Nació el glorioso mártir san Serapio, según la más corriente
opinión, en la famosa ciudad de Londres, corte del rey de Inglaterra, año de
1178. Fue su padre Rothlando, llamado de Escocia, por ser su casa originaria de
la noble y clara estirpe y familia de los Escotos de dicho reino, y deudo muy
propincuo de su rey Guillermo. Su
madre, si bien se ignora el nombre como el de su apellido, pero según se colige
de lo que las mismas historias refieren, fue de sangre
nobilísima, igual y correspondiente en todo a la esclarecida de su esposo. Le impusieron en el bautismo por
nombre Serapio, pronóstico y claro indicio
de que sería pio, lo que comprobó la experiencia en las heroicas acciones que
practicó su gran piedad en todo el curso de su vida, y que desde su niñez e
infancia cuidaron sus nobles padres con los actos de devoción, educación y
ejemplo imprimir y radicar entre las demás virtudes y loables costumbres en el
corazón de su amado y querido hijo.
Hallándose aun Serapio en los primeros
ardores de su juvenil edad, ya manifestó los puros quilates de su católico
celo: pues llegando a sus oídos los lastimosos estragos y raras crueldades que
ejecutaban los bárbaros infieles en Palestina, así en los templos de Dios, sus
ministros, altares, imágenes, reliquias y demás cosas sagradas, como en las
vidas, honras y bienes de los míseros cautivos, dijo a su padre: Señor y padre mío,
¿no sería de grande gloria de Dios de que fuésemos a morir para restaurar los
Santos Lugares de Jerusalén? y si
bien procuró disuadírselo proponiéndole lo tierno de su edad, sus pocas fuerzas
para sufrir las incomodidades de la guerra, y el dolor y pena grande que
ocasionaría a su madre el privarse de él en su ausencia; oída su discreta y
cristiana réplica, y para suavizar en algún modo su desconsuelo, hubo de
condescender a su instancia ofreciéndole partir juntos siempre y cuando llegase
la ocasión.
Logró está
felizmente el Santo, año de 1190, pasando a la Palestina con su padre, general
del ejército de Inglaterra, y su rey Ricardo. Allá asistió al sitio y rendición
de Tolemaida y otras muchas plazas, venciendo y triunfando valerosamente de sus
enemigos; y en la célebre batalla de Assur dio singulares muestras no solo de
su heroico valor, destruyendo y poniendo en precipitada fuga a un sinnúmero de
sarracenos y turcos del formidable ejército de Saladino, sí también de su gran
piedad, consolando y socorriendo á tanto mísero cautivo que lloraba allí entre
aquellos bárbaros su dura esclavitud. Y habiendo en estas y otras
gloriosas empresas y piadosos ejercicios empleado algunos años, y muertos sus
padres, deseoso de sacrificar su vida en obsequio de la fe, vino con el duque
de Austria a España, sirviendo al rey D. Alonso VIII de Castilla en la guerra
contra los sarracenos, quienes fueron vencidos y valerosamente sacados de
muchas plazas y fuertes de Castilla y Andalucía, nombrándole el rey Alonso, por
sus relevantes virtudes y méritos, consejero suyo; con cuyos consejos y
dictámenes se prosiguió la guerra hasta quedar del todo humillado el mahometano
poder. A impulsos de los mismos deseos de morir por Cristo, volvió otra vez a
Palestina, donde batalló con indecible intrepidez y esfuerzo contra el ejército
de Conradino, hijo del gran soldán de Egipto y Babilonia, capital enemigo de la
santa fe católica.
Noticioso después Serapio de la nueva guerra
que los reyes don Fernando de Castilla y D. Jaime el I de Aragón intentaron
contra los moros, volvió otra vez a España; y aquí, considerando el Santo su
partida de Inglaterra, atravesando mares, hollando tormentas, sufriendo
desprecios, padeciendo trabajos y peregrinando tantas provincias de la Siria,
Palestina, Egipto, Alemania, Italia Francia y España, y entendiendo que el
preservarle Dios en tantos riesgos y peligros su vida, que tan ansiosamente había
deseado sacrificarla en obsequio de la fe, y el dejarle asimismo libre de los
cuidados paternos, y de bienes y honras del mundo, era una prueba de ser su
divina voluntad que se retirase del siglo, y entrase en
una Religión; con especial ilustración del cielo resolvió abrazar el instituto
sagrado y caritativo de redimir cautivos en el Real Orden de la Virgen
santísima de la Merced: a cuyo fin enterado de la gran santidad del glorioso
san Pedro Nolasco, fundador de aquella, fué a él, pidiéndole con profunda
humildad el hábito que vistió en la ciudad de Barcelona con demostraciones de
singular alegría, y ternura grande de su corazón, de mano del mismo santo
Patriarca. Pasó su noviciado bajo la dirección del V. P. Fr. Bernardo de
Corbera, grande dechado de perfección; y concluido por Serapio el año de su
probación, en que fue un señalado ejemplo de toda virtud y edificación, hizo la profesión solemne de los tres votos, de castidad,
obediencia y pobreza, y el cuarto de quedarse en rehenes por los peligrosos
cautivos, con inexplicable devoción y muy especial consuelo de su espíritu.
El olor suave y fragante de las heroicas
virtudes en que tanto resplandecía el Santo, hizo que la obediencia presto le
destinase y ocupase en diferentes ministerios; y si bien los desempeñó todos,
satisfaciendo enteramente a la confianza que de su experiencia y méritos se prometían
sus prelados; pero donde parece que más principalmente se explayaron los
fervorosos afectos de su amor y caridad, fue en el de recoger las limosnas para
el rescate de los cristianos cautivos; pues de manera supo su gran paciencia, aplicación
y afabilidad exponer con tal ternura a los fieles las miserias de aquellos
pobres, que inclinándolos a piedad y conmiseración les socorrían con larga
mano; y aumentándose en breve por este medio los caudales de la redención, era
ocasión de que ellas fuesen más frecuentes y copiosas. Era muy grande su santo
ejemplo, a cuya dirección y cuidado estuvo el riego de las nuevas y tiernas
plantas de la Religión, y con su prudencia, vigilancia, humildad y mansedumbre
crecieron y fructificaron tanto, que dieron tan copiosos y abundantes frutos de
observancia, oración y santidad, que fueron esplendor hermoso de la Iglesia y
ornamento precioso del paraíso.
Infestaban de tal forma los mares y costas
de Cataluña los moros de Mallorca, que sus habitantes no podían, sin riesgo y
peligro evidente de ser presos y cautivos, navegar aquellos mares, ni gozar de
alguna paz en sus casas y pueblos; y como para remedio de estos daños y de los
continuos estragos que ejecutaban los moros contra los que rendían, inclinase
Dios, siempre piadoso de nuestras aflicciones, el ánimo del invicto rey D.
Jaime a la conquista de aquella isla; pasó Serapio con él a tan santa
expedición, a la felicidad dé la cual fueron sin duda gran parle las humildes
súplicas y ruegos fervorosos de Serapio para con Dios: el cual, apenas ganada
Mallorca, deseoso de propagar y dilatar
su Religión en Inglaterra, Escocia e Irlanda, pasó a dichos reinos, padeciendo
muchos trabajos e incomodidades en sus viajes; y en particular en este, en que
siendo preso el navío en que iba por un capitán pirata, fue el Santo grandemente
atropellado, de manera que, atado a un palo de fornidos nudos, le azotaron sin
piedad alguna; y considerándole ya difunto, fue su cuerpo impíamente arrojado desnudo
en un arenal en las costas de Inglaterra; pero dispuso la Providencia divina,
que encontrado de unos pescadores, se compadeciesen de él, y cubriesen con una
capa sus ensangrentadas carnes, y que llegando a Londres, su patria, fuese
prontamente curado, y asistido con hábitos religiosos.
Aunque Serapio, por su rara y profunda
humildad, procuraba encubrir los preciosos quilates del oro de su mucha virtud,
tanto más el Señor disponía que fuese a todos más patente: pues apenas llegado
Serapio (como dijimos) a Londres, noticioso de su mucha santidad el rey de
Escocia Alejandro, envió por él, para que procurase que un grande rebelde suyo
y sus secuaces se redujesen a su obediencia y real servicio; y fue el Santo tan
mal recibido de estos, que habiéndole rigorosamente azotado, le dijeron: Dirás a tu rey,
que en tus espaldas hallará la respuesta: desacato, que sentido de él
agriamente Alejando, juntó numeroso ejército, y los persiguió, hasta quedar
vencidos, y tomar de ellos la debida satisfacción y venganza; y quiso Dios, para manifestar claramente la inocencia de
Serapio, que el terreno en que derramó la sangre, habiendo sido antes seco é
infecundo, quedase después milagrosamente florido, verde y abundante. Le
escribió san Pedro Nolasco que se restituyese a España, a fin de sacar del
poder del demonio a muchas mujeres cuya vida y tratos eran solamente la torpeza
y sensualidad, como lo consiguió: por lo que irritados fuertemente con él los
que vivían con ellas escandalosamente, le injuriaron, y diciéndole muchos
baldones y dicterios le abofetearon; más la paciencia, constancia y mansedumbre
con que en esta ocasión sufrió el Santo tan afrentosos oprobios fueron tales,
que después de haberles concedido amorosamente el perdón que por su desatención
y delito le pidieron, los redujo también a penitencia de sus culpas, y a que
sirviesen en adelante al Señor.
Hizo algunas redenciones, y
entre estas una en Murcia con su compañero Fr. Pedro de Castellón, redimiendo noventa
y ocho cautivos, y en todas fue indecible el incendio de su ardiente caridad
que mostraba con los pobres esclavos que no podía redimir, pues a los que juzgaba
más necesitados suministraba algún socorro con que pudiesen aliviar de algún
modo sus trabajos; a los que no lo eran tanto los animaba a la tolerancia de
sus penas y a la conformidad en ellas en el Señor, esperanzándoles la libertad
en otra redención, para que así quedasen todos fortalecidos y constantes en la
fe católica que profesaban; y a fin de conseguir por todos modos algún alivio a
los cautivos, impedido de la compasión y amor que les tenia, se postraba
rendido a los pies de los dueños de los mismos esclavos, y rogándolos con sus
lágrimas, procuraba con palabras llenas de dulzura y caridad persuadirles
alzasen la mano de su rigor contra los pobres y míseros esclavos, que fuesen
tratados más blandamente; y era tanta la eficacia y virtud que en estas
exhortaciones santas y rendimientos humildes infundía Dios en Serapio, que
redujo aquellos corazones obstinados de los moros a que fuesen más compasivos,
y no tan duros e inhumanos con los míseros cautivos, logrando estos quedar así
en gran parte consolados.
Otra redención hizo Serapio en Argel con Fr.
Berengario de Bañeres, en la cual el glorioso san Ramón Nonatto, del mismo Real
Orden, a quien comunicaba y profesaba Serapio muy estrecha amistad, le anunció,
al tiempo de partir, su feliz y deseado martirio. Siendo
en ella los redimidos ochenta y siete, y no pudiéndose
redimir, por falla de dinero, a algunos cautivos puestos en evidente peligro de
renegar, ni pudiendo tolerar el inextinguible fuego de su ardiente caridad, que
ardía en su magnánimo pecho, de que aquellas pobrecillas almas, redimidas con
el infinito precio de la sangre preciosísima del Salvador, fuesen torpe pasto y
víctima a aquellos insolentes bárbaros, discurrió y practicó su grande amor el
arbitrio y medio de quedarse en rehenes por ellas; y aquí fue donde enardecido
del celo de la honra y gloria de Dios, y del bien y salvación de aquellos
infieles, se opuso públicamente a la falsa y abominable seda de Mahoma: por lo
que por mandato del bárbaro y tirano rey de Argel fue preso, y puesto en una hedionda y oscura mazmorra, azotado con
crueldad inaudita, y con la misma atado de pies, apaleado en el vientre,
entregado después su llagado cuerpo a una dura y pesada cadena, manteniéndole con
solo pan de perro y salvado; y viendo el rey la invicta constancia de Serapio,
que ni el rigor de tantos y tan crueles tomentos como había padecido, ni las
amenazas de los que intentaba ejecutar su furor con el Santo, pudiesen no solo
rendirle, pero ni menos atemorizar aquel animoso y valiente corazón del soldado
veterano de Cristo; por último resolvió rabioso y airado, que le fuese quitada
la vida: á cuyo fin mandó sacarle a la plaza, donde viendo Serapio la aspa, o
cruz, en que había de morir, lleno su corazón de un inalterable gozo e inexplicable
júbilo, rindió gracias a Dios, en debido reconocimiento del singular beneficio
de permitirle sacrificar, a imitación de su santísimo Hijo, la vida en la cruz,
y exclamó: Ó dulce y precioso
leño, perfecta imagen de aquel en que mi amado Jesús pendió, por ti espero subir
a la bienaventuranza; y
dichas estas palabras, pasaron a atormentarle cruelísimamente. Desgarraron poco
a poco su ya desfigurado cuerpo con acerados garfios y peines de hierro: le introdujeron
agudas cañas entre carne y uñas: le cortáron todas las coyunturas y artículos
de pies, manos, brazos, piernas y rodillas, añadiendo por último el rigoroso
tormento de la rueda o torno, con el cual a violencia de giros le sacaron las
tripas, que miraculosamente salieron enteras, y después cortándole la cabeza
dio el Santo su espíritu a su Creador el 14 de noviembre del año 1240; y antes
del último aliento, dijo: Señor mío, yo os
suplico que, por estos tormentos y dolores que gustoso por vuestro amor
padezco, tengáis piedad de aquellos que se hallaren afligidos de algún dolor.
Fueron innumerables los prodigios que por
intercesión del santo Mártir obró Dios, ya en su vida, como después de muerto.
Dos niños resucitó, viviendo: el uno en el navío en que el Santo pasaba a reino
de Escocia, a quien su mismo padre, irritado por un descuido que cometió su
hijo, le había muerto; otro en Irlanda, hijo de un caballero, quien, resucitado,
dijo delante de todo el concurso: Una señora vestida de blanco, con corona de oro en la cabeza
y una insignia en el pecho, al modo que la trae Serapio, me ha mandado volviese
al mundo.
En vista de cuyos prodigios, y por muchos
siglos continuada veneración de los fieles al Santo, de las declaraciones y
sentencias dadas y promulgadas por los Ordinarios de Gerona y Barcelona sobre
su culto inmemorial año de 1718, y de las piadosas súplicas del católico monarca
de las Españas Felipe Y (que de Dios goce), ruegos repetidos de diferentes
eminentísimos cardenales, instancias continuas de los arzobispos y obispos de
España, y peticiones humildes de toda la
Religión mercenaria; la santidad del papa Benedicto XIII con su bula dada
en Roma a los 14 de abril de 1728 se dignó aprobar y confirmar dichas sentencias,
y declaró el referido culto inmemorial del Santo.
AÑO
CRISTIANO
POR
EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).
Traducido
del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.
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