viernes, 13 de septiembre de 2024

MES DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL – DÍA DECIMOTERCERO.

 


DECIMOTERCER DÍA —13 de septiembre.

 

San Miguel, patrón y defensor de la Iglesia de Jesucristo.

 

   La Iglesia de Jesucristo, nos dicen los autores más estimados, existe desde Adán, practicando la creencia y observancia de la ley natural, la ley no escrita y la ley revelada a Moisés. Es decir, la revelación hecha a Adán, las promesas anunciadas a los Patriarcas y los preceptos del Decálogo. Desde el comienzo del mundo terrestre San Miguel se presenta como el delegado supremo de Dios. Bajo la ley mosaica es reconocido y venerado como el Ángel del pueblo judío y Patrón de la Sinagoga. Los textos del Antiguo Testamento así lo establecen irrefutablemente. Ya a día de hoy los judíos reconocen a San Miguel como su patrón y sus plegarias solemnes se terminan con esta invocación: San Miguel, príncipe de la misericordia, ruega por el pueblo de Israel, para que reine en los cielos y se siente a la luz que emana de la cara del Rey sobre el trono del perdón. Pero la sombra desapareció cuando el Sol de Justicia se elevó sobre la tierra y la clarificó con sus rayos divinos. La ley de la gracia reemplaza a la ley del miedo, la Iglesia de Cristo sucede a la Sinagoga. ¿Ha cambiado o disminuido esta divina sustitución el papel de San Miguel? ¿Su sublime misión ha concluido? Al contrario -responde el Cardenal Pie- la acción de San Miguel en la Iglesia es grandísima, e inmenso su crédito. Él está, según San Bernardo, constituido Patrón y Ángel de la Guarda de la nueva familia del Salvador. Ha sido constituido -nos recuerda Corneille Lapierre- presidente, príncipe y comandante de la Iglesia de Cristo. Es decir, que no solo es su Patrón, sino que la preside, dirige y gobierna en nombre de su cabeza divina, es su Príncipe como lo es de la Milicia Celestial. Sin duda -añade Mons. Germain-, es Jesucristo quien dirige la Iglesia y El Espíritu Santo quien la vivifica, pero San Miguel es su brazo, el ejecutor de sus triunfos: Operarius victoriae Dei (Trabajador de la victoria de Dios). ¿Quieres saber la razón de este asombroso poder de San Miguel? Escucha a San Gregorio: “La rabia de Satanás no ha hecho sino aumentar tras la venida del Mesías, el establecimiento de la Iglesia Católica la revuelve todavía más que la propia Encarnación, y la intervención de San Miguel ha resultado así más necesaria, y su papel más importante que nunca.” Por otra parte, San Juan nos pinta esta furia de Lucifer contra la Iglesia en este versículo del Apocalipsis: “El Dragón, irritado contra la mujer -es decir, María, a la que persiguió como a su Adorable Hijo, el fundador de la Iglesia-, guerreará contra los otros hijos que guardan los mandamientos de Dios y permanecen en la confesión de Jesucristo” -en otras palabras, los hijos que Jesucristo entrega a su Santísima Madre al pie de la Cruz y que componen la Iglesia o asamblea de los fieles-. ¿No se ve en estas palabras la inmensa rabia de Satanás contra la Iglesia Católica? Los comentaristas del Apocalipsis, y, en particular, el Venerable Holzhauser y Hugo de San Víctor, nos dicen que, en aquellas palabras y las que las siguen, San Juan revela el papel preponderante asigna a San Miguel en el gobierno, desarrollo y exaltación de la Santa Iglesia. Satanás no se afana solo contra Jesucristo, sino contra todos aquellos que abrazan su santa religión, ataca a la Iglesia en todos los puntos de su fe, pelea contra cada uno de sus miembros individualmente, el universo entero tiene miedo de su odio implacable, y, en este nuevo y terrible combate, si no queda todo reducido a un montón de ruinas es porque el Maligno se topa con el brazo vengador de su Vencedor, el cual despliega un celo y actividad crecientes en proporción a la gravedad de la agresión, celo y actividad siempre eficacísimos, gracias al poderío del que se encuentra investido y del que sabe servirse maravillosamente para procurar a la Iglesia unas deslumbrantes victorias cuando el enemigo ya se regocija en la ilusión de haber acabado por fin con ella.

 

   No lloréis, pues, hijos de la Iglesia, San Miguel está con vosotros, que os tema el enemigo a vosotros más bien. ¿No iréis a ser vosotros los llamados hombres de poca fe? Repetíos a vosotros mismos que este Primado de los Ángeles precipita y ata a los abismos al Dragón infernal y sustrae de su seducción a las naciones y los fieles que respetan la autoridad de la Iglesia. Descenderá del Cielo, recorrerá la tierra con sus legiones, desmantelará los pérfidos complots de los enemigos del pueblo fiel de Cristo, derribará los tronos, hará temblar los pueblos, devolverá a las ovejas descarriadas al redil e inaugurará una era de paz y prosperidad para la Santa Iglesia.

Nada -dice Bossuet-, nada de sorprendente hay en este trastrocamiento de todas las cosas bajo los pies del Príncipe de la Milicia Celestial, pues este Arcángel pone un freno a la perversidad de los demonios y los mercaderes para liberar a la Iglesia de Cristo. No hay lugar a dudas -continúa- en reconocer a San Miguel como protector de la Iglesia, como ya lo hacía el pueblo antiguo, desde los testimonios de Daniel a los de San Juan. Si el Dragón y sus Ángeles caídos combaten contra la Iglesia, no hace falta mencionar que es San Miguel quien la defiende. Por demás, desde los tiempos apostólicos hasta nuestros días es creencia universal que San Miguel es Patrón y Defensor de la Iglesia Católica. He aquí por qué en todos los siglos los Sumos Pontífices han recomendado la devoción a San Miguel, han celebrado su fiesta con la máxima solemnidad en Roma y toda Italia y en todos los países que lo han deseado y han hecho a esta ser precedida de un Triduo y una Novena solemnes. Más aún, Pío IX designó cada año para el Cardenal Vicario un Invicto-Sacro para pedir a los fieles que conjuraran con el mayor de los fervores a San Miguel Arcángel para que viniera en ayuda de los cristianos e hiciera triunfar a la Iglesia. Por último, León XIII ordenó, con el mismo objetivo, a todos los sacerdotes que recitaran cada día tras el Augusto Sacrificio de la Misa una oración especial en honor de San Miguel. Roguémosle, por tanto, roguémosle con confianza, no hay ninguna duda de que la victoria está próxima. ¡San Miguel, auxílianos!

  


MEDITACIÓN

 

   Cuando Jesucristo fundó su Iglesia, le dijo a sus Apóstoles: “Me ha sido dado todo el poder sobre el Cielo y la Tierra. Como mi Padre me ha enviado, así os envío Yo a vosotros. Id y predicad a todas las naciones, que Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los siglos. Aquel que os escuche, me escucha a Mí; y aquel que os rechace me rechaza a Mí, y aquel que me rechaza a Mí rechaza a Aquel que me ha enviado.” Ante unas afirmaciones tan claras, tan formales, ¿quién podría tener la sangre fría de desobedecer a la Iglesia, de sustraerse de sus leyes?

 

   Sin embargo; es esto lo que presenciamos cada día. Que los hombres, en efecto, se rebelan contra la Iglesia y la persiguen encarnizadamente. Sin duda, no pertenecemos nosotros a ese grupo, reprobamos esa conducta, pero ¿podemos testificar que nuestra obediencia a la Iglesia es irreprochable? Reconocemos firmemente que es la depositaria y el órgano de interpretación infalible de la Verdad, pero ¿confesamos esto en la práctica? La Iglesia es nuestra madre, ¿la obedecemos con un temor filial? ¿Nunca discutimos sus prescripciones? ¿No tenemos la temeridad discernir algunas cosas por nosotros mismos y de dividir nuestra sumisión en algunas circunstancias o rechazarla directamente en otras? ¿No somos a veces proclives a aquellos que rechazan admitir la autoridad de la Iglesia y, como dice Santiago, caer por un pecado en todos? ¡Qué injuria lanzamos así contra Jesucristo! ¡Qué ingratitud hacia este supremo Salvador! Al no escuchar a la Iglesia, no lo perdamos nunca de vista, despreciamos al propio Jesucristo, sus derechos sobre nosotros, sus buenas obras y sus promesas, su sangre y su adopción. Y, así, este desprecio asciende hasta el trono del mismo Dios nuestro Padre. Qui vos spernit, spernit eum qui missit me (Quien a vosotros rechaza, rechaza al que me envió) Observemos pues puntualmente todos los mandamientos, todas las decisiones de la Santa Iglesia, si amamos a Jesucristo y queremos tomar parte en su herencia.

 

 

ORACIÓN

 

   Oh San Miguel, con qué alegría y confianza te saludamos como Príncipe y Patrón de la Iglesia Católica. Ya que una vez tu brazo victorioso disipado a sus enemigos, muéstrate ahora que la persecución es terrible, conjura a Jesús y María para que se apresuren en su triunfo, y, entretanto, devuelve al redil a las ovejas descarriadas, dígnate pedir a Dios, para todos aquellos que imploran tu protección, la gracia de la obediencia fiel a nuestra Madre la Santa Madre Iglesia y de la consolación en el Sagrado Corazón de Jesús para que podamos tener la felicidad de regocijarnos con Él en la Iglesia triunfante. Amén.

 


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