viernes, 13 de septiembre de 2024

MES DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL – DÍA UNDÉCIMO.

 



UNDÉCIMO DÍA —11 de septiembre.

 

San Miguel, Ángel de la Guarda de la Eucaristía.

 

   La Iglesia Católica venera de una manera particular a siete Ángeles, más bellos y poderosos que otros, que tienen el privilegio de rodear el trono de Dios. Les rinde un culto especial, su memoria se celebra en todos los rincones del orbe católico y muy especialmente en Italia: en Roma, en Venecia, en Palermo, en Nápoles, en Sicilia, etc.. Los Papas Julio III y Pío IV les dedicaron una memorable basílica en el emplazamiento de las termas de Diocleciano, y otras iglesias han sido erigidas en su honor en diversos países. Esta devoción emana de las Sagradas Escrituras. En el Antiguo Testamento, San Rafael informa a Tobías de la existencia de estos Ángeles privilegiados. El Apóstol San Juan, en su Apocalipsis, habla claramente de estos Siete Espíritus, o Ángeles, que se encuentran en la presencia del Trono de Dios. Una tradición atribuye a estos siete Ángeles el gobierno de todo el mundo material y moral, bajo la dirección de San Miguel Arcángel, el primero entre ellos y el jefe de todas las jerarquías celestes. Esta es, por otra parte, la opinión de San Jerónimo. Más aún, según los testimonios de Bossuet, del padre Faber y de muchos otros teólogos de alto nivel, Dios ha confiado a cada uno de estos Ángeles la guardia especial de uno de los siete Sacramentos. El Bautismo está asignado a San Gabriel, la Confirmación a San Uriel, la Penitencia a San Jehudiel, la Extremaunción a San Rafael, el Orden a San Sealthiel, el Matrimonio a San Baraquiel. Por último, la Eucaristía, el Sacramento por antonomasia, ha sido confiado al Ángel más puro, el más perfecto, el mayor desde todos los puntos de vista: el Arcángel San Miguel, capataz de la creación angélica, príncipe de la milicia celestial, confidente de la Santísima Trinidad. Esta opinión, aprobada por los más sabios doctores y confirmada por Sumos Pontífices, es racional. San Miguel, en efecto, fue el Ángel de la Guarda del Dios hecho Hombre durante sus treinta y tres años de vida terrenal, ¿no es natural que haya sido igualmente designado para serlo durante su Vida Eucarística? Es, como remarca San Alfonso María de Ligorio y dice también Corneille Lapierre, una consecuencia lógica de las sublimes funciones que le fueron anteriormente confiadas por Dios. Porque, añade Santo Tomás, el Augusto Sacramento de la Eucaristía es el memorial de la vida y muerte de Cristo, y Bossuet nos lo explica cuando nos reitera que, en este Testamento Divino, Jesús nace de nuevo, y vuelve a encontrarse a Herodes buscando acabar con Él, y vuelve a confinarse en el taller de Nazaret, y vuelve a sufrir como en su vida pública las blasfemias e imprecaciones de los fariseos contemporáneos, que, con un afilamiento inaudito, atacan, tanto tosca como pérfida y sibilinamente, al Cristo siempre vencedor, a su divina religión y las obras admirables de su Iglesia. Y todo ello, en no pocas ocasiones, solo para ganar una insana popularidad que no servirá sino para aumentar la intensidad de los castigos eternos que estos malaventurados acumulan voluntariamente sobre sus cabezas. En la Eucaristía, continúa Bousset, Jesús recibe el beso de los nuevos Judas Iscariote, a quienes saluda como amigos y que le traicionan conscientemente, y no solamente una vez sino continuadamente, sin ni siquiera sentir culpa alguna por su abominable crimen y que, por tanto, no serían dignos de ese perdón que Jesús quiso dispensar incluso a aquel discípulo traidor, de no ser porque verdaderamente la misericordia de Dios es infinita. En la Eucaristía, Jesús sufre un abandono aún más lastimoso e inexplicable que el del Huerto de los Olivos. Soporta humillaciones mil veces superiores, mil veces más numerosas, que las que soportó ante Pilatos y Herodes. En la Eucaristía, vuelve a subir el monte Calvario, encontrando aún más obstáculos e ingratitud que en los momentos de su Pasión, arrastrando cargas aún más pesadas y rodeado de una multitud aún más hostil que aquella muchedumbre furiosa que gritaba irreflexivamente Crucifígátur. ¡Oh! -escribe Mons. Dupanlop- ¿Puede existir un hombre lo bastante ciego, cuando considera la Sagrada Eucaristía con imparcialidad, para no ver todas las escenas de la vida de Cristo divinamente reunidas en este misterio fundamental de nuestra santa religión? Pues todos esos maravillosos sucesos que hemos visto nos los ha mostrado San Miguel como su Ángel de la Guarda, el probado Protector de Jesucristo. Su fidelidad constante ha traído sobre él la más alta confianza de Dios, debiendo así ser el Ángel de la Guarda de Jesucristo en la renovación de cada día en la Eucaristía de todos los prodigios de su venida al mundo. Y, añade San Pantaleón, porque Jesús tiene más que sufrir de parte de los hombres en el adorable Sacramento de su amor, y porque parece querer evitarlo todavía menos de lo que lo hizo en su vida humana, el glorioso privilegio de San Miguel nos parece aún más necesario. Por demás, el eremita San Eutropio afirma que, en una de las revelaciones con las que fue honrado, San Miguel le declaró que él era el Ángel de la Guarda de la Sagrada Eucaristía y que esta sublime función le fue atribuida por la Santísima Trinidad en el día de Jueves Santo, cuando Jesús instituyó este augusto Sacramento. La Historia de la Iglesia recoge también muchas otras revelaciones, hechas por la Santísima Trinidad o por San Miguel a diversos santos, en relación con el culto al Santísimo Sacramento, en las que hallamos la confirmación de estas verdades. Los milagros, mismamente, vienen a confirmar esta creencia firmemente establecida desde los primeros siglos de la Era Cristiana. ¿Acaso no podemos hablar con todo detalle de los hechos prodigiosos en Venecia, Génova, York, Cordoue, Colonia, Santiago de Compostela y tantos otros? Es entonces cuando comprendemos las funciones de San Miguel con respecto a la Sagrada Eucaristía y el celo que despliega para ejercerlas digna y fructíferamente en beneficio de la humanidad regenerada. Oh, tú que amas la Eucaristía, tu Dios es tu todo. Eleva tus ojos al cielo y verás a San Miguel albergando entre sus alas el divino Tabernáculo, aprende de él a adorar al Dios encerrado en las especies eucarísticas, entiende la conveniencia de nutrirte de su cuerpo y su sangre, que te comunicarán la fuerza divina y depositarán en todo tu ser el germen de la inmortalidad. Pero mantente alerta, sueña con la Majestad de Aquel que está escondido bajo esa apariencia, purifica tu corazón antes de sentarte a la Santa Mesa, actúa meditadamente, como lo hizo San Miguel al vengar la Divinidad y la Humanidad del Verbo hecho carne y fulminar a los profanadores y los ingratos.

  

MEDITACIÓN

 

   ¿Cuán ingrato debería ser un corazón para no responder al nombre de la Eucaristía embargado de amor y penetrado por la admiración? Porque esta única palabra se resumen todos los tesoros de la bondad de Dios, todas las riquezas de su divino amor. En este sacramento Él ha descargado todo su poderío, plus dare non potuit (no pudo dar más); toda su suprema sabiduría, plus dare nescivit (no supo dar más); todas sus infinitas riquezas, plus dare non habuit (No tenía más para dar). ¡Y, sin embargo, los hombres son insensibles a esta generosidad sin límites! ¡Incluso nosotros mismos, tristemente! Nos merecemos cada letra del reproche: “¡Yo me he dado como alimento para mis hijos y ellos me han despreciado!”. En efecto, Jesús instituyó este Sacramento para hacerse nuestro pan de cada día, nuestro sustento fundamental. ¿Suspiramos por la dicha del momento en que podremos acercarnos a la Santa Mesa del Cielo? Y, cuando la Hostia Santa va a venir a regocijar nuestra alma aquí en la tierra, ¿cuáles son nuestras disposiciones? ¿Está nuestro corazón bien preparado, está lo suficientemente bien limpio de toda mácula, está desatado de todos sus afectos terrenos que le retienen el impulso de gustar todas las delicias de la Santa Comunión? Y, cuando Jesús desciende hasta nuestro pecho, ¿le mostramos nuestro reconocimiento, aprovechamos el precioso momento de la acción de gracias, pensamos durante la jornada en el insigne favor que hemos recibido? Por ello, organicémonos para venir a visitar de vez en cuando a Jesucristo, prisionero de amor en el Santo Tabernáculo para recibir nuestros homenajes, consolar nuestras penas, bendecir nuestros esfuerzos, escuchar nuestras plegarias y todo ello presentarlo a Dios su Padre y hacer descender sobre nosotros una lluvia de gracias, de perdón y misericordia.

 

  

ORACIÓN

 

   Oh, San Miguel, nos postramos a tus pies, tan dolidos de nuestra ingratitud hacia Jesús real y verdaderamente presente en las especies eucarísticas. ¡Ay, por piedad, haz aceptar al Divino Pastor nuestro sincero arrepentimiento! Y, si de nuevo fallamos en la obligación de guardar fidelidad y amor a Jesús en el Augusto Sacramento del Altar, haz suscitarse en nosotros la voz del remordimiento, para que este alimento celestial pueda ser para todos nosotros la entrada a la bienaventurada inmortalidad. Amén.

 


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