viernes, 17 de octubre de 2025

SANTA MARGARITA MARÍA ALACOQUE. —Religiosa Salesa, Virgen (1647-1690).

 


   Antes del nacimiento de esta Santa, hubo en la Iglesia muchas almas devotas del Sagrado Corazón de Jesús. Desde San Anselmo, Santa Matilde y Santa Gertrudis hasta San Juan Eudes, el gran precursor de Santa Margarita María, infinidad de santos se distinguieron por esta devoción; así consta en las actas pontificias anteriores a las revelaciones de la Santa. Pero no es menos cierto que las revelaciones y los hechos maravillosos de Paray-le-Monial fueron los que determinaron a la autoridad eclesiástica a promover y reglamentar el culto al Sagrado Corazón, en forma tal que a partir del siglo XVIII y sobre todo en los años que llevamos del XX, ha adquirido, a pesar de muchos obstáculos, un desarrollo verdaderamente asombroso.

   La familia Alacoque era oriunda de Charolais. Se hallaba a mediados del siglo XVII diseminada por toda la comarca, y contaba entre sus miembros, agricultores, notarios, sacerdotes y comerciantes. Como muchas otras de su categoría, tenía esta familia su escudo de armas de oro en el que presidía un gallo en campo de gules, rematado por un león.

   En 1639 Claudio Alacoque, notario real y juez ordinario de la señoría de Terreau, casó con Filiberta Lamyn, hija de Francisco Lamyn, notario real de San Pedro el Viejo, cerca de Macón. Ocho años más tarde, el 22 de julio de 1647, nacía Margarita, quinto vástago de aquel matrimonio. Claudio vivía en la ciudad de Lauthecourt, en la actual diócesis de Autún. La casa está habitada hoy día por las Hermanas de San Francisco de Asís de Lyon y la habitación en que nació la Santa es la actual capilla.

   La niña fué bautizada el 25 de julio con el nombre de Margarita. Fue padrino Antonio Alacoque, cura de Verosvres, primo hermano del padre de la niña; y madrina, Margarita de Saint-Amour, esposa de Claudio de Fautrieres, señor de Corcheval y diputado por la Nobleza en los estados de Charolain.

   La madrina, que profesaba gran cariño a su ahijada, se la llevó al castillo de Corcheval, donde la tuvo tres años (1652-1655). El horror de todo pecado y una inconsciente inclinación a la pureza de alma se manifestaron muy pronto en Margarita, en forma tal que años más tarde escribió ella misma hablando de este período de su vida: «Sin saber cómo ni por qué, me sentía continuamente como obligada a repetir estas palabras: «Dios mío, os consagro mi pureza y os hago voto de perpetua castidad».

   Tenía ocho años cuando perdió a su padre. Su madre la puso entonces interna con las monjas Clarisas Urbanistas de Charolles.


PRIMEROS SUFRIMIENTOS

 

   Como estaba ya admirablemente instruida en las verdades de la religión, le permitieron recibir la primera comunión a los nueve años.

   —«Después de esta comunión — escribe—, sentí tal amargor en todas las diversiones que, aunque las buscaba con pueril ansiedad, ya nunca pude encontrar en ellas gusto ni placer».

Inteligente y buena en sumo grado, pronto se ganó las simpatías y amistad de la comunidad. Su candor infantil, santificado por la gracia, la impulsaba a la imitación de los actos de virtud que presenciaba, y en su sencillez, imaginándose que basta meterse en un convento para ser santa, soñaba con quedarse para siempre con las Clarisas de Charolles. Pero Jesús había dispuesto las cosas de otra manera.

   Principió por iniciarla en el misterio del sufrimiento. Una enfermedad — reumatismo o parálisis— la acometió en 1657 y durante cuatro años la retuvo en el lecho de dolor.

   —«Los huesos — dice— me perforaban la piel por todas partes». La enfermita tuvo que volver a la casa materna. Para verse libre de la enfermedad, hizo una promesa a la Santísima Virgen: —«Sería una de sus hijas si recobraba la salud». Durante estos años de sufrimiento, la Virgen ocupó en el alma de la niña un lugar especialísimo.

   Se acercaba la hora en que la Divina Auxiliadora debía proteger de manera singularísima a su devota hija. Por aquella época, Margarita sufrió una crisis moral. La alegría de haber recobrado la salud, por una parte, y, por otra, su ardiente temperamento, la impulsaban a darse «buena vida».

   Sin preocuparse de cumplir las promesas hechas durante la enfermedad, volvió al regazo materno, ansiosa de gozar las ternuras del hogar. Juan, su hermano mayor, entonces de veinte años, era procurador de Verosvres.

   Pero la Providencia, que la predestinaba para ser una gran santa, permitió que cayeran sobre el corazón de la joven penas mucho más fuertes y punzantes que las padecidas hasta entonces.

   La señora viuda de Alacoque, incapaz de llevar los asuntos de la familia, delegó su autoridad y la dirección de la casa en miembros de la familia de su difunto marido; es, a saber, en su suegra, en sus cuñados, en una tía paterna y hasta en una antigua y perversa criada, los cuales, juntos y por separado, hicieron sufrir a Margarita la más cruel e insoportable tiranía. Bastaba que se alejara para ir a la iglesia de Verosvres, distante apenas ochocientos metros de la casa materna, para que se le echase en cara tal proceder con malévolas sospechas; y hubiera permanecido sin comer días enteros si algunas pobres y generosas almas del pueblo no le hubiesen dado por compasión y al anochecer un poco de leche o fruta. Apenas osaba la joven alargar la mano para tomar un pedazo de pan de su propia mesa.

   Siempre expiada, y siempre víctima de las más ruines e infundadas sospechas, trabajando como una criada cualquiera y sin otro consuelo que los silenciosos besos de su madre, llegó Margarita en un momento dado a temer por la vida de ésta, pues carecía de toda clase de cuidados y atenciones en su propia morada. Y aun tendrá más tarde el heroísmo de llamar a estas terribles «furias», «bienhechoras de su alma».

   Por una gracia especialísima, Jesús le dio a entender la felicidad que nos puede traer el sufrimiento, y Margarita lo saboreó a placer, llegando hasta a privarse del consuelo de manifestar tales penas a su madre.

 


EN EL MONASTERIO DE PARAY-LE-MONIAL

 

   Era ya una mujer Margarita, iba a entrar en los diecinueve años, y, sin ser precisamente acaudalada heredera, le permitía su legítima aspirar a vida muy desahogada e independiente. Por otra parte, no carecía de belleza física, y la había dotado el cielo de carácter afable y simpático. Su propia madre le había propuesto varios y ventajosos partidos, con la ilusión de vivir a su lado y librarse de la odiosa persecución de que era víctima por parte de la familia de su difunto esposo.

   Margarita deseaba compartir y enjugar las lágrimas de la infeliz madre, pero en este caso, ¿qué iba a ser de la promesa hecha durante su enfermedad? Deseoso el demonio de triunfar de aquella voluntad vacilante, le tendió un lazo de falsa humildad.

   «¿Cómo — le dijo— por orgullosa elección te atreves a aspirar a la vida del claustro, e incapaz de vivir en estado tan santo, osas exponerte a la condenación eterna con el fútil motivo de una promesa que hiciste con sobrada ingenuidad a los catorce años? ¿Sabías acaso a qué te comprometías?... ¿No? Pues, en ese caso, el voto fué nulo».

   La propia Margarita nos cuenta con gran sencillez estas acometidas del maligno espíritu, anotando el proceso de las mismas con atinadas observaciones psicológicas. En las noches de los días pasados en vanas distracciones, al hallarse sola, se le aparece Jesús, entre los tormentos de la flagelación; le revela la íntima belleza de las tres virtudes de pobreza, castidad y obediencia; y le inspira un gran deseo de mortificación con la idea purísima de que aquellas virtudes se deben practicar por amor y por obediencia. Lo entiende perfectamente la Santa. Por el momento siente que ha de llegar al amor divino por el amor a los pobres; acrecienta las limosnas, se gana la confianza de los niños y obreros, a quienes reúne en su propia casa, afrontando con valor los reproches de su abuela y de su tía. Pero los niños son por naturaleza revoltosos. Se murmura en la casa contra ella y Margarita se ve obligada a abandonarla junto con los bullangueros muchachos. En su pensar, es aquello como un primer ensayo de vida religiosa, vida de obediencia y humildad, vida de apostolado y abnegación.

   Sin embargo, no había comunicado aún a su madre los deseos y resoluciones que tenía formados de consagrarse a Dios. Tal silencio pudo haberle sido fatal. El hermano mayor se oponía a que entrase en religión, alegando que ello ocasionaría la muerte de su madre. Esta idea desgarraba de dolor el alma de la joven. En 1660 el obispo de Chalóns la confirmó en sus deseos la Santa tenía entonces veintidós años. Por devoción a la Santísima Virgen, solicitó del prelado permiso para añadir a su nombre el de María.

   Dios nuestro Señor, que había probado ya suficientemente su fe, la envió, para poner fin a estas vacilaciones, a un religioso de San Francisco que había ido a Verosvres para predicar un triduo, con motivo del jubileo concedido por Clemente X, en el año 1670. Pronto se dio cuenta el religioso del estado de conciencia de Margarita y, tras maduro examen de las gracias con que Dios la había favorecido, declaró a la familia que serían responsables de la vocación de la Santa si seguían oponiéndose a que entrase en la religión. Ellos le indicaron que ingresase en las Ursulinas; más se sentía ella fuertemente atraída hacia las religiosas Salesas.

   El 25 de mayo de 1671, acompañada de su hermano, visitó el convento de Paray-le-Monial. Se mostró durante la visita tan alegre, que varias hermanas quedaron desfavorablemente impresionadas; pero la superiora estimo en su justo mérito a la futura novicia. El 19 de junio hizo la joven testamentó, dejando su dote de diez mil libras a su familia, reservando otra cuatro mil para la comunidad en la que al día siguiente debía ingresar.

 



EL NOVICIADO

 

   Apenas pisó el claustro, Margarita exclamó llena de júbilo:

   —«Éste es el lugar en donde Dios quiere que esté». Sentía mortales ansias de unirse a Dios.

   —«¿Qué he de hacer para meditar?» Esta fué una de sus primeras preguntas. La hermana Thouvant, maestra muy observadora, no creyó que Margarita ignorase el método de oración, y ésta tuvo que repetir que nadie le había enseñado jamás la ciencia de los santos. Pero

observando aquélla que la novicia vivía constantemente unida a Dios con íntimo trato sobrenatural, entrevió la verdad y el misterio de la gracia cuyas maravillas y prodigios había más tarde de comprender y penetrar. «Id — dijo sin titubear a la novicia—, id a los pies de Nuestro Señor y permaneced ante su presencia como un lienzo ante un pintor». No entendió esta expresión el espíritu de Margarita, más intervino el Divino Maestro y le explicó que Él reproduciría en su alma como un pintor sobre el lienzo la imagen de MI vida terrena. Desde este momento, el único anhelo de la novicia fué demostrar el amor que sentía a su celestial Guía, y abrazó con decidida voluntad la cruz donde viviría muriendo de amor por su Amado. Tomó el hábito el 25 de agosto de 1671.

 

   Sin embargo, la hermana Margarita contaba con cándida sencillez los favores con que el cielo la había enriquecido. Las Superioras le dieron a entender que era necesario sacudir aquel delicioso sopor que la envolvía, reteniéndola horas enteras en presencia de Jesús Sacramentado; le impusieron las faenas más humillantes y frecuentes penitencias, tan opuestas a su extremada sensibilidad, que, agobiada por el esfuerzo que exigían de ella, llegó a veces hasta desfallecer de fatiga para vencerse; pero Nuestro Señor la sostuvo animándola a sobreponerse a su propia naturaleza y a buscar por ella misma las ocasiones de humillarse más y más. Le inspiró, de una manera especial, ardiente devoción a Jesús Sacramentado.

 

   «Pasaba todos los tiempos libres en la capilla — escribe una testigo—, une las manos juntas y sin hacer el más ligero movimiento». Los domingo y días festivos, permanecía en el coro arrodillada, desde la hora de levantarse hasta la comida; y, pasada la hora de recreo que a ésta seguía, volvía a Ia iglesia, en la que permanecía, siempre en la misma postura, hasta las Vísperas. La Hermana Margarita María profesó el 6 de noviembre de 1672.

 


LAS GRANDES REVELACIONES (1673-1675)

 

   Con todo, la Superiora del convento que lo era la Madre de Saumaise— no se atrevía a emitir juicio alguno acerca de Margarita y los extraordinarios carismas que parecía recibir. Para informarse mejor, ordenó a Margarita en el mes de mayo de 1673 que escribiese cuanto pasaba en su interior. Por las copias de estas notas, sabemos que durante eI primer año de vida religiosa de la obediente profesa de la Visitación, Jesucristo la había escogido ante todo como víctima expiatoria.

   El Corazón de Jesús se le manifestó poco a poco. Del año 1672 al 1673 se realiza la preparación lenta a las visiones espirituales. En esta época le parece oír una voz que le dice:

   —«Mira las ofensas y heridas que he recibido de mi pueblo escogido»; y Jesús pronuncia estas palabras con acento severo. A partir de este momento, las intervenciones sobrenaturales se concretan y precisan más y más, y la humilde hermana de la Visitación, hasta entonces reacia para admitirlas y creerlas, se somete a ellas con plena fe.

   El 4 de octubre de 1673, le mostró el Señor a San Francisco de Asís «en un trono de gloria superior al de los demás santos», por lo mucho que se asemejó en la vida de sufrimiento a Nuestro Divino Salvador, siendo en recompensa uno de los más queridos y favorecidos de su Sagrado Corazón.

   En el siguiente mes de diciembre, probablemente el día 27, fiesta del Discípulo Amado, se le apareció Jesús, y le dijo:

   —«Mi divino Corazón está tan inflamado de amor por los hombres, y particularmente por ti, que, no pudiendo contener en Sí mismo las llamas de su ardiente caridad, desea repartirlas sirviéndose de ti».

   —«Después — añade la Santa— me pidió mi corazón y le colocó en el suyo adorable, donde lo vi como un átomo consumiéndose en ardiente horno».

   En esta ocasión, oyó al Divino Maestro llamarla «Discípula queridísima de su Sagrado Corazón». Desde este día hasta el fin de su vida, sufrió un vivo dolor de costado. Después de este primer éxtasis no encontraba gusto en la conversación, y sólo a fuerza de violentos y extraordinarios esfuerzos conseguía fijar la atención en los actos que, como religiosa salesa, tenía obligación de cumplir. Exhausta de fuerzas y devorada por continua fiebre, la Hermana Margarita María se vio obligada a guardar cama.

   Al notificar a la Madre de Saumaise estas revelaciones y la recomendación que el Salvador le hiciera de comulgar todos los primeros viernes de mes, le replicó la superiora con «cerrado desdén» como para humillarla.

   Mas no la abandonó Jesús y, para consolarla, prometió enviarle muy pronto un «siervo suyo». Este elegido del cielo fué el Beato Claudio de la Colmbiére, superior del colegio de Gray, dirigido por los beneméritos Padres de la Compañía de Jesús, hombre de eminente virtud y de gran discernimiento en la dirección de las almas, el cual llegó a Paray-le-Monial en el año 1675 en calidad de superior de la residencia de los Padres. Poco tiempo después, visitó el monasterio para predicar unos ejercicios espirituales. Confortó a la confidente del Sagrado Corazón y reanimó su confianza; por otra parte, las palabras que salieron de sus labios autorizados acreditaron ante la comunidad a la Hermana Margarita María.

   Uno de los días de la octava del Corpus — junio de 1675—, mientras adoraba al Santísimo Sacramento, Nuestro Señor le descubrió su Divino Corazón diciéndole:

   —«Mira este Corazón que tanto ha amado a los hombres y que nada ha perdonado hasta consumirse y agotarse para demostrarles su amor; y en cambio, no recibe de la mayoría más que ingratitudes, por sus irreverencias, sacrilegios y desacatos en este sacramento de amor. Pero lo que me es todavía más sensible, es que obren así hasta los corazones que de manera especial se han consagrado a Mí. Por eso te pido que el primer viernes después de la octava del Corpus se celebre una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando en dicho día, y reparando las ofensas que he recibido en el augusto sacramento del altar. Te prometo que mi Corazón derramará en abundancia las bendiciones de su divino amor sobre cuantos le tributen este homenaje y trabajen en propagar dicha práctica».

 


CARÁCTER DE LA SANTA. — SU MUERTE.

 

   Para comprender bien la verdadera personalidad de Santa Margarita María, conviene que insistamos algo acerca de su vida «externa».

   En efecto, era una religiosa inteligente, flexible, buena para todo y apta para desempeñar cualquier cargo o empleo. De la vio sucesivamente ayudar en la enfermería, dedicada a la educación de las internas, maestra de novicias (1685-1687), enfermera de nuevo y también, por segunda vez, con las pensionistas; asistente (mayo de 1687), y propuesta para superiora en el año 1690. Pidió al Corazón de Jesús le librara de este último cargo, pero en todo lo demás procuró ajustarse a la máxima de San Francisco de Sales: «No pedir nada; nada rehusar».

   Si se tiene en cuenta que parte de la comunidad, imbuida por las ideas, estrechas de la época, era declaradamente hostil a la Hermana Margarita María, y que se lo demostró ostensiblemente en más de una ocasión, se entenderá el efecto que podían producir aquellas revelaciones, los aviso y las «innovaciones» que introducía en el noviciado.

   Las enfermedades, tan frecuentes como largas, que la aquejaron, la extenuaron de forma tal que a los cuarenta y tres años estaba completamente achacosa. «No viviré mucho más — decía en 1690—. pues ya no sufro». El 8 de octubre se vio acometida por una ligera fiebre. Al día siguiente principiaban los ejercicios espirituales, y la Hermana enfermera le preguntó si, a pesar de la dolencia, se sentía con fuerzas para recogerse en la soledad:

   —«Sí respondió—, pero va a ser en la soledad más profunda».

   Al día siguiente, en efecto, mientras el sacerdote le administraba la extrema unción, la amada del Corazón de Jesús expiró dulcemente, pronunciando el nombre de Jesús.


 RELIQUIAS Y CANONIZACIÓN



   Los funerales de Santa Margarita María, se celebraron el 18 de octubre.

   Fué enterrada debajo del coro de la capilla, en uno de los doce nichos que en ella había. El año 1703 fueron exhumados sus restos, según costumbre cuando la necesidad así lo exigía; pero en vez de depositarlos en el osario, los colocaron, pensando en el porvenir, en una caja de madera, donde permanecieron hasta el año 1792.

   La Revolución expulsó en el mes de septiembre de 1792 a las monjas de Paray-le-Monial, y los restos de la Santa se guardaron en casa de una piadosa familia, junto con los del Venerable Claudio de La Colombiére. Fueron reconocidos aquéllos en 1830 y 1865.


   Introducida su causa en 1714, quedó interrumpida hasta 1821.

   Fué beatificada por Pío IX el 18 de septiembre de 1864. La canonización solemne se verificó el 13 de mayo de 1920. día de la Ascensión. Su fiesta se celebra el 17 de octubre.

 

EL SANTO DE CADA DÍA

POR EDELVIVES.

(1947)

 

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