El que
mucho cultiva, mucho cosechará.
(San
Pablo).
San Pedro Fourier Nació en
Lorena (Francia) en 1565.
Habiendo terminado brillantemente sus
estudios en la Universidad, ingresó en la comunidad de
canónigos regulares de San Agustín y allá fue ordenado sacerdote. Como
se sentía indigno de celebrar la Santa Misa, pasó tres
meses sin hacer la celebración de su primera misa, preparándose para ello.
Le dieron a elegir entre tres parroquias,
para que dijera de cuál quería ser párroco. Él escogió
la más abandonada, la que más problemas tenía, y la que más estaba necesitando
de un trabajo fuerte y constante. Era un pueblecito de los Vosgos que
estaba lleno de protestantes calvinistas y donde la moralidad estaba por el
suelo. Allí trabajó durante treinta años. Aún hoy, cuando allí hablan de San
Pedro Fourier. lo llaman “el buen padre Pedro”.
Lo primero que hizo para lograr convertir
aquellas gentes fue dedicarse a orar, y a sacrificarse por ellas. Recordaba lo
que decía Jesús: “ciertos
malos espíritus no se alejan sino con la oración y los sacrificios”. Aún en el más crudo invierno no encendía fuego
para calentarse, y la estufa que iba a calentar el ambiente no se encendía sino
cuando llegaban visitantes muy friolentos.
Las otras dos armas
con las cuales se propuso ganar las almas de aquellos pecadores fueron la
limosna y el buen ejemplo. Quería cumplir aquel mandato del Señor que
dice: “De tal
manera luzca ante los demás la luz de vuestro buen ejemplo, que, al ver
vuestras buenas obras, glorifiquen al Padre Celestial”. Y en cuanto a las
limosnas los necesitados encontraban siempre dispuesto al Padre Pedro a darles
alguna ayuda, siempre acompañada de buenos consejos que les sirvieran también
para la salvación de su alma.
En su parroquia existían numerosas personas
que habían tenido bienes de fortuna, pero por un mal negocio o un incendio o
una enfermedad o un robo, etc., habían quedado en gran pobreza. Para ellos fundó nuestro santo una caja de Mutua Ayuda, en la cual
depositaba las contribuciones que las gentes le hacían, y de allí iba sacando
para prestar a quienes habían quedado en la ruina. Lo único que les
exigía era que, si un día lograban volver a tener otra vez los bienes
suficientes, devolvieran lo que se les había prestado. Así muchas familias que
no se atrevían mendigar, fueron socorridas a tiempo sin ser humilladas. La Caja progresó notablemente.
En el convencimiento de que para poder hacer
apostolado sin desanimarse ni desorientarse es necesario asociarse con algún
grupo apostólico donde encontrar estímulo, guía, corrección y compañía. Por eso
fundó en su parroquia tres asociaciones apostólicas: la
de San Sebastián, para hombres, la del Rosario para
señoras y la de la Inmaculada para señoritas. Hacía una reunión semanal para
cada grupo por separado y allí organizaba los trabajos de apostolado y se
animaban unos a otros para seguir adelante.
Vio en la educación cristiana el remedio para muchos de los
desórdenes existentes entre los pobres y la clase trabajadora. Trató de
fundar en su parroquia una escuela gratuita, pero se encontró con que los
sacerdotes no aceptaban dar clases en primaria y a los padres de familia si
eran pobres, no les interesaba que sus hijos estudiaran, y los maestros que
encontraba no tenían vocación para ello. Total: fracasó
totalmente en su intento. El mismo lo reconoció humildemente. El terreno
todavía no estaba abonado para tan grande cosecha. Solamente cuando La Salle un
siglo después se dedique a preparar maestros totalmente entusiasmados por la
educación, logrará llenar la nación de casas de educación.
Habiendo fracasado en cuanto a escuelas para
los niños, el santo se propuso hacer una fundación
para las niñas. Pero amaestrado por la amarga experiencia anterior, se
propuso preparar antes muy bien a las profesoras. Reunió
cuatro muchachas (dirigidas por la beata Alicia, que fue la cofundadora
de su comunidad) y empezó a darles a cada día una hora
de clase de pedagogía y de técnicas para enseñar a la juventud. Luego
las fue enviando a dar clases a grupos de jovencitas, y pronto ya pudo fundar con ellas la Comunidad de Hermanas de San
Agustín, que fue aprobada en 1616 por el Sumo Pontífice. Los expertos en
Roma decían que el Padre Pedro había obtenido en seis meses una aprobación que
otras comunidades sólo habían conseguido en treinta años. Pero es que se hizo
apoyar por unos padres jesuitas muy importantes y por varios padres franceses
muy estimados en el Vaticano, y además su congregación había dado muestras del
gran bien que se consigue educando a la juventud.
Puso en práctica varios métodos educativos
que después otros famosos educadores católicos popularizarán por todas partes.
Lo primero: hacer que la educación fuera práctica. Que
no se redujera sólo a aprender cuestiones teóricas, sino que enseñara a la
juventud muchas cosas que en la vida práctica de cada día iban a ser
necesarias. Y así le dio gran importancia a la contabilidad, tanto que sus
colegios eran verdaderamente unos secretariados comerciales, donde las jóvenes
se familiarizaban con todo lo que les iba a servir para ser después unas
eficientes secretarias y unas hábiles contadoras. También se les enseñaban artes prácticas como bordado,
pastelería, dibujo artístico, etc.
Otro de sus métodos nuevos, fue el de
enseñar por medio de la declamación. Como lo hará más tarde San Juan Bosco,
preparaba dramas, sainetes, comedias, diálogos y recitales, donde mientras se
hacía reír y se emocionaba a los oyentes, se iban enseñando verdades de la
religión y de otras ciencias. Los domingos por la tarde daban sus alumnas
representaciones muy amenas e instructivas para el pueblo, con notable
asistencia. Era un modo de valerse del teatro para enseñar y hacer progresar. Y
el mismo tener que declamar en público les daba a las jóvenes mayor facilidad
para expresarse en reuniones de sociedad, y obtenían más habilidad para ser
buenas maestras.
Su parroquia
estaba infestada de calvinistas y evangélicos, lo cual era un serio peligro
para los católicos. Lo primero que se propuso el santo fue instruir a sus feligreses acerca de los errores y
herejías que enseñan los protestantes, para que no se dejaran engañar por
ellos. Luego fue insistiendo en que el
católico por pertenecer a la verdadera religión, debe tener un comportamiento
mejor que el de los demás. Y a los protestantes les
recordaba cuán bueno y provechoso es pertenecer a la Santa Iglesia Católica. Los
feligreses de su parroquia comentaban: “el Padre Pedro ha logrado más en cuanto a los
protestantes en varios meses, que lo que habían logrado los otros sacerdotes en
30 años”.
En 1622 fue nombrado superior de su
comunidad de Canónigos de San Agustín, y al tomar posesión de su alto cargo
dijo: “Así
como Jesucristo se entrega a nosotros en la Sagrada Comunión, sin esperar pago
alguno, y buscando solamente el bien de los que la reciben, así me dedicaré
desde este día a todos los que pertenecen a nuestra comunidad, no para obtener
algún honor, o ventaja alguna, sino pensando solamente en la salvación de las
almas”. Programa verdaderamente
digno de ser imitado, por todos los superiores en todas partes.
En su nuevo cargo se dedicó con todas sus
fuerzas a mejorar el comportamiento de los socios de su comunidad, la cual
había caído en bastante descuido en cuanto al cumplimiento de los reglamentos.
Al principio encontró resistencia, pero poco a poco
fue logrando que los canónigos de San Agustín empezaran a ser verdaderamente
fervorosos.
En 1636 el gobierno de
Francia quiso exigirle que hiciera un juramento que iba contra su conciencia.
En vez de jurar prefirió salir desterrado. Los
últimos cuatro años de su vida los pasó en el destierro, enseñando en una
escuela gratuita que él mismo había fundado.
Dios lo llamó a Sí el 9
de diciembre de 1640. El Sumo Pontífice lo declaró santo en 1897. El santuario
donde están sus restos es visitado por numerosas peregrinaciones y su comunidad
logró extenderse por varios países.


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