lunes, 19 de febrero de 2024

SAN GABINO, PRESBÍTERO Y MARTIR. (+ 296) —19 de febrero.

 


El Martirologio romano anuncia en este día el glorioso nacimiento al cielo de san Gabino, presbítero y mártir, hermano de san Cayo, Papa. Después de haber estado largo tiempo en la cárcel y con duras prisiones este generoso confesor de Cristo, por orden del emperador Diocleciano, adquirió los gozos del paraíso por medio de una muerte muy preciosa.

 

 

   Fue san Gabino originario de Dalmacia, pariente del emperador Diocleciano, hermano del papa san Cayo, padre de santa Susana, aquella que fue inmortal honor de las vírgenes romanas, pues prefirió la dicha de ser esposa de Jesucristo a la gloria de ser emperatriz de todo el mundo, derramando su sangre, y dando su vida por la fe. No se sabe con qué ocasión vinieron a vivir a Roma san Gabino y san Cayo. Puede ser que la fortuna de Diocleciano, que había ascendido por todos los grados de la milicia hasta el supremo empleo del ejército, trajese a su parentela a la capital del universo, corte ordinaria de los Emperadores; pero es más probable que los dos héroes cristianos pasasen a Roma puramente por motivo de religión, para vivir en una ciudad que era el centro de la fe, y donde triunfaba la Iglesia en medio de las más crueles persecuciones por la santidad de las costumbres, y por la vida ejemplar y fervorosa de todos los fieles.

 

 

   Se tiene por cierto que san Gabino nació de padres cristianos hacia la mitad del siglo III. La bella educación que logró, la inocencia de su vida, la tierna devoción, que parecía había mamado con la leche, sus piadosas inclinaciones desde su más tierna infancia, todo esto prueba verosímilmente la Religión de los que le habían educado. No se descuidaron en enseñarle con tiempo las bellas letras; y como tenía un excelente ingenio nacido para el estudio, en poco tiempo adelantó mucho en letras humanas; pero se dedicó con mucha mayor aplicación a la inteligencia de la sagrada Escritura y de las ciencias divinas.

 

 

   Era casado Gabino, pero no tuvo más que una hija llamada Susanaa cuya crianza se aplicó con el mas vigilante desvelo, imbuyéndola desde la cuna en el temor santo de Dios, inspirándola un grande amor a la virginidad, y un sumo horror a todo lo que podía manchar el alma. Era Susana de una vivacidad y de un espíritu extraordinario. Á los seis años de su edad mostraba un despejo, una penetración y una brillantez tan superior, que todos la admiraban por esto, aún más que por aquella singularísima belleza que con el tiempo fue aplaudida por una de las mayores hermosuras de toda Italia. Le faltó su madre siendo todavía muy niña; y su padre Gabino se dedicó enteramente a cultivar aquel nobilísimo terreno que mostraba las más bellas disposiciones para la virtud y para ser algún día, como lo fue, una ilustrísima mártir.

 



 

   Apenas se vio nuestro Santo desembarazado de los lazos del matrimonio por la muerte de su virtuosa mujer, cuando se aplicó enteramente a estudiar la ciencia de la Religión, en un tiempo en que el paganismo estaba más encarnizado en perseguir con furor a los Cristianos. Libre de los empeños del siglo, quiso ser admitido en el clero, y en poco tiempo fue uno de sus más brillantes ornamentos. Correspondiendo su profunda erudición y su grande sabiduría a su eminente virtud, no es fácil explicar el inmenso bien que hizo en Roma este gran siervo de Dios. Elevado a la dignidad del sacerdocio, a pesar de la oposición de su profunda humildad, corría a las casas, las cabañas, los lugares subterráneos, y hasta las cavernas y grutas de los montes, bosques y peñascos, donde estaban refugiados los tímidos cristianos, para animarles, instruirles, administrarles los Sacramentos, y para asistirles en todo. No cedía su celo al más generoso, almas infatigables, al más industrioso ni al más eficaz. Veíase con admiración a este santo Presbítero pasar las noches enteras en las lóbregas concavidades de las rocas, para celebrar el santo sacrificio de la misa, y para alimentar con el divino pan, que hace fuertes, a los que estaban en vísperas de ser sacrificados hostias inocentes al Dios vivo en las aras del martirio.

 

 

   No se contenía el celo de san Gabino precisamente dentro de los límites de estas grandes obras de caridad. Como era sabio, compuso  un excelente tratado contra los idólatras, en el cual, exponiendo las impías y monstruosas supersticiones de los paganos, hacia visibles aun a los entendimientos más limitados y a los ojos menos perspicaces el horror, la extravagancia y aun la locura de sus dogmas; demostrando al mismo tiempo con tanta precisión, con tanta limpieza y con un modo tan plausible la verdad y la palpable santidad de la religión cristiana, que no se puede dudar que con esta obra hiciese gran número de conversiones, confirmando en la fe a muchos a quienes tenia acobardados el miedo de los tormentos.

 

 

   Habiendo sucedido san Cayo en el pontificado al Papa Eutichiano el año de 282, vio nuestro Gabino abrirse un nuevo dilatado campo a su infatigable celo. Se puede en cierta manera decir que nuestro Santo cargó con parte de la solicitud pastoral del santo pontífice Cayo, y que Cayo encontró en su santo hermano un compañero fiel con quien repartió todos sus trabajos, sin exceptuar el de sus mismas cadenas.

 

 

   Pero mientras Gabino trabajaba con tanto fruto en la viña del Señor, no por eso olvidaba el cuidado de su querida hija. Al mismo tiempo que cultivaba su entendimiento con las luces más sublimes de nuestros más elevados misterios, iba labrando su corazón con el ejercicio de las más heroicas virtudes. Sobre todo, imprimió en ella un concepto, una idea tan superior de la virginidad, que, despreciando generosamente los más halagüeños tentadores atractivos del mundo, que podía prometerse por su claro entendimiento, por su elevada cuna, por su hermosura incomparable y por su extraordinario mérito, hizo voto de no admitir otro esposo que, a Jesucristo, previendo bien que su fe y este amor a la virginidad pondrían algún día en sus manos la gloriosa palma del martirio.

 



   No ignoraba el emperador Diocleciano que Cayo y Gabino, sus parientes, eran cristianos, ni dudaba tampoco que Susana, mas distinguida por su raro mérito que por su singular belleza, profesase también la misma religión que profesaba su padre; pero como este Príncipe los primeros años de su reinado se mostró muy favorable a los Cristianos, los dejó vivir en paz, y aun su familia estaba llena de ellos. Susana en la escuela de su padre Gabino hacia maravillosos progresos en la ciencia de los Santos. Era la admiración de los buenos, y el ejemplar de perfección que de ordinario se proponía a las doncellas cristianas. No podía dejar de tener glorioso fin una virtud tan singular, y parecía debida la corona del martirio a su virginal pureza, siendo esta, en cierto modo, como la herencia rica de su casa.

 

 

   Habiendo el emperador Diocleciano creado cesar a Maximiano Galerio, quiso también hacerle yerno suyo, dándole por mujer a su única hija la princesa Valeria. Muerta esta, el Emperador, que no quería que la púrpura saliese de su familia, y que estaba bien informado de las eminentes prendas de Susana, resolvió darla por esposa al nuevo César, y ordenó a un caballero pariente suyo, llamado Claudio, que buscase a Gabino, y que en su nombre le propusiese esta boda. Gabino, que conocía bien la virtud de su hija, y que antes perdería la vida que la virginidad que tenía consagrada a Dios, se persuadió desde luego a que el empeño del Emperador, y la constancia de Susana, a uno y a otro les conseguiría la corona del martirio. Recibió al caballero con la mayor urbanidad, y después de manifestarle lo agradecido que quedaba a la honra que el Emperador quería dispensarle, pidió por favor se le concediese algún tiempo para proponérsela a su hija, y para dar parte de ella a su hermano Cayo.

 

 

   Llamó después separadamente a Susana, y con voz dulce, con semblante sereno y tranquilo la dijo: —¿Conoces bien, hija mía, la grande dicha que gozas en tener por esposo a Jesucristo? ¿Te haces cargo de lo que vale tu estado? ¿Comprendes perfectamente su mérito y su valor?

   —Conózcole tan bien, respondió Susana, que en su comparación me parecen menos que nada todas las coronas del mundo: no hago mas caso de ellas que dé un poco de humo, el cual solo se eleva para disiparse, solo sube para desvanecerse.

   —Eso es, hija mía, estimar las cosas en su justo precio, discurrir y hablar como se debe. Pero demos caso que el Emperador quisiese hacerte su nuera; ¿parécete que la augusta dignidad de emperatriz no te daría en los ojos, y no te tentaría el corazón? Sobre todo, si te dieran a escoger, o la corona imperial, o la corona del martirio, ¿cuál de las dos escogerías?

   —¡Ay padre y señor, exclamó la Santa, y qué dichosa seria yo si me viera en ese paraje! ¡Qué presto tomaría mi partido! No, no sería capaz de deslumbrarme el resplandor de la púrpura imperial. Esposa soy de Jesucristo, y esposa suya moriré. Ninguna cosa del mundo es bastante para hacerme titubear en la fe, ni para que padezca el menor vaivén mi fidelidad. Toda mi confianza la tengo colocada en aquel Salvador omnipotente, que es el único dueño de mi corazón. No, no me espantan los tormentos, y sino a la prueba me remito.

 



 

   No pudo contener las lágrimas el virtuosísimo padre, enternecido con la cristiana magnanimidad de su querida hija.

   —¡Ea!, pues, Susana, le dijo, viendo estoy que presto te hallarás en esta prueba. El emperador quiere casarte con el césar Maximiano, y Claudio tu pariente vendrá a hacerte la proposición de su parte. Apenas habían acabado esta conversación cuando llamó Claudio a la puerta; después de los primeros cumplimientos, declaró la voluntad y la orden que traía del Emperador, dilatándose mucho en ponderar el esplendor y las ventajosas conveniencias de tan ilustre alianza. Oyó Susana la proposición con el más profundo respeto; pero cuando llegó el caso de hablar, revistiéndose de un aire resuelto y determinado, pero al mismo tiempo modestísimo y atento: —Admirada estoy, respondió a Claudio, que, si el Emperador sabe, como no lo puede ignorar, que soy cristiana, piense casarme con un príncipe pagano, y príncipe que sobradamente se ha declarado ya enemigo mortal de los que profesan mi religión; pero si acaso lo ignora, yo os suplico que se lo digáis de mi parte. Añadidle que estoy muy agradecida a la honra que me hace su Majestad imperial; pero al mismo tiempo aseguradle que ningún hombre mortal me tendrá jamás por esposa suya.

 




   No dijo más por entonces, y despidiéndose cortesanamente de aquel caballero, fue derecha a buscar a su tío el Papa Cayo, y le refirió todo lo que había pasado, ratificándose en la resolución de conservar su virginidad, aunque fuese a costa de su sangre y de su vida. La confirmó el santo Pontífice en su generosa resolución, animándola al martirio. Las circunstancias de su gloriosa victoria se pueden ver en la vida de este Santo el día 22 de abril, y en la de la Santa el día 11 de agosto. Por ahora nos contentaremos con decir que, teniendo Gabino bien previstas todas las resultas de la generosa resistencia de su hija a la boda con Maximiano, no perdió punto de tiempo en confirmar la magnanimidad de aquella cristiana heroínaEmpleó todos los motivos de amor que le podía inspirar su ternura, y todas las razones de persuasión y de eficacia que le supo sugerir su elocuencia, para sostener aquella grande alma en las fuertes pruebas que le estaban esperando. Á la verdad, pocas veces campeó mas la fuerza de la divina gracia que en la serie de este combate. Fortalecida Susana con la virtud del Altísimo, triunfó de todo el infierno; y Gabino tuvo el consuelo de ver triunfar la fe de Jesucristo en su propia familia.

 


   Se convirtieron a la fe Claudio, su mujer Prepedigna, con dos hijos suyos, acompañándolos en la misma dicha su hermano Máximo, uno de los caballeros mozos más distinguidos en la corte; los cuales todos habiendo sido instruidos por Gabino recibieron el Bautismo de mano del santo Papa Cayo, gloriosas conquistas que le llenaron de gozo, y más cuando tuvo el dulce consuelo de verlos a todos coronados del martirio.

 




   Nuestro Santo fue el testigo del combate y de la victoria de su querida bija, que sufrió los más crueles tormentos con tan heroica constancia, que admiró hasta a los mismos paganos; no dudando san Gabino que su poderosa intercesión le alcanzaría del cielo la suspirada gracia de derramar también su sangre por Jesucristo.

 



 

   Mucho tiempo había que ansiaba por este insigne favor como recompensa de sus trabajos, de su eminente virtud y de su celo. Con efecto, apenas triunfó Susana de los tormentos, coronando su virginidad con el generoso sacrificio de su vida, cuando fue arrestado san Gabino. Le encerraron en un oscuro espantoso calabozo, que fue para él lugar apacible de delicias. Resuelto el tirano a vencer la constancia de su fe, o por el tedio, o por las incomodidades de la prisión, o dejándole morir en ella de hambre y de miseria, le hicieron padecer cuantos tormentos puede inventar la más cruel barbarie. La hediondez intolerable del calabozo, la eterna oscuridad en que estaba sepultado, el hambre, la sed y todas las incomodidades del temporal pusieron su firmeza en las más terribles pruebas. Sufrió el Santo todos estos suplicios, no solo con una constancia inalterable, sino con tanta alegría como si pasara la vida más divertida y más regalada del mundo. Es verdad que aquel Señor, que cuida con tanta especialidad de los que fielmente le sirven, templó bien las amarguras de su prisión con la abundancia de los interiores consuelos conque día y noche inundaba a aquella bendita alma. 





   Seis meses pasó san Gabino en estos tormentos después de la preciosa muerte de su hija santa Susana, hasta que, queriendo el Señor coronar su paciencia premiando sus trabajos, permitió que le cortasen la cabeza. Terminó nuestro Santo la carrera de su vida por un glorioso martirio el día 19 de febrero del año 296, dos meses antes que lograse la misma suerte su hermano el santo pontífice Cayo, y fue enterrado por los Cristianos el cuerpo de san Gabino en el cementerio llamado de San Sebastián.

 



 

   En el año de 1608, Carlos de Neufville, marqués de Alincourt, señor de Villeroy, gobernador de la ciudad de León y del Leonesado, y embajador en Roma, estando para restituirse a Francia, deseó traer un cuerpo santo con que enriquecer su patria. Madama Jaquelina de Harlay, su esposa, se le pidió al papa Paulo V, quien le dio el cuerpo de san Gabino, y esta señora se le presentó a la iglesia de la Santísima Trinidad, del colegio de la Compañía de Jesús de dicha ciudad de León, donde se guarda con mucha veneración en una rica urna de plata, conservándose en el archivo del colegio las letras auténticas originales de esta preciosa reliquia.

 

 

AÑO CRISTIANO

POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).

Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.

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