Su contribución a liberar parte de la Europa
germánica del yugo de la mentira religiosa y filosófica y de la tiranía
política que le es intrínseca es ejemplo de la fuerza que puede tener el
trabajo intelectual al servicio la Verdad.
Pedro Kanijs, cuyo nombre al latinizarse se convirtió en
Canisio, nació en Nimega, Holanda (provincia de Güeldres, en los Países Bajos),
el 8 de mayo de 1521. Su padre fue el maestre Jacobo, alcalde de
esta opulenta ciudad bañada por el Rin y el Waal.
A San Pedro Canisio se lo considera el segundo
evangelizador de Alemania y el valeroso apóstol de Suiza, sus dos patrias de
adopción. Es venerado como uno de
los creadores de la prensa católica y fue el primero del numeroso ejército de
escritores jesuitas.
Conocido por el sobrenombre de “martillo de los
herejes”, Pedro el jesuita defiende las posiciones romanas ortodoxas. Sin este centinela, tan enérgico como
conciliador, la expansión luterana se habría convertido en una catástrofe para
la Iglesia. Oponiéndose a las posiciones del reformador de Eisleben, el “gentleman de la
Compañía” suscita y lleva
adelante una reforma católica en profundidad, por medio de una densa actividad:
enseñanza,
controversia, predicación, catequesis. Veámoslo
a través de los diversos frentes en los que trabaja.
A ejemplo de San Agustín -en el año 397-, Pedro escribe
-en 1570- sus memorias. Siguiendo
este texto latino revisado y anotado por el P. Otto Braunsberger, presentaremos
algunos detalles. Desde que tenía diez años, el niño, rodeado por sus amigos
atentos y en actitud de recogimiento, “juega a decir misa”.
Poco
después, meditando en la iglesia de San Esteban, ora con esta súplica:
“¡Señor Dios: instruidme,
guiadme!”. En esta misma
época, agitado por los escándalos que le rodean, Pedro Kanijs lleva un cilicio (faja de cuerdas ceñidas al cuerpo) para preservarse
del mal mediante una activa penitencia.
En 1539, a la edad de dieciocho años,
estudia derecho canónico en la universidad de Lovaina, capital de Brabante ¿Qué orientación
va a seguir este joven de veinte años y de voluntad firme, que ha quedado tan
asqueado de los borrachos de carnaval que ha decidido abstenerse de probar el
vino?
En 1540, su excelente compañero de
promoción, Lorenzo Sirio, se hace cartujo. ¿Le va a seguir Pedro? No, pues su padre empieza a mover sus
influencias con intención de poder ofrecerle a su heredero una canonjía en
Colonia. ¿Va
a aprovechar estas circunstancias para construirse una existencia tranquila y
confortable? Nada de eso; las cosas no serán
así.
En 1543, con veintidós años, Pedro oye
hablar con elogios de Pierre Fávre, miembro de un grupúsculo que comienza a
abrirse camino: los
“compañeros
de la amistad de Cristo”. Estos se
confiesan y proclaman “caballeros del
Papa”. ¿Por qué no integrarse en esta joven
sociedad de “sacerdotes reformados”? Canisio consulta a Favre. Escuchemos al
neófito jesuita confesar su entusiasmo:
“Bajo la dirección de Pierre Favre, acabo de
hacer los ejercicios (retiro espiritual prolongado según
el método de Ignacio de Loyola). Estos han cambiado mi espíritu y mis
sentimientos, han iluminado mi alma con nuevos rayos de la gracia celeste, han
conferido a mi voluntad un nuevo vigor. La abundancia de los dones divinos
repercute incluso en mi cuerpo: me siento fortalecido y como transformado. Mi
deseo es trabajar con Jesucristo en el servicio de las almas”.
El 8 de Mayo de 1543, día de su cumpleaños,
el novicio jesuita se compromete por medio de la profesión:
“Yo, Pedro Canisio de Nimega, hago hoy a Dios,
a la Virgen María, ante San Miguel Arcángel y todos los Santos, voto de ponerme
bajo la obediencia (obediencia
sumisa) de la Compañía llamada de Jesucristo”.
Diácono en 1544, ordenado sacerdote en 1546, este joven
maestro es ya conocido por dos publicaciones que revelan la posesión de un
sólido conocimiento en los terrenos de la mística y la escritura; una de ellas
acerca de los Sermones de Juan Tauler, primera obra impresa de la Compañía de
Jesús; la otra, una edición crítica de las obras de San Cirilo de Alejandría y
de San León Magno. Después de haber asistido al concilio de Trento como teólogo
consultor del cardenal de Augsburgo, Otto van Trusches, residirá un tiempo en
Roma y luego en Mesina. A finales de 1549 lo encontramos ya en su puesto,
dispuesto para trabajar, en la universidad bávara de Ingoldstat. Es el comienzo de un largo apostolado al servicio
de Alemania.
A su llegada a las orillas del hermoso
Danubio, el maestro Canisio escucha el balance de la situación que le presentan
dos de sus hermanos de religión que se encuentran ya allí: Le Jay y Salmerón.
La situación resumida en una estadística reveladora, parece catastrófica: “Nueve de cada diez
alemanes han sido ganados para la reforma luterana o están en vías de serlo”. Por tanto, la reacción es urgente: hay que hacer algo; si, pero ¿qué y cómo?
El trío de jesuitas pasa revista a las
fuerzas en conflicto mediante el siguiente examen: Del lado protestante la
confusión es extrema. Desde la muerte de Lutero (1546), no ha surgido ningún
sucesor que se ponga a la cabeza del movimiento. Melanchton aparecía a los ojos
de muchos de sus correligionarios como un vacilante, un criptocatólico. Flavio
Ilírico es un revolucionario declarado. Entre muchos pastores protestantes hay
que lamentar desenfrenos, saqueos, y crímenes de todo tipo. En el sector
católico igualmente se combinan muchos males: ignorancia de la gente y del
clero, relajamiento monástico generalizado, iglesias devastadas, fieles
vacilantes, tibios o amedrentados.
Primera reacción jesuítica: enseñanza y predicación. El 26 de noviembre de 1549, Canisio imparte su primer
curso universitario sobre los sacramentos. Los sermones al pueblo se
multiplican con éxito. El año siguiente se inaugura el colegio de Viena. El infatigable
Canisio predica a las gentes del campo. Su
reputación es tal que se libra por poco de ser promovido como arzobispo de la
capital austríaca. ¿Desempeñó las funciones de administrador diocesano?
Es muy probable. Pero de modo inmediato será otro el trabajo que va a acaparar
todas sus energías: Escribir un Catecismo.
La idea proviene de una simple constatación:
la urgente
necesidad de una catequesis (instrucción religiosa) estructurada. Recuérdese el De
catequizándis rúdibus de San Agustín, redactado en el año 400. En 1555 aparece
un librito con un título interminable: Suma
de la doctrina cristiana presentada en forma de preguntas y respuestas y
publicada por primera vez, para uso de la infancia cristiana, por orden y
autoridad de su Majestad el rey de los Romanos, de Hungría y de Bohemia, archiduque
de Austria.
Primitivamente redactado en latín y
traducido en seguida al alemán, el manual original alcanza rápidamente un gran
éxito y se multiplica en libritos especializados, según la siguiente
distribución:
1555:
Suma de la
doctrina cristiana (222 preguntas), para los colegiales mayores y los
estudiantes.
1556:
Catecismo
menor (59 preguntas), a menudo junto a la cartilla, para uso de los
principiantes.
1557:
Catecismo
mediano (122 preguntas), el de mayor difusión entre la gente.
Naturalmente, los protestantes reaccionaron
en seguida y con gran energía. El tímido Melanchton califica al autor de “cínico”
(perro). El luterano Johann
Wigand se hace eco de este insulto y ataca al adversario: “Canisio es un perro que desgarra a
dentelladas las sagradas escrituras y las coge por los pelos. Su catecismo es
un sable que atraviesa las almas, las mata y se las presenta al diablo”.
Diecisiete años después de la muerte de su
autor, el jesuita Mateo Arder pone las cosas en su sitio:
“El bien realizado por el catecismo de
Canisio, es inmenso. Se les explica a los jóvenes, se comenta en las iglesias,
en las escuelas, en los colegios, en las universidades. Su autor sigue hoy
hablando en múltiples lenguas: alemán, eslavo, italiano, francés, español,
polaco, griego, húngaro, danés, inglés, escocés, e incluso en hindú y japonés.
Su redactor ya puede ser llamado con toda justicia Doctor de las Naciones”.
De hecho, las estadísticas hablan por sí
solas al mostrar el récord de reediciones de que hay constancia: doscientas en
vida del autor, más de cuatrocientas cincuenta en total.
Detengámonos ahora en una de las más
conocidas dietas en las que Canisio participará, la dieta de Worms de 1557. Los
diálogos se inauguran el 11 de septiembre de 1557. Melanchton (60 años), jefe
de filas protestante, se muestra ofensivo hasta el insulto: “Nosotros
rechazamos todas las herejías y principalmente las decisiones impías del
pretendido concilio de Trento”.
Líder católico, Canisio subraya las
divisiones luteranas y hace una pregunta con trampa que va a sembrar el
desconcierto en el campo protestante: “¿Condenáis los errores de Calvino, Zwinglio,
Ilírico?”. En vista de las
respuestas evasivas de sus correligionarios, Melanchton monta en cólera, y
finalmente provoca la disolución de la asamblea. En estas circunstancias, Canisio no
tiene dificultades para establecer el siguiente balance: “1) Ante
sus interlocutores desunidos, los católicos aparecen unidos; 2) Debido a sus variaciones, las diversas iglesias
protestantes caen en el descrédito; 3) Los
católicos recuperan y consolidan sus posiciones en toda Alemania”.
Nombrado provincial de la Alta-Germania
(Alemania, Austria y Bohemia) en 1556, el responsable multiplica sus
predicaciones que conocen un éxito esplendoroso. Un sermón de 1559 expresa sin
ambages la lúcida visión del predicador acerca de la decadencia alemana. Los
fieles de la diócesis de Augsburgo tienen que escuchar esas duras verdades.
Ante este apostolado resplandeciente, se intensifican los ataques luteranos.
Entre sus oleadas tumultuosas, destacamos el panfleto publicado en 1562 por el
predicador Jerónimo Rauscher. El título mismo del folleto nos habla del tono
que presenta: “Cien
mentiras papistas groseras, desvergonzadas, sebosas, cebonas y pestilentes, por
medio de las cuales, los llamados papistas defienden los artículos principales
de su doctrina”.
Con calma y con mesura, Canisio responde por medio de
preguntas vivas, acuciantes, actuales. El maestro interpela con educación al
adversario, sin descender nunca al nivel de los insultos recibidos de éste.
En 1565, Francisco de Borja, tercer general
de los jesuitas, nombra a su compañero Pedro “visitador general de la Alta y Baja
Alemania y de las Provincias renanas”. Cada vez más, el titular de
dicho cargo se va convirtiendo en el alma de la Acción católica del centro de
Europa.
En 1581, a la edad de sesenta años, Canisio
recibe felicitaciones, pero también el traslado a un nuevo destino. De modo
lacónico, la “obediencia”
(orden de misión) que recibe, le
asigna esta nueva tarea: “viajar a Friburgo para fundar allí el colegio de
Saint-Michel”. Sin rechistar lo
más mínimo, con una obediencia perfecta, parte hacia esta capital del cantón
helvético, situada a mitad de camino entre Lausana y Berna (que distan cien
kilómetros entre sí). Allí se va a integrar hasta el punto de convertirse,
durante los dieciséis años que le restan por vivir, en el más célebre ciudadano
de honor.
Desde su residencia en Friburgo, el anciano jesuita
escribe a muchos de sus amigos: Claudio Aquaviva, general de los jesuitas;
Francisco Bonomio, nuncio apostólico; Carlos Borromeo, nombrado visitador en
Suiza; Francisco de Sales, misionero en Chablais. Tras cuatro meses de cruel
enfermedad -hidropesía complicada con un fuerte catarro-, el santo religioso
muere el 21 de Diciembre de 1597. A propósito de este enfermo modelo, su
enfermero anota en el cuaderno médico: “Nunca pide un
alivio, abandonándose totalmente a sus superiores”.
Alemania y Suiza se muestran sumamente
agradecidos a su intrépido evangelizador que supo evitarles el caer totalmente
en el luteranismo. Todavía hoy, el estudio teológico de Innsbruck, capital del
tirol austríaco, lleva el nombre de “Canísium”. La
sociedad de ayuda al clero funciona bajo la protección de este segundo apóstol
de Alemania. Friburgo no le va a la zaga en esta gratitud activa. Visitadores y
peregrinos pueden acceder al colegio Saint-Michel, que domina toda la ciudad,
por las “escaleras
de Pedro Canisio”.
¿Con qué quedarnos de esta maravillosa herencia, casi
cuatro siglos después de la muerte del apóstol? Sin dudarlo un instante, propongo esta oración:
“Señor, tú sabes en qué medida y cuántas veces
me has confiado Alemania, de la que sigo preocupándome y por la que deseo
morir. Tú eres quien -al igual que en Suiza- me ordena beber en la fuente de tu
corazón abierto. ¡Oh Salvador mío!”
Estando en Friburgo el 21 de diciembre de
1597, después de haber rezado el santo Rosario, exclamó lleno de alegría y
emoción: “Miradla, ahí está. Ahí
está”. Y murió. La Virgen Santísima había venido para llevárselo al
cielo.
El
Sumo Pontífice Pío XI, después de canonizarlo, lo declaró Doctor de la Iglesia,
en 1925.
JOSÉ MARÍA RIPOLL RODRÍGUEZ. En Revista
Arbil, Nº 61.
ORACIÓN
Oh
Dios, que confirmaste con tu virtud y doctrina al Santo Confesor Pedro Canisio,
para defender la fe católica: concede bondadoso que sus ejemplos y consejos,
tornen a la salud a los que vagan lejos de ella, y los espíritus de los fieles
perseveren en la confesión de la verdad. Por J. C. N. S.
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