jueves, 5 de septiembre de 2024

MES DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL – DÍA QUINTO.

 




QUINTO DÍA —5 de septiembre.

 

San Miguel, depositario de los secretos de Dios.

 

   Los Padres de la Iglesia, que han departido sobre la jerarquía de los Ángeles, clasifican a estos benditos Espíritus en dos clases principales: los del orden inferior son llamados Ángeles ejecutores o administradores, e incluyen a los Ángeles en sentido estricto, los Arcángeles, las Virtudes, las Potestades, los Principados y las Dominaciones. La otra clase, muy superior a la anterior, se divide en tres categorías: Tronos, Querubines y Serafines. Esta clase superior se denomina Ángeles Asistentes o Sin Pares. La última jerarquía de esta clase, llamados Tronos, es de una belleza deslumbrante, y da a entender al coro de jerarquías inferiores las órdenes del Soberano Maestro. La segunda jerarquía, los Querubines, admitidos en los secretos de Dios, poseen la plenitud de la ciencia, una ciencia supereminente, una ciencia que les llega porque están dotados de una naturaleza más excelente y porque contemplan más de cerca el esplendor divino, cuya claridad se refleja en su ser para reproducir su imagen perfecta. Por último, los Serafines. Estas sublimes criaturas, los espíritus más puros y perfectos de la creación angélica, penetran tanto en la naturaleza y esencia misma de Dios, que un Santo Doctor no temía decir que un mortal, si no tuviera la revelación para ayudar a su débil inteligencia, los confundiría con Dios mismo, tan íntima es su unión con el Creador. Ahora bien, como ya hemos visto, San Miguel, aunque comúnmente se le llama Arcángel, no es del orden de los Arcángeles, sino del orden de los Serafines, y, lo que, es más, como hemos mostrado, es el primero y más perfecto de los Serafines, y es, por así decirlo, uno con Dios, según la expresión de un gran Pontífice. Los misterios, los secretos divinos, no deben, pues, ocultársele. Él es el verdadero depositario de ellos, como afirman San Dionisio y San Pantaleón. “Su gigantesca inteligencia -dice Faber- ha escudriñado las profundidades del amor de Dios durante las revoluciones de los siglos, que han sido mucho más largas que las interminables épocas geológicas que exige la ciencia, y no ha encontrado el fondo de ellas”. Este es San Miguel -añade monseñor Germain-, San Miguel tal y como nos lo muestra la fe, un gigante de la inteligencia y un gigante del amor. No temamos, pues, exaltarlo, repitiendo estas bellas palabras de San Dionisio:

“Es la imagen perfecta de Dios, la manifestación de su luz oculta; es el espejo del Altísimo, un espejo transparente, claro como el cristal, un espejo fiel, sin alteración, sin mancha, un espejo, si se puede decir así, que recibe en su plenitud la bondad inefable y la belleza radiante de la figura divina. Está bajo la acción inmediata de la luz y el calor divinos. Es, pues, uno de los reflejos más vivos del pensamiento, uno de los rayos más ardientes del Creador. Ilumina a los ángeles y a los hombres por el nacimiento excepcional que tiene de Dios y por las revelaciones que recibe de Él.”

  

   El obispo de Cabrières dice que San Miguel es el símbolo de la fuerza intelectual, y el obispo Dupanloup que es la manifestación del pensamiento y de los secretos divinos. En otras palabras, los secretos de Dios le son revelados, es el depositario de ellos, como declara San Gregorio, y como afirma Corneille Lapierre. Así lo hacen entender también varios Padres de la Iglesia con esta comparación: San Juan Evangelista, apoyado en el corazón de Jesús, fue iluminado con una luz sobrenatural que le permitió leer los secretos de Dios, como canta la Santa Iglesia. Ahora bien, San Miguel, que vio y descansa íntimamente en Dios, ¿no superaría a este Apóstol tanto como la más perfecta naturaleza angélica supera a la humana? E incluso tenemos pruebas de ello, ya que San Miguel reveló al discípulo amado los secretos que relató en su Apocalipsis. Escribamos, pues, con el obispo Germain: “¡Oh, ministro privilegiado, que gozas de la familiaridad de tu Soberano, cómo te sientes honrado, investido de poder, y cómo suscitas admiración!” Y añadamos con un Santo Doctor: “Sí, eres verdaderamente el depositario de los misterios más íntimos de Dios, es una consecuencia de tu naturaleza privilegiada y de tu celo por la gloria del Altísimo.” Podemos repetir con toda verdad con los primeros discípulos de la Iglesia: “Eres bendito, oh Miguel Arcángel, príncipe de toda la milicia del Dios de los ejércitos, y los siglos te proclamarán bendito, porque los secretos celestiales te fueron íntimamente revelados.”

 

 


MEDITACIÓN

 

   San Miguel, por un privilegio especial, penetra en los secretos de Dios. Este conocimiento aumentaría su amor por el Creador, si no lo amara ya con todo el amor del que es capaz la criatura más perfecta. Nosotros también, por revelación conocemos a Dios y sus misterios. Sin duda este conocimiento es imperfecto, pero es suficiente para enseñarnos nuestro origen, el fin para el que hemos sido creados y los medios que podemos utilizar para alcanzar este fin, y para hacernos desear ver y poseer a Dios en el reino que se nos ha prometido. ¿Estamos agradecidos a Dios por ello? ¿No tratamos de someter las verdades que Dios nos ha revelado al examen de nuestra razón, tan débil en sí misma y tan cegada por el pecado original? Sabemos que Dios, la Verdad misma, ha hablado; ¿qué más necesitamos? ¿No nos da la palabra divina la convicción y la certeza de las cosas que esperamos, como si ya las conociéramos? Agradezcamos, pues, al Soberano Maestro por habernos dado los beneficios de la Revelación. Sometamos nuestras mentes a la claridad de la fe, que es el principio de la visión beatífica en la que consiste la vida y la dicha eterna.


  

ORACIÓN.


 

   Oh San Miguel, tú que, por privilegio especial, penetras en los secretos de Dios y los has comunicado a la tierra en muchas ocasiones, disipa de las almas las tinieblas del error, disipa las dudas, envía a todos los que te invocan algún rayo de esa luz divina que te ilumina, para que todos podamos ver la Verdad. Ilumínanos, para que todos comprendamos los beneficios de la revelación y conformemos nuestros pensamientos, palabras y acciones a ella, para merecer un día ver a Dios cara a cara en la morada de los Bienaventurados. Amén.


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