Conspiración contra la Iglesia,
revelada por Dios.
A partir de entonces, Dios le fue revelando
el lamentable actuar de ciertos sectores eclesiásticos que atraían la cólera divina,
siendo cómplices con la Revolución que derrumbaba tronos y seculares costumbres
cristianas en el orden temporal. Tales visiones tornan patente, un siglo antes
de las revelaciones de Cova de Iría, que el mal ya se había infiltrado en la
Iglesia y en la sociedad civil.
Se ve bien que en Fátima Nuestra Señora hizo
una advertencia final para ese mal, que progresaba a pesar de todos los avisos
en sentido contrario.
Los ángeles condujeron espiritualmente a la
Beata Elisabetta a antros secretos donde se tramaba esa conjura. Cada vez,
nuevas aberraciones le eran develadas. El 24 de febrero de 1814 le fueron
exhibidas escenas que recuerdan la crisis de los días en que vivimos: “Veía —narra ella— muchos ministros del
Señor que se despojaban los unos a los otros; rabiosamente se arrancaban los
paramentos sagrados; veía como eran derrumbados los altares sagrados por los
propios ministros de Dios”.
El 22 de mayo de 1814, mientras rezaba por
el Santo Padre, “lo vi viajando rodeado de lobos que hacían complots para
traicionarlo”. La
visión se repitió los días 2 y 5 de junio. En esta última, narra la vidente: “Vi el sanedrín de lobos que
lo circundaban (al Papa Pío VII, entonces reinante) y dos ángeles que lloraban.
Una santa osadía me inspiro a preguntarles la razón de su tristeza y de su
llanto. Ellos, contemplando la ciudad de Roma con los ojos lleno de compasión,
dijeron lo siguiente: ‘Ciudad miserable, pueblo ingrato, la justicia de Dios te
castigará’”.
“Todo el mundo estaba en caos”
El 16 de enero de 1815, los ángeles le
mostraron a muchos eclesiásticos que “bajo el manto de bien, persiguen a Jesús
Crucificado y Su Santo Evangelio”,
y que “como lobos rabiosos
tramaban derribar de su trono al jefe de la Iglesia”. Entonces ella fue llevada “a ver el cruel estrago
que la Justicia de Dios está por hacer entre aquellos miserables: con sumo
terror, vi que en torno de mi fulguraban los rayos de la Justicia irritada. Vi edificios
cayendo en ruinas. Las ciudades, provincias enteras, todo el mundo estaban en
caos. No se oía otra cosa sino débiles voces implorando misericordia. El número
de muertos era incalculable”.
Pero lo que más le impresiono fue ver a Dios
indignado. En un lugar altísimo y solitario, vio a Dios representado por “un gigante fuerte y
furioso hasta el extremo contra aquellos que Lo perseguían. Sus manos
omnipotentes estaban llenas de rayos y su rostro estaba repleto de indignación:
solo su mirar bastaba para incendiar el mundo entero. No tenía ni santos ni ángeles
que lo circundasen, sino solamente su indignación lo rodeaba por todas partes”.
Tal Vision duro apenas un instante. Según la
Beata Elisabetta, “si hubiese durado un momento más, ciertamente yo habría muerto”. La descripción de más arriba
recuerda la Vision del infierno presentada a Lucia, Francisco y Jacinta.
Entre ambas visiones hay una correlación
profunda. En cuanto a la Beata, Dios le manifestó su justa indignación por las
ofensas que sufre; en Fátima, Nuestra Señora apunto el destino de las almas que
ofenden a Dios y mueren impenitentes.
CONTINUARA…
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