Con haber sido tan ilustre en la Iglesia primitiva el glorioso
protomártir san Esteban, estuvo su santo cuerpo largo tiempo escondido, hasta
que el Señor se dignó revelarlo en tiempo de los emperadores Honorio y Teodosio
el Menor su sobrino, el año 415 de nuestra salud.
Se hizo esta revelación a Luciano
presbítero,
el cual refiere todo lo que en ella pasó en una carta escrita en griego, donde
dice: “Que estando él durmiendo
en un lugar del bautisterio, donde solía dormir para mejor guardar la iglesia y
ocurrir presto a las necesidades de los fieles de su parroquia, despertó viendo
un súbito resplandor, y le apareció un venerable anciano en traje de sacerdote,
el cual le mandó que buscase los cuerpos santos, que estaban en cierta heredad
de aquella aldea, y los colocase en otro lugar más decente. Preguntó Luciano al
venerable viejo quién era, y cuyos eran aquellos cuerpos. Y él respondió que
era Gremaliel, el que había enseñado a san Pablo apóstol de Jesucristo, y que
el que estaba en el monumento con él a la parte de Oriente era el bendito
mártir san Esteban, que fue apedreado de los judíos, cuyo cuerpo él había hecho
recoger y enterrar en aquella heredad suya, y que en otro lucillo y sepulcro
estaba el cuerpo de Nicodemus, al cual, por ser discípulo de Cristo, los judíos
habían anatematizado y desterrado de la ciudad, y él le había recogido en su
casa y dado todo lo que había menester todo el tiempo que vivió, y después de
muerto le sepultó honoríficamente junto a san Esteban”.
Con las señas que recibió del santo anciano Gamaliel,
fue Luciano a Jerusalén
a dar cuenta de todo al obispo; el cual dio orden que se buscasen los santos
cuerpos en el lugar señalado; y en efecto, cavando en él, hallaron tres
sepulcros en cuyas piedras se leía en letras siríacas: Esteban, Nicodemus, Gamaliel. Divulgándose
luego esta noticia, vino el obispo de Jerusalén, llamado Juan,
acompañado de Eleuterio, obispo de Sebaste, y otro Eleuterio, obispo de Jericó,
y del clero y gran muchedumbre de fieles;
y abriendo el sepulcro donde estaba el cuerpo del
glorioso san Esteban, comenzó a temblar la tierra y salir un suavísimo olor y
fragancia celestial de aquel sagrado cuerpo, tan extremada que a los que
presentes se hallaban les parecía estar en el paraíso. Dieron todos
voces de alabanza a Dios, y más cuando por la virtud de aquellas sagradas
reliquias sanaron setenta y tres enfermos de varias dolencias.
Trasladaron los santos cuerpos en
solemnísima procesión a Jerusalén, donde fueron colocados en preciosas urnas; hasta que Teodosio el Joven quiso que el de san Esteban
pasase a Constantinopla; y poco después el papa Gelasio I lo hizo trasladar a
Roma y depositar en la basílica edificada con nombre de san Lorenzo.
Reflexión:
El sapientísimo doctor de la Iglesia san Agustín
hacía en sus sermones mención honorífica de esta maravillosa invención del
cuerpo de san Esteban, y de los milagros sin cuento con que quiso el Señor
glorificar a su protomártir, no solo en Jerusalén, sino en todas partes, a
donde se llevaba alguna parte de sus preciosas reliquias. Donde se ve con
cuánta razón celebra la Iglesia católica el descubrimiento de este gran tesoro,
para hacernos dignos de las mercedes que podemos alcanzar por los méritos del
Santo.
Oración:
Concédenos,
Señor, la gracia de imitar al santo cuya fiesta celebramos, para que aprendamos
por su ejemplo, a amar también a nuestros enemigos, ya que celebramos la
Invención de aquel santo que supo rogar por sus mismos perseguidores a
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
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