jueves, 27 de abril de 2023

SAN PEDRO CANISIO, MARTILLO DE LOS HEREJES ALEMANES. —27 de abril.


Su contribución a liberar parte de la Europa germánica del yugo de la mentira religiosa y filosófica y de la tiranía política que le es intrínseca es ejemplo de la fuerza que puede tener el trabajo intelectual al servicio la Verdad.

 

   Pedro Kanijs, cuyo nombre al latinizarse se convirtió en Canisio, nació en Nimega, Holanda (provincia de Güeldres, en los Países Bajos), el 8 de mayo de 1521. Su padre fue el maestre Jacobo, alcalde de esta opulenta ciudad bañada por el Rin y el Waal.

 

   A San Pedro Canisio se lo considera el segundo evangelizador de Alemania y el valeroso apóstol de Suiza, sus dos patrias de adopción. Es venerado como uno de los creadores de la prensa católica y fue el primero del numeroso ejército de escritores jesuitas.

 

   Conocido por el sobrenombre de “martillo de los herejes”, Pedro el jesuita defiende las posiciones romanas ortodoxas. Sin este centinela, tan enérgico como conciliador, la expansión luterana se habría convertido en una catástrofe para la Iglesia. Oponiéndose a las posiciones del reformador de Eisleben, el “gentleman de la Compañía” suscita y lleva adelante una reforma católica en profundidad, por medio de una densa actividad: enseñanza, controversia, predicación, catequesis. Veámoslo a través de los diversos frentes en los que trabaja.

 

   A ejemplo de San Agustín -en el año 397-, Pedro escribe -en 1570- sus memorias. Siguiendo este texto latino revisado y anotado por el P. Otto Braunsberger, presentaremos algunos detalles. Desde que tenía diez años, el niño, rodeado por sus amigos atentos y en actitud de recogimiento, “juega a decir misa”. Poco después, meditando en la iglesia de San Esteban, ora con esta súplica: “¡Señor Dios: instruidme, guiadme!”. En esta misma época, agitado por los escándalos que le rodean, Pedro Kanijs lleva un cilicio (faja de cuerdas ceñidas al cuerpo) para preservarse del mal mediante una activa penitencia.

 



   En 1539, a la edad de dieciocho años, estudia derecho canónico en la universidad de Lovaina, capital de Brabante ¿Qué orientación va a seguir este joven de veinte años y de voluntad firme, que ha quedado tan asqueado de los borrachos de carnaval que ha decidido abstenerse de probar el vino?

 

   En 1540, su excelente compañero de promoción, Lorenzo Sirio, se hace cartujo. ¿Le va a seguir Pedro? No, pues su padre empieza a mover sus influencias con intención de poder ofrecerle a su heredero una canonjía en Colonia. ¿Va a aprovechar estas circunstancias para construirse una existencia tranquila y confortable? Nada de eso; las cosas no serán así.

 

   En 1543, con veintidós años, Pedro oye hablar con elogios de Pierre Fávre, miembro de un grupúsculo que comienza a abrirse camino: los “compañeros de la amistad de Cristo”. Estos se confiesan y proclaman “caballeros del Papa”. ¿Por qué no integrarse en esta joven sociedad de “sacerdotes reformados”? Canisio consulta a Favre. Escuchemos al neófito jesuita confesar su entusiasmo:

   “Bajo la dirección de Pierre Favre, acabo de hacer los ejercicios (retiro espiritual prolongado según el método de Ignacio de Loyola). Estos han cambiado mi espíritu y mis sentimientos, han iluminado mi alma con nuevos rayos de la gracia celeste, han conferido a mi voluntad un nuevo vigor. La abundancia de los dones divinos repercute incluso en mi cuerpo: me siento fortalecido y como transformado. Mi deseo es trabajar con Jesucristo en el servicio de las almas”.

 

   El 8 de Mayo de 1543, día de su cumpleaños, el novicio jesuita se compromete por medio de la profesión:

   “Yo, Pedro Canisio de Nimega, hago hoy a Dios, a la Virgen María, ante San Miguel Arcángel y todos los Santos, voto de ponerme bajo la obediencia (obediencia sumisa) de la Compañía llamada de Jesucristo”.

 

   Diácono en 1544, ordenado sacerdote en 1546, este joven maestro es ya conocido por dos publicaciones que revelan la posesión de un sólido conocimiento en los terrenos de la mística y la escritura; una de ellas acerca de los Sermones de Juan Tauler, primera obra impresa de la Compañía de Jesús; la otra, una edición crítica de las obras de San Cirilo de Alejandría y de San León Magno. Después de haber asistido al concilio de Trento como teólogo consultor del cardenal de Augsburgo, Otto van Trusches, residirá un tiempo en Roma y luego en Mesina. A finales de 1549 lo encontramos ya en su puesto, dispuesto para trabajar, en la universidad bávara de Ingoldstat. Es el comienzo de un largo apostolado al servicio de Alemania.

 



   A su llegada a las orillas del hermoso Danubio, el maestro Canisio escucha el balance de la situación que le presentan dos de sus hermanos de religión que se encuentran ya allí: Le Jay y Salmerón. La situación resumida en una estadística reveladora, parece catastrófica: “Nueve de cada diez alemanes han sido ganados para la reforma luterana o están en vías de serlo”. Por tanto, la reacción es urgente: hay que hacer algo; si, pero ¿qué y cómo?

 

   El trío de jesuitas pasa revista a las fuerzas en conflicto mediante el siguiente examen: Del lado protestante la confusión es extrema. Desde la muerte de Lutero (1546), no ha surgido ningún sucesor que se ponga a la cabeza del movimiento. Melanchton aparecía a los ojos de muchos de sus correligionarios como un vacilante, un criptocatólico. Flavio Ilírico es un revolucionario declarado. Entre muchos pastores protestantes hay que lamentar desenfrenos, saqueos, y crímenes de todo tipo. En el sector católico igualmente se combinan muchos males: ignorancia de la gente y del clero, relajamiento monástico generalizado, iglesias devastadas, fieles vacilantes, tibios o amedrentados.

 

   Primera reacción jesuítica: enseñanza y predicación. El 26 de noviembre de 1549, Canisio imparte su primer curso universitario sobre los sacramentos. Los sermones al pueblo se multiplican con éxito. El año siguiente se inaugura el colegio de Viena. El infatigable Canisio predica a las gentes del campo. Su reputación es tal que se libra por poco de ser promovido como arzobispo de la capital austríaca. ¿Desempeñó las funciones de administrador diocesano? Es muy probable. Pero de modo inmediato será otro el trabajo que va a acaparar todas sus energías: Escribir un Catecismo.

 

   La idea proviene de una simple constatación: la urgente necesidad de una catequesis (instrucción religiosa) estructurada. Recuérdese el De catequizándis rúdibus de San Agustín, redactado en el año 400. En 1555 aparece un librito con un título interminable: Suma de la doctrina cristiana presentada en forma de preguntas y respuestas y publicada por primera vez, para uso de la infancia cristiana, por orden y autoridad de su Majestad el rey de los Romanos, de Hungría y de Bohemia, archiduque de Austria.

 

   Primitivamente redactado en latín y traducido en seguida al alemán, el manual original alcanza rápidamente un gran éxito y se multiplica en libritos especializados, según la siguiente distribución:

1555: Suma de la doctrina cristiana (222 preguntas), para los colegiales mayores y los estudiantes.

1556: Catecismo menor (59 preguntas), a menudo junto a la cartilla, para uso de los principiantes.

1557: Catecismo mediano (122 preguntas), el de mayor difusión entre la gente.

 



   Naturalmente, los protestantes reaccionaron en seguida y con gran energía. El tímido Melanchton califica al autor de “cínico” (perro). El luterano Johann Wigand se hace eco de este insulto y ataca al adversario: “Canisio es un perro que desgarra a dentelladas las sagradas escrituras y las coge por los pelos. Su catecismo es un sable que atraviesa las almas, las mata y se las presenta al diablo”.

 

  Diecisiete años después de la muerte de su autor, el jesuita Mateo Arder pone las cosas en su sitio:

“El bien realizado por el catecismo de Canisio, es inmenso. Se les explica a los jóvenes, se comenta en las iglesias, en las escuelas, en los colegios, en las universidades. Su autor sigue hoy hablando en múltiples lenguas: alemán, eslavo, italiano, francés, español, polaco, griego, húngaro, danés, inglés, escocés, e incluso en hindú y japonés. Su redactor ya puede ser llamado con toda justicia Doctor de las Naciones”.

 

   De hecho, las estadísticas hablan por sí solas al mostrar el récord de reediciones de que hay constancia: doscientas en vida del autor, más de cuatrocientas cincuenta en total.

 

   Detengámonos ahora en una de las más conocidas dietas en las que Canisio participará, la dieta de Worms de 1557. Los diálogos se inauguran el 11 de septiembre de 1557. Melanchton (60 años), jefe de filas protestante, se muestra ofensivo hasta el insulto: “Nosotros rechazamos todas las herejías y principalmente las decisiones impías del pretendido concilio de Trento”.

 

   Líder católico, Canisio subraya las divisiones luteranas y hace una pregunta con trampa que va a sembrar el desconcierto en el campo protestante: “¿Condenáis los errores de Calvino, Zwinglio, Ilírico?”. En vista de las respuestas evasivas de sus correligionarios, Melanchton monta en cólera, y finalmente provoca la disolución de la asamblea. En estas circunstancias, Canisio no tiene dificultades para establecer el siguiente balance: 1) Ante sus interlocutores desunidos, los católicos aparecen unidos; 2) Debido a sus variaciones, las diversas iglesias protestantes caen en el descrédito; 3) Los católicos recuperan y consolidan sus posiciones en toda Alemania”.

 

   Nombrado provincial de la Alta-Germania (Alemania, Austria y Bohemia) en 1556, el responsable multiplica sus predicaciones que conocen un éxito esplendoroso. Un sermón de 1559 expresa sin ambages la lúcida visión del predicador acerca de la decadencia alemana. Los fieles de la diócesis de Augsburgo tienen que escuchar esas duras verdades. Ante este apostolado resplandeciente, se intensifican los ataques luteranos. Entre sus oleadas tumultuosas, destacamos el panfleto publicado en 1562 por el predicador Jerónimo Rauscher. El título mismo del folleto nos habla del tono que presenta: “Cien mentiras papistas groseras, desvergonzadas, sebosas, cebonas y pestilentes, por medio de las cuales, los llamados papistas defienden los artículos principales de su doctrina”.

 

   Con calma y con mesura, Canisio responde por medio de preguntas vivas, acuciantes, actuales. El maestro interpela con educación al adversario, sin descender nunca al nivel de los insultos recibidos de éste.

 

   En 1565, Francisco de Borja, tercer general de los jesuitas, nombra a su compañero Pedro “visitador general de la Alta y Baja Alemania y de las Provincias renanas”. Cada vez más, el titular de dicho cargo se va convirtiendo en el alma de la Acción católica del centro de Europa.

 

   En 1581, a la edad de sesenta años, Canisio recibe felicitaciones, pero también el traslado a un nuevo destino. De modo lacónico, la “obediencia” (orden de misión) que recibe, le asigna esta nueva tarea: “viajar a Friburgo para fundar allí el colegio de Saint-Michel”. Sin rechistar lo más mínimo, con una obediencia perfecta, parte hacia esta capital del cantón helvético, situada a mitad de camino entre Lausana y Berna (que distan cien kilómetros entre sí). Allí se va a integrar hasta el punto de convertirse, durante los dieciséis años que le restan por vivir, en el más célebre ciudadano de honor.

 



   Desde su residencia en Friburgo, el anciano jesuita escribe a muchos de sus amigos: Claudio Aquaviva, general de los jesuitas; Francisco Bonomio, nuncio apostólico; Carlos Borromeo, nombrado visitador en Suiza; Francisco de Sales, misionero en Chablais. Tras cuatro meses de cruel enfermedad -hidropesía complicada con un fuerte catarro-, el santo religioso muere el 21 de Diciembre de 1597. A propósito de este enfermo modelo, su enfermero anota en el cuaderno médico: “Nunca pide un alivio, abandonándose totalmente a sus superiores”.

 

   Alemania y Suiza se muestran sumamente agradecidos a su intrépido evangelizador que supo evitarles el caer totalmente en el luteranismo. Todavía hoy, el estudio teológico de Innsbruck, capital del tirol austríaco, lleva el nombre de “Canísium”. La sociedad de ayuda al clero funciona bajo la protección de este segundo apóstol de Alemania. Friburgo no le va a la zaga en esta gratitud activa. Visitadores y peregrinos pueden acceder al colegio Saint-Michel, que domina toda la ciudad, por las “escaleras de Pedro Canisio”.

 

   ¿Con qué quedarnos de esta maravillosa herencia, casi cuatro siglos después de la muerte del apóstol? Sin dudarlo un instante, propongo esta oración:

“Señor, tú sabes en qué medida y cuántas veces me has confiado Alemania, de la que sigo preocupándome y por la que deseo morir. Tú eres quien -al igual que en Suiza- me ordena beber en la fuente de tu corazón abierto. ¡Oh Salvador mío!”


 


   Estando en Friburgo el 21 de diciembre de 1597, después de haber rezado el santo Rosario, exclamó lleno de alegría y emoción: “Miradla, ahí está. Ahí está”. Y murió. La Virgen Santísima había venido para llevárselo al cielo.

 

   El Sumo Pontífice Pío XI, después de canonizarlo, lo declaró Doctor de la Iglesia, en 1925.

 

JOSÉ MARÍA RIPOLL RODRÍGUEZ. En Revista Arbil, Nº 61.

 

ORACIÓN

   Oh Dios, que confirmaste con tu virtud y doctrina al Santo Confesor Pedro Canisio, para defender la fe católica: concede bondadoso que sus ejemplos y consejos, tornen a la salud a los que vagan lejos de ella, y los espíritus de los fieles perseveren en la confesión de la verdad. Por J. C. N. S.

 

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