguel, estamos aterrados al pensar en esta última tormenta que ha de
asolar el mundo y que se acerca día a día, es en este momento cuando, más que
nunca, los siervos de Dios necesitarán tu poderosa protección. Te la pedimos humildemente para ellos, y, si
nosotros hemos de vivir en este tiempo de profunda desolación, no permitas que
seamos víctimas de la pérfida seducción de este apóstata, danos la fuerza y el
valor para resistir hasta derramar toda nuestra sangre, si es necesario.
Dígnate marcar nuestra frente con el signo de la predestinación. Haz que, en el
último momento, nuestros nombres sean inscritos en el Libro de la Vida y que
sigamos al Cordero divino en el reino de su gloria. Amén.
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