lunes, 14 de noviembre de 2022

SAN SERAPIO, DEL ORDEN DE NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED, MARTIR. —14 de noviembre.

 





   Nació el glorioso mártir san Serapio, según la más corriente opinión, en la famosa ciudad de Londres, corte del rey de Inglaterra, año de 1178. Fue su padre Rothlando, llamado de Escocia, por ser su casa originaria de la noble y clara estirpe y familia de los Escotos de dicho reino, y deudo muy propincuo de su rey Guillermo. Su madre, si bien se ignora el nombre como el de su apellido, pero según se colige de lo que las mismas historias refieren, fue de sangre nobilísima, igual y correspondiente en todo a la esclarecida de su esposo. Le impusieron en el bautismo por nombre Serapio, pronóstico y claro indicio de que sería pio, lo que comprobó la experiencia en las heroicas acciones que practicó su gran piedad en todo el curso de su vida, y que desde su niñez e infancia cuidaron sus nobles padres con los actos de devoción, educación y ejemplo imprimir y radicar entre las demás virtudes y loables costumbres en el corazón de su amado y querido hijo.

 

 

   Hallándose aun Serapio en los primeros ardores de su juvenil edad, ya manifestó los puros quilates de su católico celo: pues llegando a sus oídos los lastimosos estragos y raras crueldades que ejecutaban los bárbaros infieles en Palestina, así en los templos de Dios, sus ministros, altares, imágenes, reliquias y demás cosas sagradas, como en las vidas, honras y bienes de los míseros cautivos, dijo a su padre: Señor y padre mío, ¿no sería de grande gloria de Dios de que fuésemos a morir para restaurar los Santos Lugares de Jerusalén? y si bien procuró disuadírselo proponiéndole lo tierno de su edad, sus pocas fuerzas para sufrir las incomodidades de la guerra, y el dolor y pena grande que ocasionaría a su madre el privarse de él en su ausencia; oída su discreta y cristiana réplica, y para suavizar en algún modo su desconsuelo, hubo de condescender a su instancia ofreciéndole partir juntos siempre y cuando llegase la ocasión.

 

   Logró está felizmente el Santo, año de 1190, pasando a la Palestina con su padre, general del ejército de Inglaterra, y su rey Ricardo. Allá asistió al sitio y rendición de Tolemaida y otras muchas plazas, venciendo y triunfando valerosamente de sus enemigos; y en la célebre batalla de Assur dio singulares muestras no solo de su heroico valor, destruyendo y poniendo en precipitada fuga a un sinnúmero de sarracenos y turcos del formidable ejército de Saladino, sí también de su gran piedad, consolando y socorriendo á tanto mísero cautivo que lloraba allí entre aquellos bárbaros su dura esclavitud. Y habiendo en estas y otras gloriosas empresas y piadosos ejercicios empleado algunos años, y muertos sus padres, deseoso de sacrificar su vida en obsequio de la fe, vino con el duque de Austria a España, sirviendo al rey D. Alonso VIII de Castilla en la guerra contra los sarracenos, quienes fueron vencidos y valerosamente sacados de muchas plazas y fuertes de Castilla y Andalucía, nombrándole el rey Alonso, por sus relevantes virtudes y méritos, consejero suyo; con cuyos consejos y dictámenes se prosiguió la guerra hasta quedar del todo humillado el mahometano poder. A impulsos de los mismos deseos de morir por Cristo, volvió otra vez a Palestina, donde batalló con indecible intrepidez y esfuerzo contra el ejército de Conradino, hijo del gran soldán de Egipto y Babilonia, capital enemigo de la santa fe católica.

 



 

   Noticioso después Serapio de la nueva guerra que los reyes don Fernando de Castilla y D. Jaime el I de Aragón intentaron contra los moros, volvió otra vez a España; y aquí, considerando el Santo su partida de Inglaterra, atravesando mares, hollando tormentas, sufriendo desprecios, padeciendo trabajos y peregrinando tantas provincias de la Siria, Palestina, Egipto, Alemania, Italia Francia y España, y entendiendo que el preservarle Dios en tantos riesgos y peligros su vida, que tan ansiosamente había deseado sacrificarla en obsequio de la fe, y el dejarle asimismo libre de los cuidados paternos, y de bienes y honras del mundo, era una prueba de ser su divina voluntad que se retirase del siglo, y entrase en una Religión; con especial ilustración del cielo resolvió abrazar el instituto sagrado y caritativo de redimir cautivos en el Real Orden de la Virgen santísima de la Merced: a cuyo fin enterado de la gran santidad del glorioso san Pedro Nolasco, fundador de aquella, fué a él, pidiéndole con profunda humildad el hábito que vistió en la ciudad de Barcelona con demostraciones de singular alegría, y ternura grande de su corazón, de mano del mismo santo Patriarca. Pasó su noviciado bajo la dirección del V. P. Fr. Bernardo de Corbera, grande dechado de perfección; y concluido por Serapio el año de su probación, en que fue un señalado ejemplo de toda virtud y edificación, hizo la profesión solemne de los tres votos, de castidad, obediencia y pobreza, y el cuarto de quedarse en rehenes por los peligrosos cautivos, con inexplicable devoción y muy especial consuelo de su espíritu.

 

   El olor suave y fragante de las heroicas virtudes en que tanto resplandecía el Santo, hizo que la obediencia presto le destinase y ocupase en diferentes ministerios; y si bien los desempeñó todos, satisfaciendo enteramente a la confianza que de su experiencia y méritos se prometían sus prelados; pero donde parece que más principalmente se explayaron los fervorosos afectos de su amor y caridad, fue en el de recoger las limosnas para el rescate de los cristianos cautivos; pues de manera supo su gran paciencia, aplicación y afabilidad exponer con tal ternura a los fieles las miserias de aquellos pobres, que inclinándolos a piedad y conmiseración les socorrían con larga mano; y aumentándose en breve por este medio los caudales de la redención, era ocasión de que ellas fuesen más frecuentes y copiosas. Era muy grande su santo ejemplo, a cuya dirección y cuidado estuvo el riego de las nuevas y tiernas plantas de la Religión, y con su prudencia, vigilancia, humildad y mansedumbre crecieron y fructificaron tanto, que dieron tan copiosos y abundantes frutos de observancia, oración y santidad, que fueron esplendor hermoso de la Iglesia y ornamento precioso del paraíso.

 



 

   Infestaban de tal forma los mares y costas de Cataluña los moros de Mallorca, que sus habitantes no podían, sin riesgo y peligro evidente de ser presos y cautivos, navegar aquellos mares, ni gozar de alguna paz en sus casas y pueblos; y como para remedio de estos daños y de los continuos estragos que ejecutaban los moros contra los que rendían, inclinase Dios, siempre piadoso de nuestras aflicciones, el ánimo del invicto rey D. Jaime a la conquista de aquella isla; pasó Serapio con él a tan santa expedición, a la felicidad dé la cual fueron sin duda gran parle las humildes súplicas y ruegos fervorosos de Serapio para con Dios: el cual, apenas ganada Mallorca,  deseoso de propagar y dilatar su Religión en Inglaterra, Escocia e Irlanda, pasó a dichos reinos, padeciendo muchos trabajos e incomodidades en sus viajes; y en particular en este, en que siendo preso el navío en que iba por un capitán pirata, fue el Santo grandemente atropellado, de manera que, atado a un palo de fornidos nudos, le azotaron sin piedad alguna; y considerándole ya difunto, fue su cuerpo impíamente arrojado desnudo en un arenal en las costas de Inglaterra; pero dispuso la Providencia divina, que encontrado de unos pescadores, se compadeciesen de él, y cubriesen con una capa sus ensangrentadas carnes, y que llegando a Londres, su patria, fuese prontamente curado, y asistido con hábitos religiosos.

 

 

   Aunque Serapio, por su rara y profunda humildad, procuraba encubrir los preciosos quilates del oro de su mucha virtud, tanto más el Señor disponía que fuese a todos más patente: pues apenas llegado Serapio (como dijimos) a Londres, noticioso de su mucha santidad el rey de Escocia Alejandro, envió por él, para que procurase que un grande rebelde suyo y sus secuaces se redujesen a su obediencia y real servicio; y fue el Santo tan mal recibido de estos, que habiéndole rigorosamente azotado, le dijeron: Dirás a tu rey, que en tus espaldas hallará la respuesta: desacato, que sentido de él agriamente Alejando, juntó numeroso ejército, y los persiguió, hasta quedar vencidos, y tomar de ellos la debida satisfacción y venganza; y quiso Dios, para manifestar claramente la inocencia de Serapio, que el terreno en que derramó la sangre, habiendo sido antes seco é infecundo, quedase después milagrosamente florido, verde y abundante. Le escribió san Pedro Nolasco que se restituyese a España, a fin de sacar del poder del demonio a muchas mujeres cuya vida y tratos eran solamente la torpeza y sensualidad, como lo consiguió: por lo que irritados fuertemente con él los que vivían con ellas escandalosamente, le injuriaron, y diciéndole muchos baldones y dicterios le abofetearon; más la paciencia, constancia y mansedumbre con que en esta ocasión sufrió el Santo tan afrentosos oprobios fueron tales, que después de haberles concedido amorosamente el perdón que por su desatención y delito le pidieron, los redujo también a penitencia de sus culpas, y a que sirviesen en adelante al Señor.

 



 

   Hizo algunas redenciones, y entre estas una en Murcia con su compañero Fr. Pedro de Castellón, redimiendo noventa y ocho cautivos, y en todas fue indecible el incendio de su ardiente caridad que mostraba con los pobres esclavos que no podía redimir, pues a los que juzgaba más necesitados suministraba algún socorro con que pudiesen aliviar de algún modo sus trabajos; a los que no lo eran tanto los animaba a la tolerancia de sus penas y a la conformidad en ellas en el Señor, esperanzándoles la libertad en otra redención, para que así quedasen todos fortalecidos y constantes en la fe católica que profesaban; y a fin de conseguir por todos modos algún alivio a los cautivos, impedido de la compasión y amor que les tenia, se postraba rendido a los pies de los dueños de los mismos esclavos, y rogándolos con sus lágrimas, procuraba con palabras llenas de dulzura y caridad persuadirles alzasen la mano de su rigor contra los pobres y míseros esclavos, que fuesen tratados más blandamente; y era tanta la eficacia y virtud que en estas exhortaciones santas y rendimientos humildes infundía Dios en Serapio, que redujo aquellos corazones obstinados de los moros a que fuesen más compasivos, y no tan duros e inhumanos con los míseros cautivos, logrando estos quedar así en gran parte consolados.

 



 

   Otra redención hizo Serapio en Argel con Fr. Berengario de Bañeres, en la cual el glorioso san Ramón Nonatto, del mismo Real Orden, a quien comunicaba y profesaba Serapio muy estrecha amistad, le anunció, al tiempo de partir, su feliz y deseado martirio. Siendo en ella los redimidos ochenta y siete, y no pudiéndose redimir, por falla de dinero, a algunos cautivos puestos en evidente peligro de renegar, ni pudiendo tolerar el inextinguible fuego de su ardiente caridad, que ardía en su magnánimo pecho, de que aquellas pobrecillas almas, redimidas con el infinito precio de la sangre preciosísima del Salvador, fuesen torpe pasto y víctima a aquellos insolentes bárbaros, discurrió y practicó su grande amor el arbitrio y medio de quedarse en rehenes por ellas; y aquí fue donde enardecido del celo de la honra y gloria de Dios, y del bien y salvación de aquellos infieles, se opuso públicamente a la falsa y abominable seda de Mahoma: por lo que por mandato del bárbaro y tirano rey de Argel fue preso, y puesto en  una hedionda y oscura mazmorra, azotado con crueldad inaudita, y con la misma atado de pies, apaleado en el vientre, entregado después su llagado cuerpo a una dura y pesada cadena, manteniéndole con solo pan de perro y salvado; y viendo el rey la invicta constancia de Serapio, que ni el rigor de tantos y tan crueles tomentos como había padecido, ni las amenazas de los que intentaba ejecutar su furor con el Santo, pudiesen no solo rendirle, pero ni menos atemorizar aquel animoso y valiente corazón del soldado veterano de Cristo; por último resolvió rabioso y airado, que le fuese quitada la vida: á cuyo fin mandó sacarle a la plaza, donde viendo Serapio la aspa, o cruz, en que había de morir, lleno su corazón de un inalterable gozo e inexplicable júbilo, rindió gracias a Dios, en debido reconocimiento del singular beneficio de permitirle sacrificar, a imitación de su santísimo Hijo, la vida en la cruz, y exclamó: Ó dulce y precioso leño, perfecta imagen de aquel en que mi amado Jesús pendió, por ti espero subir a la bienaventuranza; y dichas estas palabras, pasaron a atormentarle cruelísimamente. Desgarraron poco a poco su ya desfigurado cuerpo con acerados garfios y peines de hierro: le introdujeron agudas cañas entre carne y uñas: le cortáron todas las coyunturas y artículos de pies, manos, brazos, piernas y rodillas, añadiendo por último el rigoroso tormento de la rueda o torno, con el cual a violencia de giros le sacaron las tripas, que miraculosamente salieron enteras, y después cortándole la cabeza dio el Santo su espíritu a su Creador el 14 de noviembre del año 1240; y antes del último aliento, dijo: Señor mío, yo os suplico que, por estos tormentos y dolores que gustoso por vuestro amor padezco, tengáis piedad de aquellos que se hallaren afligidos de algún dolor.

 




   Fueron innumerables los prodigios que por intercesión del santo Mártir obró Dios, ya en su vida, como después de muerto. Dos niños resucitó, viviendo: el uno en el navío en que el Santo pasaba a reino de Escocia, a quien su mismo padre, irritado por un descuido que cometió su hijo, le había muerto; otro en Irlanda, hijo de un caballero, quien, resucitado, dijo delante de todo el concurso: Una señora vestida de blanco, con corona de oro en la cabeza y una insignia en el pecho, al modo que la trae Serapio, me ha mandado volviese al mundo.

 


 

   En vista de cuyos prodigios, y por muchos siglos continuada veneración de los fieles al Santo, de las declaraciones y sentencias dadas y promulgadas por los Ordinarios de Gerona y Barcelona sobre su culto inmemorial año de 1718, y de las piadosas súplicas del católico monarca de las Españas Felipe Y (que de Dios goce), ruegos repetidos de diferentes eminentísimos cardenales, instancias continuas de los arzobispos y obispos de España, y peticiones humildes de toda la  Religión mercenaria; la santidad del papa Benedicto XIII con su bula dada en Roma a los 14 de abril de 1728 se dignó aprobar y confirmar dichas sentencias, y declaró el referido culto inmemorial del Santo.

 

AÑO CRISTIANO

POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).

Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.


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