martes, 13 de abril de 2021

SAN HERMENEGILDO, PRÍNCIPE DE ESPAÑA, MÁRTIR. (+ 585). —13 de abril.


 

   San Hermenegildo, príncipe de España y mártir glorioso, fué hijo de Leovigildo, godo, y hereje arriano, rey de España, el cual tuvo dos hijos: a Hermenegildo, que era el mayor, príncipe y heredero del reino, y como a tal le dio el título de rey; y a Recaredo, que, por muerte de Hermenegildo, su hermano, sucedió en el reino. Se criaron estos dos príncipes con la leche ponzoñosa de la herejía arriana que tenía su padre y los godos habían traído a España, hasta que, habiendo crecido Hermenegildo en edad y discreción, conoció su engaño, y alumbrado del Señor y enseñado de san Leandro, arzobispo de Sevilla, se convirtió con entero corazón a la santa fe católica, detestando la herejía. Entendieron esto los católicos, que ya había muchos en España, y se aficionaron extrañamente a Hermenegildo, no sólo como a su príncipe, sino también como a caudillo y defensor valeroso de la fe católica, por cuyo medio pensaban que podrían prevalecer y librarse de la tiranía de los herejes arrianos y del mismo rey Leovigildo, que cruelmente los perseguía. Hubo entre el rey Leovigildo y el príncipe, su hijo, algunos debates y diferencias, al principio mansamente, y después con rompimiento de guerra; porque el rey, a más de querer sustentar en el reino su falsa creencia y error, temió que por este camino su hijo se apoderaría, del reino y le desposeería. Y el príncipe Hermenegildo, como conocía la verdadera y pura religión católica, juzgaba que estaba obligado a ampararla, y si fuese menester, morir por ella: y así, en una carta que escribió a su padre, le dice estas palabras: «Si os enojáis porque sin vuestro parecer he osado trocar religión, yo os suplico que me deis licencia par a tener justa pena, por ver que aún no me concedéis que yo tenga más cuenta de mi salvación que con las otras cosas de esta vida. Y sabed que estoy aparejado, si fuere menester, a dar la sangre y la vida por mi alma, porque no es justo que el padre carnal pueda más que Dios, ni que tenga más fuerza con su hijo que la propia conciencia.» Finalmente, después de muchos trances que pasaron entre el padre y el hijo, faltándole a Hermenegildo los socorros que aguardaba de fuera de España, y la lealtad, celo y calor de los que en ella le seguían, vino a manos de su padre, el cual, preso y aherrojado le hizo llevar a Sevilla y ponerle en una torre, donde por mandado de su mismo padre fué martirizado por Cristo, de la manera que san Gregorio escribe en el libro de sus Diálogos, por estas palabras, que por ser suyas me ha parecido a la letra poner aquí:

 



 

   «Hermenegildo, dice, rey o hijo de Leovigildo, rey de los visigodos, por persuasión de Leandro, arzobispo de Sevilla, dejó la secta arriana y se convirtió a la fe católica, lo cual, sabido por su padre, procuró de reducir a su hijo a la herejía, que había dejado, con grandes promesas y amenazas; mas el santo mozo estuvo fuerte y constante, y respondió que por ninguna cosa dejaría aquella fe y religión, que una vez había conocido por verdadera y tomado. Por lo cual el padre le privó del reino y le despojó de todos los bienes que tenía. Y como esto no bastase para ablandar y vencer aquel pecho fuerte de Hermenegildo, le mandó poner en una estrecha cárcel, y cargarle de hierros y cadenas. Estando en la cárcel el santo mozo, comenzó a tener en poco el reino de la tierra y a desear mucho el del cielo; y para alcanzarle, no contentándose con las prisiones y penas que sufría, se vistió del silicio, haciendo continuamente oración al Señor, suplicándole que le diese esfuerzo para pasar con alegría aquellas persecuciones y trabajos que padecía, menospreciando la gloria vana y transitoria del mundo con ánimo igual al conocimiento que él le había dado de cuan nada era todo lo que había perdido y su padre le había podido quitar. Vino la festividad de la Pascua, y aquella noche el pérfido rey Leovigildo envió un obispo arriano a la cárcel para que su hijo recibiese la comunión del sacratísimo cuerpo de Cristo de la mano sacrílega de aquel hereje, prometiéndole, si lo aceptaba, de admitirle en su gracia. El santo mozo, aunque estaba atado y afligido en el cuerpo, estaba libre y despierto en el alma; y estimando en más la gracia de Dios que la de su padre, echó de sí al obispo arriano reprendiéndole y diciéndole las palabras que merecía oír. Cuando el padre supo lo que había pasado al obispo con su hijo, salió de sí, y arrebatado de la saña y furor envió sus soldados y ministros para que allí donde estaba le matasen, y así se hizo; porque entrando en la cárcel le dieron un golpe con un hacha en su santo cerebro, y le quitaron la vida corporal que el mismo santo con tanta constancia había menospreciado. Mas para mostrar la gloria de su martirio hizo Dios algunos milagros, porque en el silencio de la noche se oyó una música celestial sobre el cuerpo del rey y santo mártir, que por serlo fué verdaderamente rey. Y también se dice que aparecieron muchas lumbres encendidas sobre el mismo cuerpo, entendiendo los fieles por estas señales que debían reverenciarle como a cuerpo de mártir glorioso. Y el padre pérfido y homicida de su hijo tuvo dolor y arrepentimiento de lo que había hecho, mas no de manera que le aprovechase para alcanzar la salud eterna; porque puesto caso que conoció que la fe católica es la verdadera, pero no se atrevió a confesarla públicamente por temor de sus súbditos y por no perder el reino; y cayendo enfermo, y estando para morir, encomendó a Leandro, obispo, a quien antes gravemente había afligido, que tuviese mucha cuenta con Recaredo, su hijo, que dejaba por sucesor, y procurase con sus consejos y amonestaciones reducirle a la fe católica, como antes lo había hecho con su hermano Hermenegildo; y con esto acabó su vida.» Todo esto es de san Gregorio, el cual atribuye la conversión del rey Recaredo a la fe católica, y la de todo su reino, que se hizo en el tercero concilio toledano, a la sangre y merecimientos de san Hermenegildo, su hermano, que alcanzó de Dios nuestro Señor, con su muerte, lo que había pretendido en vida; habiendo sido como un grano de trigo, que sembrado en la tierra y muriendo produce muchas espigas, lo cual no haría si no muriese.

 



 

   Dicen que el verse trocado Leovigildo, y deseado que su hijo Recaredo fuese católico, y encargado a san Leandro que pusiese cuidado en ello, fué parte por el dolor que tuvo de la muerte de san Hermenegildo, su hijo, conociendo que era inocente y sin culpa, y parte por algunos milagros verdaderos que obró Dios por los católicos y por otros falsos y fingidos que para engañar más al rey pretendieron hacer los herejes arrianos: porque a más de que el soldado, llamado Sisberto, que hirió y mató a san Hermenegildo, dentro de breves días murió desastrada y miserablemente, acaeció que robando los soldados de Leovigildo un monasterio de san Martín, que estaba cerca de Cartagena, y queriendo uno de ellos herir al abad, que solo había quedado en él, en castigo de aquel pecado luego el soldado cayó allí muerto. Y disputando un católico con un hereje, para prueba de su verdad, tomó en las manos un cerco de hierro ardiendo sin quemarse, y el hereje no se atrevió a hacer otro tanto para confirmación de su mentira. Y habiendo un obispo arriano concertándose con otro hombre de su secta que se fingiese ciego, y cuando le viese en público acompañando al rey les pidiese a grandes voces que le restituyese la vista como amigo de Dios y santo, haciéndolo así aquel hombre, y poniendo el obispo sus manos sobre los ojos, perdió la vista que tenía y quedó totalmente ciego; y el hombre á gritos descubrió la maldad, y el rey vino a entenderla, y el artificio y embustes que usaban los de su secta. Pero todo esto no bastó par a que públicamente confesase lo que tenía en el corazón, como dice san Gregorio, é imitase la fortaleza y constancia de su hijo, que pospuso el reino y la vida al amor de Dios y al culto de su santa religión; porque el afecto y deseo desordenado de reinar es muy poderoso, y es menester gran gracia de Dios para que el hombre deje lo que tiene entre las manos por la esperanza de otros bienes mayores que han de venir. Fué coronado de martirio san Hermenegildo, según Baronio, el año del Señor de 585, a 13 de abril, y aquel día el papa Sixto V mandó que se celebrase en toda España su fiesta, por un Proprio motu, dado a 12 de febrero de 1586, en el primer año de su pontificado, suplicándoselo el rey católico D. Felipe II de este nombre y el príncipe D. Felipe, su hijo, que ahora reina: y mandaron traer la cabeza de san Hermenegildo del monasterio de Nuestra Señora de Sigena, que es de la orden de San Juan, en el reino de Aragón, donde estaba, el insigne y real templo de San Lorenzo del Escorial, donde es reverenciada con aquel culto y honra que a tan glorioso mártir y príncipe de las Españas se debe. De san Hermenegildo escribe san Gregorio, papa, lib. ni, Dial., c. 31; Gregorio Turonense, de Gloria conf., cap. 12, 13 et 14; Adón in Chron., cetate, vi, ann. 583; Surio, t. n; Vaseo in Chron. ann. 584, y el P. Juan de Mariana, de nuestra compañía, en su Hist. I. v, c. 12.

 

(P. Ribadeneira.)

 

 

LA

LEYENDA DE ORO


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