San Justo, decoroso
ornamento del orden episcopal, uno de los hombres más doctos de su siglo, nació
en aquella parte de España comúnmente llamada España Citerior de padres
católicos, cuya piedad tenían acreditada en la educación cristiana de los
cuatro hijos que les concedió el cielo, que fueron nuestro Santo, Nerbidio, Justiniano
y Helpidio, de quienes el Padre san Isidoro de Sevilla hace mención con particular
elogio en el catálogo de varones ilustres que han florecido en la nación,
llegando a ser por sus relevantes méritos prelados de diferentes iglesias.
Aplicaron a Justo sus padres, luego que tuvo
edad competente, a la carrera de las letras; y como se hallaba dolado de unos
talentos extraordinarios, hizo en muy breve tiempo grandes progresos en la ciencia,
y no menores en la virtud. Entendió que el santo temor de Dios era el principio
de la verdadera sabiduría, y juntando la oración con el estudio, y la práctica
de las buenas obras con los ejercicios literarios, se dejó ver a un mismo
tiempo santo y docto. Quiso dedicarse enteramente al servicio del Señor en el
estado eclesiástico; y habiendo ascendido por los grados prescritos en los
sagrados cánones al sacerdocio, se distinguió desde luego en la nueva dignidad por
la arreglada circunspección de sus costumbres, por su singular piedad, y por su
grande sabiduría. Vacó el obispado de Urgel, y siendo tan conocidas las
virtudes de Justo en toda aquella región, fue promovido a aquella cátedra por
consentimiento común de todo el clero y de todo el pueblo, persuadidos de que
una persona de tan notorios méritos daría mucho esplendor a aquel alto
ministerio. No salieron frustradas sus esperanzas, pues colocado Justo en la dignidad
episcopal, acreditó con pruebas prácticas el acierto de su elección, portándose
como pastor vigilante y como padre caritativo con el rebaño que cometió el
Señor a su cuidado. No nos constan con individualidad los hechos de este
ilustre Prelado en el dilatado tiempo de doce años que administró el obispado,
porque la injuria del tiempo robó a la posteridad tan importantes noticias;
pero por el gran concepto que se granjeó universalmente se infiere que dio todo
el lleno a los deberes de su ministerio pastoral. Quiso
Justo utilizar a la Iglesia con algunos escritos, que nos dan la idea de su
gran sabiduría; como fue el tratado que compuso sobre el Cántico de los cánticos,
en el que expone breve y claramente por un sentido alegórico todo el contenido
de aquel misterioso libro; cuyo escrito, muy estimado de sus contemporáneos, dio
á luz Menardo en el año 1525.
El infatigable celo que siempre manifestó
Justo por la disciplina de la Iglesia hizo que apoyase con su autoridad los
cánones que se decretaron en el concilio que tuvo en Toledo el célebre
arzobispo Montano por los años 527; pues, aunque no pudo asistir a él al tiempo
que se celebró, habiendo llegado después a la ciudad regla con
su
hermano Nerbidio, obispo de Egona, firmaron ambos todo lo que se estableció en
aquella asamblea. También asistió al concilio que se tuvo en Lérida en el año 546,
promoviendo como uno de sus Padres las reglas canónicas que se determinaron en
él. Finalmente quiso Dios premiar los méritos de su
amado siervo; y habiendo gobernado su obispado por espacio de doce años, murió
santamente en el día 28 de mayo hacia la mitad del siglo VI.
AÑO
CRISTIANO,
POR
EL P. JUAN CROISSET,
DE
LA COMPAÑÍA DE JESÚS,
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