Ramo espiritual: “El que piensa estar en pie, tenga cuidado
de no caer”. (I Cor. 10, 12)
El nacimiento de San Remigio fue predicho a
sus padres, ya de edad avanzada, por un viejo monje ciego. Los talentos y
virtudes de Remigio le hicieron ser consagrado arzobispo de Reims a la edad de
veintidós años; su consagración estuvo marcada por un milagro: la frente de Remigio apareció resplandeciente de luz y
fue embalsamada con un perfume celestial.
Desde el principio mostró todas las virtudes
de los grandes pontífices. Los milagros realzaban aún más el esplendor de su
santidad: durante sus comidas, los pájaros venían a
tomar el pan de sus manos; cura a un ciego poseído por el demonio; llena de
vino, mediante la señal de la Cruz, un jarrón casi vacío; apagó, con su sola
presencia, un terrible fuego; libró del demonio a una joven que San Benito no había
podido liberar.
La historia de Santa Clotilde nos enseña
cómo Clodoveo recurrió al Dios de los cristianos, en la batalla de Tolbiac, y
obtuvo la victoria. Fue San Remigio quien completó la instrucción del príncipe.
Mientras le relataba, de manera conmovedora, la Pasión del Salvador: “¡Ah!
gritó el guerrero, ¿por qué no estaba yo allí con mis francos para librarlo?” La noche anterior al bautismo, San
Remigio fue a buscar al rey, a la reina y a su séquito al palacio y los condujo
a la iglesia, donde les pronunció un elocuente discurso sobre la vanidad de los
falsos dioses y los grandes misterios de la religión cristiana. Entonces la
iglesia se llenó de luz y olor celestial, y se escuchó una voz que decía: “¡Paz a
vosotros!”
El Santo predijo a Clovis y Clotilde la
futura grandeza de los reyes de Francia, si permanecían fieles a Dios y a la
Iglesia. Cuando llegó el momento del bautismo, dijo al rey: “Inclina
la cabeza, orgulloso Sicambre; adora lo que has quemado, y quema lo que has
adorado”.
En el momento de la unción con el Santo Crisma, el
pontífice, al darse cuenta de que faltaba el aceite, levantó los ojos al Cielo
y oró a Dios para que lo proveyera. De repente, vimos descender desde lo alto
una paloma blanca, llevando un frasco lleno de un bálsamo milagroso; el santo
prelado lo tomó y ungió la frente del príncipe. Esta ampolla, llamada en la
historia Santa Ampolla, existió hasta 1793, cuando fue rota por los
revolucionarios. Además de la unción del bautismo, San Remigio había
conferido la unción real al rey Clodoveo. El mismo día fueron bautizados dos
hermanas del rey, tres mil señores, una multitud de soldados, mujeres y niños.
San Remigio se quedó
ciego en su vejez. Habiendo recuperado milagrosamente la vista, celebró por
última vez el Santo Sacrificio y murió a la edad de noventa y seis años.
Abad
L. Jaud, Vida de los santos para todos los días del año, Tours, Mame, 1950.
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