jueves, 30 de mayo de 2024
LA SOLEMNIDAD DEL CORPUS. —El jueves después de la Sma. Trinidad.
SAN FERNANDO, rey de Castilla y de León. (+ 1252) — 30 de mayo.
miércoles, 29 de mayo de 2024
SAN JUSTO, OBISPO DE URGEL. —28 de mayo.
San Justo, decoroso
ornamento del orden episcopal, uno de los hombres más doctos de su siglo, nació
en aquella parte de España comúnmente llamada España Citerior de padres
católicos, cuya piedad tenían acreditada en la educación cristiana de los
cuatro hijos que les concedió el cielo, que fueron nuestro Santo, Nerbidio, Justiniano
y Helpidio, de quienes el Padre san Isidoro de Sevilla hace mención con particular
elogio en el catálogo de varones ilustres que han florecido en la nación,
llegando a ser por sus relevantes méritos prelados de diferentes iglesias.
Aplicaron a Justo sus padres, luego que tuvo
edad competente, a la carrera de las letras; y como se hallaba dolado de unos
talentos extraordinarios, hizo en muy breve tiempo grandes progresos en la ciencia,
y no menores en la virtud. Entendió que el santo temor de Dios era el principio
de la verdadera sabiduría, y juntando la oración con el estudio, y la práctica
de las buenas obras con los ejercicios literarios, se dejó ver a un mismo
tiempo santo y docto. Quiso dedicarse enteramente al servicio del Señor en el
estado eclesiástico; y habiendo ascendido por los grados prescritos en los
sagrados cánones al sacerdocio, se distinguió desde luego en la nueva dignidad por
la arreglada circunspección de sus costumbres, por su singular piedad, y por su
grande sabiduría. Vacó el obispado de Urgel, y siendo tan conocidas las
virtudes de Justo en toda aquella región, fue promovido a aquella cátedra por
consentimiento común de todo el clero y de todo el pueblo, persuadidos de que
una persona de tan notorios méritos daría mucho esplendor a aquel alto
ministerio. No salieron frustradas sus esperanzas, pues colocado Justo en la dignidad
episcopal, acreditó con pruebas prácticas el acierto de su elección, portándose
como pastor vigilante y como padre caritativo con el rebaño que cometió el
Señor a su cuidado. No nos constan con individualidad los hechos de este
ilustre Prelado en el dilatado tiempo de doce años que administró el obispado,
porque la injuria del tiempo robó a la posteridad tan importantes noticias;
pero por el gran concepto que se granjeó universalmente se infiere que dio todo
el lleno a los deberes de su ministerio pastoral. Quiso
Justo utilizar a la Iglesia con algunos escritos, que nos dan la idea de su
gran sabiduría; como fue el tratado que compuso sobre el Cántico de los cánticos,
en el que expone breve y claramente por un sentido alegórico todo el contenido
de aquel misterioso libro; cuyo escrito, muy estimado de sus contemporáneos, dio
á luz Menardo en el año 1525.
El infatigable celo que siempre manifestó
Justo por la disciplina de la Iglesia hizo que apoyase con su autoridad los
cánones que se decretaron en el concilio que tuvo en Toledo el célebre
arzobispo Montano por los años 527; pues, aunque no pudo asistir a él al tiempo
que se celebró, habiendo llegado después a la ciudad regla con
su
hermano Nerbidio, obispo de Egona, firmaron ambos todo lo que se estableció en
aquella asamblea. También asistió al concilio que se tuvo en Lérida en el año 546,
promoviendo como uno de sus Padres las reglas canónicas que se determinaron en
él. Finalmente quiso Dios premiar los méritos de su
amado siervo; y habiendo gobernado su obispado por espacio de doce años, murió
santamente en el día 28 de mayo hacia la mitad del siglo VI.
AÑO
CRISTIANO,
POR
EL P. JUAN CROISSET,
DE
LA COMPAÑÍA DE JESÚS,
martes, 28 de mayo de 2024
San Germán, obispo de París, confesor. — 28 de mayo. (+ 576)
San Germán, obispo de París, varón por su excelencia, santidad y
grandes prodigios admirado, fué hijo de padres pobres y nació en Borgoña en
territorio de Autún. Aborrecida su madre por haberle concebido en breve, tiempo
después de otro hijo, tomó medios para matarle antes de que naciese, y no pudo
porque Dios guardaba aquel niño y le había escogido para gran ministro de su
gloria.
Habiendo, pues, pasado los años de la
primera edad en estudios de letras, se ordenó de diácono y de presbítero, y fué
elegido por abad del monasterio de san Sinforiano. Florecía
allí con rara virtud, cuando por voluntad del rey Childeberto fué consagrado
obispo de París.
Era muy largo en las limosnas que hacía, y
con frecuencia comía con los pobres. Dios le ayudaba por mano del mismo rey, el
cual le daba hasta sus vasos de oro y plata, rogándole que lo diese todo porque
no le faltaría qué dar. No fué tan favorecido del rey Clotario su hermano, a
quien Dios castigó con una enfermedad de la cual el mismo santo le sanó. Después, habiendo venido la corona de Francia al rey Cariberto,
hijo de Clotario, que estaba amancebado con la hermana de su mujer, san Germán,
le excomulgó a él y a la amiga, y como aun todo esto no bastase, tomó Dios la
mano quitando la vida primero a la amiga del rey y después al mismo rey.
Celebró también san Germán un concilio en
París, en el cual reprimió la codicia de los grandes que usurpaban los bienes
de la Iglesia, y las limosnas de los fieles. Haciendo el santo una
peregrinación a Jerusalén, el emperador Justiniano le ofreció grandes dones de
oro y plata; mas el santo varón no quiso aceptarlos, antes le suplicó que le
diese algunas reliquias, y el emperador le dio entre otras la corona de espina
de nuestro Señor Jesucristo. Los milagros que hizo fueron innumerables, y no parecía,
sino que él Señor le había dado señorío e imperio sobre las criaturas. Finalmente,
a los ochenta años de su edad llamó a un notario suyo y le mandó que escribiese
sobre su cama «A los 28 de mayo.» Y aunque entonces no se
entendió lo que quería decir, se adivinó después
cuando en este día entregó su preciosa alma al Señor.
Fué sepultado con gran llanto y solemnidad de
toda la ciudad de París, en la capilla de san Sinforiano que él mismo había
mandado fabricar, y luego confirmó el Señor con nuevos milagros la santidad de
su siervo: y más tarde Lanfrido abad trasladó el sagrado cuerpo a la iglesia de
san Vicente, con asistencia del rey Pipino y de Carlos su hijo, que fueron, testigos
de muchas maravillas.
Reflexión: Dice
el rey Childeberto en unas letras patentes: «Nuestro padre y señor Germán, obispo de París y hombre apostólico,
nos ha enseñado en sus sermones que mientras estemos en esta vida hemos de
pensar mucho en la otra y hacer muchas limosnas. Habiendo sabido que estábamos
enfermos en el Castillo de Celles, y que no nos habían aprovechado todos los
medios humanos, vino a visitarnos y pasó toda la noche en oración. Por la
mañana puso sobre nosotros sus santas manos y apenas nos tocó cuando nos hallamos
con plena salud. Por lo cual donamos a la iglesia de París y al obispo Germán
la tierra de Celles donde recibimos esta misericordia de Dios».
Mira tú cuan poderosos son los santos, y cuan
provechosos a los reyes y a los reinos y a todos sus devotos.
Oración: Te rogamos, Señor, que oigas benignamente las
súplicas que te hacemos en la solemne fiesta de tu bienaventurado confesor y
pontífice Germán, y que por sus méritos nos libres de todos nuestros pecados.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
SAN BEDA EL VENERABLE, PRESBÍTERO Y CONFESOR.
—El venerable Beda fué de nación inglés, y nació en una aldea,
que se llamada Jeru, o Geruvico. Siendo
de edad de siete años (como él mismo dice) fué entregado para que le criase, a
un abad, llamado Benedicto, y después a otro, por nombre Georfrido, que tenían
cargo de los monasterios de la orden de san Benito, dedicados a los apóstoles
san Pedro y san Pablo, poco distantes entre sí. Había en
estos monasterios seiscientos monjes (porque en aquel tiempo en los monasterios
de san Benito había estudios y escuelas), entre los cuales se esmeró mucho Beda
en la disciplina religiosa y en la observancia de su regla y en toda virtud. Tuvo
por maestro a Juan Beverlacio, varón doctísimo; aprendió la lengua latina y
griega, y las ciencias filosóficas y la sagrada teología, tan exacta y perfectamente,
como lo muestran las obras muchas y varias que escribió, y en su tiempo fué
tenido por un pozo de ciencia y oráculo de sabiduría, y dejó algunos buenos discípulos
en todas buenas letras excelentísimos, como fueron Rábano, arzobispo de Maguncia,
Alcuyno, maestro del emperador Carlomagno, Claudio y Juan Escoto, que fueron los
primeros que enseñaron en la universidad de París, é ilustraron la Francia con
su erudición y la enriquecieron con los muchos y doctos discípulos que
instituyeron y enseñaron.
Se ordenó diácono dé diez
y nueve años y de misa a treinta de su edad. Gastaba los días y las noches, o en
orar, o en escribir, o en enseñar. Vivió todo el tiempo de su vida en su
monasterio, y aunque san Gregorio, papa segundo de este nombre, movido de la fama
y opinión de la santidad y ciencia de Beda, le convidó y mandó que fuese a Roma
para servirse de él en el gobierno de la sede apostólica, como él era humilde y
amador de su estudio y quietud, se excusó modestamente y suplicó a su santidad
que no se lo mandase.
Vivió (según algunos) sesenta años; otros le
dan sesenta y uno, y otros más, y Tritemio setenta y dos. El cardenal Baronio
dice que vivió ciento y cinco años, por las razones que trae, sacadas de los
mismos escritos de Beda. Todo este tan largo tiempo gastó
Beda en servir al Señor con su vida y con su doctrina, y con muchos libros y
muy provechosos que escribió. Y habiendo corrido su carrera tan
felizmente, le dio una enfermedad algunos días antes de la pascua de
Resurrección, de apretura del pecho y dificultad de respiración, la cual le duró
hasta la Ascensión, aunque como él era tan fervoroso y amigo del trabajo, no
dejaba de ir al coro y de enseñar, leer y dictar a sus discípulos, a los cuales
mucha s veces decía aquellas palabras de san Pablo: «Horrible cosa es caer en manos de Dios vivo;» para despertarlos más al
temor del Señor. Y otras veces les decía: «Daos
prisa en aprender, porque no sé cuánto tiempo tengo de estar con vosotros.» Y cuando estaba más
fatigado de su enfermedad, repetía mucha s veces: «Dios azota a los que tiene por hijos;» y aquel dicho de san Ambrosio:
«No he vivido de tal manera que tenga vergüenza de vivir entre
vosotros, ni tampoco temo la muerte, porque tenemos buen Señor.»
También
dicen que profetizó con divino espíritu la calamidad extremada y asolamiento
lastimoso que en breve había de venir sobre la cristiandad, si no se apagaba el
fuego que se comenzaba a encender, y que por sus cartas avisó a algunos príncipes,
sus conocidos, de este peligro.
Y poco después vino aquella terrible
tempestad de los sarracenos, que arruinaron y destruyeron a Europa, y dicen que
esta su profecía la declaró con un verso en latín, que dice: Regnaverunt Romee ferro, flammaque, famegue: Los reyes de Roma caerán con hierro, fuego y hambre.
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MUERTE DE SAN BEDA |
Finalmente, conociendo que se le iba acabando la vida, y deseoso de ver a Jesucristo, su Señor, en su hermosura, y gozar de aquella que es verdadera vida, cantando el Gloria Patri, dio su espíritu al Señor, día de la Ascensión, y el Martirologio romano hace mención de Beda a los 27 de mayo. Pero adviértase que algunos autores han hallado misterios en el título que comúnmente se da a Beda. llamándole venerable y no santo, y han fingido o creído fácilmente algunos sueños y fábulas que no tienen fundamento. La verdad es que en vida le llamaron venerable por su grande excelencia, porque no le podían llamar santo hasta que muriese, y después de muerto continuaron aquel mismo apellido de venerable como en su vida se había comenzado.
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TUMBA DEL VENERABLE BEDA |
Pero esto no quita que le llamen santo, porque santo le
llama Alcuyno, Mariano Escoto, Albino Flaco, Amalario, Usuardo y otros graves
autores, como lo notó el cardenal Baronio. También se engañan los que dicen que
fué ciego, porque de sus escritos y de los otros autores que escriben de su
vida no se prueba esto, sino antes lo contrario. Escribió su vida Cumberto,
monje, en su tiempo, como lo dice Molano, aunque esta vida no se halla. En el
principio de sus obras está una breve, y de ella y de Tritemio, y de una
relación de su muerte, que está en el séptimo tomo de Surio, y de las
Anotaciones del cardenal Baronio, y de su nono tomo se sacó lo que aquí queda
referido.
(P.
Ribadeneira.)