El bienaventurado Hermán José, tan conocido por su tierna devoción a
la santísima Virgen, fue
de nación alemán, de familia honrada, en un tiempo bastantemente opulenta, pero
que se vio después reducida a una escasa medianía de bienes de fortuna. Nació
en Colonia hacia el fin del siglo XII, y en su educación se experimentaron los
defectos del triste estado de su casa, porque no fue la mejor; pero el niño Hermán fue prevenido con grandes bendiciones del
cielo casi desde la cuna.
No se descubrieron en él aquellos defectos
que son tan comunes en la niñez. Era dulce, apacible,
dócil, y todas sus inclinaciones tan naturalmente propensas a la piedad, que
parecía haber ya nacido formado para la virtud.
Se anticipó al uso de la
razón la singular devoción que profesó a la santísima Virgen. Aun no tenía
siete años, cuando huyendo de los divertimientos propios de aquella edad, se
retiraba secretamente a una iglesia dedicada a la Reina del cielo, y allí
pasaba todo el tiempo que los demás niños empleaban en holgarse. Postrado a los
pies de una imagen de la Madre de Dios, que tenía a su preciosísimo Hijo en los
brazos, unas veces hablaba con la Madre, y otras con el Hijo, con aquel candor
y con aquella santa sencillez que inspira el Señor a las almas inocentes.
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estatua mariana acariciando a la Madre de Dioscuyo niño Jesús le ofreció a Hermann la manzana; por eso todavía hay manzanas frescas frente a él hoy, alrededor de 1180, en la iglesia de St. Maria im Kapitol en Colonia |
Con esta devota
simplicidad presentaba muchas veces a la Virgen y al niño Jesús las flores y la
fruta que le daban y él podía recoger, instándoles con piadosa importunidad que
admitiesen aquella corta demostración de cariño. Así el Hijo como la Madre se
agradaban mucho de aquella inocente candidez; y se asegura que la acreditaron con
diferentes milagros.
Pero el mayor de todos ellos, o uno bien
singular, era la ternura con que la santísima Virgen
correspondía a los amores del inocente niño Hermán. Se le aparecía muchas veces
en la iglesia, le colmaba de bendiciones celestiales, le instruía por sí misma,
y aun le socorría con algunas cosillas que había menester, como lo declaró el
mismo Hermán poco tiempo antes de morir.
Aún no había cumplido los doce años, cuando
fue admitido como por alumno en el monasterio de Steinfeld, del Urden
premonstratense; y mientras tenia edad para tomar el santo hábito, le enviaron a
Frisia para que estudiase en una casa de la Orden. Hizo admirables progresos
así en las ciencias como en la virtud, creciendo esta al mismo paso que los
años. Vuelto a Steinfeld, le hicieron refitolero. Pero como este oficio le
dejase poco lugar para atender a sus ordinarias devociones, estaba desazonado
con él, y aun llegó a mostrarlo. Le apareció la santísima Virgen, y le
reprendió, diciéndole: “Acuérdate, hijo, que tu primera obligación es la obediencia.
Todas esas devociones voluntarias muchas veces son frutos del amor propio.
Nunca agradarás más á mi Hijo y a mí, que cuando te dejares gobernar únicamente
de la santa obediencia. ¿No es grande honra y grande dicha tuya el servir a tus
hermanos? La caridad encierra en sí todas las demás virtudes”. Hizo tanto fruto esta lección, que en
adelante en ninguna cosa hallaba gusto nuestro Hermán sino en obedecer; y cuando
se atravesaban los favores del cielo con las obligaciones del oficio, dejaba
aquellos por estas.
Seria cosa larga apuntar, cuanto más referir
individualmente, las singulares dignaciones de la santísima Virgen con este su
fidelísimo siervo. Apariciones frecuentes,
conversaciones familiares, protección muy especial, dones, privilegios,
beneficios; en fin, todas aquellas gracias con que esta benignísima Señora
acostumbra honrar a las almas más queridas, más privilegiadas y más favorecidas
suyas, todas eran muy ordinarias en Herman José. Un religioso premonstratense,
confidente suyo, que escribió su vida, asegura con ingenuidad que a él mismo se
le harían increíbles, si no hubiera sido testigo de ellas.
A la verdad,
ningún devoto de esta Señora parece que pudo amarla con mayor ternura, ni
venerarla con mayor celo y más profundo respeto. Solo con ver una imagen de la
Virgen se quedaba extático y arrobado. Siempre que pronunciaba su dulcísimo
nombre hacia una profunda inclinación con lodo el cuerpo, postrándose casi
hasta la tierra; y aseguraba que sentía entonces una suavidad espiritual muy
superior a todo lo que puede percibir el gusto, y ni apenas concebir la
imaginación. Por su inocentísima vida, por su amor a la Reina de los Ángeles, y
por su singular castidad, comenzaron los religiosos a darle el nombre de José,
Él se resistía a admitirle, diciendo que era profanar un nombre tan santo aplicarle
a quien no tenía ninguna de las virtudes del santo Patriarca; pero habiéndosele
aparecido la Virgen, y habiéndole dado a entender que aquel nombre le convenía,
le retuvo hasta la muerte.
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María en el matrimonio místico con Hermann Joseph, 1629, en el Kunsthistorisches Museum de Viena, copia en el monasterio de Steinfeld |
Se le concedieron experiencias místicas, como el matrimonio místico con la Madre de Dios María. Su amor por María era tan
pronunciado que existen numerosas leyendas sobre él: cuando
era niño, se dice que jugaba con el niño Jesús en la iglesia de Colonia de
Santa María en el Capitolio ; cuando ofreció una manzana al niño Jesús de una
estatua de María, ésta la tomó. Durante la Misa su devoción extática siempre le
hacía ver el cáliz lleno de tres rosas.
Fácil es de comprender
de qué medios se valió para merecer del cielo tantas y tan singulares gracias y
favores, que contribuyeron mucho a su santificación. Pudiérase asegurar que la humildad
fue el carácter y el distintivo de este gran siervo de Dios, según el bajo concepto
que tenia de sí mismo. Su vida fue un prodigio de
penitencia. Casi nunca comía mas que pan y agua; y eran continuas sus vigilias,
y cuando se veía precisado a tomar algún descanso, se echaba sobre unos manojos
de sarmientos, sirviéndole una piedra de cabecera. Decía que esta vida era tiempo
de mortificación, y que estaría inconsolable si se le pasase un solo momento
sin padecer algo. Llegó a tener algún escrúpulo de haber excedido a sus
fuerzas los piadosos rigores que arruinaron su salud. Pero las penitencias voluntarias
no fueron las que únicamente dieron mucho ejercicio a su mortificación y a su
paciencia, Para templar la satisfacción que le podían causar los
extraordinarios favores que recibía del cielo, y también para purificar más su
virtud, permitió el Señor que fuese inquietado y
humillado con prolijas y molestas tentaciones, afligiéndole al mismo tiempo con
diversas enfermedades corporales, que le redujeron a un estado digno de compasión,
sirviendo no poco para que se hiciese admirar su perfecta resignación en las
disposiciones del cielo, y su invicta
tolerancia.
Ordinariamente se aumentaban sus penas
interiores y sus dolores en las vísperas de las grandes festividades,
disponiéndole Dios de esta manera para que recibiese las extraordinarias
gracias con que solía favorecer a aquella inocente alma en semejantes días. En la vigilia de Navidad se vio reducido a tan lastimoso
estado, que creyó había llegado ya su última hora, cuando a media noche se
halló de repente tan sano y tan robusto, que pudo asistir a Maitines y a la
misa.
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Estatua en el monasterio de Marienborn en Hoven |
Profesaba singular devoción a santa Úrsula y
a sus compañeras, en cuya honra compuso algunas devotas canciones, y no paró
hasta conseguir algunas reliquias de aquel santo ejército de vírgenes, para enriquecer
con ellas la iglesia de su monasterio. Pero en la
devoción al santísimo Sacramento se excedía a sí mismo, explicándose ordinariamente
sus frecuentes visitas, sus continuas adoraciones, y los devotos ejercicios que
hacía para venerarle en amorosos éxtasis y deliquios.
Luego que se vio elevado a la dignidad del
sacerdocio, le ocupaba únicamente la majestad del divino sacrificio, mostrando
en el fuego que arrojaba su semblante, mientras celebraba la misa, el que abrasaba
interiormente su inflamado corazón. Solo con verle en el altar avivaba la fe de
los circunstantes, siendo indicio las dulces y tiernas lágrimas que derramaban
sus ojos de la abundancia de gracias y dulzuras interiores que inundaban
aquella purísima alma.
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Retablo: El Matrimonio Místico de Hermann Joseph con María , en la Basílica del Monasterio de Steinfeld |
Por tres días
enteros se le vio arrobado en éxtasis. Compuso una exposición sobre los
Cantares, cuyos sublimes pensamientos acreditan bien la divina luz que recibía
del cielo en la íntima comunicación con el Señor. Ya
había muchos años que este fiel siervo de Dios, consumido de penas interiores y
de dolores corporales, estaba tan débil, que al parecer vivía de milagro,
cuando quiso en fin el Señor recompensar sus trabajos.
Hacía, el fin de la
Cuaresma desearon mucho ver al bienaventurado Hermán José las religiosas
Bernardas de un monasterio no muy distante del de Steinfeld; y aunque al abad
le costaba repugnancia dejarle salir, no pudo negarse a las instancias de las
monjas. Luego que llegó el Santo al convento, con el mismo báculo que llevaba
trazó el hoyo que le había de servir de sepultura. Sabiendo que le restaban
pocos días que vivir, dobló su fervor, y se dedicó a consolar a aquellas
religiosas con el mayor celo y caridad. El tercer día de Pascua se sintió
extraordinariamente debilitado, y solo pensó en disponerse para la muerte con
tiernos y continuos coloquios con Dios y con la santísima Virgen, estando casi
siempre extático y arrobado. Finalmente, el jueves de la semana de Pascua del
año 1233, aquella inocente alma, colmada de tantos favores del cielo, dotada
del don de profecía y de milagros, fue a recibir del Padre de las misericordias
y del Dios de todo consuelo el premio debido a su fidelidad y a su inocencia. Le
enterraron en aquel propio sitio que él mismo había trazado; pero el abad y
religiosos de Steinfeld, no pudiendo sufrir verse privados de aquel tesoro, alcanzaron
licencia del arzobispo de Colonia para trasladarle a su monasterio; hallándose
incorrupto y entero el santo cuerpo siete semanas después de enterrado, cuando se
hizo la traslación, la que quiso el Señor acompañar con gran número de
milagros. Desde luego se puso su nombre en los martirologios y calendarios en
el día 7 de abril, y poco después se comenzó a celebrar su memoria con fiesta y
oficio eclesiástico en la Orden premonstratense y en varios lugares del
arzobispado de Colonia. El año de 1628 se comenzaron a formar nuevos procesos
en orden a su canonización a instancias del emperador Fernando II y a solicitud
del arzobispo elector de Colonia, Fernando de Baviera. Algunas reliquias del
beato Hermán José, ricamente engastadas, se veneran públicamente en Colonia, en
la abadía del Parque, junto a Lovaina, en la de Tongerio, en la Cartuja de
Colonia, y en la abadía de San Miguel de Amberes; pero la
mayor parte de su cuerpo se conserva en Steinfeld.
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Sarcófago de Hermann Hermann Joseph, 1701, con una figura reclinada de 1732, en la basílica del monasterio de Steinfeld |
Poco después de su muerte, fue venerado por
la población de Eifel. Según la leyenda del niño Jesús que recibe la manzana,
se le considera el santo de la manzana -en dialecto renano: Appel-Jupp-:
los peregrinos siguen depositando manzanas frescas
sobre su tumba. En el período barroco despegó su veneración; desde 1701
su sarcófago se encuentra en la basílica del monasterio de Steinfeld. Las
reliquias se generalizaron. Su culto alcanzó su apogeo en el período romántico,
cuando se convirtió en santo de los niños.
“AÑO CRISTIANO”
POR EL P. JUAN CROISSET,
DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS. (1862)
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