OCTAVO DÍA —8 de
septiembre.
San Miguel, campeón de la
Encarnación.
Como ya hemos dicho, en esta prueba a la que el Creador quiso someter a
los Ángeles antes de introducirlos en la soberana bienaventuranza, San Miguel, con su grito de amor y de victoria, desbarató
los pérfidos planes del soberbio Lucifer, lo derrocó y lo arrojó al abismo del
infierno que acababa de cavar con todos los Ángeles que, con su pernicioso
ejemplo, este príncipe rebelde había arrastrado tras de sí. Pero, ¿cuál pudo ser
la causa de esta revuelta de la tercera parte de los ángeles? Seguramente la verdad en disputa debía ser un dogma
fundamental. Sí, nos responden los Santos Padres y
Teólogos, pues se trataba de la Maravilla de las
Maravillas, es decir, del Misterio de la
Encarnación, y por consiguiente la exaltación de la naturaleza humana en la
persona del Verbo Encarnado y de la Virgen Madre, por encima de la naturaleza
angélica en la que Lucifer se complacía demasiado, olvidando que aún no estaba
confirmado en la gracia. Dios, habiendo concebido en su ilimitado amor
el admirable proyecto de la Encarnación de su único Hijo, lo expone a las
falanges celestiales y propone el Verbo hecho carne a la adoración de los
Ángeles. Ante
este pensamiento, cuenta San Jerónimo, Lucifer se rebeló y se negó a someterse a
los oráculos divinos. Pero el Arcángel
San Miguel se levanta, y, si se nos permite esta expresión, ya no se contiene,
tan grande es la alegría y la gratitud que siente por la inmensidad del amor de
su Dios. Levanta su espada relampagueante para detener las blasfemias de
estos Ángeles malditos, y, con un heroísmo digno de la causa que sostiene,
lucha a favor de esta gran obra que Dios ha determinado en su infinita
sabiduría, esta obra maestra de la caridad de Dios para con el mundo. Y,
victorioso sobre el celoso Dragón, es el primero en hacer resonar los cielos
con este grito de adoración, alabanza y amor: “El Cordero de Dios es verdaderamente digno de todo honor, de toda
alabanza, de toda gloria; rindámosle todo el homenaje debido a la Divinidad. Y
todos los ángeles repiten tras su Jefe triunfante: ¡Hosanna al Hijo del Altísimo! ¡Hosanna al
Verbo hecho carne! ¡Hosanna al Altísimo! ¡Hosanna filio David! ¡Gloria in
altissimis Deo!” Por
eso, como nos dicen varios comentaristas, Nuestro Señor Jesucristo puso, por
así decirlo, en manos de San Miguel el ejercicio de los derechos que había
adquirido por su Encarnación. Y una piadosa tradición, que se remonta a los
Apóstoles, dice que
la Santísima Virgen María se alegra cuando oye el nombre de San Miguel y
derrama toda clase de gracias sobre quienes lo invocan, porque es el vengador
de su divina Maternidad y de su santísima Virginidad. También San Miguel, aprovechando las gracias
especiales que le fueron concedidas por Dios, y utilizando los privilegios que
recibió del propio Verbo, no permite que los efectos de su victoria se
concentren en las esferas celestiales; después de haber luchado en el cielo de
la prueba a favor de la humanidad representada en la persona del Hijo de Dios y
de su Santa Madre, luchará con el hombre; y para exhortarlo a tomar su lugar
bajo su bandera: ¡Quis ut Deus! y a entrar en batalla con Satanás, le contará los secretos divinos
relativos al Misterio de la Encarnación. Ya dejó entrever este misterio a Adán y Eva cuando, tras su pecado,
los expulsó del Paraíso terrenal. Lo reveló más claramente a los Patriarcas y
Profetas, y a medida que se acerca el tiempo señalado, multiplica sus mensajes
para preparar la tierra a recibir la visita de Dios, que, por un misterio
inaudito de su infinito amor por sus criaturas, ha consentido en hacer una
visita en forma de siervo, de hombre, de mujer, de niño, de Hijo de Dios, No hace falta entrar en detalles, nos dicen los santos Doctores, es un hecho probado que todas las visiones,
todas las Profecías que los Santos de la antigua Ley nos relatan en relación
con la venida del Mesías, les han sido contadas por el Señor. Les fueron
comunicados por el propio Arcángel San Miguel o por los Embajadores que había
designado para cumplir esta Misión, y en particular por San Gabriel, su
lugarteniente, como él mismo declara en el libro de Daniel. También San Pantaleón y varios comentaristas
famosos dicen que todas las gracias de la regeneración de la humanidad bajaron
al mundo a través de San Miguel. Sin duda, San Pantaleón no pretende conceder al Príncipe de los
Ángeles el privilegio que se atribuye exclusivamente a la Santísima Virgen, por
la que descienden a la tierra todas las gracias y nos llegan todos los bienes,
pero quiere que comprendamos que, por su intrépido celo en hacer triunfar la
Encarnación, San Miguel es el mensajero elegido por el Hombre-Dios y por la
Reina de los Ángeles y de los hombres, para transmitir a las criaturas los
dones o gracias sobrenaturales indispensables para la salvación. En esto seguimos siendo sus deudores, y por eso
tiene derecho a la gratitud de todas las generaciones, dice Corneille Lapierre, pues por estos privilegios que ha recibido de
Jesús y de la Reina de los Ángeles, puede dar a las criaturas los dones de las
gracias sobrenaturales o indispensables. Es y será siempre el Ángel, el Apóstol y el
defensor triunfante de la encarnación, será hasta el final de los tiempos el
apoyo y el vengador de la humanidad, y en el cielo lo seguiremos proclamando el
Ángel de la salvación. Por
eso varios Padres del Concilio de Antioquía y Constantinopla llegan a decir: “En el Misterio de la Encarnación, San Miguel
tiene una participación tan grande que, si fuera posible que los designios de
Dios no obtuvieran su efecto, este misterio fundamental de nuestra santa
religión podría haber sido abortado si este gran Príncipe no lo hubiera
defendido con un valor y un heroísmo que los Ángeles fieles y los Elegidos
celebrarán siempre con nuevo entusiasmo mientras dure la Eternidad”.
MEDITACIÓN.
¡Oh,
maravilla inefable! El único Hijo de Dios se encarnó por nosotros, pobres criaturas,
y por nuestra salvación. ¡Qué exceso de
amor! ¿Le entendemos? ¿Qué hacemos para demostrarle nuestro nuevo
nacimiento? Jesucristo no pide sólo palabras, sino
también y sobre todo acciones. Se rebajó hasta asumir nuestra naturaleza;
siguiendo su ejemplo, ¿aceptamos sin rechistar las humillaciones que Dios se
complace en enviarnos? ¿Estamos dispuestos, si es necesario, a hacer cualquier
sacrificio para permanecer fieles a Jesucristo? ¿Tenemos el valor de defenderlo
cuando es atacado ante nosotros? ¿Acaso no buscamos establecer su reino en las
almas? ¿No lo destruimos con malos ejemplos, con palabras, acciones u omisiones
que escandalizan a quienes nos rodean? Humillémonos ante Dios, pidamos perdón por
nuestra ingratitud y resolvamos hoy demostrar nuestra gratitud a Jesucristo
llevando una vida sinceramente cristiana.
ORACIÓN.
Oh San Miguel, tú que fuiste el primer Adorador de
Jesús, inspíranos
un amor por este conmovedor Misterio de la Encarnación tan ardiente como el
tuyo; suple nuestra debilidad, haz que la Santísima Trinidad acepte nuestra
gratitud, y ofrece a Jesús el humilde y profundo homenaje con el que
quisiéramos reparar todos los ultrajes que le hemos hecho a Él y a nosotros y
otras tantas criaturas ingratas, para que un día merezcamos amarlo y
glorificarlo en la Eternidad. Amén.
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