Nació en Barcelona, de familia ilustre.
Sus padres le dedicaron al estudio de las letras, y Dios le llamó al estado
eclesiástico. En su juventud era
ya distinguido entre el clero catalán por su doctrina y el candor de sus costumbres.
Habiendo vacado la sede episcopal de Barcelona, por elección del clero y del
pueblo fué Severo elevado a ella, y le consagraron obispo de la misma ciudad
con gran satisfacción de todos. En esta dignidad
resplandeció el siervo de Dios como antorcha de verdadera luz, y su alma estuvo
siempre inflamada de aquel celo santo tan necesario en aquellos tiempos de
calamidad para la Iglesia. Su principal ocupación era predicar incesantemente
al pueblo, alentándole a la constancia de la fe y al amor mutuo que tiene a
Dios por principio, a fin de que no llegase, nunca a romperse entre sus ovejas
la cadena de la caridad, que mantiene a todos los fieles unidos con Jesucristo;
pero no descuidaba por esto Severo su propia
santificación: la oración, la contemplación y la penitencia eran su más sabroso
alimento, y por esto sin duda mereció que el cielo le revelase que se acercaban
nuevos días de amarga tribulación para la iglesia de España. En efecto,
poco tardó en aparecer en ella el presidente Daciano, que tantos ríos de sangre
cristiana hizo correr por el suelo español. Llegado el gentil a Barcelona y sabiendo
Severo que le buscaba para ensayar en él su furor, acordándose del consejo evangélico:
«Si os persiguen en un
lugar huída otro;» se escapó al
Valles, dirigiéndose a un lugar llamado entonces Castro
Octaviano, y ahora San Cugat
del Valles. A la mitad del
camino encontró a un labrador que estaba sembrando habas, llamado Hemeterio,
hombre muy cristiano y devoto del venerable obispo. Le contó éste lo que
sucedía y le advirtió que si pasaban por allí los ministros del juez les dijese
si le buscaban que en Castro Octaviano le hallarían; pues estaba resuelto a derramar su
sangre por Jesucristo. Poco después llegaron, efectivamente, los perseguidores,
y Hemeterio les dijo que por allí había pasado el santo pastor, y les contó la
maravilla de haber ya crecido las habas que entonces sembraba. Habiéndole
preguntado además si era cristiano, y contestado que sí, lo llevaron consigo
hasta donde estaba el obispo, el cual se les presentó en cuanto supo que habían
llegado. Le pusieron enseguida preso con Hemeterio y con los cuatro sacerdotes
de Barcelona que le habían acompañado. Al cabo de poco fueron los seis azotados
cruelmente, y luego degollaron a los cuatro sacerdotes y a Hemeterio en
presencia de Severo, a fin de que, intimidado y horrorizado con aquel
espectáculo, se resolviese a sacrificar a los ídolos. Mas viendo que nada
lograban, uno de los verdugos le clavó un clavo en la cabeza, en cuyo martirio
entregó su espíritu al Criador. Algunos dicen que no falleció entonces, sino
que, dejándole los gentiles por muerto, fueron allá los cristianos y le hallaron
vivo, y que, habiéndolos bendecido, pasó al galardón de su pelea. También hay
quien dice que fué atravesada su cabeza con tres clavos, y otros aumentan el
número hasta diez y ocho. Su sagrado cuerpo fué sepultado por los fieles en el
mismo Castro Octaviano, donde después hubo una iglesia dedicada a san Severo,
cerca de la principal del monasterio de benedictinos que después se fundó.
Aquella iglesia se arruinó en 1029, y las reliquias del
obispo fueron trasladadas a la del sobredicho monasterio, que estaba dedicado
al apóstol san Pedro. En el año 1405, el día 3 de agosto, fueron llevadas
algunas de estas reliquias a la catedral de Barcelona. Dio ocasión a esto un
milagro que obró Dios con D. Martín, rey de Aragón, curándole repentinamente
una pierna que le iban a cortar, por intercesión del santo, de quien era el príncipe
muy devoto; de cuya traslación celebra fiesta todos los años la diócesis de
Barcelona el domingo primero de agosto. Créese que la muerte de san Severo sucedió
por los primeros años del siglo IV. Su culto es muy antiguo en España, y muchas
de sus iglesias tienen rituales primitivos en que se encuentra continuado su
nombre. Según el P. Caresmar su fiesta se celebraba
ya con rezo y misa propios a principios del siglo IX, y cuando todos los
martirologios antiguos y modernos ponen su nombre en el día 6 de noviembre, se
cree que su martirio fué en dicho día.
LA
LEYENDA DE ORO.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario