viernes, 2 de abril de 2021

MEDITACIONES: VIERNES SANTO.


 

Tomado de “Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. André Hamon, cura de San Sulpicio.

 

 

RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE

 

 

   Consagraremos nuestra meditación de mañana a la consideración del Viernes Santo: como día de amor; como día de conversión.

 

Luego tomaremos la resolución:

   pasar este día santo en el recogimiento y en las frecuentes aspiraciones de amor hacia Jesús crucificado;

   practicar, en honor a la cruz, algunas pequeñas mortificaciones, añadiéndoles el sacrificio que más nos cueste.

   Nuestro ramillete espiritual serán las palabras del Apóstol: “La caridad de Cristo nos presiona; juzgando esto, que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que también los que viven, ahora no vivan para sí mismos, sino al que murió por ellos y resucitó” (II. Cor. V, 14-15).

 

 

 

MEDITACIÓN DE LA MAÑANA

 

 

   Transportémonos en espíritu al Calvario; adoremos allí a Jesús levantado en la cruz por nuestra salvación; y ante la vista de Su cuerpo, que es como una gran herida, rebose nuestro corazón de compasión, gratitud, contrición, alabanza y amor.

 

 

PRIMER PUNTO: VIERNES SANTO, DÍA DEL AMOR. 

 

 

 

   Miremos con ojos amorosos al divino Salvador crucificado; todo, desde la planta de sus pies hasta la coronilla de su cabeza, desde el menor movimiento de su corazón hasta su emoción más profunda; todo nos obliga a amarlo; todo nos grita: “Hijo mío, dame tu corazón” (Prov. XXIII, 26). Sus brazos extendidos nos dicen que nos abraza a todos en su amor; Su cabeza, que no puede reposar sobre nada salvo las espinas con que está coronada, se inclina hacia nosotros para darnos el beso de la paz y de la reconciliación; Su pecho, herido por los golpes, se levanta con los latidos de Su corazón, que se mueve de amor hacia nosotros; Sus manos, violentamente desgarradas por el peso del cuerpo; Sus pies, cuya herida se agranda por el peso que tienen que soportar; Su rostro magullado; Sus venas se agotaron de su sangre; Tenía la boca reseca de sed; por último, todas las heridas con las que está cubierto Su cuerpo forman como un concierto de voces que nos gritan: “Mirad cómo os he amado”. Y si pudiéramos penetrar en Su corazón, lo veríamos totalmente ocupado con cada uno de nosotros, como si Él solo tuviera a cada uno de nosotros para amar, suplicando misericordia por nuestra ingratitud, nuestra tibieza y nuestros pecados; solicitándonos la ayuda de toda la gracia que hemos recibido y que recibiremos; ofreciendo Su sangre por nosotros a Su Padre, junto con Su vida, todos Sus sufrimientos interiores y exteriores; por último, consumiéndose en los indescriptibles ardores del amor, sin que nada pueda apartar de él sus pensamientos. ¡Oh amor, sería demasiado morir de amor por tanto amor! Oh buen Jesús, te diré con San Bernardo: “Nada me toca, nada me conmueve, nada me obliga a amarte tanto como Tu santa Pasión. Allí es donde más gano de Ti, es lo que más me une a Ti y lo que más me une a Ti”. Oh, qué buena razón tenía San Francisco de Sales para decir que el Monte del Calvario es la montaña del amor; es allí donde en las llagas del León de la tribu de Judá las almas fieles encuentran la miel del amor, y que incluso en el cielo, junto a la bondad divina, ¡Tu Pasión es el más poderoso de los motivos, el más dulce, el más violento, para arrebatar a todos los bendecidos con felicidad! Y yo, después de eso, ¡oh Jesús crucificado! ¿Podría vivir otra vida que no sea de amor por Ti?

 

 

SEGUNDO PUNTO: VIERNES SANTO, DÍA DE LA CONVERSIÓN.

 

 

   Para demostrarle a Jesús que realmente lo amo, debo convertirme, es decir, debo morir al pie de la cruz a todo lo que pertenece al anciano en mí; a todas mis negligencias y toda mi tibieza; todo mi amor propio y mi orgullo, todo el afeminamiento que está tan ansioso por buscar consuelo y gozo, tan hostil a todo lo que molesta o desagrada; la susceptibilidad a la que todo lo hiere; el espíritu de murmuración y calumnia que encuentra continuamente algo contra lo que hablar; la frivolidad y la disipación y la falta de aplicación que no permiten que el alma se entregue al recogimiento; la licencia de la lengua que derrama todo lo que hay en la mente; por último, todo lo que es incompatible con el amor que Jesús crucificado pide a sus discípulos. Debemos sustituir estas malas inclinaciones por las sólidas virtudes enseñadas por la cruz; humildad, mansedumbre, caridad, paciencia, abnegación. Jesús nos lo pide con todas sus llagas, como si fueran tantas lenguas. ¿Puedo rechazarlo? ¿Puedo todavía adherirme a mis apegos cuando lo veo desnudo en la cruz, y no hacer mi vestidura de Su desnudez, mi librea de Sus oprobios, mi riqueza de Su pobreza, mi gloria de Su confusión, mi gozo de Sus sufrimientos?



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