viernes, 23 de abril de 2021

SAN JORGE DE CAPADOCIA, MÁRTIR. —23 de abril.


 


—Entre otras cosas con que los herejes han procurado oscurecer el resplandor de los santos y la gloria de la Iglesia católica, una ha sido escribir las vidas de algunos gloriosos mártires del Señor mezclando en ellas tantas fábulas y cosas prodigiosas, que los que las leyesen las tuviesen por increíbles y juzgasen que aquellos santos, cuyas vidas leían, ni habían sido santos ni eran dignos de ser tenidos por tales.

 

 



   Esto testificaba la sexta sínodo, que manda que tales libros se quemen y que no se publiquen ni lean. Esto mismo consta por el decreto que hizo san Gelasio, papa, de los libros apócrifos; los cuales dice que en la Iglesia romana no se lean por ser compuestos de herejes, y entre ellos pone el martirio de san Jorge, mártir, cuya vida aquí queremos escribir. De manera que por aquel decreto de san Gelasio sabemos que los herejes escribieron la vida y martirio de san Jorge, y que esta tal vida está vedada, aunque no sabemos qué vida es ésta ni quién la escribió. Y ésta es la causa por que en el Breviario romano reformado por Pío V no se ponen lecciones particulares de san Jorge, ni se hace mención de su vida y martirio, por no tener por seguro lo que se halla escrito de él, y desear la Iglesia romana huir, como de pestilencia, de cualquiera cosa que de mil leguas pueda oler a doctrina o artificio de herejes.

 

 

   Luis Lipomano, obispo de Verona, sacó a luz dos vidas de san Jorge mártir, la una, que hubo en Venecia, escrita por Metafrastes: y la otra de la librería de Grota Ferrera (que es un monasterio de monjes griegos de la orden de san Basilio, como cuatro leguas de Roma), escrita por Pasicrate, criado del mismo san Jorge, las cuales hizo traducir de griego en latín y las publicó, y dice que no son estas vidas las que Gelasio papa reprobó, y que antes están aprobadas con el testimonio de la Iglesia oriental, en la cual cada año se suelen leer compendiosamente, teniéndolas por verdaderas. Y Surio también las pone en su segundo tomo de las Vidas de los santos. Mas el cardenal Baronio, examinando con la curiosidad y puntualidad que suele estas vidas, no las tiene por tan legítimas y sinceras que no haya en ellas algunas cosas pegadizas y añadidas é insertas, que carecen de verdad. Y por lo cual hoy había pensado dejar del todo la vida de san Jorge, y seguir en esto el Breviario romano, por no poner cosa de los santos que no sea muy cierta y segura: más después me ha parecido que puedo seguir la censura y autoridad de dos varones tan graves como fueron Lipomano y Surio, tan beneméritos de la Iglesia católica, y así tomaré de las vidas de san Jorge que ellos ponen, lo que me parece que es más cierto y edificado, y dejando lo que al cardenal Baronio y a mí también me parece que no tiene tanta probabilidad y fundamento de verdad.

 

 


   Fué san Jorge natural de Capadocia, hijo de padres nobles y ricos, y desde su niñez criado en la religión cristiana, el cual, siendo ya mozo y de muy gentil disposición y grandes fuerzas, siguió la guerra, y por su gran valor le hicieron tribuno o maestre de campo en el ejército del emperador Diocleciano, que honró mucho a san Jorge por sus grandes partes, no sabiendo que era cristiano, pensando servirse de él en cosas grandes y hazañosas. Sucedió que, queriendo el emperador perseguir a la Iglesia católica, y desarraigar, si pudiera, del mundo la fe de Jesucristo nuestro Redentor, para que floreciese más el culto de sus falsos dioses, de los cuales (engañado) creía que estaba colgada su felicidad y la majestad de su imperio; propuso a sus consejeros y ministros la voluntad que tenía de perseguir y acabar con atrocísimos tormentos a todos los cristianos que pudiese haber a las manos, pidiéndoles para esto su servicio y consejo. Y como la lisonja es tan poderosa y tan común en los palacios de los príncipes, todos los circunstantes loaron y aprobaron la determinación del emperador. Sólo san Jorge, que se halló presente, la repugnó como cosa injusta y contraria al culto del verdadero Dios, cuyo amor y religión tenía en su pecho, aparejado a perder antes la vida que apartarse un punto de ella. De las palabras que dijo san Jorge conoció el emperador y todos los que le oyeron que era cristiano, y procuraron desviarle de aquel propósito, poniéndole delante la flor de su juventud, su nobleza y riqueza y gallardía, los favores y mercedes que había recibido del emperador, y las que para adelante podía recibir, y los daños que se le podían seguir no sacrificando a los dioses como Diocleciano se lo mandaba. Mas el valeroso soldado de Cristo no se turbó ni enflaqueció, antes volviéndose al emperador, le dijo: «Mejor sería, ¡oh Diocleciano!, que tú conocieses y adorases al verdadero Dios, y le ofrecieses sacrificio de alabanza, porque así te daría otro reino más excelente que el que tienes al presente, porque éste es frágil y caduco, y en un punto se acaba, y todo lo que hay en él, porque su misma naturaleza es breve y se desaparece entre las manos yo no puede aprovechar al que le posee. Y teniendo y este conocimiento y luz, no te canses, ¡oh emperador!, en persuadirme que deje a Dios verdadero, porque ni tus promesas me podrán ablandar, ni espantar tus amenazas.» No se puede creer el enojo y saña con que el emperador luego le mandó prender y llevar a la cárcel y cargar de cadenas, y tendido en el suelo echar sobre él una grande y pesada piedra. Al día siguiente le volvieron a su tribunal, y después de varias demandas y respuestas le mandó atormentar en una rueda armada por todas partes de puntas aceradas, que despedazaban las carnes del santo. En el cual tormento fué consolado de una voz del cielo que le dijo: «Jorge, no temas, que yo estoy contigo;» y de un varón resplandeciente y vestido de ropas blancas, que le apareció y le dio la mano y animó en sus penas.




 Algunos se convirtieron a la fe de Cristo nuestro Redentor por la constancia de san Jorge, y entre ellos dos pretores, varones de grande autoridad, que se llamaban Anatolio y Protoleo, los cuales fueron descabezados por Cristo. Pero cuanto eran mayores los tormentos que daban al santo, tanto era mayor la paciencia y constancia con que los sufría, y la alegría de los cristianos y confusión de los gentiles, y el furor y rabia del emperador, que no sabía qué medio tomar para vencer al santo mártir que se mostraba invencible en tan exquisitos tormentos. Finalmente se resolvió a hablarle con blandura y rostro halagüeño, exhortándole a no ser tan obstinado y perder su gracia, ofreciéndole grandes honras y beneficios si le obedecía como a padre. Y el santo, para que más se manifestase la virtud de Dios, le dijo: «Si quieres, emperador, vamos al templo y veamos a los dioses que vosotros adoráis;» y el emperador, con gran regocijo, creyendo que Jorge se había ya reconocido y trocado, mandó convocar al senado y pueblo para que fuesen al templo y se hallasen presentes al sacrificio que Jorge había de ofrecer. Entraron en el templo, y estando todos mirando al santo, él se llegó a la estatua de Apolo que allí estaba, y extendiendo la mano le dijo: «¿Quieres recibir sacrificio de mí como Dios?» Y diciendo esto hizo la señal de la cruz, y entonces el demonio que estaba en la estatua respondió: «Yo no soy dios ni es dios otro alguno, sino sólo el Dios que tú predicas.» El santo dijo: «Pues ¿cómo osáis estar aquí en mi presencia, que conozco y adoro al verdadero Dios?» En diciendo estas palabras se oyó un alarido y aullido triste y lloroso que salía como de la boca de aquellos ídolos, y todos ellos cayeron y se hicieron pedazos. 





   Como los sacerdotes vieron esto, incitaron al pueblo, y echando mano del santo, le ataron y dieron muchos golpes, dando gritos y clamando al emperador que les quitase aquel mago de delante y le acabase la vida antes que ellos perdiesen la suya por ver afrentados a sus dioses. Y el emperador, movido de las voces de los sacerdotes y de su propia fiereza é impiedad, y de un gran número de gentiles que se habían convertido a la fe de Cristo, por ver caídos y desmenuzados los ídolos con la virtud y oración de san Jorge, le mandó degollar para que el mal no pasase adelante. Llevaron al santo al lugar del suplicio, y él rogó a los verdugos que le diesen un poco de espacio para hacer oración; y habiéndoselo concedido, puestos los ojos y levantadas las manos al cielo, con una voz y suspiro entrañable que salía del corazón, oró de esta manera : «Señor Dios mío, que sois ante todos los siglos y me escogisteis para vos desde mi juventud, y sois la esperanza única y verdadera de los cristianos, y refugio seguro de vuestros siervos, y tesoro riquísimo y perpetuo de todos los que confían en vos, y hacéis mercedes a los que os aman, aun antes que os las pidan; oídme, Señor, y pues por vuestra misericordia me habéis dado paciencia y fortaleza para padecer tantos tormentos y confesar vuestro santo nombre, recibid ahora mi alma y colocadla en esas vuestras moradas eternas, donde están vuestros escogidos. Perdonad a esta gente ciega lo que contra mí y contra los otros siervos vuestros han hecho, y dadles luz para que se conozcan y os conozcan, pues queréis que todos se salven, dad la mano a todos los que os invocan y os piden favor, y un temor santo y una caridad encendida para que, amándoos a vos sobre todas las cosas, imiten a los santos y sigan sus pisadas, y gocen con ellos de vos, tuyo es el reino y la gloria y toda la bienaventuranza.» Acabada esta oración, puesto de rodillas, extendió el cuello al cuchillo, y murió en el Señor a los 23 de abril, imperando el sobredicho Diocleciano. Fué martirizado en Persia en la ciudad de Diospoli; aunque otros dicen que fué en Armenia, en la ciudad llamada Melitena.

 




   El martirio de san Jorge fué muy ilustre y muy celebrado en todas las iglesias de Oriente y Poniente, y los griegos por excelencia le llaman el mártir san Jorge. San Germán, obispo de París, volviendo de la peregrinación que hizo a Jerusalén, trajo el brazo de san Jorge que le había dado el emperador Justiniano como un riquísimo tesoro, y colocó en París en la iglesia de san Vicente. En Roma se guarda la cabeza de san Jorge en la iglesia de su nombre, la cual puso allí Zacarías, papa, como se escribe en el libro de los romanos pontífices. San Gregorio, papa, reparó una iglesia del mismo santo mártir, como él mismo lo escribe en la epístola 68 del lib. 4, indict. 4. Otro brazo del mismo mártir fué llevado a Colonia, y por él hizo Dios muchos y grandes milagros, como se ve en los actos de san Annón, obispo de Colonia; y Gregorio, obispo de Turs, escribe también de sus reliquias y milagros, De gloria marlyrum, cap. 101. Justiniano, emperador, hizo un templo suntuoso a san Jorge. Los reyes en sus batallas le tienen por particular abogado, y la Iglesia romana suele invocar a san Jorge, a san Sebastián y a san Mauricio, como especiales protectores contra los enemigos de la fe.

 

 

Decidido San Jorge a salir en defensa de los cristianos, bárbara y cruelísimamente perseguidos en Oriente, lo primero que hace es vender todos sus bienes y distribuir el dinero a los pobres. Al mismo tiempo da la libertad a sus esclavos que, agradecidos, le besan los pies.




(P. Ribadeneira.)

 

 

LA LEYENDA DE ORO—1896.




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