miércoles, 26 de marzo de 2025

SAN LUDGERO, PRIMER OBISPO DE MUNSTER. —26 de marzo.

 


   San Ludgero, originario de Frisia, y de familia ilustre entre las más distinguidas de todo aquel país, nació al mundo por los años de 743. Su padre Triadgrin y su madre Lifeburga, reconociendo en el niño Ludgero particular inclinación a la virtud y bellas disposiciones para las letras, le enviaron a Ulrecht siendo de edad de trece a catorce años para ser educado en la escuela del misionero san Gregorio, discípulo de san Bonifacio, mártir.

 


 Estaba dotado Ludgero de excelente ingenio, de natural dócil, de modales gratos, de un aire apacible, de un corazón noble, y como naturalmente inclinado a todo lo bueno. Con tan felices disposiciones, en poco tiempo hizo admirables progresos en la ciencia de los Santos y en el estudio de las letras humanas. Acompañó a Aluberto cuando fué a consagrarse por obispo a York, y recibió en aquella ciudad el orden de diácono. Empeñado ya más particularmente en el servicio de la Iglesia, aspiró con mayor aliento a la perfección, y se aplicó con nuevo fervor a adquirir las virtudes eclesiásticas y religiosas propias de su estado. Lo consiguió con ventajas; y bien informado Alberico, sucesor de san Gregorio, del extraordinario mérito de nuestro Santo, le envió al país de Over-lsel á renovar la cristiandad de Deventer, que los sajones gentiles habían arruinado después de la muerte de su fundador y primer apóstol san Lebwin. Hizo en poco tiempo san Ludgero cuanto se podía esperar del fervoroso celo de un apostólico misionero; y abolidas las miserables reliquias del paganismo, quedó reparada aquella iglesia.

 


 Fue consagrado Alberico por obispo, y a pesar de la humilde resistencia de Ludgero, a vista de una dignidad respetable a los mismos Ángeles, le ordenó de sacerdote. Le envió luego a Frisia, y apenas entró en ella comenzó a ser su apóstol. Padeció cuantos trabajos suelen padecer los hombres apostólicos cuando se empeñan en desmontar una tierra inculta; pero Dios endulzó sus penosas fatigas con las abundantes bendiciones que derramó sobre ella. En menos de siete años convirtió a la fe de Cristo a aquella nación idólatra; y apenas hubiera quedado gentil en ella, si Witikin, duque de Sajonia, y todavía pagano, no hubiera obligado a nuestro Santo a salir del país durante la cruel persecución que movió contra la Iglesia.

 


 Arrancado Ludgero con indecible dolor de en medio de su rebaño, se fué a consolar en la soledad del santo Monte Casino, y allí desquitó en continuas oraciones y en rigurosas penitencias lo que no le permitía hacer el entredicho de su celo. Oyó el Señor sus apostólicos deseos, porque conquistada por Carlomagno toda la Baja Sajonia, y convertido el Duque a la religión cristiana, salió de su retiro nuestro Santo, animado de nuevo fervor; y cediendo todo, no menos a la eficacia de sus palabras que a la fuerza de sus ejemplos, predicó el Evangelio hasta la embocadura del Weser, en todos los cinco cantones marítimos de Frisia. Triunfante ya en todo aquel país la fe de Jesucristo, fundó un monasterio de monjes Benedictinos que a un mismo tiempo sirviese como de ciudadela y arsenal a la recién nacida Iglesia.

 


 Extendida la fama del copioso fruto que hacia el nuevo apóstol en toda la Westfalia, deseó Hildebaldo, arzobispo de Colonia, elevarle a la dignidad episcopal. Se asustó Ludgero al oír la proposición que se le hizo. Representó, suplicó, se resistió, e hizo cuanto pudo para que en su lugar fuese sublimado a ella un discípulo suyo, cuyas prendas ensalzaba, y a su parecer sin encarecimiento. Pero no fue atendida su repugnancia. Se le obligó a obedecer no menos a la elección del Arzobispo que a la orden del Emperador. Fue consagrado obispo de Mimigerneford, que significa el vado del rio Mimigard, nombre que después se mudó en el de Munster, que quiere decir monasterio de canónigos reglares, porque el Santo fundó en aquel paraje un célebre monasterio, cuya iglesia le sirvió de catedral. Á esta nueva diócesis juntó después los cinco cantones de la Frisia oriental, que el mismo Santo había convertido a la fe. Además de eso fundó otra abadía en la Baja Sajonia, que es la que hasta hoy se llama Claustro de san Ludgero, en el ducado de Brunswick.

 


 La nueva dignidad solo sirvió para aumentar la austeridad de su vida, y para añadir mayor lustre a su virtud. Escogido por pastor de aquellos pueblos, fue padre de todos. Con la dulzura de su genio y con la afabilidad de su trato domesticó los ánimos más intratables y más duros. No hubo quien no se rindiese a sus palabras o a sus ejemplos; y haciéndose todo a todos con una caridad universal, a todos los ganó para Dios.

 Sus rentas eran de los pobres, su mesa era también la mesa de ellos. Llevaba siempre debajo del traje de prelado un áspero cilicio. Eran continuos sus ayunos, y su abstinencia, en medio de los caritativos convites, en que se renovaban los ágapes antiguos, llegaba a ser excesiva.

 


 Una virtud tan sobresaliente no podía estar a cubierto de la envidia y de la murmuración. La frugalidad de su mesa, aquel trato continuo con los pobres, su humildad y su modestia desagradaban mucho a los que siendo muy inferiores a él en la dignidad vivían con mayor suntuosidad y con más fausto. Le desacreditaron con Carlomagno, pintándole como a un hombre de Cortos talentos, que hacia despreciable su carácter. Como aquel gran Príncipe ninguna cosa deseaba con mayor ansia que ver florecer la Religión; y como estaba persuadido de que el ejemplo de los prelados hacia grande impresión en el ánimo y en los corazones de los pueblos, sintió mucho las quejas que le daban de nuestro Santo. Se vio este obligado a pasar a la corte para justificarse. Se hospedó cerca de palacio, y a la mañana siguiente un gentil hombre del Emperador fué á prevenirle que le estaba esperando S. M. I. se hallaba rezando el oficio divino cuando recibió el recado, y queriendo acabarle, se hizo esperar más. Se aprovecharon de este incidente sus émulos para esforzar, y aun para autorizar su acusación. Le preguntó el Emperador cómo había tardado tanto en ponerse en su presencia después de haberle enviado tres recados:

   Señor, respondió el Santo, porque en esto mismo creí que obedecía a V. M.

   —¿Pues cómo? le replicó el emperador.

   —Señor, señor, continuó Ludgero sin turbarse, porque cuando me dieron los recados de V. M. me hallaba rezando el oficio divino; y cuando V. M. me hizo la honra de nombrarme por obispo, me encargó ante todas cosas que prefiriese siempre el servicio de Dios al de los hombres, sin exceptuar la misma sagrada persona de V. M.

 

 Agradó tanto al Emperador esta respuesta, que no quiso permitir se justificase de los demás cargos que le habían hecho; y volviendo a enviarle a su iglesia colmado de honras, le exhortó a que cuidase siempre con el mismo celo a sus ovejas, y prosiguiese con el mismo ardor en el servicio de Dios.

 


 Fructificaron más sus apostólicos trabajos por el don de milagros que le concedió la benignidad del cielo. Le pareció estrecho campo para contentar el afán de su celoso caritativo espíritu de la Sajonia y la Westfalia; y viendo ya desde entonces con luz profética los estragos que algún día habían de hacer en aquellas regiones los normandos de Dinamarca y de la Noruega, se estaba disponiendo para ir a prevenir a los enemigos de la fe, resuello a emprender aquellas nuevas misiones, cuando el Señor, que le veía ya maduro y cargado de merecimientos, quiso premiárselos.

 


 Fue larga y violenta su postrera enfermedad; pero ni por esto disminuyo un punto su fervor. Ningún día dejó de rezar el oficio divino con otras muchas oraciones; y aunque consumido y penetrado de agudísimos dolores, todos los días celebró el santo sacrificio de la misa. El último de su vida, que fue el domingo de Pasión al 25 de marzo, no le pasó ociosamente, ni fue el menos laborioso. Muy de mañana predicó en la iglesia de Coesfeld, y se despidió de su pueblo; desde allí pasó a Billerbeck, distante dos leguas de Coesfeld: dijo misa, y predicó segunda vez, sacrificando a Dios de esta manera las últimas reliquias de su voz y de sus fuerzas; y pronosticando a los que le acompañaban que la noche siguiente moriría, ya no pensó más que en consumar su sacrificio, redoblando el amor a Dios que le abrasaba, y aquella ardiente caridad con el prójimo que siempre le había encendido. En tan santos ejercicios acabó su dichosa vida un poco después de la media noche del día 26 de marzo hacia el año de 809. Fue conducido su santo cuerpo con gran pompa al monasterio de San Salvador de Werden, como él mismo lo había dejado dispuesto, y el Señor continuó en hacerle célebre con muchos milagros.

 

SAN LUDER DEVUELVE LA VISTA A MUCHOS CIEGOS.




Oh Dios,

QUE TE ASOCIÓ CON TUS PASTORES

 SAN LUDGERO,
 
ANIMADO POR BURNING CHARITY

 Y LA FE QUE VENCE AL MUNDO, 

DANOS POR SU INTERCESIÓN, 

PERSEVERAR EN LA CARIDAD Y LA FE,

 PARA PARTICIPAR EN SU GLORIA.

POR NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO,
TU HIJO,

EN LA UNIDAD DEL ESPÍRITU SANTO.
AMÉN




RELICARIO DE SAN LUDGERO


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