DECIMOCUARTO DÍA —14 de septiembre.
San Miguel, consejero y
vengador del Soberano Pontífice.
Cuando Nuestro Señor Jesucristo subió
gloriosamente al Cielo para volver al seno de su Padre, no dejó huérfanos a sus
Discípulos, sino que les dio, según la expresión de Orígenes y
Tertuliano, un Padre y una Cabeza que se constituye
en su Vicario en la tierra y en su Representante sensible y notorio, y que debe
permanecer allí por derecho de sucesión hasta la consumación de los siglos.
Esta cabeza visible de la Iglesia, que la tradición
llama Papa o Sumo Pontífice, está revestida del mismo poder que Jesucristo
recibió de su Padre para gobernar la Iglesia. De ahí que tenga plena
jurisdicción en la sociedad de los fieles, tiene una supremacía incuestionable;
de él fluye la jerarquía de poderes, da o niega el ejercicio de las funciones
sagradas; en una palabra, por medio de Jesucristo,
tiene poder soberano sobre los Pastores y los fieles: Pasce oves, Pasce
agnos (Alimenta a las ovejas, alimenta a los
corderos). A él le corresponde iluminarlos,
dirigirlos, confirmarlos en la Fe: Confirma fratres tuos (Fortalece
a tus hermanos). Es él quien tiene en
sus manos el timón de la barca de Pedro. En él descansa la fuerza, la
solidez, la fecundidad de la Iglesia. ¿Es de extrañar, entonces, que el Papado haya tenido que
soportar los más terribles asaltos en todos los siglos y en todas las partes
del mundo conocido? Satanás, una vez
más, quiere destruir el reino de Jesucristo, está atacando furiosamente a la
Iglesia, y esta Iglesia tiene una Cabeza, a la vez centro de la unidad y Doctor
infalible. ¿No debe, en consecuencia, perseguir incesante y airadamente a este
Pastor supremo para desbaratar más fácilmente su rebaño? Golpear al
Jefe, ¿no es,
de hecho, poner en fuga a un ejército? Por eso la historia de la
Iglesia tiene el dolor de registrar cada año, por así decirlo, nuevas
persecuciones contra el papado. Por
esta razón, dice
Cornelius Lapierre, los
Sumos Pontífices deben vigilar de manera muy especial, porque tienen que librar
una terrible y perpetua batalla contra el Príncipe de las Tinieblas. Además, Lucifer es su adversario, su
enemigo acérrimo, y cuando suben a la Cátedra de Pedro, lo desafían a un duelo,
se miden con él. Pero en este espantoso combate, en esta espantosa lucha, ¿estará solo el
sucesor de Pedro? ¿Tendrá un Patrón, un Consejero, un Defensor, un Vengador?
Ciertamente, responde San Basilio, pues Dios ha constituido a San Miguel como el
Ángel guardián de la Cabeza visible de la Iglesia, y en el transcurso del
tiempo se nos presenta siempre como el Protector, Consejero y Vengador del
Papado. Esta es también la opinión de los
comentaristas. Por
lo tanto, que los Pontífices estén tranquilos, que tomen coraje y que los
mismos fieles no tengan preocupaciones, San Miguel siempre ayudará al Vicario
de Jesucristo con sus consejos, luchará por él y con él, lo apoyará en sus
pruebas, lo hará triunfar sobre sus enemigos. Además, los Anales de la Iglesia
nos proporcionan una clara prueba de ello. Es San Miguel quien libera a San
Pedro de sus ataduras; es él quien ilumina y fortalece a San Clemente, San
Melquíades, San León, San Gregorio VII y muchos otros; es él quien aplasta a
los enemigos del Papado y bendice a sus defensores. ¿Cómo
no contar aquí las numerosas e irrefutables pruebas de la existencia del
papado?
Citemos sólo dos hechos: San Miguel, con San
Pedro y San Pablo a su lado, se aparece a Atila cuando asediaba Roma bajo el
pontificado de San León Magno y pone en fuga al que era conocido como el Azote
de Dios. Cuando los sarracenos amenazan los Estados de la Iglesia, el Papa León
IV proclama que ha obtenido una rotunda victoria sobre ellos por el brazo de
San Miguel. Varias cartas papales nos muestran la confianza que los Papas,
desde San Pedro hasta León XIII, han tenido siempre en San Miguel, al que
llaman su Patrón, y el celo que han mostrado al invocarlo y hacerlo invocar
para obtener por su intercesión la luz y el valor que necesitaban en el
gobierno de la Iglesia. Allí donde los Sumos Pontífices han fijado su
morada, también han erigido un templo u oratorio a su Protector celestial. Por
eso, en Roma hay muchas iglesias y capillas
dedicadas a San Miguel. Y un
famoso Papa hizo representar a este Santo Arcángel sosteniendo en sus manos el
timón de la barca de Pedro e hizo grabar debajo estas palabras: San Miguel, sé mi Protector y Defensor como lo fuiste de todos
los que me precedieron en la Cátedra de Pedro.
MEDITACIÓN.
El Sumo Pontífice es la cabeza visible de la
Iglesia, el sucesor de Pedro; como él, tiene el poder de atar y desatar, y
sostiene el edificio y el espíritu de toda la cristiandad. ¿Es así como
consideramos al Papa? ¿Lo consideramos como la base, el fundamento de la
Iglesia, como el Jefe, el director y el juez de los Pastores y de los fieles?
¿Lo respetamos como aquel de quien proviene la jurisdicción de todos los
Ministros de la Iglesia y por quien reciben el poder de ejercer las funciones
de su Orden? ¿Recordamos que Jesucristo le prometió la asistencia continua del
Espíritu Santo para gobernar la sociedad de los cristianos y enseñar la verdad?
¿Lo consideramos el Representante de Jesucristo y el principio de la unidad de
la Iglesia? ¿Admitimos que sus derechos, sus poderes y su autoridad se extienden
no sólo por toda la tierra, sino también por el purgatorio y el cielo?
¿Confesamos que cuando habla como Doctor universal, definiendo ex Cathedra, es
decir, en virtud del poder supremo dado a Pedro y a sus sucesores para enseñar
a la Iglesia, es infalible para decidir las controversias de fe y de moral? En
una palabra, ¿reconocemos esta autoridad suprema de la que está investido? ¿Nos
sometemos a sus decisiones sin dudar, seguimos fielmente sus opiniones y
consejos? ¿No los discutimos, no los acusamos de exageración o moderación, no
los acusamos de inoportunidad? Sin embargo, por muy inteligentes que seamos, por mucho que
conozcamos las necesidades de la Iglesia (aunque
fueran, imposiblemente, superiores a las del Sumo Pontífice), recordemos que no hemos recibido del Cielo la misión de
gobernar la Iglesia, de evaluar sus necesidades, y que no tenemos ni tendremos
nunca la asistencia del Espíritu Santo para resolver estas cuestiones. Por lo
tanto, sólo tenemos que recibir y observar, por amor a nuestro Divino Salvador,
los mandatos del Vicario de Jesucristo, su presente en la tierra.
ORACIÓN.
Oh
San Miguel, en
la hora en que el Soberano Pontífice está siendo atacado por los embates y
asechanzas de tus adversarios, vela por él de manera especial, fortalécelo, consuélalo y véngalo
de nuevo; vela también por todos los que queremos ser sus hijos devotos; Obtén
de Jesús y María luz para los que se han desviado de este centro de unidad,
para que todos nosotros, Pastor y rebaño, habiendo sido firmes en la fe y
valiente en la lucha, podamos por los méritos de Jesucristo llegar felizmente
al puerto de la salvación. Amén.
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