jueves, 30 de mayo de 2024

LA SOLEMNIDAD DEL CORPUS. —El jueves después de la Sma. Trinidad.

 




   Grande inestimable dignidad dan al pueblo cristiano los inmensos beneficios que de la divina largueza ha recibido. 

   Porque no hay ni hubo jamás tan esclarecida nación, que tuviese dioses tan allegados y vecinos como lo es para nosotros nuestro Dios.

   Queriendo el Unigénito del Padre celestial hacernos participantes de su divinidad, revistióse de nuestra naturaleza, para que hecho hombre, hiciese dioses a los hombres.


   Y aun esto que tomó de nuestro linaje, todo lo empleó para nuestra salud y remedio: su cuerpo ofreció como hostia de reconciliación a Dios Padre en el ara de la cruz: su sangre derramó como precio de nuestro rescate, y como agua en que nos limpiásemos de todas nuestras culpas; y para que tuviésemos un continuo recuerdo de tan gran beneficio, nos dejó su cuerpo y sangre, para que debajo de las especies de pan y de vino, le recibiesen los fieles. 




   ¡Oh precioso y admirable convite, saludable y lleno de toda suavidad! En él, el pan y el vino se convierten substancialmente en el cuerpo y la sangre de Cristo; y Cristo verdadero Dios y hombre, está debajo de las especies de un poco de pan y de vino.


   De esta suerte es comido de los fieles, y no es despedazado; antes, dividido el Sacramento, permanece entero en cada partícula.


   Los accidentes subsisten en él sin la substancia; para que haya lugar la fe mientras lo que es visible se toma oculto debajo de otra apariencia, y los sentidos que juzgan de los accidentes que conocen, no caen en error.


  Tampoco hay sacramento más saludable que éste, con el cual se limpian los pecados, se acrecienta las virtudes, y el alma se alimenta con la abundancia de todos los espirituales carismas.


   Se ofrece en la Iglesia por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche lo que para la salud de todos fué instituido.


   Finalmente, la suavidad de este Sacramento nadie puede explicarla; pues en él se gusta la dulzura espiritual en su misma fuente, y se renueva la memoria de aquella infinita caridad que mostró Cristo en su Pasión.


   Y así para que más hondamente se imprimiese en los corazones de los fieles la inmensidad de aquel amor, instituyó este Sacramento en la última cena, cuando después de celebrar la Pascua con los discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre: y lo dejó para que fuese memorial perenne de su Pasión, cumplimiento de las figuras de la ley antigua, el mayor de los milagros que obró, y particular consuelo de los que habían de entristecerse con su ausencia.




   Conviene, pues, a la devoción de los fieles, hacer solemne memoria de la institución de tan saludable y tan maravilloso Sacramento, para que veneremos el inefable modo de la divina presencia en este Sacramento visible y sea ensalzado el poder de Dios, que obra en él tantas maravillas, y se le hagan las debidas gracias por merced tan saludable y regalo tan dulce. (Serm. de Sto. Tomás de A., opuse. 57).





   Reflexión: ¡Con cuánta solemnidad no celebra la Iglesia este santo día! 

   Para él guarda la procesión más solemne del año en la cual es llevado en triunfo Jesucristo Sacramentado, como a Rey de todos los hombres. 




   Desea que nadie se dispense de asistir a ella sino con grave causa. Pero una vez que asistamos, sea no por humanas miras o respetos que tanto desagradan a Dios, sino por agradecer de corazón el inmenso beneficio de quedarse entre nosotros hasta el fin del mundo.





   Oración: Oh Dios, que en un admirable Sacramento nos dejaste memoria de tu Pasión, te rogamos nos concedas, que veneremos los sagrados misterios de tu cuerpo y sangre, de manera que experimentemos continuamente en nosotros el fruto de tu redención. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.






FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.


SAN FERNANDO, rey de Castilla y de León. (+ 1252) — 30 de mayo.

 



   El gloriosísimo rey san Fernando fué hijo de don Alfonso IX rey de León y de doña Berenguela, la cual le crio a sus pechos, y así con la leche parece que mamó sus santas virtudes. 

   Jamás dejó de obedecerla como a madre; y como algunos de los ricos hombres murmurasen de que después de ser rey estuviese tan rendido a su madre, dijo el santo: «En dejando de ser hijo, dejaré de serle obediente.» 



   Poseía en altísimo grado todas las prendas reales, y con sus virtudes tenía tan ganados a sus vasallos, que era más rey de sus corazones que de las ciudades de su reino. 

   Tomó en sus manos la espada para hacer guerra a los moros que tiranizaban gran parte de España; pacificó los reinos de Castilla y de León, hizo tributarios a los reinos de Valencia y de Granada, conquistó los de Murcia, Córdoba, Jaén y Sevilla, y varios, príncipes de África solicitaron su amistad con decentes partidos. 





   En treinta y cinco años que peleó se contaron siempre sus batallas por sus victorias y sus empresas por sus triunfos. 

   Nunca desnudé la espada (decía él) ni cerqué ciudad ni castillo, ni salí a empresa, que no fuese mi único motivo el dilatar la fe de Cristo; y por la mayor gloria y servicio de Dios no rehusaba ningún trabajo de la guerra, como si fuera soldado particular, hasta dormir en el duro suelo, y hacer las centinelas por su turno con los demás soldados en el sitio de Sevilla.
 




   Cuidaba mucho del alivio de sus vasallos, y no quería imponer nuevos tributos; y cuando se lo aconsejaban sus ministros con el buen pretexto de hacer guerra a los moros, respondía: «Más temo las maldiciones de una viejecilla pobre de mí reino, que a todos los moros del África». 

  Ganada la ciudad de Sevilla, dispuso una solemnísima procesión de toda la gente lucida del ejército, de la nobleza, del clero y de los obispos, viniendo al fin la venerable efigie de nuestro Señora de los Reyes en un carro triunfal de plata. 




   Los templos y oratorios que edificó a la Virgen santísima pasaron de dos mil.

Finalmente después de un gloriosísimo reinado, conociendo el santo Monarca que se llegaba su fin, antes de que lo mandasen los médicos, se confesó para morir y pidió la sagrada Eucaristía, la cual recibió arrojándose de la cama y postrándose sobre la tierra con una soga al cuello. 



   Se despidió después de la reina Juana y de sus hijos, pidió humildemente a los circunstantes que si tenían alguna queja de él, le perdonasen; y respondiendo que no tenían ninguna que perdonar, alzó ambas manos al cielo diciendo: «Desnudo nací del vientre de mi madre a la tierra y desnudo vuelvo a ella.» 


   Mandó luego que cantasen él Te Deum, y en el segundo verso que dice, «a ti Eterno Padre venera toda la tierra,» inclinó la cabeza y entregó su espíritu a Dios.






   Reflexión: Dicen los historiadores: «Cuando murió el rey don Fernando todo el reino hizo un gran sentimiento: los hombres se mesaban las barbas y las mujeres principales se arrancaban los cabellos, y sin atender al decoro de sus personas, salían por las calles llorando y poblando de clamores el aire. Todos lloraban y decían: Ojalá no hubiese nacido, o no hubiese muerto el príncipe. Y hasta el mismo Alhamar mandó cien moros con anchas encendidas a sus exequias.»




   No nos olvidemos pues de rogar incesantemente en nuestras oraciones al Señor que nos dé reyes o gobernadores como san Fernando, que merezcan las bendiciones y no las maldiciones de sus pueblos.


   Oración: Oh Dios, que concediste al bienaventurado Fernando, tu confesor, que pelease tus batallas y que venciese a los enemigos de tu fe, concédenos por su intercesión la victoria de nuestros enemigos corporales y espirituales. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
 


FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA


miércoles, 29 de mayo de 2024

SAN JUSTO, OBISPO DE URGEL. —28 de mayo.

 




   San Justo, decoroso ornamento del orden episcopal, uno de los hombres más doctos de su siglo, nació en aquella parte de España comúnmente llamada España Citerior de padres católicos, cuya piedad tenían acreditada en la educación cristiana de los cuatro hijos que les concedió el cielo, que fueron nuestro Santo, Nerbidio, Justiniano y Helpidio, de quienes el Padre san Isidoro de Sevilla hace mención con particular elogio en el catálogo de varones ilustres que han florecido en la nación, llegando a ser por sus relevantes méritos prelados de diferentes iglesias.

 

   Aplicaron a Justo sus padres, luego que tuvo edad competente, a la carrera de las letras; y como se hallaba dolado de unos talentos extraordinarios, hizo en muy breve tiempo grandes progresos en la ciencia, y no menores en la virtud. Entendió que el santo temor de Dios era el principio de la verdadera sabiduría, y juntando la oración con el estudio, y la práctica de las buenas obras con los ejercicios literarios, se dejó ver a un mismo tiempo santo y docto. Quiso dedicarse enteramente al servicio del Señor en el estado eclesiástico; y habiendo ascendido por los grados prescritos en los sagrados cánones al sacerdocio, se distinguió desde luego en la nueva dignidad por la arreglada circunspección de sus costumbres, por su singular piedad, y por su grande sabiduría. Vacó el obispado de Urgel, y siendo tan conocidas las virtudes de Justo en toda aquella región, fue promovido a aquella cátedra por consentimiento común de todo el clero y de todo el pueblo, persuadidos de que una persona de tan notorios méritos daría mucho esplendor a aquel alto ministerio. No salieron frustradas sus esperanzas, pues colocado Justo en la dignidad episcopal, acreditó con pruebas prácticas el acierto de su elección, portándose como pastor vigilante y como padre caritativo con el rebaño que cometió el Señor a su cuidado. No nos constan con individualidad los hechos de este ilustre Prelado en el dilatado tiempo de doce años que administró el obispado, porque la injuria del tiempo robó a la posteridad tan importantes noticias; pero por el gran concepto que se granjeó universalmente se infiere que dio todo el lleno a los deberes de su ministerio pastoral. Quiso Justo utilizar a la Iglesia con algunos escritos, que nos dan la idea de su gran sabiduría; como fue el tratado que compuso sobre el Cántico de los cánticos, en el que expone breve y claramente por un sentido alegórico todo el contenido de aquel misterioso libro; cuyo escrito, muy estimado de sus contemporáneos, dio á luz Menardo en el año 1525.

 



   El infatigable celo que siempre manifestó Justo por la disciplina de la Iglesia hizo que apoyase con su autoridad los cánones que se decretaron en el concilio que tuvo en Toledo el célebre arzobispo Montano por los años 527; pues, aunque no pudo asistir a él al tiempo que se celebró, habiendo llegado después a la ciudad regla con

 


   su hermano Nerbidio, obispo de Egona, firmaron ambos todo lo que se estableció en aquella asamblea. También asistió al concilio que se tuvo en Lérida en el año 546, promoviendo como uno de sus Padres las reglas canónicas que se determinaron en él. Finalmente quiso Dios premiar los méritos de su amado siervo; y habiendo gobernado su obispado por espacio de doce años, murió santamente en el día 28 de mayo hacia la mitad del siglo VI.

 

 

AÑO CRISTIANO,

 POR EL P. JUAN CROISSET,

DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS,


martes, 28 de mayo de 2024

San Germán, obispo de París, confesor. — 28 de mayo. (+ 576)

 


   San Germán, obispo de París, varón por su excelencia, santidad y grandes prodigios admirado, fué hijo de padres pobres y nació en Borgoña en territorio de Autún. Aborrecida su madre por haberle concebido en breve, tiempo después de otro hijo, tomó medios para matarle antes de que naciese, y no pudo porque Dios guardaba aquel niño y le había escogido para gran ministro de su gloria.

 

   Habiendo, pues, pasado los años de la primera edad en estudios de letras, se ordenó de diácono y de presbítero, y fué elegido por abad del monasterio de san Sinforiano. Florecía allí con rara virtud, cuando por voluntad del rey Childeberto fué consagrado obispo de París.

 




   Era muy largo en las limosnas que hacía, y con frecuencia comía con los pobres. Dios le ayudaba por mano del mismo rey, el cual le daba hasta sus vasos de oro y plata, rogándole que lo diese todo porque no le faltaría qué dar. No fué tan favorecido del rey Clotario su hermano, a quien Dios castigó con una enfermedad de la cual el mismo santo le sanó. Después, habiendo venido la corona de Francia al rey Cariberto, hijo de Clotario, que estaba amancebado con la hermana de su mujer, san Germán, le excomulgó a él y a la amiga, y como aun todo esto no bastase, tomó Dios la mano quitando la vida primero a la amiga del rey y después al mismo rey.




   Celebró también san Germán un concilio en París, en el cual reprimió la codicia de los grandes que usurpaban los bienes de la Iglesia, y las limosnas de los fieles. Haciendo el santo una peregrinación a Jerusalén, el emperador Justiniano le ofreció grandes dones de oro y plata; mas el santo varón no quiso aceptarlos, antes le suplicó que le diese algunas reliquias, y el emperador le dio entre otras la corona de espina de nuestro Señor Jesucristo. Los milagros que hizo fueron innumerables, y no parecía, sino que él Señor le había dado señorío e imperio sobre las criaturas. Finalmente, a los ochenta años de su edad llamó a un notario suyo y le mandó que escribiese sobre su cama «A los 28 de mayo.» Y aunque entonces no se entendió lo que quería decir, se adivinó después cuando en este día entregó su preciosa alma al Señor.

 

   Fué sepultado con gran llanto y solemnidad de toda la ciudad de París, en la capilla de san Sinforiano que él mismo había mandado fabricar, y luego confirmó el Señor con nuevos milagros la santidad de su siervo: y más tarde Lanfrido abad trasladó el sagrado cuerpo a la iglesia de san Vicente, con asistencia del rey Pipino y de Carlos su hijo, que fueron, testigos de muchas maravillas.

 



 

   Reflexión: Dice el rey Childeberto en unas letras patentes: «Nuestro padre y señor Germán, obispo de París y hombre apostólico, nos ha enseñado en sus sermones que mientras estemos en esta vida hemos de pensar mucho en la otra y hacer muchas limosnas. Habiendo sabido que estábamos enfermos en el Castillo de Celles, y que no nos habían aprovechado todos los medios humanos, vino a visitarnos y pasó toda la noche en oración. Por la mañana puso sobre nosotros sus santas manos y apenas nos tocó cuando nos hallamos con plena salud. Por lo cual donamos a la iglesia de París y al obispo Germán la tierra de Celles donde recibimos esta misericordia de Dios».

   Mira tú cuan poderosos son los santos, y cuan provechosos a los reyes y a los reinos y a todos sus devotos.

 

   Oración: Te rogamos, Señor, que oigas benignamente las súplicas que te hacemos en la solemne fiesta de tu bienaventurado confesor y pontífice Germán, y que por sus méritos nos libres de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.


SAN BEDA EL VENERABLE, PRESBÍTERO Y CONFESOR.

 




—El venerable Beda fué de nación inglés, y nació en una aldea, que se llamada Jeru, o Geruvico. Siendo de edad de siete años (como él mismo dice) fué entregado para que le criase, a un abad, llamado Benedicto, y después a otro, por nombre Georfrido, que tenían cargo de los monasterios de la orden de san Benito, dedicados a los apóstoles san Pedro y san Pablo, poco distantes entre sí. Había en estos monasterios seiscientos monjes (porque en aquel tiempo en los monasterios de san Benito había estudios y escuelas), entre los cuales se esmeró mucho Beda en la disciplina religiosa y en la observancia de su regla y en toda virtud. Tuvo por maestro a Juan Beverlacio, varón doctísimo; aprendió la lengua latina y griega, y las ciencias filosóficas y la sagrada teología, tan exacta y perfectamente, como lo muestran las obras muchas y varias que escribió, y en su tiempo fué tenido por un pozo de ciencia y oráculo de sabiduría, y dejó algunos buenos discípulos en todas buenas letras excelentísimos, como fueron Rábano, arzobispo de Maguncia, Alcuyno, maestro del emperador Carlomagno, Claudio y Juan Escoto, que fueron los primeros que enseñaron en la universidad de París, é ilustraron la Francia con su erudición y la enriquecieron con los muchos y doctos discípulos que instituyeron y enseñaron.


 



    Se ordenó diácono dé diez y nueve años y de misa a treinta de su edad. Gastaba los días y las noches, o en orar, o en escribir, o en enseñar. Vivió todo el tiempo de su vida en su monasterio, y aunque san Gregorio, papa segundo de este nombre, movido de la fama y opinión de la santidad y ciencia de Beda, le convidó y mandó que fuese a Roma para servirse de él en el gobierno de la sede apostólica, como él era humilde y amador de su estudio y quietud, se excusó modestamente y suplicó a su santidad que no se lo mandase.


 



   Vivió (según algunos) sesenta años; otros le dan sesenta y uno, y otros más, y Tritemio setenta y dos. El cardenal Baronio dice que vivió ciento y cinco años, por las razones que trae, sacadas de los mismos escritos de Beda. Todo este tan largo tiempo gastó Beda en servir al Señor con su vida y con su doctrina, y con muchos libros y muy provechosos que escribió. Y habiendo corrido su carrera tan felizmente, le dio una enfermedad algunos días antes de la pascua de Resurrección, de apretura del pecho y dificultad de respiración, la cual le duró hasta la Ascensión, aunque como él era tan fervoroso y amigo del trabajo, no dejaba de ir al coro y de enseñar, leer y dictar a sus discípulos, a los cuales mucha s veces decía aquellas palabras de san Pablo: «Horrible cosa es caer en manos de Dios vivo;» para despertarlos más al temor del Señor. Y otras veces les decía: «Daos prisa en aprender, porque no sé cuánto tiempo tengo de estar con vosotros.» Y cuando estaba más fatigado de su enfermedad, repetía mucha s veces: «Dios azota a los que tiene por hijos;» y aquel dicho de san Ambrosio: «No he vivido de tal manera que tenga vergüenza de vivir entre vosotros, ni tampoco temo la muerte, porque tenemos buen Señor.»

 




   También dicen que profetizó con divino espíritu la calamidad extremada y asolamiento lastimoso que en breve había de venir sobre la cristiandad, si no se apagaba el fuego que se comenzaba a encender, y que por sus cartas avisó a algunos príncipes, sus conocidos, de este peligro.

 


 

  Y poco después vino aquella terrible tempestad de los sarracenos, que arruinaron y destruyeron a Europa, y dicen que esta su profecía la declaró con un verso en latín, que dice: Regnaverunt Romee ferro, flammaque, famegue: Los reyes de Roma caerán con hierro, fuego y hambre.

 


MUERTE DE SAN BEDA


   Finalmente, conociendo que se le iba acabando la vida, y deseoso de ver a Jesucristo, su Señor, en su hermosura, y gozar de aquella que es verdadera vida, cantando el Gloria Patri, dio su espíritu al Señor, día de la Ascensión, y el Martirologio romano hace mención de Beda a los 27 de mayo. Pero adviértase que algunos autores han hallado misterios en el título que comúnmente se da a Beda. llamándole venerable y no santo, y han fingido o creído fácilmente algunos sueños y fábulas que no tienen fundamento. La verdad es que en vida le llamaron venerable por su grande excelencia, porque no le podían llamar santo hasta que muriese, y después de muerto continuaron aquel mismo apellido de venerable como en su vida se había comenzado. 


TUMBA DEL VENERABLE BEDA

Pero esto no quita que le llamen santo, porque santo le llama Alcuyno, Mariano Escoto, Albino Flaco, Amalario, Usuardo y otros graves autores, como lo notó el cardenal Baronio. También se engañan los que dicen que fué ciego, porque de sus escritos y de los otros autores que escriben de su vida no se prueba esto, sino antes lo contrario. Escribió su vida Cumberto, monje, en su tiempo, como lo dice Molano, aunque esta vida no se halla. En el principio de sus obras está una breve, y de ella y de Tritemio, y de una relación de su muerte, que está en el séptimo tomo de Surio, y de las Anotaciones del cardenal Baronio, y de su nono tomo se sacó lo que aquí queda referido.

 

(P. Ribadeneira.)