lunes, 4 de julio de 2022

SAN LAUREANO, ARZOBISPO Y MÁRTIR. — 4 DE JULIO.



 


   San Laureano, arzobispo de Sevilla, y glorioso mártir de Cristo, nació de padres nobles, aunque gentiles, en la provincia de Pannonia, que ahora llamamos Hungría. Dejó su patria siendo de poca edad, vino a Milán, y por misericordia del Señor allí se hizo cristiano, y se crio en la iglesia de aquella ciudad; y habiendo estudiado letras sagradas, siendo de treinta y cinco años, fué ordenado diácono. Después (no se sabe con qué ocasión) pasó a España; pero por el suceso se ve que aquella jornada fué guiada por la mano del Señor, y que san Laureano era varón santísimo, y según el corazón de Dios; porque estando en Sevilla murió Máximo, arzobispo de ella, y por su muerte Laureano fué puesto en su dignidad, y gobernó aquella iglesia por espacio de diez y siete años, con singular doctrina y admirable ejemplo de vida.

 







   Entre las otras virtudes de este santo prelado fué una el celo de nuestra santa religión católica, y el oponerse a los herejes arrianos, que en aquel tiempo eran poderosos y señores de España, y la inficionaban, y perseguían a todos los católicos para destruir y arrancar de raíz (si pudieran) la pureza y firmeza de la fe católica, especialmente Totila, rey de los godos y hereje arriano, hombre feroz y bravo, y que procuraba propagar y extender la perfidia y error de su secta, entendiendo la resistencia que san Laureano le hacía con su predicación, consejos y doctrina, comenzó a perseguirle y a procurarle la muerte. Para esto envió gente que le matasen de cualquiera manera que le pudiesen haber. No hay cosa segura de la potencia de un tirano poderoso y furioso, si Dios no toma la mano para su defensa, como la tomó aquí para amparar esta vez a san Laureano, y no dejarle caer en el lazo que le habían armado. Le envió un ángel, mandándole que saliese luego de aquella ciudad, donde no le oían ni le merecían, y se fuese adonde le mereciesen y oyesen. Le reveló también que al cabo con corona de mártir daría fin a sus dichosos días: «No te tardes (dijo el ángel), porque esta ciudad por sus pecados ha de ser castigada de Dios con sequedad, hambre y pestilencia, hasta que, teniendo dolor de sus culpas, y enriquecida de tres reliquias, alce Dios su mano y la remedie.» Se levantó san Laureano, y con mucha devoción dijo misa, convocó al pueblo, y desde la mañana hasta las tres después del medio día les predicó penitencia y les exhortó a volverse a Dios, y aplacarle con oraciones, limosnas y lágrimas para que alzase su ira y el azote con que los amenazaba. Tomó su báculo y rodeó parte de la ciudad, llorando y dando voces, y diciendo: «Haced penitencia, y mirad que está Dios enojado, y tiene levantado el brazo para heriros.» Salió de Sevilla, y en el camino sanó a un ciego. Entró en un navío, y aportó a Marsella, y allí resucitó a un hijo de un hombre principal. De allí pasó a Italia, y llegó a Roma, sanando muchos enfermos por el camino. En Roma visitó al sumo pontífice, y se consoló con él, comunicándole su vida y los negocios de su iglesia. Dijo misa de pontifical delante del papa el día de la Cátedra de san Pedro, y allí sanó a un viejo que desde niño estaba tullido de pies y manos. Habiendo cumplido con su devoción y negocios en Roma, se partió para visitar el cuerpo de san Martín, en Francia, y habiéndole visitado y hecha devota oración, tuvo revelación que venían por parte del rey Totila algunos soldados a matarle. No se turbó el santo, ni se congojó, antes encendido de amor del Señor, y deseoso del martirio, salió a buscarlos, y encontrándose con ellos en un campo raso, y siendo conocido de ellos, dieron en él y le cortaron la cabeza. En acabándosela de cortar, los matadores, sobresaltados y despavoridos, echaron a huir, y el santo, así muerto como estaba, les dio voces que volviesen y llevasen su cabeza á Totila, como se lo había mandado. Ellos la tomaron y la llevaron, y el tirano, cuando la vio y supo lo que había pasado, la envió a Sevilla, y con su entrada respiró aquella ciudad, y cesó la sequedad, hambre y pestilencia con que había sido azotada y afligida del Señor por sus pecados. El cuerpo del santo sepultó Eusebio, obispo de Arles, en la iglesia de la ciudad de Bourges, por una divina revelación que tuvo. Basco dice que la muerte de este santo fué el año de 544. Hacen mención de él los martirologios romanos, el de Beda, Usuardo, y Adón, y el cardenal Baronio en sus Anotaciones.

 

(P. Ribadeneira.)


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