SEGUNDO DÍA —2 de septiembre.
San Miguel, nombre de victoria y poder.
Según un autor del siglo IV, y en opinión de un gran número de comentaristas, después de los de Jesús y María, no hay nombre más grande, más famoso, más venerable que el de San Miguel, ni por su significado, ni por su origen, ni por su virtud o poder. Sin duda, añade el mismo autor, el nombre de Jesús es un nombre infinitamente superior a todos los nombres, y el de María brilla con un resplandor especial, pero el de Miguel está más cerca de este último y se cierne sobre el de las demás criaturas. En primer lugar, el nombre de este glorioso Arcángel (que algunos autores traducen como Grande, Maravilloso, Admirable, Fuerte, Incomparable, Divino, etc.) es un nombre simbólico compuesto por tres palabras hebreas: Mi cha-el, que significa: ¡Quién como Dios; quis ut Deus! Es, como señala un Santo Doctor, el resumen completo de la adoración, la alabanza y el amor que la criatura debe a su Creador. En efecto, exclama el abate Soyer, es alabar en una sola palabra todas las perfecciones y es alabarlas con un realce, brillo y eminencia infinitos; es decir que Dios es singular, único e incomparable en todas sus perfecciones, que sólo Él está dotado de ellas, que sólo Él tiene el ser, que sólo Él es Jehová. Miguel, nombre sublime, continúa el cardenal Déprez, nombre que cierra todo el culto que la criatura debe a su Creador, nombre que contiene en sustancia los actos de Fe, Esperanza, Caridad y Contrición. Por otra parte, si entendemos cuándo y cómo se ganó este nombre simbólico el Santo Arcángel, comprenderemos aún más su grandeza. Fue en el primer y más grande campo de batalla que fue conquistado contra el más poderoso enemigo de Dios. Es la coronación del valor de este héroe invencible en aquella gran batalla, prælium magnum (gran batalla), cuya furia, acontecimientos y desenlace ya hemos trazado. Ahora bien, si hay alguna gloria en la conquista de un nombre, de un título en un campo de batalla por una acción de brillo, por una prueba de valor, ¿qué gloria incomparable lleva el nombre de San Miguel? Y como se trataba en esta lucha suprema del honor de Dios directamente ultrajado por los ángeles, ¿no es este nombre incluso superior al de los más grandes héroes del Antiguo y del Nuevo Testamento en proporción a la dignidad de los combatientes y sobre todo a la causa de esta revuelta que expondremos más adelante? Pero, ¿qué podemos decir del poder del nombre de Miguel? Basta recordar que, por este nombre, o por esta palabra atronadora, el orgulloso Lucifer fue arrojado del cielo. Escuchemos a Bossuet: ¿Qué podéis vosotros, mentes débiles, débiles, digo, por su orgullo? ¿Qué pueden hacer contra el humilde ejército del Señor, que se reúne con estas palabras: ¿Quién como Dios? Caes del cielo como un rayo... Huid, tropa miserable: ¿Quién como Dios? Huye ante Miguel y sus ángeles. Entonces la tropa rebelde, golpeada por este grito victorioso, cae tan rápidamente como un rayo en el abismo cavado por la venganza divina: Videbam Satanam sicut fulgur de calo cadentem (Vi a Satanás caer como un rayo por el calor). Y puede añadirse que los resultados de esta espada de la palabra del Arcángel son irrevocables, pues por este mismo grito de amor y de triunfo, ha estampado en la frente de los Ángeles caídos el signo indeleble de la reprobación eterna. “Oh, nombre mil y una veces bendito, -dice un autor del siglo X-, nombre todopoderoso en el Cielo, en la tierra y en el infierno, nombre aclamado y alabado por la Santísima Trinidad en el Cielo, donde será siempre el nombre y el grito de triunfo, nombre grande y saludable para la tierra y para la Iglesia militante de la que es baluarte y escudo, nombre formidable para los demonios a los que sin cesar derrota; que me gusta repetirte sin cesar y celebrarte siempre, porque, según la expresión de los Santos Padres, cada vez que eres pronunciado, el cielo repite su grito de victoria, de gratitud y de santa alegría: la tierra tiembla como el día en que el Arcángel desciende sobre ella, y el cristiano recobra su fuerza y su esperanza a pesar de sus fracasos; el infierno, ¡ay! vuelve a gritar de rabia y de impotencia, e inclina su frente desalentada para ocultar la vergüenza de sus constantes derrotas”.
MEDITACIÓN
Oh, hombre, escucha, detente, como dice la Sagrada Escritura, y considera las maravillas de Dios. Tiembla en su presencia; adora en el más profundo olvido la infinita Majestad del Señor de los Señores, cuya grandeza, gloria y magnificencia están por encima de toda alabanza. Esto es lo que recuerda este nombre: ¡Michael, Quis ut Deus! Pero, oh prodigio de ingratitud, ¿no oyes las imprecaciones y blasfemias de los impíos? Ah, repite, repite a menudo, para reparar el insulto hecho a Dios, repite siempre este nombre tan querido por la Santísima Trinidad: ¡Michael, quién es como Dios! Que este nombre te enseñe a conocer a Dios; que sea la norma de tu conducta durante tu destierro aquí abajo; que esté en tus labios en la hora suprema y suba con tu alma al cielo para que puedas repetirlo de nuevo en compañía de los ángeles en la eternidad bienaventurada: ¡Michael, Quis ut Deus!
ORACIÓN
Oh, Santo Arcángel, que la Santísima Trinidad y los espíritus bienaventurados honran con un nombre tan glorioso y tan poderoso, derrama sobre nosotros una mirada de compasión, y por el poder de tu nombre victorioso obtén luz para los que están tan cegados como para decir que no hay Dios; que los que dudan o vacilan caigan bajo tu bandera, y que los que son verdaderamente de Dios se sientan fortalecidos en sus creencias, para que todos no tengan otros sentimientos que los tuyos: Quién como Dios; gloria a Él siempre y en todo lugar. Amén.
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