DECIMOTERCER DÍA
—13 de septiembre.
San Miguel, patrón y
defensor de la Iglesia de Jesucristo.
La
Iglesia de Jesucristo, nos dicen los autores más estimados, existe desde
Adán, practicando la creencia y observancia de la ley natural, la ley no
escrita y la ley revelada a Moisés. Es decir, la revelación hecha a Adán, las promesas anunciadas a los
Patriarcas y los preceptos del Decálogo. Desde
el comienzo del mundo terrestre San Miguel se presenta como el delegado supremo
de Dios. Bajo la ley mosaica es reconocido y venerado como el Ángel del
pueblo judío y Patrón de la Sinagoga. Los textos del Antiguo Testamento así lo
establecen irrefutablemente. Ya a día de hoy los judíos
reconocen a San Miguel como su patrón y sus plegarias solemnes se
terminan con esta invocación: San Miguel, príncipe de la misericordia, ruega por el
pueblo de Israel, para que reine en los cielos y se siente a la luz que emana
de la cara del Rey sobre el trono del perdón. Pero la sombra
desapareció cuando el Sol de Justicia se elevó sobre la tierra y la clarificó
con sus rayos divinos. La ley de la gracia
reemplaza a la ley del miedo, la Iglesia de Cristo sucede a la Sinagoga. ¿Ha cambiado o
disminuido esta divina sustitución el papel de San Miguel? ¿Su sublime misión
ha concluido? Al contrario -responde el Cardenal Pie- la acción de San Miguel en la Iglesia es
grandísima, e inmenso su crédito. Él está, según San Bernardo, constituido Patrón y Ángel de la Guarda de la
nueva familia del Salvador. Ha
sido constituido -nos
recuerda Corneille Lapierre- presidente,
príncipe y comandante de la Iglesia de Cristo. Es decir, que
no solo es su Patrón, sino que la preside, dirige y gobierna en nombre de su
cabeza divina, es su Príncipe como lo es de la Milicia Celestial. Sin duda -añade
Mons. Germain-, es
Jesucristo quien dirige la Iglesia y El Espíritu Santo quien la vivifica, pero
San Miguel es su brazo, el ejecutor de sus triunfos: Operarius victoriae Dei (Trabajador de la victoria de Dios). ¿Quieres saber la razón de este asombroso poder de San Miguel? Escucha a San Gregorio: “La rabia de
Satanás no ha hecho sino aumentar tras la venida del Mesías, el establecimiento
de la Iglesia Católica la revuelve todavía más que la propia Encarnación, y la
intervención de San Miguel ha resultado así más necesaria, y su papel más
importante que nunca.” Por otra parte, San Juan nos pinta esta furia
de Lucifer contra la Iglesia en este versículo del Apocalipsis: “El Dragón,
irritado contra la mujer -es decir, María, a la que persiguió como a su
Adorable Hijo, el fundador de la Iglesia-, guerreará
contra los otros hijos que guardan los mandamientos de Dios y permanecen en la
confesión de Jesucristo” -en otras palabras, los hijos que Jesucristo
entrega a su Santísima Madre al pie de la Cruz y que componen la Iglesia o
asamblea de los fieles-. ¿No se ve en estas palabras la inmensa rabia de Satanás
contra la Iglesia Católica? Los
comentaristas del Apocalipsis, y, en particular, el Venerable Holzhauser y Hugo
de San Víctor, nos dicen que, en aquellas palabras
y las que las siguen, San Juan revela el papel preponderante asigna a San
Miguel en el gobierno, desarrollo y exaltación de la Santa Iglesia. Satanás no
se afana solo contra Jesucristo, sino contra todos aquellos que abrazan su
santa religión, ataca a la Iglesia en todos los puntos de su fe, pelea contra
cada uno de sus miembros individualmente, el universo entero tiene miedo de su odio
implacable, y, en este nuevo y terrible combate, si no queda todo reducido a un
montón de ruinas es porque el Maligno se topa con el brazo vengador de su
Vencedor, el cual despliega un celo y actividad crecientes en proporción a la
gravedad de la agresión, celo y actividad siempre eficacísimos, gracias al
poderío del que se encuentra investido y del que sabe servirse maravillosamente
para procurar a la Iglesia unas deslumbrantes victorias cuando el enemigo ya se
regocija en la ilusión de haber acabado por fin con ella.
No lloréis, pues, hijos de
la Iglesia, San Miguel está con vosotros, que os tema el enemigo a vosotros más
bien. ¿No iréis a ser vosotros
los llamados hombres de poca fe? Repetíos a vosotros mismos que este Primado de los Ángeles
precipita y ata a los abismos al Dragón infernal y sustrae de su seducción a
las naciones y los fieles que respetan la autoridad de la Iglesia. Descenderá
del Cielo, recorrerá la tierra con sus legiones, desmantelará los pérfidos
complots de los enemigos del pueblo fiel de Cristo, derribará los tronos, hará
temblar los pueblos, devolverá a las ovejas descarriadas al redil e inaugurará
una era de paz y prosperidad para la Santa Iglesia.
Nada -dice Bossuet-, nada de sorprendente hay en este trastrocamiento
de todas las cosas bajo los pies del Príncipe de la Milicia Celestial, pues
este Arcángel pone un freno a la perversidad de los demonios y los mercaderes
para liberar a la Iglesia de Cristo. No hay lugar a dudas -continúa- en reconocer a San Miguel como protector de la
Iglesia, como ya lo hacía el pueblo antiguo, desde los testimonios de Daniel a
los de San Juan. Si el Dragón y sus Ángeles caídos
combaten contra la Iglesia, no hace falta mencionar que es San Miguel quien la
defiende. Por demás, desde los tiempos apostólicos hasta nuestros días es
creencia universal que San Miguel es Patrón y Defensor de la Iglesia Católica.
He aquí por qué en todos los siglos los Sumos Pontífices han recomendado la
devoción a San Miguel, han celebrado su fiesta con la máxima solemnidad en Roma
y toda Italia y en todos los países que lo han deseado y han hecho a esta ser
precedida de un Triduo y una Novena solemnes. Más aún, Pío IX designó cada año
para el Cardenal Vicario un Invicto-Sacro para pedir a los fieles que conjuraran
con el mayor de los fervores a San Miguel Arcángel para que viniera en ayuda de
los cristianos e hiciera triunfar a la Iglesia. Por último, León XIII ordenó,
con el mismo objetivo, a todos los sacerdotes que recitaran cada día tras el
Augusto Sacrificio de la Misa una oración especial en honor de San Miguel. Roguémosle, por tanto, roguémosle con confianza,
no hay ninguna duda de que la victoria está próxima. ¡San Miguel, auxílianos!
MEDITACIÓN
Cuando Jesucristo fundó su Iglesia, le dijo a sus Apóstoles: “Me ha sido dado
todo el poder sobre el Cielo y la Tierra. Como mi Padre me ha enviado, así os
envío Yo a vosotros. Id y predicad a todas las naciones, que Yo estaré con
vosotros todos los días hasta el fin de los siglos. Aquel que os escuche, me
escucha a Mí; y aquel que os rechace me rechaza a Mí, y aquel que me rechaza a
Mí rechaza a Aquel que me ha enviado.” Ante unas afirmaciones tan
claras, tan formales, ¿quién podría tener la sangre fría de desobedecer a la
Iglesia, de sustraerse de sus leyes?
Sin embargo; es esto lo que presenciamos cada día. Que los hombres, en efecto, se
rebelan contra la Iglesia y la persiguen encarnizadamente. Sin duda, no
pertenecemos nosotros a ese grupo, reprobamos esa conducta, pero ¿podemos
testificar que nuestra obediencia a la Iglesia es irreprochable? Reconocemos firmemente que es la depositaria y el
órgano de interpretación infalible de la Verdad, pero ¿confesamos esto en la práctica? La Iglesia es nuestra
madre, ¿la
obedecemos con un temor filial? ¿Nunca discutimos sus prescripciones? ¿No
tenemos la temeridad discernir algunas cosas por nosotros mismos y de dividir
nuestra sumisión en algunas circunstancias o rechazarla directamente en otras?
¿No somos a veces proclives a aquellos que rechazan admitir la autoridad de la
Iglesia y, como dice Santiago, caer por un pecado en todos? ¡Qué injuria lanzamos así contra Jesucristo! ¡Qué
ingratitud hacia este supremo Salvador! Al
no escuchar a la Iglesia, no lo perdamos nunca de vista, despreciamos al propio
Jesucristo, sus derechos sobre nosotros, sus buenas obras y sus promesas, su
sangre y su adopción. Y, así, este desprecio asciende hasta el trono del
mismo Dios nuestro Padre. Qui vos spernit, spernit eum qui missit me (Quien a vosotros rechaza, rechaza al que me envió)
Observemos pues puntualmente
todos los mandamientos, todas las decisiones de la Santa Iglesia, si amamos a
Jesucristo y queremos tomar parte en su herencia.
ORACIÓN
Oh San Miguel, con qué alegría y confianza te
saludamos como Príncipe y Patrón de la Iglesia Católica. Ya que una vez tu
brazo victorioso disipado a sus enemigos, muéstrate ahora que la persecución es
terrible, conjura a Jesús y María para que se apresuren en su triunfo, y,
entretanto, devuelve
al redil a las ovejas descarriadas, dígnate pedir a Dios, para todos aquellos
que imploran tu protección, la gracia de la obediencia fiel a nuestra Madre la
Santa Madre Iglesia y de la consolación en el Sagrado Corazón de Jesús para que
podamos tener la felicidad de regocijarnos con Él en la Iglesia triunfante. Amén.
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