—En Toledo de España, la fiesta de santa Leocadia, Virgen y mártir, la que, habiendo sufrido una dura cárcel en la persecución del emperador Diocleciano, por orden de Daciano, prefecto de las Españas, y habiendo sabido los crueles tormentos de santa Eulalia y de los otros mártires, se puso de rodillas en oración, y murió sin mancilla.
—En Cartago, san Restituto, obispo y mártir, en cuya fiesta predicó san Agustín un sermón al pueblo en elogio del santo.
—En Limoges de Francia, santa Valeria, virgen y Mártir, se convirtió a Jesucristo por la predicación del obispo san Marcial. Floreció en Limoges a mediados del siglo III, y resplandeció en todas las Galias la luz de sus virtudes. Se cree que murió en su misma patria durante la persecución del emperador Decio, llevando al cielo la doble corona de la virginidad y del martirio.
—En Verona, san Próculo, obispo y confesor, fué el cuarto obispo de la ciudad de Verona. Cuando se encendió en Italia la persecución excitada por el emperador Diocleciano, Próculo, que deseaba dar a su rebaño un ilustre testimonio del espíritu que le animaba, se fué a la cárcel donde estaban detenidos los santos mártires Firmo y Rústico, y allí confesó con ellos el nombre de Jesucristo. A pesar de esto no pudo conseguir la satisfacción de sus deseos, y entonces emprendió un viaje a Jerusalén para visitar y adorar los lugares de nuestra redención. Se sujetó con esta ocasión a grandes penalidades y mortificaciones, y habiendo después vuelto a Verona, edificado a sus ovejas y obrado muchas maravillas, murió santamente por los primeros años del siglo IV. En su última vejez se conocían aún en sus carnes las señales de los tormentos que había padecido por la fe durante la sobredicha persecución.

Santos Firmo y Rústico. San Próculo sentado.
—En Pavía,
san Siro, primer
obispo de aquella ciudad. El apóstol san Pedro, de quien recibió la luz de la
fe, el bautismo y la consagración de obispo, le envió a Pavía, cuya iglesia
engendró en Jesucristo. Convirtió aquel pueblo a la verdad, ilustró con su
predicación muchas otras ciudades de Italia, y por todas partes confirmó con
milagros las doctrinas que enseñó. Su vida fué la de un apóstol, y su muerte de
un santo, volando al seno de Dios el año 112. Entre otros de los milagros que
de él se refieren, dícese que un día, estando distribuyendo al pueblo el pan eucarístico,
se llegó a él un judío y se burló del sagrado misterio, y el santo tuvo luego
que curarle del castigo que le impuso el Señor por aquella profanación, de la cual,
admirados los circunstantes, muchos abrazaron la religión.
—En la Limaña de Auvernia, san Nectario, confesor.
—En Vannes, san Budock, obispo.
—Cerca de Sion en los Alpes, san Martiniano y sus Compañeros mártires, de quienes hay una iglesia parroquial en Tarín.
—También en África, san Pedro, san Suceso, san Basiano, san Primitivo y otros veinte mártires.
—En Perigueux de Francia, san Cipriano, abad, varón de admirable santidad. Se consagró desde su juventud al servicio de Dios, y tomó el hábito en un monasterio cuyo abad se llamaba Saval y que vivía en él desde el tiempo de Clotario I. Después de haberse perfeccionado Cipriano en todos los ejercicios de la vida cenobítica se retiró a un desierto junto a Dordoña. Allí construyó una ermita que dio origen a un pueblo, que en el día se llama aún el pueblo de San Cipriano. Murió a fines del siglo VI, y el Señor, según san Gregorio de Tours, obró muchos milagros por su intercesión.
—En Gray, diócesis de Besanzon, el venerable Pedro Furrier, canónigo reglar, cura de Mattaincourt, en la Lorena.
—San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada María Virgen de Guadalupe, en la colina de Tepeyac, en la ciudad de México, en donde se le había aparecido la Madre de Dios (1548).
POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).
Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.









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