Una
de las videntes de las tribulaciones de los “últimos
tiempos” de la Iglesia es la Beata Elisabetta Canori Mora
(1774-1825). En
su obra The Latter Times, el p. Benjamín M. Sánchez muestra que también vio una terrible crisis en la Iglesia y la sociedad, que Dios
castigaría con un tremendo castigo de proporciones mundiales, lo que Las
Escrituras llaman el “Juicio de las Naciones”.
Cuando la tierra haya sido limpiada del mal,
habrá un tiempo de paz en el que la Iglesia triunfará.
Breve biografía
Después de recibir esmerada educación familiar,
se casó a los 22 años el 10 de enero de 1796, con un joven Cristóforo Mora, un
abogado de buena familia, pero de muy mal carácter y hábitos irregulares que le
causaron un gran sufrimiento, hijo de un rico médico de la misma Roma.
Todo auguraba al nuevo matrimonio un
brillante futuro, más la tragedia llego pronto. El marido se entregó a la
delincuencia, arruino a la familia y abandono el hogar, seducido por una mujer
de mala vida. Fue preso por la policía pontificia, primero en una cárcel, después
en un convento. Juro mudar de vida, mas después de retornar a su hogar, intento
repetidas veces asesinar a su esposa Elisabetta. Ella fue de una fidelidad
heroica, ofreciendo enormes sacrificios por su marido. Y profetizó que él acabaría
muriendo sacerdote.
Una famosa profecía, presentada en la
documentación de su beatificación, fueron sus palabras en su lecho de muerte: “¿Ves lo irascible e
incrédulo que es? Bueno, llegará un momento en que se convertirá en religioso y
sacerdote”.
Cinco años después de su muerte, el 5 de
febrero de 1825 un arrepentido Cristóbal entró en un convento de la Orden
Franciscana, donde se embarcó en una vida ejemplar de penitencia. Con el tiempo
se convirtió en sacerdote, tal como lo había predicho su esposa y murió rodeado
de gran consideración.
Abandonada por el esposo e incomprendida por
los familiares, Elisabetta hubiera caído en la miseria, si no la hubiesen
auxiliado benefactores compasivos. Entre ellos se
encontraban Prelados romanos, que narraron al Papa Pío VII sus méritos. El Pontífice,
beneficiado por las oraciones y sacrificios de ella, concedió privilegios poco
comunes a la capilla privada de su humilde casa.
Su causa de beatificación fue introducida en
1874, durante el pontificado del Bienaventurado Pío IX. Pío XI aprobó el
decreto de heroicidad de virtudes en 1928. Juan Pablo II beatifico a Elisabetta
Canori Mora el 24 de abril de 1994.
A los 28 años,
Isabel Mora tuvo su primera experiencia mística después de recuperarse
milagrosamente de una misteriosa enfermedad. Poco después ingresó en la Orden
Trinitaria como terciaria. La Venerable Sierva de Dios recibió los dones de
recogimiento, bilocación y profecía y obró muchos milagros.
Sus visiones incluyeron una serie en la que
Nuestro Señor y Nuestra Señora le mostraron los problemas futuros de la Iglesia
y las tremendas batallas que la Iglesia Militante tendría que pelear cuando los
poderes de las tinieblas dominaran. También vio un gran triunfo de la Iglesia y
su futura restauración.
Siguiendo instrucciones
de su confesor, la Ven. Elisabetta Canori Mora escribió de su propia mano estas
revelaciones, que llenan cientos de páginas de cuaderno, todas cuidadosamente
conservadas en los archivos de los Padres Trinitarios en San Carlino, Roma.
Estos escritos fueron examinados
meticulosamente por una comisión eclesiástica cuando el Papa Pío IX autorizó
que procediera la causa de canonización de Isabel Mora. La sentencia oficial,
emitida el 5 de noviembre de 1900, afirmó que en sus escritos no había “nada contra la fe y las
buenas costumbres, y no se encontró innovación o desvío doctrinal”.
Visiones de la beata Elisabetta Mora: la denuncia
del pecado.
En la navidad de 1813, ella fue arrebatada a
un lugar inundado de luz, donde innumerables Santos rodeaban un humilde
pesebre. Desde él, el Niño Dios la llamaba dulcemente.
La propia Elisabetta describe sin
preocupaciones literarias la sorpresa que tuvo:
“De
solo pensar, me causo horror. (…) vi a mi amado Jesús recién nacido bañado en
su propia sangre (…) en ese momento comprendí por via intelectual cual era la razón
de tanto derramamiento de sangre del Divino Infante apenas nacido (…) La mala
conducta de muchos sacerdotes seculares y regulares, de muchas religiosas que
no se comportan según su estado, la mala educación que es dada a los hijos por
parte de los padres y madres, como también por aquellos a quienes incumbe una obligación
similar. Estas son las personas por cuyo buen ejemplo debe aumentar el espíritu
del Señor en el corazón de los otros. Mas ellos, por el contrario, apenas nace
(el espíritu de Nuestro Señor) en el corazón de las criaturas, lo
persiguen mortalmente con su mala conducta y malas enseñanzas”.
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