Antes del nacimiento de
esta Santa, hubo en la Iglesia muchas almas devotas del Sagrado Corazón de
Jesús. Desde San Anselmo, Santa Matilde y Santa Gertrudis hasta San Juan Eudes,
el gran precursor de Santa Margarita María, infinidad de santos se
distinguieron por esta devoción; así consta en las actas pontificias anteriores
a las revelaciones de la Santa.
Pero no es menos cierto que las revelaciones y los hechos maravillosos de
Paray-le-Monial fueron los que determinaron a la autoridad eclesiástica a
promover y reglamentar el culto al Sagrado Corazón, en forma tal que a partir
del siglo XVIII y sobre todo en los años que llevamos del XX, ha adquirido, a
pesar de muchos obstáculos, un desarrollo verdaderamente asombroso.
La familia Alacoque era
oriunda de Charolais. Se
hallaba a mediados del siglo XVII diseminada por toda la comarca, y contaba
entre sus miembros, agricultores, notarios, sacerdotes y comerciantes. Como
muchas otras de su categoría, tenía esta familia su escudo de armas de oro en
el que presidía un gallo en campo de gules, rematado por un león.
En 1639 Claudio Alacoque, notario real y
juez ordinario de la señoría de Terreau, casó con Filiberta Lamyn, hija de
Francisco Lamyn, notario real de San Pedro el Viejo, cerca de Macón. Ocho años
más tarde, el 22 de julio de 1647, nacía Margarita, quinto vástago de aquel
matrimonio. Claudio vivía en la ciudad de Lauthecourt, en la actual diócesis de
Autún. La casa está habitada hoy día por las Hermanas de San Francisco de Asís
de Lyon y la habitación en que nació la Santa es la actual capilla.
La niña fué bautizada el
25 de julio con el nombre de Margarita. Fue
padrino Antonio Alacoque, cura de Verosvres, primo hermano del padre de la niña;
y madrina, Margarita de Saint-Amour, esposa de Claudio de Fautrieres, señor de
Corcheval y diputado por la Nobleza en los estados de Charolain.
La madrina, que profesaba
gran cariño a su ahijada, se la llevó al castillo de Corcheval, donde la tuvo
tres años (1652-1655).
El horror de todo pecado y una inconsciente inclinación a la pureza de alma se
manifestaron muy pronto en Margarita, en forma tal que años más tarde escribió
ella misma hablando de este período de su vida: «Sin saber cómo ni por qué, me sentía continuamente
como obligada a repetir estas palabras: «Dios
mío, os consagro mi pureza y os hago voto de perpetua castidad».
Tenía ocho años cuando perdió a su padre. Su madre la puso entonces interna con las monjas Clarisas Urbanistas de Charolles.
PRIMEROS SUFRIMIENTOS
Como estaba ya admirablemente instruida en
las verdades de la religión, le permitieron recibir la
primera comunión a los nueve años.
—«Después de esta comunión — escribe—, sentí tal amargor en todas las diversiones
que, aunque las buscaba con pueril ansiedad, ya nunca pude encontrar en ellas
gusto ni placer».
Inteligente
y buena en sumo grado, pronto se ganó las simpatías y amistad de la comunidad.
Su candor infantil, santificado por la gracia, la impulsaba a la imitación de
los actos de virtud que presenciaba, y en su sencillez, imaginándose que basta
meterse en un convento para ser santa, soñaba con quedarse para siempre con las
Clarisas de Charolles. Pero Jesús había dispuesto las cosas de otra manera.
Principió por iniciarla en el misterio del
sufrimiento. Una enfermedad — reumatismo o parálisis—
la acometió en 1657 y durante cuatro años la retuvo en el lecho de dolor.
—«Los huesos — dice— me perforaban la piel por todas partes». La
enfermita tuvo que volver a la casa materna. Para verse libre de la enfermedad,
hizo una promesa a la Santísima Virgen: —«Sería una de sus hijas si recobraba la salud». Durante estos años de sufrimiento, la Virgen
ocupó en el alma de la niña un lugar especialísimo.
Se acercaba la hora en que
la Divina Auxiliadora debía proteger de manera singularísima a su devota hija. Por aquella época, Margarita sufrió
una crisis moral. La alegría de haber recobrado la salud, por una parte, y, por
otra, su ardiente temperamento, la impulsaban a darse «buena
vida».
Sin preocuparse de cumplir
las promesas hechas durante la enfermedad, volvió al regazo materno, ansiosa de
gozar las ternuras del hogar. Juan,
su hermano mayor, entonces de veinte años, era procurador de Verosvres.
Pero la
Providencia, que la predestinaba para ser una gran santa, permitió que
cayeran sobre el corazón de la joven penas mucho más fuertes y punzantes que
las padecidas hasta entonces.
La señora viuda de
Alacoque, incapaz de llevar los asuntos de la familia, delegó su autoridad y la
dirección de la casa en miembros de la familia de su difunto marido; es,
a saber, en su suegra, en sus cuñados, en una tía paterna y hasta en una
antigua y perversa criada, los cuales, juntos y por separado, hicieron sufrir a
Margarita la más cruel e insoportable tiranía. Bastaba que se alejara para ir a
la iglesia de Verosvres, distante apenas ochocientos metros de la casa materna,
para que se le echase en cara tal proceder con malévolas sospechas; y hubiera
permanecido sin comer días enteros si algunas pobres y generosas almas del
pueblo no le hubiesen dado por compasión y al anochecer un poco de leche o
fruta. Apenas osaba la joven alargar la mano para tomar un pedazo de pan de su
propia mesa.
Siempre expiada, y
siempre víctima de las más ruines e infundadas sospechas, trabajando como una
criada cualquiera y sin otro consuelo que los silenciosos besos de su madre, llegó
Margarita en un momento dado a temer por la vida de ésta, pues carecía de toda
clase de cuidados y atenciones en su propia morada. Y aun tendrá más tarde el
heroísmo de llamar a estas terribles «furias»,
«bienhechoras de su alma».
Por una gracia
especialísima, Jesús le dio a entender la felicidad que nos puede traer el
sufrimiento, y Margarita lo saboreó a placer, llegando hasta a privarse
del consuelo de manifestar tales penas a su madre.
EN EL MONASTERIO DE
PARAY-LE-MONIAL
Era ya una mujer
Margarita, iba a entrar en los diecinueve años, y, sin ser precisamente
acaudalada heredera, le permitía su legítima aspirar a vida muy desahogada e independiente.
Por otra parte, no carecía
de belleza física, y la había dotado el cielo de carácter afable y simpático.
Su propia madre le había propuesto varios y ventajosos partidos, con la ilusión
de vivir a su lado y librarse de la odiosa persecución de que era víctima por
parte de la familia de su difunto esposo.
Margarita deseaba
compartir y enjugar las lágrimas de la infeliz madre, pero en este caso, ¿qué iba a ser
de la promesa hecha durante su enfermedad? Deseoso el demonio de
triunfar de aquella voluntad vacilante, le tendió un lazo de falsa humildad.
«¿Cómo —
le dijo— por
orgullosa elección te atreves a aspirar a la vida del claustro, e incapaz de
vivir en estado tan santo, osas exponerte a la condenación eterna con el fútil
motivo de una promesa que hiciste con sobrada ingenuidad a los catorce años?
¿Sabías acaso a qué te comprometías?... ¿No? Pues, en ese caso, el voto fué
nulo».
La propia Margarita nos cuenta con gran
sencillez estas acometidas del maligno espíritu, anotando el proceso de las
mismas con atinadas observaciones psicológicas. En las
noches de los días pasados en vanas distracciones, al hallarse sola, se le aparece
Jesús, entre los tormentos de la flagelación; le revela la íntima belleza de
las tres virtudes de pobreza, castidad y obediencia; y le inspira un gran deseo
de mortificación con la idea purísima de que aquellas virtudes se deben
practicar por amor y por obediencia. Lo entiende perfectamente la Santa.
Por el momento siente que ha de llegar al amor divino
por el amor a los pobres; acrecienta las limosnas, se gana la confianza de los
niños y obreros, a quienes reúne en su propia casa, afrontando con valor los
reproches de su abuela y de su tía. Pero los niños son por naturaleza
revoltosos. Se murmura en la casa contra ella y Margarita se ve obligada a
abandonarla junto con los bullangueros muchachos. En su pensar, es aquello como un primer ensayo de vida religiosa, vida de
obediencia y humildad, vida de apostolado y abnegación.
Sin embargo, no
había comunicado aún a su madre los deseos y resoluciones que tenía formados de
consagrarse a Dios. Tal silencio pudo haberle sido fatal. El hermano
mayor se oponía a que entrase en religión, alegando que ello ocasionaría la
muerte de su madre. Esta idea desgarraba de dolor el alma de la joven. En 1660 el obispo de Chalóns la confirmó en sus deseos la
Santa tenía entonces veintidós años. Por devoción a la Santísima Virgen, solicitó
del prelado permiso para añadir a su nombre el de María.
Dios nuestro Señor,
que había probado ya suficientemente su fe, la envió, para poner fin a estas
vacilaciones, a un religioso de San Francisco que había ido a Verosvres para
predicar un triduo, con motivo del jubileo concedido por Clemente X, en el año
1670. Pronto se dio cuenta el religioso del estado de conciencia de
Margarita y, tras maduro examen de las gracias con que Dios la había
favorecido, declaró a la familia que serían responsables
de la vocación de la Santa si seguían oponiéndose a que entrase en la religión.
Ellos le indicaron que ingresase en las Ursulinas; más se sentía ella
fuertemente atraída hacia las religiosas Salesas.
El 25 de mayo de 1671,
acompañada de su hermano, visitó el convento de Paray-le-Monial. Se mostró durante la visita tan
alegre, que varias hermanas quedaron desfavorablemente impresionadas; pero la
superiora estimo en su justo mérito a la futura novicia. El 19 de junio hizo la
joven testamentó, dejando su dote de diez mil libras a su familia, reservando
otra cuatro mil para la comunidad en la que al día siguiente debía ingresar.
EL NOVICIADO
Apenas pisó el claustro, Margarita exclamó
llena de júbilo:
—«Éste es el lugar en donde Dios quiere que esté».
Sentía mortales ansias de unirse a Dios.
—«¿Qué he de hacer para meditar?» Esta fué una de sus primeras
preguntas. La hermana Thouvant, maestra muy observadora, no creyó que Margarita
ignorase el método de oración, y ésta tuvo que repetir que nadie le había
enseñado jamás la ciencia de los santos. Pero
observando
aquélla que la novicia vivía constantemente unida a Dios con íntimo trato
sobrenatural, entrevió la verdad y el misterio de la gracia cuyas maravillas y
prodigios había más tarde de comprender y penetrar. «Id — dijo sin titubear a la
novicia—, id
a los pies de Nuestro Señor y permaneced ante su presencia como un lienzo ante
un pintor». No entendió esta
expresión el espíritu de Margarita, más intervino el Divino Maestro y le
explicó que Él reproduciría en su alma como un
pintor sobre el lienzo la imagen de MI vida terrena. Desde este momento,
el único anhelo de la novicia fué demostrar el amor que sentía a su celestial
Guía, y abrazó con decidida voluntad la cruz donde viviría muriendo de amor por
su Amado. Tomó el hábito el 25 de agosto de 1671.
Sin embargo, la
hermana Margarita contaba con cándida sencillez los favores con que el cielo la
había enriquecido. Las Superioras le dieron a entender que era necesario
sacudir aquel delicioso sopor que la envolvía, reteniéndola horas enteras en
presencia de Jesús Sacramentado; le impusieron las faenas más humillantes y
frecuentes penitencias, tan opuestas a su extremada sensibilidad, que, agobiada
por el esfuerzo que exigían de ella, llegó a veces hasta desfallecer de fatiga
para vencerse; pero Nuestro Señor la sostuvo animándola a sobreponerse a su
propia naturaleza y a buscar por ella misma las ocasiones de humillarse más y
más. Le inspiró, de una manera especial, ardiente
devoción a Jesús Sacramentado.
«Pasaba todos los tiempos libres en la capilla — escribe una testigo—, une las manos
juntas y sin hacer el más ligero movimiento». Los domingo y días
festivos, permanecía en el coro arrodillada, desde la hora de levantarse hasta
la comida; y, pasada la hora de recreo que a ésta seguía, volvía a Ia iglesia,
en la que permanecía, siempre en la misma postura, hasta las Vísperas. La Hermana Margarita María profesó el 6 de noviembre de 1672.
LAS GRANDES REVELACIONES (1673-1675)
Con todo, la Superiora del
convento —
que lo era la Madre de Saumaise— no se atrevía a
emitir juicio alguno acerca de Margarita y los extraordinarios carismas que
parecía recibir. Para informarse mejor, ordenó a Margarita en el mes de
mayo de 1673 que escribiese cuanto pasaba en su interior. Por las copias de estas notas, sabemos que durante eI primer
año de vida religiosa de la obediente profesa de la Visitación, Jesucristo la
había escogido ante todo como víctima expiatoria.
El Corazón de Jesús
se le manifestó poco a poco. Del año 1672 al 1673 se realiza la preparación
lenta a las visiones espirituales. En esta época le parece oír una voz
que le dice:
—«Mira las ofensas y heridas que he recibido de mi pueblo
escogido»; y Jesús pronuncia estas
palabras con acento severo. A partir de este momento, las
intervenciones sobrenaturales se concretan y precisan más y más, y la humilde
hermana de la Visitación, hasta entonces reacia para admitirlas y creerlas, se somete
a ellas con plena fe.
El 4 de octubre de
1673, le mostró el Señor a San Francisco de Asís «en un trono de gloria superior al de los demás
santos», por
lo mucho que se asemejó en la vida de sufrimiento a Nuestro Divino Salvador,
siendo en recompensa uno de los más queridos y favorecidos de su Sagrado
Corazón.
En el siguiente mes
de diciembre, probablemente el día 27, fiesta del Discípulo Amado, se le
apareció Jesús, y le dijo:
—«Mi divino Corazón está tan inflamado de amor por los hombres, y
particularmente por ti, que, no pudiendo contener en Sí mismo las llamas de su
ardiente caridad, desea repartirlas sirviéndose de ti».
—«Después —
añade la Santa— me
pidió mi corazón y le colocó en el suyo adorable, donde lo vi como un átomo
consumiéndose en ardiente horno».
En esta ocasión, oyó
al Divino Maestro llamarla «Discípula queridísima de su Sagrado Corazón». Desde este día hasta el fin de su vida, sufrió un
vivo dolor de costado. Después de este primer éxtasis no encontraba gusto en la
conversación, y sólo a fuerza de violentos y extraordinarios esfuerzos conseguía
fijar la atención en los actos que, como religiosa salesa, tenía obligación de
cumplir. Exhausta de fuerzas y devorada por continua
fiebre, la Hermana Margarita María se vio obligada a guardar cama.
Al notificar a la Madre de Saumaise estas revelaciones y la recomendación que el Salvador le hiciera
de comulgar todos los primeros viernes de mes, le replicó la superiora
con «cerrado desdén» como para humillarla.
Mas no la abandonó Jesús y, para consolarla,
prometió enviarle muy pronto un «siervo suyo». Este
elegido del cielo fué el Beato Claudio de la Colmbiére, superior del colegio de
Gray, dirigido por los beneméritos Padres de la Compañía de Jesús, hombre
de eminente virtud y de gran discernimiento en la dirección de las almas, el
cual llegó a Paray-le-Monial en el año 1675 en calidad de superior de la residencia
de los Padres. Poco tiempo después, visitó el monasterio para predicar unos
ejercicios espirituales. Confortó a la confidente del
Sagrado Corazón y reanimó su confianza; por otra parte, las palabras que salieron
de sus labios autorizados acreditaron ante la comunidad a la Hermana Margarita
María.
Uno de los días de
la octava del Corpus — junio de 1675—, mientras adoraba al Santísimo
Sacramento, Nuestro Señor le descubrió su Divino Corazón diciéndole:
—«Mira este Corazón que tanto ha amado a los
hombres y que nada ha perdonado hasta consumirse y agotarse para demostrarles
su amor; y en cambio, no recibe de la mayoría más que ingratitudes, por sus irreverencias,
sacrilegios y desacatos en este sacramento de amor. Pero lo que me es todavía
más sensible, es que obren así hasta los corazones que de manera especial se
han consagrado a Mí. Por eso te pido que el primer viernes después de la octava
del Corpus se celebre una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando
en dicho día, y reparando las ofensas que he recibido en el augusto sacramento
del altar. Te prometo que mi Corazón derramará en abundancia las bendiciones de
su divino amor sobre cuantos le tributen este homenaje y trabajen en propagar
dicha práctica».
CARÁCTER DE LA SANTA. — SU
MUERTE.
Para comprender bien la verdadera personalidad
de Santa Margarita María, conviene que insistamos algo acerca de su vida «externa».
En efecto, era una
religiosa inteligente, flexible, buena para todo y apta para desempeñar
cualquier cargo o empleo. De la vio sucesivamente ayudar en la
enfermería, dedicada a la educación de las internas, maestra de novicias
(1685-1687), enfermera de nuevo y también, por segunda vez, con las pensionistas;
asistente (mayo de 1687), y propuesta para superiora en el año 1690. Pidió al
Corazón de Jesús le librara de este último cargo, pero en todo lo demás procuró
ajustarse a la máxima de San Francisco de Sales: «No pedir nada; nada rehusar».
Si se tiene en cuenta que parte de la
comunidad, imbuida por las ideas, estrechas de la época, era declaradamente hostil
a la Hermana Margarita María, y que se lo demostró ostensiblemente en más de
una ocasión, se entenderá el efecto que podían producir aquellas revelaciones,
los aviso y las «innovaciones» que introducía
en el noviciado.
Las enfermedades, tan frecuentes como
largas, que la aquejaron, la extenuaron de forma tal que a los cuarenta y tres
años estaba completamente achacosa. «No viviré mucho más — decía en 1690—. pues ya no
sufro». El 8 de octubre se vio acometida por una ligera fiebre. Al
día siguiente principiaban los ejercicios espirituales, y la Hermana enfermera
le preguntó si,
a pesar de la dolencia, se sentía con fuerzas para recogerse en la
soledad:
—«Sí —
respondió—, pero
va a ser en la soledad más profunda».
Al día siguiente, en efecto, mientras el sacerdote le administraba la extrema unción, la
amada del Corazón de Jesús expiró dulcemente, pronunciando el nombre de Jesús.
RELIQUIAS Y CANONIZACIÓN
Los funerales de
Santa Margarita María, se celebraron el 18 de octubre.
Fué enterrada debajo del
coro de la capilla, en uno de los doce nichos que en ella había. El año 1703 fueron exhumados sus
restos, según costumbre cuando la necesidad así lo exigía; pero en vez de depositarlos en el osario, los colocaron, pensando
en el porvenir, en una caja de madera, donde permanecieron hasta el año 1792.
La Revolución expulsó en el mes de septiembre
de 1792 a las monjas de Paray-le-Monial, y los restos de la Santa se guardaron
en casa de una piadosa familia, junto con los del Venerable Claudio de La
Colombiére. Fueron reconocidos aquéllos en 1830 y
1865.
Introducida su causa en
1714, quedó interrumpida hasta 1821.
Fué beatificada por Pío IX
el 18 de septiembre de 1864. La canonización solemne se verificó el 13 de mayo
de 1920. día de la Ascensión. Su fiesta se celebra el 17 de octubre.
EL
SANTO DE CADA DÍA
POR
EDELVIVES.
(1947)
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